2007. José Sand: El señor de los milagros
Su padre falleció cuando él tenía 15 años. Perdió una hijita recién nacida. Pensó en largar el fútbol porque River nunca le dio lugar, pero su mamá lo impulsó para seguir. Doce años más tarde sigue vigente.
La alegria del presente y la tristeza eterna conviven en su cuerpo. Cuando habla de Lanús y su nivel futbolístico se lo nota radiante y lleno de energía. Cuando relata sus días más tremendos desde que el último sábado 10 de marzo perdió a su hijita recién nacida, el tono cambia, los ojos se le quiebran. Pero no se derrumba. “Todos dicen que la vida de un hijo es lo más importante que puede tener un ser humano. Y digo, la puta, siempre Dios me quita algo para darme otra cosa. Eso me pone triste. Siempre tiene que pasar algo en mi vida para que empiecen a mejorar otras cosas. Eso da bronca. Yo pienso que mi hija y mi viejo me dan una fuerza extra. ¿Por qué no está mi hija? Dios quiso así. ¿Por qué algo malo y algo bueno? Cuando vuelvo a casa me pregunto por qué no tengo a mi hija, por qué no está disfrutando conmigo este momento. Es una tristeza enorme. Cuando hablo con mi mujer, nos miramos y nos damos cuenta de que nos falta algo. Ella ahora está mejor. Me ve bien y eso la levanta. Pero tiene el dolor de madre, que es mayor al de un padre, porque la tuvo a ella en la panza. Vienen amigos a casa con sus hijos y decimos, ¿por qué nosotros no? Yo pienso que Milagros me está ayudando desde el cielo. Todo lo que cambió en mi vida desde que falleció ella es increíble. ¿Vos viste el cambio? Fue muy grande para mí”.
Y sí, tiene razón José. El cambio fue muy grande. Lo mejor que le pasó fue llegar a Lanús para el arranque del Apertura. Allí encontró un club y un equipo que lo contuvo. Le dieron la confianza que había perdido y no falló. Respondió con su mejor argumento: hacer goles. Goles que le sirvieron al equipo para ser la gran sorpresa del campeonato. Goles que le sirvieron a José para calmar el dolor y cumplir con uno de sus máximos deseos: “Lo que estoy logrando es un sueño para mí. Siempre quise triunfar en un equipo, estar cómodo, sentir que la gente me quiera, que me apoye en lo que hago. Esto es lo que siempre quise en mi vida. Todas las noches sueño con salir campeón y ser el goleador de un equipo que puede quedar en la historia. Soy una pieza importante y eso me llena de orgullo y satisfacción. Todo lo que tengo me costó mucho y ahora lo voy a disfrutar”.
José Gustavo Sand nació el 17 de julio de 1980 en Bella Vista, Corrientes. Toda su infancia se la pasó jugando a la pelota en las calles de tierra de su pueblo y en el club Barrio Norte. Hasta los 10 años fue arquero, como su padre Raúl. Pero después cambió de oficio y se fue a jugar de nueve, a pedido de su madre Amancia del Carmen. “La que me sacó del arco fue mi vieja porque siempre volvía llorando y con dolores de cabeza. Ahí empecé a jugar arriba y a marcar diferencias con el resto de los chicos. Yo era más grandote que los demás y hacía muchos goles. A los 14, mi viejo me llevó a probar a River”.
El papá de José atajó en la Reserva de San Lorenzo en la década del 60. Allí se hizo amigo del correntino Pedro González, después campeón con el Ciclón y, más tarde, también con River. La amistad entre ellos continuó y fue Pedro quien le consiguió la prueba. “Tenía la posibilidad de ir a San Lorenzo y a River, pero mi papá eligió River por la pensión. Ahí vivía y jugaba. Todo adentro, no tenía que salir.”
José metió un gol en la primera práctica y lo citaron para el día siguiente, donde jugó con chicos de una categoría más grande y se despachó con otros cuatro goles. En aquel momento no lo dejaron escapar. Con los años se convirtió, con 138 tantos, en el máximo goleador de las inferiores de River. Todavía nadie lo pasó.
Pero no le fue sencillo hacerse un lugar. Con sólo 15 años y apenas uno en River, recibió la noticia de la muerte de su padre. A los 48 años y en sólo cuatro meses, Raúl murió de cáncer en los huesos. “A mi viejo lo tengo muy presente. Todo lo que soy se lo debo a él. Siempre fue un luchador. Cuando no pudo cumplir su sueño de jugar en Primera, volvió a Corrientes sin nada, formó una familia y siempre nos tuvo bien. Era citricultor. Lo extraño un montón. Siempre me acompañó. El hubiera disfrutado muchísimo mi presente”, asegura José y muestra una cadenita dorada con el nombre de su papá.
José es el mayor de tres hermanos. Raúl, el del medio, vive en el campo. Darío, el menor, ataja en la reserva de River y tenía 5 años cuando falleció su papá: “Es el que más fuerte se hizo. A veces veo que le falta un apoyo y yo hago de padre, pero no es lo mismo”. Amancia, la mamá, está desde hace cuatro años en pareja con Luis. Al principio, José no quería saber nada con esa relación, pero después aflojó: “Hace dos años acepté cómo venía la mano. Un día hice un clic y me di cuenta de que así no podía seguir. Fue un gran alivio para ella. Se sintió más libre. Mi mamá tiene derecho a rehacer su vida y ser feliz. Además, el tipo es piola, lo banco.”
La primaria la hizo en la escuela Hermana de Bella Vista, el primer año de la secundaria en la Escuela Nacional de su pueblo y después siguió en el Instituto River Plate, aunque José abandonó en tercer año. “Era muy vago, el único que me ponía límites era mi viejo”, confiesa. Entonces se puso a laburar en el Consejo de Fútbol y en el Depto. de Socios de River. Sacaba fotos y hacía carnets. Dice que la pasó bien.
Donde no la pasó tan bien fue cuando saltó a Primera. Creyó que haría tantos goles como en las inferiores, pero la realidad lo superó. Apurado por debutar, decidió emigrar a Colón en 1999. Tenía sólo 19 años. Allí convirtió su primer gol, pero desperdició más situaciones de las que estaba acostumbrado. Lo mejor que le pasó fue haber conocido a Julio Toresani, Hernán Díaz y al Pampa Biaggio: “Me adoptaron como a un hijo. Vivía una semana en la casa de cada uno”. Esas amistades le salvarían la carrera.
De Colón volvió a River pero estuvo seis meses dibujado en la reserva. En julio de 2000 se fue a préstamo a Independiente Rivadavia. De lo mal que le fue, casi larga el fútbol. Su mamá lo paró en seco: “A Corrientes no venís”. Se la aguantó medio año, pero juró no volver nunca más: “Un paso atrás en mi carrera. Me salió todo mal. Jugué pésimo y no hice goles”. Perdió confianza y comenzó con los cuestionamientos. “Me preguntaba cómo podía errar goles abajo del arco, cómo no podía definir un mano a mano si había hecho tantos goles en las inferiores de River. No entendía lo que me pasaba.”
El futuro inmediato no fue mucho mejor. Otra vez seis meses en River (2001). Otra vez pintado al óleo. “El técnico de la reserva era Roque Alfaro. Yo le decía buen día y él ni me miraba. Hasta que un día me puso los últimos cinco minutos contra Argentinos y metí un gol. Después jugué otros cinco partidos y metí cinco más”. El Grupo Exxcel se lo llevó a préstamo al Vitoria, de Bahía, Brasil (2001-02). Fue titular y metió ocho goles. Estaba mejor de ánimo, pero había desaparecido del mapa futbolístico. Regresó para jugar en Defensores de Belgrano, en la B Nacional (2002-03). En los primeros seis meses sólo convirtió dos goles y, en la segunda mitad, anotó apenas cinco. El préstamo se había vencido. Su futuro estaba casi liquidado. Sin embargo, el presidente de Defensores –Mauro Conti– les rogó a los dirigentes de River que se lo dejaran seis meses más. La respuesta fue lapidaria: “¿Para qué lo querés?” Al final, se lo dieron. Y la confianza dio sus frutos: José metió 13 goles. “River me iba a dejar libre en junio de 2003, pero Conti se la jugó por mí”.
En la lista de personas que se la jugaron por él también figura María José, su esposa. El asunto es que con ella tuvo que hacer más méritos que en Defensores. Correntina, del pueblo Santa Lucía, la conoció hace diez años por intermedio de Rocío, una prima de José. Pero no fue amor a primera vista, por lo menos de parte de ella. “Es feo, muy flaquito, orejón, tiene la nuez para afuera y un jopo horrible”, le comentó –sin sutilezas– María José a Rocío. A partir de ahí, José tuvo que remar en el Riachuelo para conquistarla. Tiempo después, los tres se cruzaron en Buenos Aires. Rocío le dijo a su primo que se iba a encontrar con ella y José cayó de “sorpresa” en el lugar acordado. Al final, cambiaron teléfonos, salieron un par de veces y comenzó la relación. Eso sí, el jopo ya no existe.
Leo Astrada asumió como técnico millonario en enero de 2004. Y Hernán Díaz, uno de sus “papás postizos”, lo llamó para volver. José anduvo muy bien en los torneos de verano y se quedó. Con 23 años todavía no había debutado oficialmente en la Primera de River. Jamás pensó que regresaría al club que le dio todo de chico. Salió campeón del Clausura 04 y convirtió 6 goles, apenas tres menos que Fernando Cavenaghi, la figura del plantel. La mano comenzó a cambiar y hasta le hicieron un jugoso contrato de dos años. Sin embargo, recibió un llamado del Gatito Leeb, técnico de Banfield, que le prometió jugar todos los partidos de la temporada. Y en junio de 2005 se fue al Taladro.
Después de un buen año en Banfield apareció la chance de regresar a Colón. “Tenía ganas de volver al club que me hizo debutar en Primera. Además, estaba mi amigo Toresani”. Pero los problemas no tardaron en llegar. El Huevo fue despedido por los malos resultados y llegó Falcioni. La mala onda fue tremenda. José jugó poco y nada. Pero eso no fue lo peor. En Santa Fe sufrió la muerte de Milagros.
Durante el embarazo los médicos detectaron unos quistes en el cordón umbilical que no dejaban que la bebé se alimentara con normalidad. Milagros (que en principio se iba a llamar Mora) nació el jueves 8 de marzo, tal como estaba programado. Pesaba sólo 700 gramos. “Está en manos de Dios”, les dijo el doctor. Con el permiso de su mujer, José viajó con el plantel a Mendoza para jugar ante Godoy Cruz. El sábado lo llamaron para darle la peor noticia. Lógico, los días siguientes fueron terribles. No le fue fácil concentrarse en el trabajo y contener a su esposa. Todo era dolor. Pero algo cambió, casi milagrosamente. Falcioni se fue de Colón: “Gracias a Dios se tuvo que ir. Después vinieron cosas buenas”. Y asumió Leo Astrada; con Hernán Díaz, claro. El rumbo comenzó a tomar otro color: “Leo y Hernán me dieron toda su confianza, volví a jugar y a meter goles. Cuando terminó el campeonato, Lanús le compró mi pase a River. Fue una bendición”.
José afirma que es “medio rencoroso”, que no se olvida de las personas “que no confiaron en mí” y que siempre busca “motivación en la revancha para mejorar”. También asegura que el periodismo “nunca me trató muy bien”. Y tampoco deja pasar el tema River y sus hinchas: “Está a la vista que en el club se equivocaron conmigo. La gente tiene que saber que con continuidad soy otra cosa. Con un poco más de protagonismo soy otra clase de jugador. En River nunca me valoraron. Aunque siempre sueño con volver, creo que es difícil. Sería un costo político muy alto para los dirigentes”. Y no encuentra explicación de por qué lo insultaron cuando fue con Lanús al Monumental: “Puede ser que por los problemas que tiene el club algunos caigamos en la volteada y recibamos los insultos de la gente. Pero, ¿qué culpa tengo yo? ¿Qué culpa tengo de los quilombos dirigenciales?”
Y así como Lanús fue una bendición en su camino profesional después de tanto pelearla también sabe que la vida le tiene preparada buenas noticias. Hombre de fe, devoto del Gauchito Gil, confía que muy pronto alcanzará el sueño de ser padre y formar una familia como supieron hacer sus viejos: “Mi mujer se está haciendo estudios para buscar otro bebé. Somos jóvenes y tengo mucha fe. Yo sé que Dios nos va a dar otra revancha, como siempre. Soy un luchador y no pienso aflojar. Siempre pongo el pecho y salgo adelante. Siempre.”
Un burrero de verdad
A José le fascinan los caballos. Siempre se hace una escapadita a los hipódromos de Palermo y San Isidro. Y en su campo correntino de 70 hectáreas tiene, desde hace cuatro años, un stud llamado Lenin Sereal, como su abuelo materno. Sus caballos (tiene 6, pero 3 no debutaron) corren cuadreras (entre 300 y 500 metros) en Bella Vista, pero también por el resto de la provincia, Santa Fe y Entre Ríos. Su primer ejemplar, Joselito, ganó 9 carreras. Era su preferido, pero ya lo vendió. Ahora tiene otra buena: Yalucita, que ganó 6 de 12. Además, José tiene amigos del ambiente. Todos los jueves se junta a comer asados (familias incluidas) con los jockeys Julio César Méndez y Juan Noriega, con el cuidador Wálter Suárez y con el oftalmólogo Juan Roque.
Por Maximiliano Nobili (2007).
Fotos: Emiliano Lasalvia.