¡Habla memoria!

1967. ¡Sí!.. es el doctor Bilardo, pero pregunte por Carlitos

La historia de un muchacho de barrio que fue pieza clave en el equipo de Zubeldía, quien lo destaca como ¨el amigo leal¨, quien además de jugador de fútbol es médico.

Por Redacción EG ·

27 de septiembre de 2019

Se lo pregunté a Osvaldo Zubeldía a los pocos días de haberse clasificado campeón Estudiantes... "Dígame..., ¿qué representa para usted Bilardo..., para usted y para el equipo?..." Y la respuesta de Zubeldía me llegó inmediata, sin ese proceso previo que llevan las frases elaboradas...

—¿Qué significa para mí Bilardo?... Es fácil contestarle... Es el amigo leal, el hombre capaz de jugarse en cualquier situación, que siempre va de frente... Que muchas veces se olvida hasta de sí mismo para defender la posición de los demás... Capaz, inteligente y con mucho equilibrio para opinar... Y al mar-gen de nuestra gran amistad de muchos años, Bilardo me representa mucho dentro y fuera de la cancha por la consideración y el afecto que le tienen los compañeros... ¿Sabe qué importante es un hombre así en un plantel?...

Y Zubeldía se refirió al plantel joven, en formación, en la influencia de Bilardo por su experiencia, por su hombría de bien, por la sensatez de sus consejos...

—Ahora... ¿Usted quiere saber mi opinión como jugador?... Le voy a decir una sola cosa... Si Bilardo hubiese tomado el fútbol en serio, si hubiese trabajado siempre como lo hace ahora, nada más que por su inteligencia para ver el partido de adentro, para ordenar a la gente, ¡quizá lo que hubiera llegado a ser!... Ahora, como amigo ya se lo dije... ¡Es de fierra!

Recuerdo que hace ya un tiempo Bilardo me había contado su historia... Pero, así, vagamente, con ese aire ligero, modesto y hasta risueño que usa al hablar de sí mismo... Con la sencillez que trasciende de todas sus actitudes, en su descuidada elegancia para vestirse... Hasta en esa charla salpicada de lunfardo donde asoma su contacto con la calle, su improstituible esencia de muchacho porteño que aprendió a caminar por todos les ambientes. Porque allá atrás, allá en el reverso de su diploma universitario, siguen aleteando los sentidos recuerdos de un barrio y de muchos amigos... Me contó que siguió estudiando porque esa fue la ambición materna, "en una tasa donde el peso no faltó nunca"... Y que, más tarde, a pesar de su pasión por el fútbol, se sintió capaz de llegar a algo, de entreverarse en otros horizontes. Tal vez porque después de su paso por San Lorenzo los sueños de triunfo se habían entibiado... Tal vez porque allá en Deportivo Español, jugando los sábados, apenas si le quedaba el gran placer de seguir en el fútbol sin exigirse grandes sacrificios... Y fue entonces que, un tanto defraudado, se entregó ardorosamente a la medicina... Se puso a estudiar con intensidad porque siempre había sentido una gran admiración y una gran vocación por la carrera... Y un día se juntó con el título, aunque la noche y las madrugadas con los amigos del boliche de Juan B. Justo y Boyacá le robaban muchas horas de sueño... y lo alejaban de los pe-sados libros de texto... Sólo que, entre todos "los puntos" de todas las noches, gozaba de esa simpatía y de ese afecto especial que por momento fue como una paternidad postiza... En ese clima, Carlitos era el estudiante de medicina. El amigo que jugaba al fútbol y que podía llegar a ser médico... El chiquilín que muchas veces se sintió capaz de subir al pescante de un carro, a espaldas de la madre, para vocear la mercadería del amigo frutero o verdulero... Apenas por el solo placer de acompañarlo o quizá de sentirse igual por ese profundo misterio del origen y las costumbres... Por esa misma preocupación natural que muestra ahora por no hacer sentir ni en el vestuario ni en la cancha su mayor nivel intelectual. Pone esa misma generosidad natural que le viene desde el fondo de la cuna para expresarse con el mismo lenguaje de los otros, participando de los mismos gustos, solidarizándose con las inclinaciones de todos... Detrás del médico, detrás del universitario, siguen viviendo el barrio... Detrás del profesional permanecen intactos los cálidos rumores de la infancia, del potrero, de la calle, de la gente...

Imagen El título no lo incomoda..., pero la chapa puede darle una interpretación de hombre importante que no quiere tener... Mientras siga siendo Carlitos, el doctor Bilardo mantendrá esa imagen feliz de muchacho de barra...
El título no lo incomoda..., pero la chapa puede darle una interpretación de hombre importante que no quiere tener... Mientras siga siendo Carlitos, el doctor Bilardo mantendrá esa imagen feliz de muchacho de barra...

Todo esto me lo contaba Bilardo, así, vagamente, pero sin poder disimular su orgullo... "¿Por qué seguí estudiando?... Ya lo dije... Porque con el entrenamiento que hacíamos en el Deportivo Español disponía de mucho tiempo y además porque pensé que el fútbol serio ya estaba terminado para mí... Por la ilusión de la vieja y también por la influencia de mis amigos... ¿Sabe qué hacían para que yo estudiara? Ya le dije que me gustaba quedarme en el boliche hasta la madrugada... No hacía nada, pero, ¿vio cómo es? La charla, la amistad... ¡si yo me crié con ellos! Y me gustaba quedarme hasta el final, ser el último de la rueda. Pero cuando los muchachos sabían que ya estaba de exámenes se iban despidiendo temprano, simulando como que se iban a dormir para que yo me fuera a casa a estudiar... Después de un tiempo me enteré que ellos volvían para quedarse allí como todas las noches... ¡Unos tipos macanudos con los que todavía sigo manteniendo una gran amistad!... El fútbol de ahora en Estudiantes es otra cosa mucho más seria pero en cuanto dispongo de un cacho de tiempo estoy allí con ellas...

Y es que en la vida de Bilardo todo sigue igual. No se adivina ningún signo exterior que identifique una transformación en sus hábitos... Ahora es médico, ahora hay una chapa lustrosa en la puerta de su casa de soltero. Pero es médico de su barrio, de allá, de Juan B. Justo y Boyacá. No instaló consultorio, no cambió de vestimenta, pero a semejanza de aquellos antiguos galenos que aparecen en los daguerrotipos de principios de siglo, con barba, sombrero de hongo y maletín, muchas madrugadas recorre apresuradamente las mismas calles de la infancia para auxiliar a la misma gente que lo conoce desde entonces... No hay honorarios, no hay protocolo... Sólo el placer de ser útil aun a costa de ser arrancado bruscamente de la cama, a costa de disimular su ropa de dormir con un sobretodo decorosa... De todos modos, para todo el mundo el doctor Bilardo no existe. Se lo puede- a buscar a cualquier hora porque es nada más que Carlitos, el pibe del barrio que alguna vez pasó voceando sandías o melones en el pescante del carro de un amigo... Cuando todavía era estudiante, cuando todavía jugaba al fútbol en esas mismas calles o en el baldío de los domingos... Es posible que algún día llegue a ser el médico "formal" que disponga del hall de espera con sillones tapizados, con horario de visitas, pero por ahora sigue siendo Carlitos, el que juega en Estudiantes de La Plata, el que salió campeón, el que siempre va a visitar a los muchachos del boliche de Juan B. Justo y Boyacá y que le roba algunas horas al fútbol cambiando la casaca de Estudiantes por su guardapolvo blanco en el hospital cercano...

Y todo esto que Bilardo me contó muy vagamente, quizá para no hablar de sí mismo, lo pudimos saber por la misma gente, por esa misma gente que lo conoce desde hace muchos años allá por Juan B. Justo y Boyacá...

 

EL JUGADOR

Y aquí también se prolonga la imagen de su sobriedad. Porque pocos, muy pocos, pueden adivinar que detrás de esa figura tantas veces anónima en el partido, se esconda un gran temperamento, su personalidad conductora, su ascendiente espiritual... Como jugador, Bilardo nunca tendrá los resplandores brillantes de lo detonante. Se moverá en el campo sin que su trabajo alcance la dimensión de lo trascendental. Pocas veces será primera figura. Pocas veces será el hombre del partido, el factor visible del triunfo ni el general de la victoria. Es que ni si-quiera su figura delgada, su lentitud de movimientos, su tranco acompasado influirán en la atracción óptica, ni para la seducción de la tribuna... Nunca nada espectacular, nunca una actitud demagógica, ni nada superfluo ni gratuitamente artificioso... Su fútbol simple será la medida de lo útil, la dimensión de la necesario... Porque allí adentro, en medio de la lucha es donde se agudiza su ingenio, donde aflora toda su experiencia y toda su picardía. Allí adentro es donde sabe sacar ventaja donde sabe buscar el partido, al jugador rival que está pesando en el trámite... Allí adentro es donde sabe ir fuerte si el clima viene fuerte, levantar el voltaje cuando el resultado lo exige, serenar la pelota cuando el sosiego Conviene... Pero nunca con el ropaje del héroe ni con el aire del perdonavidas... Seguirá con ese tranco acompasado, con ese medio tono que difícilmente provoca la gran ovación ni trastorna la tribuna... Y ese ¡Dale "Pipa"! ¡Dale "Pipa"! que cada vez entona con más frecuencia la gente de Estudiantes, quizás como un homenaje afectuoso a su enorme nariz a lo Discepolín, es ya el resultado de un hábito... Es la consecuencia de una costumbre de todos los domingos después de muchos domingos de haber aprendido a conocer el hábito de su triunfo casi anónimo, casi inadvertido, pero constante, permanente como una cuota imprescindible en esta definida fisonomía del campeón platense... Quizá porque es la contrapartida del empuje desbordante de Pachamé, porque es el freno para los piques demoledores de Echecopar, el relevo para los arranques de Manera... Quizá porque es la pausa talentosa, el equilibrio que ordena, que regula, que serena y que a veces también sirve para el estímulo... Porque es el hombre sensato que conoce el negocio desde mucho antes que la juventud impetuosa de Pachamé, de Echecopar, de Manera, de Poletti o de Malbernat... "¿Qué se cree que somos nosotros?... —me decía allá por el mes de mayo, cuando ya Estudiantes se había familiarizado con la punta de la tabla—, un equipo modesto que puede ganar y perder, formado por muchachos que andan muy bien pero que todavía no tienen la experiencia necesaria para aguantar la punta... ¿Acaso nos vamos a engañar? El fundamento de Estudiantes está en el trabajo de toda la semana... Porque donde nos paramos, donde lleguemos a creernos cracks... ¡chau! Y ¿sabe dónde está lo bueno de todo esto? Que lo sabemos todos, que no nos agrandamos... A Estudiantes hay que acostumbrarse a verlo así, como un equipo que sale a trabajar, a luchar el partido, a mantener la misma fuerza y el mismo ritmo porque físicamente puede y porque todos tenemos nuestra responsabilidad en el campo... Podemos llegar a cualquier cosa pero no podemos dejar de jugar como lo hicimos hasta ahora... No nos podemos parar porque entonces morimos... Nos falta categoría de equipo grande todavía..., ¿entiende? Más allá puede ser, pero ahora nos falta... Entonces hay que seguir de martes a sábado dándole fuerte... Y darle fuerte a los domingos los noventa minutos... Y estudiar, mejorar... Esa es por ahora nuestra gran verdad..."

Imagen La noche del primer triunfo frente a Racing, en este 1967. Los hinchas siguen buscando al hombre de su equipo, al que se ve desde afuera. Los compañeros ya lo han proclamado... porque lo sienten desde adentro...
La noche del primer triunfo frente a Racing, en este 1967. Los hinchas siguen buscando al hombre de su equipo, al que se ve desde afuera. Los compañeros ya lo han proclamado... porque lo sienten desde adentro...

Ahora por espacio de casi un mes, su figura estará ausente del enorme hall de Constitución... Mientras se prolongue esta gira del campeón, el rápido a La Plata, ese de las 7.20 de la mañana extrañará su charla risueña, su nariz inconfundible y su aire de muchacho porteño, sin colores ruidosos en la vestimenta, confundido en el grupo que forma con Zubeldía, Conigliaro y Barale... Allí donde sigue siendo Carlitos, el mismo que pasó por San Lorenzo, cuando era todavía muy chiquilín, el mismo que pasó por los sábados del Deportivo Español, el que se subió muchas veces en el pescante de un carro para vocear la verdura o la fruta de algún amigo, el de las largas madrugadas en el boliche de Juan B. Justo y Boyacá...

El médico, el doctor Bilardo, es ese que algunas noches camina con mucha prisa por las calles del barrio, del mismo barrio donde nació... Es ese que va a medio vestir, ocultando las ropas de dormir bajo un sobretodo decoroso... Ese que va con un maletín en la mano para auxiliar a algún pibe que admiró su fotografía en los diarios... Aunque esa gente que lo conoce desde muy chiquilín, tampoco puede llamarlo doctor... Le siguen diciendo Carlitos... ¡Carlitos! Como... como lo llamaron siempre...

 

 

Por Osvaldo Ardizzone (1967).

Fotos: Archivo El Gráfico.