¡Habla memoria!

2006. Detrás de escena

Alejandro Sabella no había tomado la decisión de independizarse, seguía siendo ayudante de Passarella, a quien considera un amigo. Años más tarde demostraría todo su potencial como director técnico.

Por Redacción EG ·

09 de agosto de 2019

Ha­bra si­do por el azar en al­gu­na me­di­da, por una elec­ción pro­pia de có­mo en­ca­rar la vi­da en otra, se­gu­ra­men­te por las ca­rac­te­rís­ti­cas al­go re­traí­das de su per­so­na­li­dad que Ale­jan­dro Sa­be­lla de­sa­rro­lló bue­na par­te de su re­co­rri­do fut­bo­le­ro en un lla­ma­ti­vo se­gun­do pla­no, a la som­bra de las es­tre­llas de pri­mer car­tel, ca­si en pun­tas de pie, sin le­van­tar la voz.

Al zur­do mo­de­la­do en la fá­bri­ca dis­tin­gui­da de Nú­ñez le to­có en el re­par­to ser el eter­no su­plen­te de Alon­so en el Ri­ver do­ra­do de los 70, coin­ci­dir con Ma­ra­do­na y Bo­chi­ni en las ho­ras pre­vias al Mun­dial 86 y ser el es­cu­de­ro fiel de Da­niel Pas­sa­re­lla des­de 1990 has­ta es­tos días.

 

Imagen Con Alonso, en la Selección de Bilardo.
Con Alonso, en la Selección de Bilardo.
 

Re­sul­ta lla­ma­ti­vo: ca­si no exis­ten en­tre­vis­tas a Sa­be­lla en el me­ti­cu­lo­so ar­chi­vo de El Grá­fi­co, es­pe­cial­men­te a par­tir de su re­ti­ro. Y es­ta­mos ha­blan­do de un per­so­na­je del fút­bol que fue dos ve­ces cam­peón con Es­tu­dian­tes, que ju­gó en In­gla­te­rra cuan­do eran muy po­qui­tos los que daban el sal­to a Eu­ro­pa y que usó la ce­les­te y blan­ca de la Se­lec­ción. Sus pen­sa­mien­tos, sin em­bar­go, ca­si no tie­nen re­gis­tro es­cri­to.

La con­cre­ción del re­por­ta­je, en coin­ci­den­cia con es­tos an­te­ce­den­tes, en­con­tró al­gu­nas di­la­cio­nes, un par de ro­deos, no por ma­la pre­dis­po­si­ción del en­tre­vis­ta­do, si­no por ti­mi­dez, o por acos­tum­bra­mien­to a ese se­gun­do pla­no en el que se ins­ta­ló. Gran­de fue la sor­pre­sa cuan­do una vez ca­len­ta­dos los mo­to­res, apa­re­ció un Sa­be­lla lo­cuaz, apa­sio­na­do por el fút­bol y por la irra­dia­ción de sus con­cep­tos, al que ca­si hu­bo que atar­le la len­gua pa­ra po­der me­ter una re­pre­gun­ta o un nue­vo te­ma.

Va­le co­mo ejem­plo su des­car­go, ca­si a mo­do de ca­tar­sis, cuan­do pro­me­dian­do la charla, se lo con­sul­tó por los erro­res co­me­ti­dos en el Mun­dial 98. Del pe­lo­ta­zo en el pa­lo de Ba­tis­tu­ta con­tra Ho­lan­da, sal­tó en­se­gui­da al fun­da­men­ta­lis­mo re­sul­ta­dis­ta que go­bier­na al fút­bol.

“Si mi equi­po lle­ga una vez al ar­co y el tu­yo lle­ga diez ve­ces –arran­ca, en la con­fi­te­ría del pri­mer pi­so del Mo­nu­men­tal–, pe­ro el par­ti­do lo ga­no yo 1-0, ¿sa­bés có­mo se jus­ti­fi­ca mi triun­fo? Fá­cil: se di­ce que no­so­tros fui­mos efi­ca­ces y us­te­des, no. Y yo en eso no creo, por­que si no em­pe­za­mos con la efi­ca­cia de los ocho de­fen­so­res. Por eso a veces discrepo de los pun­ta­jes del pe­rio­dis­mo. En el úl­ti­mo Ra­cing-Ri­ver, el pingpong contó 12-4 para nosotros, des­pués mi­ro los pun­ta­jes de los ju­ga­do­res y los de Ri­ver son to­dos 4 y 3 y los de Ra­cing, 7 y 8. No es así, pe­ro le ven­den a la gen­te de Ra­cing, que es­tá con­ten­ta, que ju­ga­ron to­dos bien y a los de Ri­ver los cru­ci­fi­jan, por­que el hin­cha es­tá con bronca con sus ju­ga­do­res y quie­re leer eso”.

No da res­pi­ro Sa­be­lla: “Si Argentina pierde, el hincha está con bronca y quiere que su bronca esté reflejada en los medios. Quiere que le den la razón. Si ve a otro ana­li­zan­do mo­de­ra­da­men­te, co­mo cor­rres­pon­de, no lo com­pra. Pa­ra mí, es cla­ro. El fút­bol, al mar­gen de ser una pa­sión de chi­cos, hoy es mi tra­ba­jo y mi ne­go­cio, pa­ra tu re­vis­ta y pa­ra los dia­rios tam­bién, pa­ra el úni­co que no es un ne­go­cio es pa­ra el hin­cha. Des­pués es­tá el te­ma de la men­ta­li­dad de la gen­te, que es co­mo el hue­vo o la ga­lli­na, no sa­bés qué vie­ne pri­me­ro: si la gen­te es la que pi­de esa crítica exagerada, despiadada, o vos el que a tra­vés del tiem­po le fuis­te cam­bian­do la men­ta­li­dad a la gen­te. No sé. Yo es­cu­cho 2 o 3 ve­ces una can­ción y me va gus­tan­do ca­da vez más con las re­pe­ti­cio­nes, tal vez al­go de eso hay”.

Lis­to, así pre­sen­ta su idea­rio es­te pa­ra­dó­ji­co per­so­na­je –tí­mi­do y ver­bo­rrá­gi­co a la vez– al que su­pie­ron apo­dar Pa­cho­rra, por su ape­go a la al­mo­ha­da, y Ma­go, por su ca­pa­ci­dad pa­ra in­ven­tar­le tru­cos a su ami­ga, la pe­lo­ta.

Su par­ti­cu­lar ca­rác­ter con­si­gue de­co­di­fi­car­se des­de el mis­mí­si­mo ins­tan­te en que re­cuer­da có­mo ini­ció su ca­rre­ra co­mo fut­bo­lis­ta.

“Yo era so­cio de GE­BA, ju­ga­ba los cam­peo­na­tos in­ter­nos, siem­pre me que­rían lle­var a un club y yo no que­ría sa­ber na­da, has­ta que un de­le­ga­do de Ri­ver me con­ven­ció. Fue en 1970. Y hay una anéc­do­ta di­ver­ti­da. Yo soy del 54, y te­nía fí­si­co chi­qui­to, en­ton­ces un co­no­ci­do me di­jo que me pre­sen­ta­ra co­mo si fue­ra del 55. An­du­ve bien y me acep­ta­ron pa­ra la prue­ba fi­nal del año si­guien­te. Lle­gó el día y no me qui­se pre­sen­tar, te­nía ver­güen­za, no sa­bía có­mo de­cir la ver­dad. Tu­vie­ron que ve­nir a bus­car­me a mi ca­sa un par de ami­gos, y cuan­do che­quea­ron mis da­tos y di­je que era del 54, el de­le­ga­do ca­si me ma­ta. Me pu­se pá­li­do. Al fi­nal pa­só co­mo un error, an­du­ve bien en la prue­ba y que­dé”.

Imagen Pachorra, en el Monumental que conoce a fondo. Hizo las inferiores en River y debutó en 1974, el mismo año que Passarella.
Pachorra, en el Monumental que conoce a fondo. Hizo las inferiores en River y debutó en 1974, el mismo año que Passarella.

En la Pri­me­ra de Ri­ver mos­tró des­te­llos de su ta­len­to, pe­ro que­dó opa­ca­do por uno de los mons­truos sa­gra­dos del club, un tal Alon­so, jus­to en los tiem­pos en que no pa­ra­ban de llo­ver cam­peo­na­tos. El Ma­go só­lo ju­ga­ba si al Be­to le do­lía al­go. “Yo era jo­ven, es­ta­ba en Ri­ver, así que no me acom­ple­ja­ba es­tar de­trás de Alon­so –ad­mi­te–, por­que ade­más el Be­to era un gran ju­ga­dor, un ído­lo. Tam­bién la ca­mi­se­ta de Ri­ver pe­sa, yo tu­ve una eta­pa co­mo ti­tu­lar cuan­do se fue Alon­so a Fran­cia y no al­can­cé a con­so­li­dar­me. Qui­zás ju­gó la pre­sión, des­pués cre­cí co­mo ju­ga­dor, ma­du­ré in­te­lec­tual­men­te, fui a Eu­ro­pa y tu­ve otra vi­sión del jue­go”.

Por aque­llos días de sue­ños que em­pe­za­ban a con­cre­tar­se, hu­bo un gol­pe que a Sa­be­lla le re­tum­bó con re­tra­so, y que se trans­for­mó en in­so­por­ta­ble ob­se­sión pa­ra la co­mu­ni­dad que in­te­gra­ba y que aún hoy in­te­gra: “Ju­gué la fi­nal de la Li­ber­ta­do­res 76 con­tra el Cru­zei­ro en San­tia­go, el equi­po era una en­fer­me­ría, de la de­fen­sa no que­daba na­die. Del ves­tua­rio no me acuer­do, sí ten­go cla­ro que re­cién to­mé con­cien­cia de lo que ha­bía­mos per­di­do un año des­pués, cuan­do Bo­ca le ga­nó la fi­nal a Cru­zei­ro, en ese mo­men­to hi­ce el clic y me dio to­da la bron­ca”.

Con el boom del Mun­dial 78, se su­bió al bar­co del fút­bol in­glés, de­trás de Ar­di­les y Vi­lla. Jugó en el Shef­field y en el Leeds has­ta que el hom­bre de la na­riz más famosa lo fue a bus­car con diez mil dó­la­res. Se lo tra­jo en la va­li­ja, pa­ra que le die­ra vi­da a uno de los me­dio­cam­pos más ad­mi­ra­dos de la his­toria: el de Es­tu­dian­tes bi­cam­peón 82-83, con tres ma­la­ba­ris­tas para crear.

Imagen Típica postal inglesa. El London Bridge en la producción de El Gráfico. Allí, los cuatro argentinos que jugaban en Inglaterra: Ardiles, Marangoni, Sabella y Villa.
Típica postal inglesa. El London Bridge en la producción de El Gráfico. Allí, los cuatro argentinos que jugaban en Inglaterra: Ardiles, Marangoni, Sabella y Villa.

“El pro­ble­ma de los tres 10 es que coor­di­nen mo­vi­mien­tos. En nues­tro ca­so se dio la con­jun­ción de te­ner un diez-ocho por iz­quier­da, co­mo Pon­ce, que traía bien la pe­lo­ta des­de atrás, un diez-diez co­mo yo, que me mo­vía li­bre, y un diez-nue­ve ti­ra­do atrás que sa­bía ju­gar bien de es­pal­das y que aguan­ta­ba to­das, co­mo Trob­bia­ni. Y un cin­co tác­ti­co co­mo Mi­guel Rus­so, que ya era un téc­ni­co den­tro de la can­cha, y que sa­bía or­de­nar el equi­po. Hoy es di­fí­cil que se dé”.

De La Pla­ta via­jó a Por­to Ale­gre pa­ra jugar en el Grê­mio, tam­bién lo hizo en Fe­rro y el Ira­pua­to, de Mé­xi­co. Y de gol­pe, el abis­mo.

“Aban­do­nar la ca­rre­ra es al­go trau­má­ti­co pa­ra el fut­bo­lis­ta. De­pen­de de ca­da per­so­na, pe­ro no sa­bés qué ha­cer, te so­bra el tiem­po por to­dos la­dos, te de­pri­mís. A mí me aga­rró de gol­pe, mal pre­pa­ra­do, cuan­do te­nía pen­sa­do ju­gar dos años más. Tu­ve la suer­te de que un ami­go se acor­da­ra de mí y la suer­te si­gue has­ta aho­ra”.

El ami­go es Pas­sa­re­lla, ló­gi­co.

“A Da­niel lo co­no­cí en la Pri­me­ra de Ri­ver, los dos de­bu­ta­mos en 1974. Con­cen­trá­ba­mos jun­tos, te­nía­mos afi­ni­dad. Cuan­do se re­ti­ró, ha­bla­mos y a los 6 meses me su­mé a la re­ser­va de Ri­ver, des­pués a la Se­lec­ción co­mo ayudante. Y des­de que se fue el To­lo, se­guí con Da­niel: en Uru­guay, Par­ma, Mon­te­rrey y Co­rint­hians”.

Amis­tad, pa­ra Sa­be­lla, no se con­fun­de con abu­so de con­fian­za. Por eso se­rá di­fí­cil verlo al bor­de del cam­po gri­tan­do ór­de­nes, co­mo se ob­ser­va en otros ayu­dan­tes, que ac­túan pa­ra la TV.

–So­mos co­la­bo­ra­do­res del téc­ni­co, y cuan­do nos pi­de una opi­nión se la da­mos. Y cuan­do nos so­li­ci­ta cierto trabajo, lo ha­ce­mos, pe­ro pa­ra mí no co­rres­pon­de que el ayu­dan­te se pon­ga a gri­tar y a dar in­di­ca­cio­nes des­de el ban­co.

 

Imagen Con Héctor Pitarch, en la Bombonera.
Con Héctor Pitarch, en la Bombonera.
 

–¿El se­gun­do pla­no en el que te ubi­cás es por elec­ción pro­pia o por­que el car­go te obli­ga?

–Las dos co­sas. Pri­me­ro, te lo pi­de el car­go y se­gun­do, coin­ci­de con mi ma­ne­ra de ser.

–¿Nun­ca pen­sas­te en in­de­pen­di­zar­te?

–Ser en­tre­na­dor es muy di­fí­cil, es­tás en el me­dio de to­das las pre­sio­nes. Co­mo ju­ga­dor, en­tre­na­bas y te ibas a tu ca­sa, pen­sa­bas en co­mer bien, en des­can­sar, y só­lo te­nías la pre­sión de si ju­ga­bas o no. Co­mo téc­ni­co hay que li­diar con los di­ri­gen­tes, la hin­cha­da, los me­dios, los ju­ga­do­res, te ti­ro­nean de to­dos la­dos. No es fá­cil ha­cer equi­li­brio. Es un car­go que re­quie­re de mu­cha per­so­na­li­dad y au­to­ri­dad. Cuan­do el fut­bo­lis­ta ter­mi­na su ca­rre­ra quie­re se­guir en el am­bien­te, por­que sien­te que no es­tá pre­pa­ra­do pa­ra otra co­sa; por eso hay téc­ni­cos que no tie­nen per­so­na­li­dad, pe­ro la ne­ce­si­dad los lle­va a es­tar ahí.

–¿Y vos por qué no que­rés?

–Por un la­do quie­ro ser téc­ni­co, me sien­to un edu­ca­dor, ten­go pa­sión por el fút­bol y me gus­ta­ría ver re­fle­ja­do en la can­cha lo que pien­so. Co­mo ayu­dan­te, esa vo­ca­ción no se pue­de de­sa­rro­llar tan­to, por más que Da­niel nos dé mu­cha li­ber­tad. También es­tán las pre­sio­nes que se re­ci­ben y lo cier­to es que for­mo par­te de un cuer­po téc­ni­co de enor­me pres­ti­gio mundial.

–¿Nun­ca te ofre­cie­ron ser téc­ni­co?

–Cuan­do se fue Bi­lar­do de Es­tu­dian­tes me lla­ma­ron, pero en ese momento teníamos un acuerdo verbal con el América de México. Igual, es di­fí­cil, uno de­be ma­ne­jar el ego, que to­dos te­ne­mos en ma­yor o me­nor me­di­da, hay que ma­ne­jar el de­seo de la en­se­ñan­za di­rec­ta pe­ro tam­bién hay otras co­sas en la vi­da, co­mo la leal­tad.

 

Imagen Mostrando su clase en Estudiantes, donde ganó dos títulos.
Mostrando su clase en Estudiantes, donde ganó dos títulos.
 

–¿Cam­bió tan­to Pas­sa­re­lla como se dice?

–Con la pren­sa lo veo cam­bia­do; con los ju­ga­do­res siem­pre fue igual, nun­ca fue ce­rra­do. Lo que pa­sa que Pas­sa­re­lla es Pas­sa­re­lla, una de las fi­gu­ras má­xi­mas del fút­bol ar­gen­ti­no, y te im­po­ne un res­pe­to de en­tra­da, aun­que no sea su in­ten­ción. Y el res­pe­to pue­de pa­sar a ser mie­do, aun­que no es un pro­ble­ma del téc­ni­co si­no del ju­ga­dor. Con la pren­sa es­tá re­la­ja­do, pero tam­po­co hay que ser chu­pa­me­dias; a ve­ces, si le po­nés una cier­ta dis­tan­cia, a la pren­sa no le gus­ta, y Da­niel la po­nía. La prensa prefiere técnicos que den muchas notas y que sean polémicos.

 

Imagen Con Gallego y Passarella en la Selección.
Con Gallego y Passarella en la Selección.
 

–¿No es ava­sa­llan­te la per­so­na­li­dad de Pas­sa­re­lla, no fre­na el de­sa­rro­llo de los cau­di­llos?

–A ver, nom­bra­me quié­nes eran los cau­di­llos de la Se­lec­ción en el úl­ti­mo mun­dial. Nom­bra­me uno. Pe­ro cau­di­llo cau­di­llo, eh, un Pas­sa­re­lla, un Rug­ge­ri, un Rat­tín. No hay. Y el téc­ni­co era Pe­ker­man, que no es­tá ca­ta­lo­ga­do co­mo un téc­ni­co que influya so­bre la per­so­na­li­dad de los ju­ga­do­res. Pe­ker­man me pa­re­ce un ex­ce­len­te téc­ni­co, pe­ro el te­ma acá es que no hay cau­di­llos por­que la so­cie­dad cam­bió, no es un pro­ble­ma del en­tre­na­dor. Y co­mo el fút­bol es una par­te de la so­cie­dad, se ve re­fle­ja­do ahí tam­bién. La so­cie­dad hoy es más in­di­vi­dua­lis­ta y eso aten­ta con­tra la for­ma­ción del cau­di­llo. Pue­de ha­ber un cau­di­llo fut­bo­lís­ti­co, co­mo un Ga­llar­do o un Ve­rón, pe­ro no un Pas­sa­re­lla. Eso se aca­bó.

Lo que no se aca­ba es la pa­sión por el fút­bol, aun­que Alejandro Sa­be­lla lo ven­ga di­si­mu­lan­do bas­tan­te bien des­de ha­ce 20 años.

 

Por culpa de Maradona

Un tar­de, Sa­be­lla fue a Ezei­za a practicar con la Se­lec­ción. “Es­ta­ba ahí y apa­re­ció Ma­ra­do­na. Ese día, la pri­me­ra vez que me en­tre­né con Ma­ra­do­na, me fui a mi ca­sa sin­tién­do­me un pé­si­mo ju­ga­dor de fút­bol. Y eso que es­ta­ba en un buen mo­men­to de mi ca­rre­ra. Vol­ví ba­jo­nea­do, to­tal­men­te de­pri­mi­do”. Ma­ra­do­na es el epi­cen­tro de su ex­pli­ca­ción de las úl­ti­mas par­ti­ci­pa­cio­nes mun­dia­lis­tas de Ar­gen­ti­na: “Siem­pre tu­vi­mos ex­ce­len­tes ju­ga­do­res, y a par­tir de que el fút­bol ar­gen­ti­no se or­ga­ni­zó y tu­vo es­ta­bi­li­dad, una cier­ta pre­vi­si­bi­li­dad, em­pe­za­mos a ser una po­ten­cia. Tu­vi­mos una ca­ma­da ex­ce­len­te a la que se le su­mó un ju­ga­dor ex­traor­di­na­rio y ahí lle­ga­mos al te­cho. Cuan­do el ju­ga­dor ex­traor­di­na­rio se fue, ba­ja­mos al es­ca­lón in­fe­rior, que es don­de es­ta­mos hoy: so­mos una po­ten­cia, y po­de­mos ga­nar o per­der con otras po­ten­cias”.

 

 

Por Diego Borinsky (2006).

Fotos: Maxi Didari y Archivo El Gráfico.