¡Habla memoria!

1931. “El probado”, por Borocotó

Un lindo cuento que recorre las acciones y las sensaciones de un joven futbolista que busca mejor fortuna probándose, en un partido, para un club con mayores aspiraciones que el club de sus amores.

Por Redacción EG ·

24 de septiembre de 2019

Lo devoraba la impaciencia. Se había vestido primero que nadie, acaso, con el deseo de acelerar el momento de salir al field. Escuchaba el murmullo de las conversaciones que se desarrollaban en torno suyo y que le parecían vertidas de muy lejos. Y es que sus pensamientos iban dirigidos a otros lugares, a aquella cancha para siempre abandonada. ¿Para siempre? Todo dependía del éxito que tuviera en ese match. Confiaba y temía. Se sabía bueno, pero le arañaba la duda de no responder a las exigencias. ¡Ah, si comenzara pronto el partido y cumpliera performances como las que le valieron la prueba a que lo sometían!

Se miraba con la nueva camiseta. Sus colores no le emocionaban. Debajo tenía la otra, la que durante muchos años defendiera. Cuando actuaba en las divisiones inferiores él mismo la había lavado muchas veces con agua y sal para que no destiñera.

Ahora, sin vestirla, la tenía puesta más adentro de la misma piel, arrollada como un pañuelito junto a su corazón. Era la, de uno de esos clubs obscuros que nunca ascienden al primer plano porque todos sus defensores hacen lo que él estaba haciendo.

Al principio, cuando le interesaba más el cuadro que la cotización, había tenido palabras de censura para los ingratos. Ahora se encontraba en esa categoría. Justificaba el alejamiento con la necesidad de ganarse la vida, aunque desde lo hondo una vocecita tímida le reprochaba.

* * *

En aquel cuarto de vestir casi nadie se ocupaba de él. Algunos secreteos le aportaron la sospecha de que lo mencionaban. ¿Había caído en simpatía? ¿Lo tirarían al medio? ¡Quién sabe los intereses que se agitaban a su alrededor!

Por momentos quería entrar en conversación, pedir ayuda, hablarles de su necesidad tan igual a la de todos, pero lo paralizaba la idea de que no le entendieran o de que no quisieran entenderlo. Por eso prefería estar en silencio evocando los escenarios que acaso no lo contaran nunca más como actor, los compañeros que en esos momentos lo harían blanco de sus críticas, los amigos del barrio que ya no serían tan amigos como antes. Sin embargo, algunos quedaban.

— ¡Coraje, compañero! — le dijo el capitán antes de salir al field.

—Haga de cuenta que está en su cuadro — le recomendó un dirigente, el mismo que lo había traído.

Sonrió con cierta amargura y a la vez agradecido. Quería hacerse esa ilusión, ¡pero era tan distinto todo! No contaba con derechos para intervenir en los comentarios que hacían los demás jugadores; no tenía recuerdos comunes, no podía hacer una sola baza.

 

Imagen El probado
El probado
 

Llegó el momento de salir al field.

—No se achique y cinche para adelante — le dijo el más viejo de todos, el más experimentado, el elemento que, posiblemente, comprendía el momento psicológico de ese pobre muchacho que se encontraba fuera de centro. Habría visto a muchos en el mismo caso y tuvo para con todos ellos ese gesto paternal del que, por adelantado, se resignó a ver en uno de esos nuevos el que a plazo más o menos fijo habría de sustituirlo. Quizá ante "el probado" evocara el momento de incertidumbre vivido hace muchos años el día de su debut.

—A ver cómo se porta — le expresó otro, casi por obligación, pero sin ningún interés. — No sería extraño que éste tuviera miedo, fue la conjetura de "el probado".

* * *

Al pisar el field, la mayoría inició la típica carrerita rumbo a un arco para proceder al peloteo preliminar. Los siguió al tranco, cabizbajo, como escuchando el rumor de su nombre que circulaba por las miles de cabezas cuyos ojos le analizaban hasta el paso. Algunas de esas miradas eran de extrañeza, otras de escepticismo, otras exigentes… y las menos de esperanza. Diez o doce amigos de los que no se cambian lo habían seguido, y hasta estaban dispuestos a hacerse hinchas del club siempre que "el probado" respondiera y lo dejaran efectivo. En el segundo fugitivo que se estiró, hasta lo infinito, en el instante en que el referee miró el reloj y aguantó la bocanada de aire que esperaba el abrir de la válvula que la contenía para hacer sonar el silbato, en ese corto espacio de tiempo dilatado por mil recuerdos y mil ansias, sintió que el corazón golpeaba violentamente contra la camiseta como en amarga protesta por el cambio.

* * *

Cuatro- veces durante el primer tiempo jugó la pelota. Una vez se la quitó el hall, en otra al centro le salió afuera, y en las dos veces restantes había efectuado un pase al insider sin devolución y ejecutado un centro más o menos bueno. Además de no haber tenido ocasión para lucirse por la falta de juego, eso mismo le impidió olvidarse de donde estaba. Con más juego, habría entrado en calor, habría ido poco a poco afirmándose. En cambio, estuvo siempre nervioso, temblando de miedo, desconfiado de sí mismo. Indudablemente que había fracasado, pero le quedaba el segundo período para reponerse.

—No se ponga nervioso —le dijeron en el cuarto de vestir.

* * *

El segundo tiempo fue una repetición del anterior. Ni siquiera se empeñó por hacer algo más. Le parecía que todo el estadio se apoyaba en su espalda. Para peor, el público estaba en su contra. Y así como le pareció interminable aquel segundo que precedió a la iniciación del match, después le resultaban años los últimos minutos. Lo dieron por fracasado con unas pocas palabras cuya murmuración ni siquiera entendió. Aquellos amigos inalterables lo esperaban para animarlo. Siguió con ellos, pero sin escucharlos. Pensaba en algo más que el fracaso: pensaba en que estarían cerradas las puertas del club que, acaso, ya nunca lo recibiera como al hijo pródigo.