¡Habla memoria!

1934. ¿Influye el deporte sobre el carácter?

Por Félix Frascara. El periodista realiza una especie de ensayo tratando de vincular patrones de personalidad y conductas de los deportistas con las características de las disciplinas que practican.

Por Redacción EG ·

13 de junio de 2019

Puede ser que levante un poco de polvareda esta nota. En precaución de que tal cosa acontezca, nos apresuraremos a aclarar.

Las observaciones que encontrará el lector sobre cada tipo de deportista no responden más que a suposiciones y sólo constituyen un punto de vista, de modo que no debe irse más allá de ese terreno. No se crea que nos guía el afán de dejar sentado un descubrimiento sensacional. A lo sumo puede adjudicársele el título de "ensayo". El trato frecuente con figuras de todos los deportes, a que nos obliga la condición de periodistas, nos ha permitido advertir que existe, para cada especialidad, una psicología distinta. En algunos casos, la diferencia es apenas perceptible; en otros, es fundamental.

Lo que conceptuamos más interesante no es la diferencia de unos con otros, sino la semejanza de carácter que existe entre los que practican un mismo deporte. Esta actitud de psicólogos en que nos colocamos puede llevarnos, lo repetimos, a incurrir en algún error, pero no queremos desistir de tratar el tema porque hasta ahora no ha sido tocado y, sobre todo, porque es una impresión que tenemos formada desde hace tiempo.

Confesamos que nosotros fuimos los primeros sorprendidos por nuestra propia sospecha ¿Sería cierto, en efecto, que los deportes ejercen influencia sobre el carácter de quienes los practican? En un primer momento, se rechaza una suposición de esa naturaleza. Todo induce a creer que el temperamento de un hombre es algo ajeno a la influencia del sport, algo que toma formas individualmente y que no admite modificaciones.

Lo más natural es afirmar que entre los especialistas de un solo sport caben todas las clases de caracteres. Los habrá apáticos y nerviosos, sencillos y vanidosos, buenos y malos, sin pretender que sea el deporte el que los amolde.

Sin embargo... Es necesario tratarlos fuera de su ambiente, más allá del field, o del ring, lejos de la pista o de la piscina, al margen del court o de la pedana, para llegar a formularse la interrogante que adelantamos en el título. Aceptado, pues, que esto no es más que el fruto de una observación, sujeta a discusiones y a modificaciones, aclarado el concepto de este artículo, podemos ya ir dando nuestra opinión sobre cada tipo de deportista para fundamentar la tesis de que el sport influye siempre sobre el carácter .

Y a no tomarlo muy en serio... ni muy en broma.

 

EL FUTBOLER

Este es el deporte que admite, dentro de sí, la mayor diversidad de caracteres. Es decir, que no los modifica ni los uniforma. Hay jugadores de fútbol que viven preocupados por salir en fotografías, como los hay también que huyen del fotógrafo, aunque estos sean los menos. Los conocemos sumamente conservadores, y misteriosamente silenciosos. Esa fidelidad para con el carácter originario, ese respeto por el modo de ser de cada uno, puede explicarse porque el fútbol es el juego que se practica desde la niñez, vale decir, que con él se crece y por eso mismo pierde autoridad. Pero, al mismo tiempo, el fútbol tiene un mérito indiscutible: traza una línea de unión entre el temperamento del jugador y su estilo.

A la mayoría de los futbolers se les conoce viéndoles accionar en el field. Es, por lo tanto, lo que podría llamarse un deporte noble. Salvo algunas excepciones —que las hay en todas partes — no desfigura la realidad.

La misma malicia e inteligencia que había en la gambeta de Seoane, la encontraremos en sus gestos y en sus opiniones. La acción pausada y serena de Bidoglio está en sus ademanes y en sus palabras. Y en la voz de grueso volumen y vehemente acento del "alemán" Celli reconoceremos aquella misma reciedumbre franca que lo caracterizó en los fields. La gambeta de Ochoíta era misteriosa; así de misterioso era él en persona. Pocas cosas habría que marcharan tan de acuerdo como la colocación de Octavio Díaz, que le ahorraba esfuerzos, con su simpática pachorra, que le ahorraba palabras. El fútbol no crea tipos. Hace algo mejor: los respeta.

 

Imagen Bernabé fue siempre un toque de alarma para la defensa visitante en cuanto se apoderaba de la pelota. Aquí se le ve, después de eludir a Corazzo, aprontarse para shotear antes de que intervenga Lecea.
Bernabé fue siempre un toque de alarma para la defensa visitante en cuanto se apoderaba de la pelota. Aquí se le ve, después de eludir a Corazzo, aprontarse para shotear antes de que intervenga Lecea.
 

EL BOXEADOR

Dos condiciones primordiales destacan al boxeador: el carácter apático y la superstición. (Entiéndase, desde ahora, que hablamos generalizando, en todos los casos). En el box asistimos a uno de los cambios más fundamentales. En efecto: pocas cosas han de ser tan distintas entre sí como el espectáculo de una pelea y el espectáculo de un pugilista en conversación. Excepto algunos casos aislados — como el de Justo Suárez, que es tan expansivo—el boxeador profesional puede tener cualquier aspecto menos el de la violencia. Obsérvese que parece que hablaran siempre a media voz; hay que acercárseles para entenderles bien. Y tienen un gesto de indiferencia en el rostro, que sólo abandonan cuando hablan de su propio record... He pensado algunas veces que posiblemente el hecho de que en el ring no necesitan hablar, influye en ellos para todo. Dan la impresión de estar pensando en sucesos distantes, pasados o venideros. Los hemos visto cambiándose, en el vestuario, siempre con la misma pausa. Llevan en la mirada algo así como la expresión de un fatalismo. En reuniones donde haya gente de diversas actividades y un boxeador, éste será el que hable menos. Parece que durante todos los días descansaran del es-fuerzo rendido en el ring y acumularan energías para derrocharlas en el combate próximo.

A esa apatía que tanto contrasta con el deporte que practican, unen la superstición. Son cuidadosos del detalle y necesitan mascotas y símbolos de todos los géneros. Quizá como una consecuencia de su temperamento tranquilo, el boxeador elude las discusiones y es, entre los deportistas, uno de los más benévolos para con la crítica que se hace de sus actuaciones. Esto revela una educación o, por lo menos, una línea de conducta que los hace sumamente simpáticos.

 

Imagen El mítico boxeador Justo Suárez, El Torito de Mataderos, vestido de gaucho de gala posa para el fotógrafo de El Gráfico sobre la vereda empedrada del barrio.
El mítico boxeador Justo Suárez, El Torito de Mataderos, vestido de gaucho de gala posa para el fotógrafo de El Gráfico sobre la vereda empedrada del barrio.
 

EL CICLISTA

Es de lo más bueno que hay dentro del deporte. Bueno de alma, con pureza de sentimientos, disciplinado, correcto y voluntarioso.

El ciclista es el mejor aliado para el éxito de una organización, porque sabe cumplir sus deberes. No da dolores de cabeza, ni crea complicaciones, ni hace cuestiones de mérito. Solamente se puede hablar del ciclista para elogiarlo... hasta cuando come. Desde Cosme Saavedra hasta el más mediocre, tienen todos la misma sencillez. Ninguno se pone en personaje, ni opina como autoridad. Y si hay que colaborar en cualquier empresa — ya sea para dar realce a una carrera como para actuar de control en una prueba pedestre—se le encontrará siempre dispuesto y puntual en el lugar de la cita. Son gente humilde que pueden dar lecciones de corrección a mucha "gente bien"; pero no lo hacen, porque otro mérito suyo es el de saber ocupar el sitio que les corresponde.

EL NADADOR

Hablamos del nadador nato, del que llega a sobresalir. Para ese, el agua es su elemento. Hemos visto a figuras destacadas desarrollar en la pileta una celeridad asombrosa. En todos los torneos asistimos a finales reñidísimos, en los que el centímetro se disputa con toda el alma. Ejercicio completo, altamente beneficioso para la salud, crea cuerpos atléticos y da soltura de movimientos. Un nadador joven y sobresaliente es un hombre ágil, vivaz. Sin embargo, rara vez se le verá emplear la rapidez y la energía que desarrolla en la pileta. Fuera del agua, el nadador ahorra la mayor cantidad de fuerza posible. No es apático, como el boxeador. Su contraste es de otra naturaleza. Será conversador, andariego, astuto, pero todo hecho dentro de la mayor comodidad. Si puede hacer tres cuadras en vehículo, no las caminará. Y prefiere, por la misma causa, el trabajo que le exija menor esfuerzo.

 

Imagen Jeanette es la primera mujer latinoamericana en lograr una medalla en la historia de los Juegos Olímpicos.
Jeanette es la primera mujer latinoamericana en lograr una medalla en la historia de los Juegos Olímpicos.
 

EL REMERO

¡Cuidado! Prudencia, mucha prudencia. El remero muy pocas veces está de acuerdo con las observaciones que se le hacen. Mientras los elogios y las críticas se reparten equitativamente, todo marcha bien. O cuando no se personaliza. Pero si en el artículo encomiástico hay que destacar a alguno, no faltará quien se sienta olvidado. Y si la crítica necesita hacer nombres, los aludidos encontrarán argumentos para responder…

El remero es celoso, por lo general. Pues bien: eso tiene una explicación. Es uno de los deportes que obra más enérgicamente sobre el sistema nervioso. Hay que conocer los sacrificios y los esfuerzos que se cumplen durante meses y meses de entrenamiento; es necesario considerar la responsabilidad que cabe a cada remero y la insignificancia de que depende una derrota, para comprender el motivo de esa excitación que hace del remero uno de los deportistas de más complicada psicología.

EL TENNISMAN

No es celoso como el remero, pero difícilmente se le conforma. Siente un gran cariño por el deporte que practica, hasta el extremo de que lo coloca por encima de todos los otros. Ese no es, por cierto, un defecto, sino una virtud. Ahora que, como consecuencia de esa predilección, nace su disconformidad. Para el tennisman nunca se habla de tennis tanto como debiera hacerse. Entonces, llevado por su entusiasmo, se convierte en plenipotenciario de su juego predilecto. Va, viene, habla, discute, convence... Consigue, finalmente, que se hable más del tennis. Y entonces vuelve a discutir, porque no está de acuerdo con lo que se dice. Por eso entendemos que es un eterno disconforme, debido precisamente a su acendrado amor por el tennis. Y esa virtud cubre con ventajas su defecto.

 

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EL ESGRIMISTA

Erguida la cabeza, alta la frente, firme el paso, airoso el gesto, vibrante la palabra y elocuente el ademán. Un mosquetero; eso es el esgrimista. Tiene la misma gallardía de los héroes de Dumas, y el mismo caudal de amor propio. El esgrimista sabe identificarse íntimamente con su deporte. No lo practica; lo vive. Es el mismo en la pedana y fuera de ella. Sabe dar trascendencia a sus palabras con acento solemne, y encuentra dentro de lo insignificante el detalle de importancia que pre-tendía hacerse pasar inadvertido. El noble arte de la esgrima es en ellos mucho más que un sport: alcanza jerarquía de culto y es índice de honor.

EL RUCBIER

Esa es la camaradería criolla, la que se extiende más allá del field y se reúne en cafés y en teatros. Es la reunión bullanguera, a veces revoltosa, que pone juventud donde hay excesiva seriedad. El jugador de rugby — muchacho fuerte, buen mozo y bien plantado — sabe buscar la armonía entre su silueta atlética, su andar pesado, y su sonrisa donjuanesca y su cabellera engominada. Es el mejor remedio que hay contra ese otro tipo de "galán de cine" que se está formando por influjo de las películas. Pero es en grupo cuando el jugador de rugby adquiere personalidad. Yendo solo, se pierde un poco. Lo anima la proximidad de los compañeros, se complementan entre sí y los pensamientos se unen entonces como se arriman los cuerpos en la cancha para formar el scrum.

 

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El ATLETA

Hay diferentes tipos dentro del atletismo. El más característico, el más definido, es el de corredor de fondo. Apariencia humilde, físico inexpresivo y carácter fuerte. Son de roble para cubrir distancias y para tomar actitudes definitivas, aunque a veces se equivoquen. El corredor de fondo es callado y observador; parece tímido, pero es pensativo. Tiene su mirada puesta siempre más allá, como si estuviera corriendo y supiera que faltan muchos kilómetros para llegar. No le da mucha importancia a los elogios ni a las críticas... pero sabe lo que opinan de él cada uno de sus competidores. Los otros especialistas no tienen, o no le hemos advertido, una psicología que los distinga. Quizá los de lanzamientos se caractericen por su temple bonachón, los de saltos por su cachaza y los sprinters por su temperamento vivaz; pero no vamos más allá de la suposición.

EL PESISTA

Este sí que parece ser un deporte que influye directamente sobre el carácter. La salud de los levantadores de pesas se manifiesta en el buen humor de todos ellos, en su disposición espontánea para cumplir con diligencia cualquier tarea, y en la camaradería que los distingue. No hemos conocido un solo pesista que sea un tipo amargado o apático. Al contrario: se les ve siempre dinámicos, ricos en vitalidad, amigos de las diversiones: Hablan mucho de pesas y les gusta las fotos, eso es cierto, pero esos y otros defectos más serían aún muy poco precio para pagar el grato cuadro de juventud y optimismo que presenciamos ampliamente reconfortados.

EL YACHTSMAN

El complicado manejo de un yacht en carrera, con toda su serie de dificultades, exige una pericia de la que los yachtsmen pueden enorgullecerse a justo título. Y lo hacen, en efecto. Conocedores de lo delicada que es la materia que dominan, despojados de falsa modestia, adjudican a sus performances calificativos magnificentes, que aparecerán exagerados en ciertas ocasiones, pero que se aceptan luego, al comprobar el celo incomparable que el yachtsman siente por su deporte, elevado a la categoría de vocación, de ciencia. Antes que deportistas, se sienten marinos. Dominados por su entusiasmo, seguros de su saber, escalan posiciones que los colocan por encima de los que nunca se han sentido atraídos por el placer de gobernar una embarcación. El yachtsman es el hombre que ha sabido elevar su propio deporte.

 

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EL AVIADOR

Vive siempre en el peligro. Y no hay, entre todos los deportistas, quien trasmita una mayor sensación de confianza. La persona que dude de las seguridades de la aeronavegación, o la más temerosa de levantarse en vuelo, queda convencida de que una travesía desde Buenos Aires a la Patagonia es el paseo más inocente, con sólo escuchar quince minutos a un aviador.

EL GOLFER

Ha elevado el deporte a la categoría de ciencia y su afición es, más que eso, una religión. Pocos deportistas viven tan pendientes de su sport predilecto como el golfer. Del más ínfimo detalle hace una cuestión de severo y dilatado análisis. Tres golfers reunidos hablarán, necesariamente, de golf. Aun aquellos que lo practican como distracción hablan del juego con inalterable seriedad.

 

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El jugador de golf sabe que los secretos y las dificultades de su sport no quieren ser reconocidas por los profanos, por los que niegan la importancia primordial de una técnica depurada. Por eso se aísla y sólo conversa de su especialidad con los entendidos. El golfer es materia apta para la admiración fácil y emplea con generosidad el adjetivo elogioso. Suele envolver sus palabras con cierto aire de misterio, y cree en la influencia de las fuerzas abstractas. Tiene una virtud valiosa: el optimismo, constantemente renovado. Y un mérito real: el respeto a las condiciones del adversario. Es fiel para con su juego preferido, ya que no lo detiene el mal tiempo y sólo asuntos de suma gravedad le impedirán realizar su acostumbrado partido. Por último, está de tal modo en tensión su sistema nervioso, durante un match, que la menor adversidad o el más pequeño error le hacen estallar de inmediato en agudas crisis de protestas contra sí mismo.

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