¡Habla memoria!

Por qué lo vemos distinto

Ernesto Lazzati fue un reconocido jugador de Boca de la década del 30 y del 40. En esta nota explica las distintas maneras de ver al fútbol y llega a cuestionar qué es lo que aplauden los hinchas cuan van a ver a sus equipos.

Por Redacción EG ·

12 de abril de 2019

El Gráfico desea entenderse con sus lectores. Quienes colaborarnos en él creemos que la mejor manera de lograr ese entendimiento es dar a conocer abiertamente nuestra manera de pensar. Esa intención llevan estas líneas. Queremos hablar con ustedes, lectores de fútbol, de la distinta manera que vemos el juego.

Imagen En Boca ganó 5 Campeonatos de Primera División y con la Selección Argentina la Copa América de 1937.
En Boca ganó 5 Campeonatos de Primera División y con la Selección Argentina la Copa América de 1937.

 

De la diferente apreciación de jugadas, partidos, resultados, jugadores; en fin, de todo lo que se relaciona con el juego del fútbol en sí. Porque es indudable que en muchas oportunidades no estamos de acuerdo. Diferimos a veces completamente. Lo notamos en las reacciones de ustedes ante alternativas del encuentro, o en el desconcierto que les produce nuestro adverso  comentario sobre lo que ustedes festejan, aplauden.

Pero vayamos por partes; tratemos primero de poner en claro que estamos lejos de querer que todos piensen como nosotros, o que las opiniones que vertimos sean inapelables. Por el contrario, tenemos idea formada sobre lo negativa que resulta la uniformidad de criterios y de los saludables resultados produce la diversidad de opiniones expuestas con toda Franqueza.

No buscamos semejanza, sino entendimiento. Por eso se nos ocurre que, aun partiendo de puntos disimiles, en lo profundo, en lo fundamental, no podemos estar tan alejados. La diferencia en lo bueno y lo malo, lo positivo y lo negativo, la debemos advertir todos, aunque estemos en distintas posiciones.

Y quizá allí, en la dispar disposición con que vamos a la cancha, radica en esencia la substancial diferencia de conceptos.

 

Imagen Con Pedernera y Di Stefano en un Superclásico.
Con Pedernera y Di Stefano en un Superclásico.
 

Los espectadores (en su gran mayoría por lo menos) van a ver jugar para ganar, simplemente a ver ganar sus parciales. El resultado favorable trae como consecuencia que no detengan mayormente la atención en la calidad los recursos empleados. Todos parecen buenos, puesto que se consiguió con ellos el objetivo buscado. Si la definición resulta desfavorable, por contraposición, se les resta valor, aun en el caso de que los recursos expuestos sean de primera agua o los mismos que otra vez dieron la victoria.

En cambio el crítico, en el que no deben influir las contingencias del score, analiza de distinta manera la misma intervención de un jugador.

La premiosa acción de un defensor, que se vale del recurso fácil de arrojar la pelota fuera de juego, recibe el aplauso del público. Dicho aplauso aumenta en intensidad en relación con el peligro que corrió la valla que defiende, ya que esa aprobación es prodigada más como desahogo de angustia del espectador, que ha pasado un momento de temor que por el valor de la maniobra en sí.

Dé esa circunstancia arranca el distinto concepto. El hincha festeja la acción por la amenaza que aleja para la valla de su team, no por su valor intrínseco. El cronista, que no "sufre" el temor del gol en contra, que sólo va a ver y analiza el juego (el resultado no le interesa), juzga la acción del jugador tal cual es, como una jugada técnicamente pobre. Por lo tanto no puede brindar su aprobación y menos aún su aplauso, ya que ese tipo de intervención denota falta de imaginación, carencia de recursos positivos, desprecio por la calidad y continuidad del espectáculo que está obligado a dar el jugador profesional.

Una Cantidad de esas acciones, vistas desde distinta posición y apreciadas por ello de muy diferente manera, componen juicios tan dispares de un mismo partido.

Imagen El público —acaso 8 de cada 10 espectadores— aplaude 8 de cada 10 estiradas que hacen Por el suelo sus jugadores preferidos. Advierte en ellas amor al equipo, voluntad, efectividad y alguna otra condición que se nos escapa justamente por no ser "público" sino críticos. El contraste de esa percepción del fútbol con la nuestra puede ser el siguiente: nosotros creemos que 8 de cada 10 ésas estiradas son inútiles, perjudiciales para el "voluntarioso" que en tal caso tarda en rehacerse para la jugada siguiente, y mucho más perjudiciales para su equipo. El ideal del fútboles no caerse, puedo que la mayoría lo juega de pie.
El público —acaso 8 de cada 10 espectadores— aplaude 8 de cada 10 estiradas que hacen Por el suelo sus jugadores preferidos. Advierte en ellas amor al equipo, voluntad, efectividad y alguna otra condición que se nos escapa justamente por no ser "público" sino críticos. El contraste de esa percepción del fútbol con la nuestra puede ser el siguiente: nosotros creemos que 8 de cada 10 ésas estiradas son inútiles, perjudiciales para el "voluntarioso" que en tal caso tarda en rehacerse para la jugada siguiente, y mucho más perjudiciales para su equipo. El ideal del fútboles no caerse, puedo que la mayoría lo juega de pie.

Seguramente el hincha del equipo vencedor se mostrará indignado si el cronista dice que el encuentro fué mal jugado. Reacción perfectamente explicable.

El no vió deficientes las jugadas del estilo que comentamos y a las que recurrieron sus favoritos. Para él fueron buenas, puesto que eliminaron el peligro; probablemente, le habrán parecido malas las empleadas por sus rivales, aunque fueran idénticas a las de los suyos.

El cronista, que mide con la misma vara a los equipos, hace un balance. Si la proporción de jugadas técnicamente negativas fué grande, necesariamente llega a la conclusión de que el partido se jugó mal. Así lo dirá, y su opinión estará en desacuerdo con la de la gente que sigue al vencedor. Consecuencia lógica. Lo vieron desde ángulos distintos.

Si se pudieran colocar en la misma posición, si el hincha de River o Boca, por ejemplo, fuera a ver un encuentro entre Racing e Independiente, o entre San Lorenzo y Huracán, sin que el resultado tuviera repercusión sobre la situación de su club, es muy posible que coincidieran en muchos aspectos, ya que, entonces, espectador y periodista estarían en las mismas condiciones: los dos verían y analizarían el juego sin temor, sin angustia, sin apasionamiento.

Resultado: el espectador (no colocado en hincha) vería normalmente muchas jugadas. Acaso censurara lo que como hincha aplaudía. Seguramente ya no gustaría de la pelota arrojada sin inquietud ni miramientos contra el alambrado, o contra las tribunas, como se hace decenas de veces en cada partido. Muchas de ellas en el medio de la cancha, donde ni siquiera tienen como disculpa el peligro inminente del arco.

Imagen La generalidad de las hinchadas hacen solidarias con sus jugadores según la medida en que corran. No importa por dónde ni hacia dónde: el correr implica, para las hinchadas una certificación de buena voluntad. En contraste, cuando se corre mal —hacia donde no debe correrse por el riesgo de no poder volver y porque hay otros para hacer creemos que, lejos de ser una virtud, aquella condición es a carga en perjuicio del equipo que integre ese jugador. Y si las hinchadas consultaran a los compañeros de esos jugadores, frecuentemente comprobarían cuán cierto es lo decimos.
La generalidad de las hinchadas hacen solidarias con sus jugadores según la medida en que corran. No importa por dónde ni hacia dónde: el correr implica, para las hinchadas una certificación de buena voluntad. En contraste, cuando se corre mal —hacia donde no debe correrse por el riesgo de no poder volver y porque hay otros para hacer creemos que, lejos de ser una virtud, aquella condición es a carga en perjuicio del equipo que integre ese jugador. Y si las hinchadas consultaran a los compañeros de esos jugadores, frecuentemente comprobarían cuán cierto es lo decimos.

Tampoco vería con agrado ese envío del defensor a su arquero, hecho desde lejos, cuando no hay urgencia que lo justifique, cuando hay tiempo y lugar para jugar la pelota para atacar de verdad y demostrar que se dominan otros recursos, como puede ser el toque del balón al costado o hacia atrás (si es necesario), buscando la colaboración de un compañero y colocándose para facilitar su devolución, eliminándose así un peligro e iniciando sobre la marcha el intento propio, con base firme, con el control de la pelota, en lugar de recurrir al rudimentario y poco práctico recurso de ceder el balón al arquero, para que éste lo envíe por alto al centro del campo, puesto que en el mejor de los casos significa la pérdida del control de la pelota, que lanzada por el arquero debe ser disputada entre jugadores de los dos equipos.

Imagen Ernesto Lazzatti jugó en Boca desde 1934 hasta 1947. Disputó 379 partidos.
Ernesto Lazzatti jugó en Boca desde 1934 hasta 1947. Disputó 379 partidos.

 

Advertiría también que el rechazo fuerte sin control no es tan efectivo como parece. Que envía la pelota lejos, que elimina pronto el peligro, pero por poco tiempo. Que se aleja velozmente, pero regresa en la misma forma, razón por la que debe practicarse en circunstancias de verdadero apremio y cuando resulte muy riesgoso emplear otros medios menos contundentes. Más no en situaciones normales, en que es preferible enfrentar el riesgo de perder alguna pelota, o demorar la salida del sector defensivo, manteniendo su control y por ende el del juego. Dominándolo, a pesar de actuar en la zona que le corresponde a la defensa, porque dominar no es ubicarse en el campo rival; ello representa apenas avanzar o adelantarse en el terreno, pero nunca controlar el juego o el partido.

Por eso tiene mayor eficacia la coordinación de movimientos que los desplazamientos espectaculares. Y por eso tiene mucho valor la colocación de los defensores para interceptar o recibir la pelota. El pase corto, del zaguero al medio y de éste al forward (aunque no siempre se haga hacia adelante), o el pase largo, pero bien puesto, sin anuncio previo, aseguran el recorrido del balón. En esa forma sí se avanza dominando, porque la pelota se adelanta controlada, lo que no ocurre cuando es proyectada con fuerza y sin destino fijo. Entonces es necesario luchar por su posesión. Lo consigue quien llega antes o salta más: el forward en su afán de continuar la maniobra, o el defensor, para destruirla. Por eso preferimos a quienes defienden la pelota jugándola.

Imagen El rechazo del back centro hacia algún lugar del campo es casi siempre motivo de aplauso para la tribuna, que ve alejar un peligro.
El rechazo del back centro hacia algún lugar del campo es casi siempre motivo de aplauso para la tribuna, que ve alejar un peligro.

El fútbol es un juego asociado; por ello deben coordinarse los movimientos de manera tal que el descontrol de uno no perjudique al rendimiento de los demás. Todos los jugadores tienen dos misiones que cumplir: defender y atacar, puesto que se ataca desde el fondo de la defensa cuando, al destruir un avance, se inicia el propio, y se defiende cuando los forwards controlan el balón, allá arriba, en las últimas líneas rivales.

Por eso nos inclinamos por el jugador sobrio, el del pase al pie o del cabezazo colocado, porque construye, y le damos menos valor al que emplea como sistema la "chilena", el taponazo alto, el cabezazo que "manda" lejos o la estirada a los pies, aunque en algún partido sea factor de triunfo. Porque destruye. Destruye a su propio equipo lo que éste construye.

Así vemos el fútbol. Y así lo verían ustedes, quizá, despojados de su apasionamiento. Tal vez, entonces, censuraran al jugador que pega, que golpea, para anular la habilidad e inteligencia de otro, aunque el que recurre a esos medios sea de su club.

Acaso no aplaudirían al jugador que finge defender a su club peleándose o arrojándose al suelo simulando una lesión, para entorpecer el juego si van ganando, o para justificar el poco acierto de alguna intervención o buscar el penal salvador en otros casos.

Es posible que de esa manera nos entendiéramos más. Que viéramos mejor fútbol y se terminaran muchas malas costumbres de algunos ídolos.

 

Por Ernesto Lazzatti (1959).