¡Habla memoria!

¨La historia de mi vida¨, por Nicolino Locche

El campeón del mundo repasa su exitosa carrera, el brillante triunfo ante Fuji que lo consagró, el regreso a Buenos Aires, la lesión que más lo complicó en una pela y sus combates más destacados.

Por Redacción EG ·

12 de diciembre de 2022

El día que peleé con Fuji estaba más tranquilo yo que todo el grupo que me acompañaba. Me acuerdo que a eso de las seis de la tarde me levanté de dormir la siesta y me fui hasta el bar del hotel Akasaka Prince, donde vivíamos. En una mesa estaban Caffarelli, Mermet, Cherquis Bialo y Cacho Fontana hablando de cómo sería la transmisión. En una de ésas escucho que Cacho Fontana preguntaba algo así como "este aviso lo leo de tal manera si Locche gana, y si pierde leo este otro, ¿no es cierto?" Me acerqué y le dije: "¿Permitime?, ¿cuál es el que tenés que leer si pierdo?, ¿éste?, bueno, dámelo". Y cuando sorprendidos me alcanzaron el papel con el texto lo rompí. Antes que nadie me recriminara nada di esta explicación: "¿Para qué vas a tener encima este papel si no te va a servir para nada?" Pedí un cigarrillo de contrabando, para que Bermúdez no se diera cuenta, me fui al baño, me lo fumé con Nodo placer y salimos para el estadio. Mientras tanto, los demás muchachos se la pasaban fumando y hablando. Cuando llegamos a Kuramae Sumo me encontré con un vestuario largo y viejo. El lugar era para luchadores de sumo, no para boxeadores. Bermúdez me masajeó y comenzó a darme las instrucciones. Vamos a hacer esto, esto y aquello. "Y si usted me hace caso —me dijo— nos llevamos la corona antes de los 15 rounds". "¿Por nocaut?", le pregunté; "Sí, por nocaut", me contestó Bermúdez. Una vez que me vendé me acosté para reposar y me quedé profundamente dormido. Media hora antes Bermúdez, Tito y Juan "Mendoza" Aguilar, quien me había ayudado magníficamente como sparring, me despertaron. El Fuji tenía una cara de asesino bárbara. Y yo preferí mirar a Cacho Fontana, que estaba al lado del ring. Porque en el almuerzo Cacho se la pasó macaneando, imitando a todo el mundo y contando chistes. Yo lo veía y me acordaba de esos chistes. Quedé tentado de tal manera que mientras tocaban los himnos con la mirada nos comunicábamos. Cuando terminó el tercer round, Bermúdez me llamó la atención, porque dijo que debía trabajar más, que era fácil pegarle y que con un paso más adelantado le rompería la cara. En el 8°, mientras Tito y Aguilar ayudaban con el balde y el masaje, mi técnico me aseguró que con un poquito más de ritmo el tipo se iba. Y al terminar el 9° se fue. Yo me di cuenta recién cuando todos los muchachos se pusieron a gritar. Esa noche estaba preparado como nunca y tenía aire para mil rounds. Cuando el referí norteamericano Nick Pope me levantó el trazo en el centro de' ring no lo podía creer. Después, mientras nos abrazábamos, empezaron a caer un montón de cosas. Pero no eran para mí, eran para Fuji por haber abandonado. Quisiera ver qué hubieran hecho otros en lugar de él después de semejante paliza.

 

Imagen Nicolino festeja su triunfo ante Fuji.
Nicolino festeja su triunfo ante Fuji.
 

El regreso fue bárbaro. Nos fuimos de Tokio a Honolulú y nos quedamos dos días. Después a Buenos Aires. Llegamos como una semana después, y desde Ezeiza hasta el Luna Park fue una emoción tremenda. Gente, gente, más gente. Y yo arriba del carro de los bomberos. Pero lo más increíble fue ver al Luna Park de bote a bote a las cinco de la tarde. Me saludaban y me felicitaban todos. Y a mí me daba risa, porque tipos que yo personalmente había escuchado decir que no podía ganar me abrazaban con esta frase: "¿No te dije?, yo siempre confié en vos..." Me quedé dos días en Buenos Aires y el sábado 21 de diciembre viví una emoción tremenda, al llegar a Mendoza en un avión especial que había contratado Peñaflor, la firma con la que tenía un contrato publicitario y que hoy debo reconocer como gente amiga, sincera y deportista mil por mil. En Mendoza fue tremendo. Subidos a un camión, tardamos más de tres horas desde El Plumerillo hasta la Dirección de Turismo. Después, un agasajo en la bodega de Peñaflor y mi casa del barrio Aeronáutico, que por dos semanas no pudo cerrar sus puertas. Mendoza, mi tierra, me recibía como campeón mundial y aquello fue el sueño más lindo de mi vida.

 

Imagen Nicolino llega a Buenos Aires con la copa bajo el brazo.
Nicolino llega a Buenos Aires con la copa bajo el brazo.
 

 

Imagen Nicolina en Mendoza, donde lo recibe una multitud
Nicolina en Mendoza, donde lo recibe una multitud
 

Desde que volví campeón se inició una nueva vida. Agasajos, autógrafos, popularidad. Siempre traté de mantener una línea, pero a veces esas cosas lo superan a uno. Porque pareciera que hay momentos en que uno no es una persona, es un objeto o una cosa. Y a mí el ruido nunca me gustó. Por ejemplo, entrar a comer a un lado con la familia para estar tranquilo como cualquier ciudadano y tener que irme sin comer, porque me quedé media hora sentado atendiendo a la gente, Es lindo, ¿cómo no?, pero cuando se es uno mismo y sus cosas son privadas. Yo no tuve vida privada desde el 69 hasta que me retiré: cualquier cosa que hiciera era noticia. Claro, yo comprendo, hay cosas que el periodismo no puede evitar. Como, por ejemplo, aquel domingo que me desperté y mi señora me preguntó qué quería almorzar. Le dije pastas. "Y por qué no me hacés el favor de ir a comprarlas", me pidió. "Cómo no", respondí, y salí a la calle en mi Torino. Antes de ir a la fábrica de pastas pasé por la confitería Colón. Allí me encontré con dos amigos y al rato de estar los invité a tomar el vermut en Villa Mercedes. Después a almorzar en Río Cuarto. Al final dormimos en Córdoba y seguimos viaje a Salta con lo puesto. En Salta me compré ropa y aparecí 15 días después. Mi mujer estaba con los chicos esperándome en Santa Rosa, cerca de Mendoza, donde yo tenía una estación de servicio. Cuando me vio aparecer me hizo una sola pregunta: "¿Trajiste los ravioles?". Y claro, como tenía una pelea programada todo el periodismo me estaba buscando. Bermúdez me bautizó, mucho antes, Juan Sebastián Bach, el rey de las fugas. Y yo replicaba con mi frase más común: el lunes empiezo. Siempre empezaba los lunes... Contra el venezolano Carlos Morocho Hernández realicé mi primera defensa. El susto que me dio ese tipo, cuando me tiró en el segundo round, fue increíble. Menos mal que reaccioné bien y pude ganarle por paliza. Si esa piña me la da en el medio del ring o un minuto antes no sé qué hubiera pasado aquella noche. Pero tuve suerte. En ese sentido me considero un tocado por Dios: siempre me acompañó, y espero que no me deje ahora.

 

Imagen Locche vs. Antonio Cervantes. 17 de marzo de 1973.
Locche vs. Antonio Cervantes. 17 de marzo de 1973.
 

Después de pelear con Hernández vino mi separación de Bermúdez. ¿Por qué?: ese tema es demasiado largo y mejor no tocarlo mucho. Pero, como explicación, puedo decir que nos cansamos de estar juntos, nos gastamos. Él siempre estaba con el "rebenque", con sus exigencias, y al final rompimos. Fue una iniciativa mía de acuerdo con mi esposa. Bermúdez se metía demasiado en mis cosas, quería controlarme como boxeador y como hombre, No quisiera ser injusto, porque él me dirigió más de 20 años y sobre sus virtudes no hay nada que discutir. No hubo nada deshonesto, ni económico, ni nada raro. Simplemente que el vaso se rebalsó. Y, por su iniciativa, pasé a ser dirigido por Juan Carlos Cuello, un técnico que siempre había colaborado con mi manager. Con Cuello estuve desde Gastelbondo, o sea antes de defender la corona por segunda vez frente al brasileño Joao Henrique, hasta la pelea de Panamá con Alfonso Peppermint Frazer. Cuello es una buena persona y nunca supe bien por qué se enojó conmigo al regreso de Panamá. Un día me enteré que había hecho un comunicado donde decía que se separaba de mí. Por ese entonces yo estaba cada vez más lejos del boxeo. Y aun cuando le gané a Henrique primero y a Adolph Pruitt después, me costaba cada vez más ir al gimnasio. Para colmo, después de pelear con Pruitt, sufrí una lesión muy seria en uno de mis tres choques automovilísticos.

Ese fue en General Alvear y me tuvo tres meses sin pelear. El otro, serio, fue en Ingeniero White, en una curva, y allí lamentablemente los más lesionados fueron mi esposa y mi amigo Pocho Contreras.

 

Imagen Locche vs. Domingo Barreras. 3 de abril de 1971.
Locche vs. Domingo Barreras. 3 de abril de 1971.
 

La lesión casi me juega una mala pasada en la pelea con el español Domingo Barreras Corpas. Se me desligaron los tendones del hombro izquierdo y peleé como siete rounds con una sola mano. Cuando dieron el fallo, o mejor dicho un poco antes, busqué a Lectoure, para que anunciara que ésa había sido mi última pelea. No tenía ni fuerza, ni ganas. Pero después de la operación, que realizó el doctor Carlos Deffilippi Novoa, me sentí con más ánimos, aunque seguía tan saturado como antes. Necesité seis meses para reaparecer. Y lo hice en Salta contra Angel Roman, a quien le gané por puntos. En realidad, tratándose de Salta no podía decir que no. Iba mucho por dos cosas: 1°, porque allí tengo dos ahijados, los hijos de Chupete Frías, que reside en Tartagal. y 2°, porque era una manera de estar donde nadie me molestara. Y ese año, que yo pensé que sería el último —1971— terminé defendiendo por quinta vez mi corona ganándole a Kid Pambelé.

Después de esa pelea vino lo imprevisto: un ofrecimiento de 80.000 dólares para ir a exponer la corona a Panamá. Tito Lectoure tuvo un gesto sensacional conmigo. Porque cuando recibió la oferta en lugar de esconderla o desecharla, como hubiera hecho cualquier promotor del mundo al que le quieren llevar su estrella máxima —y yo lo era para el Luna Park— me consultó y hasta me alentó. Una noche me llamó por teléfono y me dijo: "Ofrecen 60.000 pero creo que peleándolo un poco podemos llegar a más, ¿vos qué decís?" Agarre corriendo, le contesté. Y él, por su cuenta, se encargó de conseguir 20.000 dólares más, un jurado argentino —viajó el señor Allende— y un referí neutral. Después, cuando bajé a Buenos Aires, volvimos a hablar de la j cosa y Lectoure me planteó lo siguiente: "Vas a ganar 80 millones de pesos —o más, porque el dólar estaba arriba de 1.200 pesos— y nos aseguramos la imparcialidad de un referi y de un jurado argentino. Para ganar el mismo dinero tenés que hacer dos peleas en el Luna Park, vos decidís, pero eso sí, hay que entrenarse a muerte para evitar que, ante cualquier circunstancia, muchos suspicaces comiencen a decir pavadas." Lo sabía. Y por supuesto mi intención era llegar a Panamá con todo. Por eso quise hacer el viaje con mi mujer y mi hija más chica, Nancy. Pero aquél fue el gran error de mi vida. No debí pelear con Frazer en las lamentables condiciones en que lo hice. Bajé un kilo y medio el viernes y otro kilo el sábado en los baños turcos, El sábado era día de damas, y Cavillón y Cuello tuvieron que ponerse de porteros, para no dejar entrar a nadie al local mientras Lectoure y yo mirábamos la balanza. A la noche, frente a Frazer, no podía ni levantar los brazos. No me explico cómo no perdí por nocaut. Estaba entregado porque mi único objetivo era cumplir con la pelea. Y no fue un descuido de comidas, tenía una sed impresionante y me llenaba con agua. El calor era insoportable. Pero debo reconocer históricamente que fui el único culpable, porque yo quise pelear a pesar de que no debía hacerlo. Además, creo que fue la única vez en mi vida que estaba nervioso antes de la pelea. Así perdí mi corona. Y cuando llegué a Ezeiza y vi que la gente me esperaba me puse a llorar en la pista del aeropuerto y me dije que yo tenía la obligación de recuperar ese título.

 

Imagen Locche vs. Adolfo Iriutt. 16 de mayo de 1970.
Locche vs. Adolfo Iriutt. 16 de mayo de 1970.
 

Necesité varios meses para decidirme a volver al gimnasio. Compré mi casa de Chacras de Coria al contado y puse al día un problemita impositivo. Volviendo en el auto paré en Venado Tuerto, para saludar a mis amigos Américo y Vicente Saba, a quienes ya estaba vinculado de mucho tiempo atrás. Ellos me presentaron a Marcos Ciani y a toda la barra del Club Chanta Cuatro. Allí, regresando, hice una inversión millonaria en tierras con gran parte de los 72 millones de pesos que llevaba en el baúl del auto. Y esa inversión me está dando buenos dividendos. Nueve meses después de perder con Frazer reaparecí en el Luna. Fue una emoción increíble ver el estadio lleno y la gente que seguía creyendo en mí. Ferratt primero, Mercado después y Cervantes, que le gana por nocaut a Frazer y al ser nuevo campeón mundial me ofrece la chance. Y otra vez la actitud de Lectoure. Cualquier promotor hubiera demorado el ofrecimiento, teniendo en cuenta que yo era muy buen negocio para él. Pero teníamos mucha fe porque a Cervantes le había ganado en Buenos Aires y no había razones para sospechar que no podía ganarle en Venezuela. Cavillón se vino a Mendoza a trabajar conmigo como técnico, y después de ganarle a Pedro Adigue, en el Luna, hicimos una más, en mi provincia, con Benny Huertas. Todo estaba bien, me encontraba físicamente al pelo y con tres peleas en dos meses. A eso había que agregarle mi entrenamiento sin pausas. O sea: todo en orden, para reconquistar la corona. Incluso, mi idea era ganar y entonces sí retirarme. Pero irme siendo campeón. No pudo ser. Y lo supe en el segundo round, cuando sentí la sangre caliente sobre la cara. Ahí dije chau. No veía ni medio, y el corte, el mismo que había tenido contra Adigue un tiempo antes, era cada vez más grande. La toalla tirada por Cavillón y Tito fue un error, el único: yo debía quedarme en el ring hasta las últimas consecuencias. Nadie debe sospechar que la herida fue por un golpe ilícito. Cervantes me abrió de una piña y ganó con toda justicia. La noche de Maracay, lo supe en el ring cuando vi la toalla, sería mi última noche como boxeador. Pero no mi última emoción. Porque cuando retorné derrotado a Mendoza sentí la misma sensación de aquella vez que traje la corona. Aunque le doy más valor porque la gente hizo una caravana para recibir a un perdedor. Y ese recuerdo lo guardaré toda la vida.

 

Imagen Formal. Nicolino Locche con saco y corbata.
Formal. Nicolino Locche con saco y corbata.
 

Quedarán, tal vez, algunas cosas por decir. Cosas que estoy seguro le interesan a la gente, como cuánta plata gané. Ese detalle se lo voy a dar a El Gráfico, para que sea publicado cuando haya alguna oportunidad. Pero les anticipo que gané alrededor de 450 millones de pesos. No los tengo todos, pero sí los suficientes como para que mi familia pueda vivir tranquila por toda la vida. Y aunque no volveré más a ser boxeador, siempre estaré vinculado a esta actividad, que me lo dio todo. Por eso estuve y estoy con Giménez en Bogotá o mañana con otro chico al que pueda servir. No sé si reúno condiciones para ser maestro, pero de alguna manera tengo que devolverle al boxeo todo lo que el boxeo me dio.

 

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*POR ROBINSON / El Gráfico - 1973
Fotos: archivo El Gráfico