¡Habla memoria!

1997. Todo tiempo futuro será mejor

El Mundial Sub-22 de básquet en Melbourne fue la semilla de lo que sería la Generación Dorada. Scola, Oberto y el propio Ginóbili, entre otros, jugaron este torneo donde comenzaron a mostrarse ante el mundo.

Por Redacción EG ·

16 de julio de 2019

No son de tirar flores los norteamericanos, pese a que su estatura de potencia histórica les permite juzgar con una opinión de peso que muy pocos se atreverían a objetar. En realidad, cuesta escucharlos ensalzar el trabajo ajeno y merecen recordarse las contadas ocasiones que así sucedió...

Una de ellas ocurrió el pasado domingo 10 de agosto. Durante la conferencia de prensa posterior al partido por el quinto y sexto puesto del 2º Campeonato Mundial Sub–22 de Básquetbol, a Rick Majerus –el entrenador de Estados Unidos– se le preguntó cuál era su balance de lo que había visto en el torneo. Y este gordo simpático, que pertenece al más selecto grupo de directores técnicos de la NCAA conduciendo los destinos de la Universidad de Utah, que en 1991 se le practicó un cuádruple bypass y desde hace ocho años vive en un hotel de Salt Lake City (“porque todavía no he podido encontrar un departamento donde mi cama se haga sola, mi cuarto esté siempre vacío y mis sábanas, limpias”), respondió:

–Durante diez días observé juegos de gran nivel y regreso a mi país sabiendo que el básquetbol internacional sigue en ascenso. Ya le había dicho a mis chicos que no se sorprendieran del rendimiento que han alcanzado en otras partes del mundo. Hubo varios equipos que jugaron muy bien aunque, para mí, de todos los que participaron, el mejor fue Argentina.

Si se tiene en cuenta que entre el coach norteamericano y la Selección Nacional no existió ningún tipo de relación, el ejemplo es válido y provoca un orgullo difícil de disimular. Pero es necesario aclarar, también, que no debemos quedarnos con ese simple testimonio: la performance de nuestros pibes –más allá del cuarto puesto final– creemos que ha servido para colocar la piedra fundamental de cara a las actuaciones futuras del básquetbol argentino.

El Mundial Sub–22, por definición, es un campeonato juvenil, pero el desarrollo que sufre un jugador entre los 19 y los 22 años resulta de tanta importancia para determinar su porvenir que constituye algo más que eso: es casi un torneo de mayores. Contra estos rivales, nombres más, nombres menos, Argentina se verá las caras de ahora en adelante en los torneos internacionales. Y nuestros pibes en este contexto han descubierto que pueden jugar de igual a igual contra cualquiera de ellos, incluso vencerlos.

“Tal vez sea el hambre que tuvimos lo que nos diferencie del resto de las generaciones –contaba el escolta Leandro Palladino–. En la Argentina ganamos plata, se nos trata como figuras, pero a nivel internacional hasta ahora no habíamos figurado. Dicen que fuimos el mejor equipo y puede ser... Entre nosotros no hubo soberbia, todos tiramos para el mismo lado”.

Por ahí pasó una de las claves de este grupo: cada uno de los jugadores cumplió su rol y se sintió útil haciéndolo. La mejor manera de chequearlo era cuando, por ejemplo, Lucas Victoriano metía un triple. Desde el banco, los suplentes no sólo alentaban al tucumano, sino que le daban también todo el apoyo a Gabriel Fernández, quien había colocado una cortina para hacer posible la anotación.

Imagen Leonardo Gutiérrez la vuelca en la cara del lituano Kaukenas. Su coraje fue conmovedor...
Leonardo Gutiérrez la vuelca en la cara del lituano Kaukenas. Su coraje fue conmovedor...
 

En este equipo, convertir puntos fue tan importante como tomar un rebote, robar una pelota o fajarse debajo del canasto para sacar a un rival mucho más grande de la zona pintada. No hubo histerias, algo que en otras Selecciones Nacionales ya se ha vivido, provocando más de un problema en las relaciones del plantel.

“Somos muy amigos entre nosotros y eso te ayuda mucho –decía Victoriano–. Es muy difícil estar concentrado durante 65 días consecutivos antes del Mundial, como pasó en el CENARD, ver siempre las mismas caras, no tener a tu familia, estar encerrados. Y sin embargo siempre hubo buena onda...”

Hubo también solidaridad para empezar a construir las victorias a través de la defensa. “Nunca vi un Seleccionado Argentino defender de la manera en que éste lo hizo”, confesaba el entrenador Julio Lamas. Y en ese aspecto el líder resultó Juan Ignacio Sánchez: “Fue el jugador que más me sorprendió –agrega el director técnico–. Pepe no dejó armar juego, marcó a los bases contrarios con una postura tan baja que se parecía a un basquetbolista norteamericano. Soy sincero, pensaba que era menos...”

Un año en la Universidad de Temple, que participa en el campeonato de la NCAA (División I), le alcanzó a Sánchez para convertirse en uno de los nombres que pegó el gran salto. Amparado en una condición física diferente a cuando se fue a los Estados Unidos en 1996 –se lo vio más fuerte, más grande en su volumen corporal–, pudo defender intensamente y de manera pegajosa durante varios minutos, sin cansarse. Y no sólo eso: cada vez que había una pelota suelta, se tiraba de cabeza para recuperarla, achicando psicológicamente al rival.

Hoy, Pepe debe sentirse satisfecho con su apuesta de futuro. Viajó para aprender y crecer, y en poco tiempo empezó a recoger los primeros frutos. En su billetera no hay dinero, porque en el básquetbol universitario no se puede cobrar, pero sí guarda con mucho orgullo una fotografía en la que él aparece marcando –vaya paradoja– a Michael Jordan. Sucedió a fines del mes de julio, en Chicago, en el campamento que el astro de los Bulls organiza por invitación todos los años junto con la firma Nike.

A partir de su presión casi insoportable, el resto del equipo también hizo su trabajo, convirtiéndose en la cuarta Selección con menos puntos en contra (70 de promedio) y robos de balones (7,25).

El golpe de calidad, mientras, vino de la mano de los dos apellidos más importantes, aquellos que marcaron la diferencia, muchas veces, por su sola presencia: Fabricio Oberto y Lucas Victoriano. Estuvo claro que cuando ambos jugaron bien al mismo tiempo, el funcionamiento de Argentina fue otro, casi el óptimo.

“El problema que sufrió la camada anterior, la que salió sexta en el Mundial Juvenil de Grecia, en 1995, recidió en la carencia de un pivote que mande debajo de los tableros como Fabricio...”, decía Palladino, compañero suyo en Atenas de Córdoba.

Midamos con números la importancia de Oberto en esta Selección: fue su líder en puntos con 15,9 de promedio (séptimo anotador del Mundial), en rebotes totales con 8,13 (sexto), en bloqueos con 1,38 (séptimo) y en porcentaje de tiros de campo con 67,47 % (segundo, detrás del español Ricardo Guillén), además de ocupar el segundo lugar en asistencias con 2,00.

Imagen Julio Lamas, el entrenador, y uno de los festejos de sus jugadores. Desde la izquierda: Burgos, Varas, Scola, Lábaque, Masieri, Riofrío, Fernández y Sánchez (4).
Julio Lamas, el entrenador, y uno de los festejos de sus jugadores. Desde la izquierda: Burgos, Varas, Scola, Lábaque, Masieri, Riofrío, Fernández y Sánchez (4).
 

No hubiera sido un despropósito que lo eligieran como el mejor jugador del campeonato y, aunque esa distinción recayó sobre el centro australiano Chris Anstey, levantando alguna polvareda de suspicacias, Fabricio terminó llevándose el reconocimiento personal de Rick Majerus, nuestro personaje en el comienzo.

En la última jornada, en el momento que el entrenador norteamericano salía de su vestuario y el cordobés ingresaba al suyo para vendarse, lo detuvo y le confesó: “You are the best player in the tournament...” A decir verdad no fue su única satisfacción porque, a la medianoche, los españoles Josep Junyent y Guillén –rivales en la única derrota de Argentina en la fase de clasificación– lo llamaron por teléfono a la habitación para pedirle su ropa de juego, que terminaron llevándose de recuerdo.

“Oberto es un jugador para tenerlo en la mesita de luz. Es serio, tiene calidad y su juego va constantemente para arriba. En mi ciclo no puede faltar...”, decía Julio Lamas. “Es nuestro as, nos saca presiones a todos –coincidía Victoriano–. Me encantan los jugadores así, que se estén matando, mostrándose, y que vengan y te insulten porque no les pasaste la pelota...”

Fabricio demostró que su sueño de llegar a la NBA, ése para el que trabaja día a día, no está lejos: cada vez que debió enfrentar a Anstey o a Ben Pepper, los pivotes locales que aparecieron en el último draft, no desentonó y en el balance dejó una mejor impresión que los australianos.

En la misma dimensión quedó el tucumano Lucas Victoriano: promedió 15,1 puntos (octavo en el Mundial) y 5,25 asistencias (segundo, detrás del yugoslavo Dragan Lukovski), consiguiendo las mayores ovaciones de parte de un público local que se caracterizó por su frialdad. ¿Qué hizo? Lo habitual en él: magia. Que en el idioma del básquetbol debe traducirse como penetraciones repletas de amagues para dejar la pelota voladita en el canasto, triples desde distancias siderales y “alley–hoops” (la asistencia que se realiza tirando el balón hacia el aro para que un compañero lo vuelque en el aire) en sociedad con Oberto.

Podemos quedarnos tranquilos en el puesto del base de cara al mañana: después de Marcelo Milanesio hay vida, porque Pepe Sánchez y Lucas Victoriano nos garantizan de ahora en más una década de conducción en el mejor nivel.

A Julio Lamas, en tanto, le preguntábamos cómo veía el futuro:

–Esta generación me hace pensar en los Juegos Olímpicos de Sydney, en el 2000, y para eso tengo un plan en mente: el equipo estará integrado por jugadores de las Selecciones que salieron tercera en Edmonton, en 1991, y cuarta ahora en Melbourne, más dos o tres veteranos...

–¿Qué se debe mejorar?

–La condición física: es fundamental para defender más fuerte y con más continuidad. No podemos quedarnos de brazos cruzados porque el mundo también avanza y sería peligroso que la brecha se amplíe.

–¿Cuál es el principal mensaje que te deja este grupo, Julio?

–En Melbourne descubrí que estos chicos tienen tanto hambre de triunfos como yo. Ahora debo averiguar si cuentan con eso tan especial aquellos jugadores que disputaron el anterior Mundial Sub–22 en España, en 1993. Si realmente pueden unirse a esta generación y a jugadores más grandes como Marcelo Milanesio y Esteban De la Fuente.

Imagen Se llama Emanuel Ginóbili y surge como el Juan Espil del 2000. Aquí tira ante el lituano Jurkunas.
Se llama Emanuel Ginóbili y surge como el Juan Espil del 2000. Aquí tira ante el lituano Jurkunas.
 

Hay más nombres en quienes creer... Emanuel Ginóbili, a quien Lamas llama “el Juan Espil del año 2000”, un escolta bahiense de 1,96 m. con un tiro de tres puntos en condiciones de causar estragos y una capacidad atlética tremenda, propia de Pichi Campana. Y Leandro Palladino, el “Torito”, quien por fin entendió que puede ser importante no sólo defendiendo, sino también mirando un poco el aro rival: terminó como el tercer goleador argentino, con 13,9 puntos de promedio. Y Leonardo Gutiérrez y Gabriel Fernández, quizás los dos jugadores que más crecieron con los minutos en cancha que les regaló la Liga Nacional. Entre los dos se encargaron del trabajo más sucio e insalubre de todos: luchar contra las torres enemigas, siempre más altas, siempre más pesadas que ellos. Y ganaron, vaya si lo hicieron...

Ojalá que esta Generación de Melbourne –como la empezaremos a llamar– sea el punto de partida de una nueva época para el básquetbol argentino. Hoy estos chicos acaban de finalizar una parte de la historia. A partir de este momento los aguarda otra, más difícil, con otros desafíos. Adelante, pibes, ahora hay que ser grandes...

 

¿Qué anotaban los scouts de la NBA?

Que Oberto y Victoriano juegan bárbaro...

Eran fáciles de identificar... Sobre uno de los codos del estadio Melbourne Park, sentados entre los periodistas y luciendo la gorrita o la campera con el logo de la franquicia a la que pertenecen, 23 scouts de la NBA realizaron su trabajo: detectar talentos con posibilidades de intervenir en el mejor básquetbol del mundo.

Imagen 01: Gabriel Fernández cortina a Pepper, de Australia, para que Lucas Victoriano vaya rumbo a un doble...
01: Gabriel Fernández cortina a Pepper, de Australia, para que Lucas Victoriano vaya rumbo a un doble...
 

¿Qué jugadores argentinos los impresionaron más? Fabricio Oberto y Lucas Victoriano en primer término. Larry Harris, director de scouting de Milwaukee Bucks, cada vez que el pivote cordobés se elevaba y convertía desde 3/4 metros, un lanzamiento que empieza a lucir su marca registrada, decía en voz muy baja,  casi para adentro: “Nice, very nice...!” (Hermoso, muy hermoso). Y de inmediato escribía en un enorme cuaderno lo que había visto.

El mismo scout aprovechó para consultar con EL GRAFICO algunos aspectos más íntimos sobre Victoriano: si sabía hablar inglés, qué posibilidades tenía de irse a jugar a Europa, cuál era el nivel económico de su familia y cómo era la personalidad de Lucas fuera de la cancha. “Es muy alegre, vive bromeando todo el día”, le contamos y Harris respondió: “Entonces debe ser como su juego...”

“Hay diferencias entre ellos y el resto del equipo argentino –nos decía también Jim Kelly, de Toronto Raptors–. Son realmente muy buenos jugadores. Si continúan trabajando, es muy posible que tengan su oportunidad en la NBA”.

Victoriano y Oberto pasaron otra prueba en la búsqueda del sueño máximo, demostrando que están a la altura de los mejores jugadores de su edad. La sensación es muy fuerte: cada vez falta menos para que un argentino debute en la NBA.

 

 

Por GUILLERMO GORROÑO

Fotos: LUIS E. ASCUI y GREG FORD / AP.