¡Habla memoria!

Los secretos del fútbol: como se hacen los goles

Cierra esta serie de clases inigualables un “killer del área”: Luis Artime. “Lo que voy a relatar a continuación puede servir de orientación a muchos jóvenes. Si logro ese objetivo me sentiré feliz”.

Por Redacción EG ·

16 de abril de 2020

Acepto con gusto esta invitación de EL GRÁFICO y también con algo de temor. Digo temor porque se trata de una nota didáctica, dirigida especialmente a aquellos jóvenes que sueñan con el título de crack. Aclaro que yo no lo fui, aunque muchos sigan pensando lo contrario. El fútbol me dio mucho: una posición, amigos, y además me hizo vivir años intensos, inolvidables, en todas las canchas del mundo. Considero que, de alguna manera, lo que voy a relatar a continuación puede servir de orientación a muchos jóvenes. Si logro ese objetivo me sentiré feliz: habré devuelto una pequeña parte de lo mucho que el fútbol me brindó.

 

El fútbol es para los vivos

Lo proclamo en cuanta oportunidad se me presenta. Pero, atención, vivos en la mejor expresión del término. No creo en las ¨avivadas¨, que siempre combatí. Yo me enfermaba cuando un compañero retaceaba el esfuerzo en los entrenamientos, o cuando otro ponía en peligro la unidad del equipo, ya sea dentro o fuera de la cancha. ¿Luis Artime? Fue un jugador vivo. Pero dentro del reglamento, aprovechando las leyes del fútbol hasta el último centímetro. También renegué toda mi vida de esas ¨avivadas¨ que practican los tramposos del fútbol: agarrar a un arquero, tirarle tierra a los ojos, ¨recordar¨ parientes, ¨conversar¨ con los defensores rivales. Vivo, en cambio, es aquel jugador que está' metido los noventa minutos dentro del partido. Vivo es quien no da ventajas y aprovecha todas las que recibe. Vivo, en suma, es quien sabe sacar provecho de sus condiciones, así no sean las ideales. Yo no fui un exquisito del fútbol. Al contrario, mis limitaciones de manejo era bien conocidas. Sin embargo triunfé. Me propuse ser goleador y lo conseguí. Aquí, en Uruguay y en Brasil, donde se jugó y se juega el mejor fútbol de América y uno de los mejores del mundo.

Imagen 16 de enero de 1969, Luis Artime establece un récord en los Torneos de Verano al marcar los cinco goles del Palmeiras de Brasil frente al Rapid Viena. En el conjunto paulista jugó 23 partidos y convirtió 19 goles.
16 de enero de 1969, Luis Artime establece un récord en los Torneos de Verano al marcar los cinco goles del Palmeiras de Brasil frente al Rapid Viena. En el conjunto paulista jugó 23 partidos y convirtió 19 goles.

 

Artime, el goleador

Fue mi misión específica en todos los equipos que me tocó defender. Y como goleador, después de transitar tantas canchas de fútbol, lo que voy a decir ahora seguramente provocará el estupor de mucha gente. El gol, en el noventa por ciento de los casos, es producto de un error. Por lo general de las defensas. Pero también de los atacantes. En este último caso vale recalcar que la definición frente al arco rival se produce en una fracción de segundo. Por eso, muchas veces un remate defectuoso se transforma en gol para desesperación de un arquero que aguardaba el remate lógico según posición, del atacante y ángulo de disparo. Insisto en el error. Un partido perfecto debería finalizar cero a cero. En cambio, y por suerte, el fútbol es imperfecto, o sea que fabrica errores. Aclaro más el concepto. El aprovechamiento de los errores no es el a-b-c del juego o la única fórmula para ganar. Ante todo, un equipo debe procurar jugar, y bien. Entonces se verá el resultado: quien domine la pelota y el partido provocará mayores errores en las líneas rivales.

 

La convicción

Cuando River me compró, en 1962, lo hizo confiando en que incorporaba un goleador. Sin embargo, empecé a jugar en River y pasaron ocho partidos hasta que pude gritar uno. Era para amargarse. Pero cuando volvía a mi casa después de los partidos y analizaba lo ocurrido me daba cuenta de que había creado siete u ocho posibilidades de gol. Es decir: sin haber metido ninguno, estaba en lo mío, en lo que debía hacer. Porque el gol viene muchas veces de rebote, inesperadamente, y uno debe estar ahí, atento al error o la casualidad, para empujarla a la red. Y yo estaba, aunque no hiciera goles. Por suerte el técnico era Pipo Rossi y me tuvo confianza. Cuando pasó la racha, resulté goleador del año.

Imagen La foto corresponde a un partido de 1964, vistiendo la camiseta de River Plate frente a Gimnasia (LP). Estuvo en el Millonario desde 1962 hasta 1965. Jugó 81 partidos y realizó 70 goles. El promedio de gol por partido es de 0.86.
La foto corresponde a un partido de 1964, vistiendo la camiseta de River Plate frente a Gimnasia (LP). Estuvo en el Millonario desde 1962 hasta 1965. Jugó 81 partidos y realizó 70 goles. El promedio de gol por partido es de 0.86.

 

¿Quién tiene ventajas?

Para marcar goles uno tiene que estar convencido de dos cosas:

1) Que está dispuesto a vivir cada segundo de los 90 minutos con la mente puesta en ese objetivo, sin distracciones, con absoluta concentración.

2) Que enfrente hay rivales dispuestos a impedirlos de cualquier manera, pero que esos rivales no nos llevan ninguna ventaja.

Siempre se ha dicho que los defensores tienen el trabajo más fácil porque su misión es destruir lo que otros intentan crear. Nunca estuve de acuerdo con esa afirmación, tan discutible como otras frases hechas del fútbol. Al defensor podía bastarle con no dejarme tocar la pelota en casi todo el partido. Pero yo me conformaba con que me permitiera tocarla cinco veces para anotar un par de goles. O sea que toda su preocupación por impedirme jugar quedaba anulada por mí en pocos segundos del encuentro. El Pulpa Etchamendi, uno de los más grandes técnicos que tuve por lo mucho que sabía de la vida y de los hombres, solía hacer controlar el tiempo que tenía la pelota en mi poder cuando jugaba para Nacional de Montevideo. Así, una vez que le ganamos al Palmeiras, en San Pablo, con tres goles míos, me comentó que yo estuve en contacto con la pelota menos de diez segundos en lodo el partido... Otra ventaja que el delantero le lleva al defensor es la iniciativa. La elección del momento y la dirección en que yo iba a picar, hacia adelante, o los costados, o la salida en media vuelta, fue siempre la ventaja que guardé frente al hombre que me marcaba. Ese hombre sabía que yo iba a hacer algo. Pero mientras no lo hiciera, él no podía intentar nada para evitarlo. Su reacción para anularme se producía luego de mi primer movimiento. Y esa décima de segundo que yo le ganaba en la partida podía ser suficiente para que mi arranque terminara en gol.

Imagen En la Selección Argentina jugó 25 partidos e hizo 24 goles. Disputó el Mundial de Inglaterra donde jugó 4 partidos y convirtió 3 goles.
En la Selección Argentina jugó 25 partidos e hizo 24 goles. Disputó el Mundial de Inglaterra donde jugó 4 partidos y convirtió 3 goles.

 

La marca encima

No le tenía miedo a la marca encima, a esos defensores que me echaban el aliento en la nuca todo el partido. Al contrario. Me facilitaban el trabajo. Y si me marcaban de a dos, mejor todavía. Primero, porque yo no fui un jugador de técnica, de virtuosismo, sino un goleador de instinto. Podía ganar por insistencia, por concentración, por velocidad y por fuerza. En cambio, frente al hombre que me esperaba con técnica e inteligencia, perdía. Cuando tenía la marca encima y yo estaba de espaldas al arco, no me complicaba la vida: tocaba atrás o al costado y buscaba nueva colocación. Casi siempre intentaba la salida al revés. Si tocaba hacia mi derecha, salía a mi izquierda. Era inevitable que ese defensor que me marcaba siguiera la pelota y me descuidara por un segundo. Si me la devolvían de primera ya había conseguido el par de metros que necesitaba para definir. Es un hecho irrebatible: cuando uno está pegado a un contrario, la única salida que queda es separarse, porque no podemos seguir metiéndonos uno dentro del otro. En otros casos, especialmente cuando iba hacia mi izquierda, prefería jugarme en la media vuelta y el remate instantáneo. Cuanto más cerca tenía al defensor, más fácil me resultaba desplazarlo con el giro de hombro, brazo y muslo derechos. Así marqué algunos goles espectaculares en River, Independiente y Nacional. Para Independiente le hice uno muy bueno a Amadeo Carrizo, y también otro en el último partido de 1967 a Cejas, después de sacarme de encima a Oscar Martín, pisando la pelota y pegando la media vuelta.

 

Jugar dentro del área

El folklore futbolístico ha consagrado otras frases hechas como verdades absolutas. Por ejemplo: "Al área van sólo los valientes, porque se pega mucho dentro de las 18 yardas". Es lo más tonto que escuché en mi vida. Aunque debo hacer una salvedad, y grave: muchos jugadores todavía creen que es así cuando la realidad muestra todo lo contrario. Los fouls más violentos se cometen fuera del área. ¿Por qué? Es tan sencillo que parece una perogrullada. Un foul dentro del área... es penal. En cambio, fuera del área, ninguno tiene miedo de pegar. Y cuanto más lejos se está del arco, más fuerte se pega... Yo siempre viví dentro del área penal. Por eso podría contar con los dedos de las manos los goles que convertí desde fuera de las 18 yardas. En cambio fueron muchos los que hice desde dentro del área chica. No creo que Artime haya sido un jugador de gran coraje por haber pasado dentro del área penal la mayor parte de su carrera deportiva. Considero que mi mayor demostración de valentía fue no tenerle miedo a la responsabilidad de hacer el gol. Conocí muchos jugadores que me superaban ampliamente en técnica y en virtuosismo, pero que no iban al área penal por temor a enfrentar la oportunidad de marcar un gol y no poder convertirlo. No le tenían miedo a las patadas, sino a los silbidos de la tribuna…

Imagen Luis Artime convierte el primer gol frente a España en el Mundial de Inglaterra de 1966.
Luis Artime convierte el primer gol frente a España en el Mundial de Inglaterra de 1966.

 

La definición

"Artime derrotó al arquero con un tiro medido"... "Artime la colocó junto al palo izquierdo"… El periodismo siempre trató bien mis goles. Pero debo aclarar que jamás tuve esa intención, con las excepciones del caso. Decía recién que la definición, en fútbol, se produce en una fracción de segundo. Por lo tanto, es difícil que el goleador tenga tiempo para elegir palo, ángulo o rincón por donde debe entrar la pelota. Y si la jugada le dio tiempo para elegir, la ejecución también está sujeta a imponderables: un rival que tocó el pie de apoyo, una mata de pasto que eleva la pelota un centímetro, o simplemente el hecho de no entrarle de lleno al remate.

Imagen En mi opinión, Gerd Müller fue uno de los grandes goleadores de los últimos diez años. Este gol que le hace a Yugoslavia en el Mundial del '74 es una prueba de su estilo. Muy parecido al mío, porque tanto el como yo nunca fuimos elegantes. Y menos dentro del área. Aquí Müller parece un back. Convirtió este gol con el último recurso que le quedaba: tirarse al piso para tocarla con derecha.
En mi opinión, Gerd Müller fue uno de los grandes goleadores de los últimos diez años. Este gol que le hace a Yugoslavia en el Mundial del '74 es una prueba de su estilo. Muy parecido al mío, porque tanto el como yo nunca fuimos elegantes. Y menos dentro del área. Aquí Müller parece un back. Convirtió este gol con el último recurso que le quedaba: tirarse al piso para tocarla con derecha.

 

Decisión para rematar

Ya tenemos un panorama de las dificultades que rodean al goleador en el momento supremo de la definición. Entonces, ¿qué soluciones tiene? Una sola: aprovechar esa fracción de segundo apelando a su decisión y a su fe inquebrantable (esto último es vital). Por lo tanto, si la situación es de remate, no hay que pensarlo dos veces. Yo hice goles de la manera más ortodoxa, con remates francos, pero también anoté muchos otros utilizando el desesperado recurso de la rodilla, o empujando la pelota con la tibia, o arrojándome al piso para tocarla con los tapones, o desviando un centro con el muslo. Se me perdonará la expresión, pero es muy futbolística: "el asunto es meterla". Es la tarea intransferible del goleador. Por lo expresado, ya no quedan dudas en cuanto a mis goles: jamás "la coloqué". Eso sí, un goleador debe entrar al área echando un vistazo a los palos. Es una condición indispensable; uno tiene que saber dónde está el arco. Si los arqueros supieran cómo ayudan en esa tarea cuando visten remeras claras, seguramente elegirían para siempre los colores oscuros.

 

Todos valen uno

El ideal sería que todos los goles del fútbol fueran tan bonitos como los que le vi hacer de pibe a mi ídolo, Rubén Bravo. Pero ya he dicho que la mayoría de los que se marcan son producto de errores defensivos y, a veces, de la casualidad, de lo inesperado. Lo importante es que esos errores o esas casualidades encuentren al delantero con los ojos abiertos y todos los sentidos puestos en la jugada para explotarlos y convertirlos en goles. Y cuando esas oportunidades se presentan, lo único que vale es meterla. Yo he visto perder muchos goles por un lujo innecesario, adorno o el toque elegante con la cara externa. Gerd Müller, uno de los más grandes goleadores que he conocido en los últimos diez años, la metía como podía. Incluso empujándola desde el suelo, barriendo como un back que la tira el córner. Yo he marcado muchos sin preocuparme nunca por el estilo. ¿Saben por qué? Porque, cuando se produce uno de esos goles que parecen dibujados, de lindos que son, nunca vi que en el score del partido los anotaran como dos goles. Todos, bonitos o feos, trabajados o encontrados, valen uno.

Imagen Miro estas dos fotos y me da algo de vergüenza. Vean a Rubén Bravo, mi ídolo en la niñez cabeceando con todas las de la ley, con el parietal izquierdo. Un golazo, ¿no? Y después el mío. Un partido contra Racing, en 1967... Vino el centro y atropellé. La pelota me pegó en el pantalón y la terminé empujando con el muslo.
Miro estas dos fotos y me da algo de vergüenza. Vean a Rubén Bravo, mi ídolo en la niñez cabeceando con todas las de la ley, con el parietal izquierdo. Un golazo, ¿no? Y después el mío. Un partido contra Racing, en 1967... Vino el centro y atropellé. La pelota me pegó en el pantalón y la terminé empujando con el muslo.
 

No tener vergüenza

Un goleador no debe temerle a nada. El primer remate al arco puede pegarle a un fotógrafo. El segundo, salir por la banderita del comer. El tercero, rebotar contra un cartel de publicidad. Ahora, si no decide el cuarto por las experiencias anteriores, jamás triunfará. El goleador tiene que borrar de su diccionario la palabra vergüenza. Así un día podrá relatar sus goles. Yo hice muchos apelando a una estratagema que hoy puedo contar. Por lo general, en los primeros minutos salía a marcar al zaguero central de los rivales con las piernas bien abiertas, invitándolo al "caño". Claro, después había que tragarse el "olé" de la tribuna. Pero ya sabía que ese tipo estaba cebado. Y por eso lo iba a buscar sobre el final del partido si el resultado todavía era incierto. Otra vez con las piernas abiertas. Si entraba, si tiraba el 'caño", ahí moría. Me quedaba con la pelota y el arquero. El fútbol, ya lo dije, es un juego de vivos.

 

No llorar el gol perdido

Nunca me lamenté por el gol que había perdido, agarrándome la cabeza o mirando al cielo como culpando al destino por mi poca suerte. Y eso que me perdí goles increíbles... Una vez, jugando para River en cancha de Independiente, la quise meter desde la raya del arco y la mandé por arriba del travesaño, todavía no me explico cómo; prácticamente la saqué de adentro... Sin embargo, nunca hice un gesto. Pegaba la media vuelta si la pelota había ido afuera o seguía la jugada en caso de que no hubiera salido. Nunca me lamenté, aunque por dentro estallara la bronca, y esto por varios motivos. Porque cuando uno se agarra la cabeza está agrandando al contrario y desanimando a sus compañeros, aparte de avivar al espectador que estaba distraído, prendiendo un cigarrillo o comprando un helado. Es muy difícil que todos los que van a un partido estén pendientes del juego los noventa minutos. Si hasta los jugadores se distraen... Entonces, ese espectador distraído vuelve a mirar la cancha, me ve agarrándome la cabeza y le pregunta al vecino qué pasó. "Artime se perdió un gol increíble", le contesta el otro. Y son dos para insultarme... Además, yo he visto perder el gol en segunda jugada a un delantero que estaba distraído, lamentándose por haberlo perdido en la primera jugada en vez de seguirla a muerte hasta el final.

 

Imagen Un duo de tremendos goleadores: Ermindo Onega y Luis Artime
Un duo de tremendos goleadores: Ermindo Onega y Luis Artime
 

 

Los otros y yo

Pienso que no soy el mejor ejemplo como goleador, aunque haya vivido haciéndolos por toda América y también en Europa. Eso es porque nunca me preocupé por practicar remates y cabezazos, como lo hacían por ejemplo Sanfilippo o Rubén Sosa. Cuando yo estuve con ellos en la Selección, durante la gira que realizamos por Europa en 1961, después del entrenamiento los dos se quedaban practicando cada uno su especialidad: remates y cabezazos, respectivamente. Yo lo hice solamente una vez, con la Selección que trabajó en el Colegio Ward a las órdenes de Zubeldía, cosa de no fallarle a Osvaldo cuando armaba parejas para entrar en pared con remate final al arco. En la semana trabajaba a muerte en la parte física, porque siempre quería estar diez puntos. Me prendía en todos los picados. Pero perfeccionar el remate no me interesaba. Ahora, mirando atrás, pienso que me equivoqué. Que pude ser mejor goleador de lo que fui si hubiera tenido la constancia de Sanfilippo para superarme cada día un poco más. Sin embargo, creo que cada uno  debe actuar como es auténticamente. Y yo fui, por sobre todo, un jugador de instinto. Las cosas me salían. Y a veces me salían mucho mejor de lo que podía pensarlo considerando mis condiciones de jugador no técnico. Una vez, en Montevideo, le hice un golazo a Paraguay jugando para Argentina, después de dos "sombreros" dentro del área, levantándola sobre la cabeza de un defensor y el arquero. Otra vuelta, para River en cancha de Boca, la recibí de Lallana, la enganché de taco cuando me salía Silveira (se la levanté por encima) y cuando Roma venía achicando se la toqué suave y por abajo a un rincón. Ninguno de esos dos goles fue pensado o practicado. Los dos salieron así porque me la jugué de esa manera, a puro instinto.

Imagen En 1971 Artime fue el artífice de la primera Copa Intercontinental del club uruguayo Nacional en su historia. Convirtió los tres goles del equipo de Montevideo frente al Panathinaikos en las dos finales (1-1 en Grecia y 2-1 en el Centenario). En la foto Artime festeja uno de sus goles con la hinchada de Nacional en el partido de vuelta.
En 1971 Artime fue el artífice de la primera Copa Intercontinental del club uruguayo Nacional en su historia. Convirtió los tres goles del equipo de Montevideo frente al Panathinaikos en las dos finales (1-1 en Grecia y 2-1 en el Centenario). En la foto Artime festeja uno de sus goles con la hinchada de Nacional en el partido de vuelta.
 

 

El perfil

Para hacer goles, además de mantenerse siempre atento, uno debe estar bien perfilado. Uno de los hombros debe apuntar a un poste del arco. Entonces, la salida para recibir, girar y rematar se hace más fácil, más veloz, más difícil de controlar por el adversario. Con un buen perfil, uno tiene siempre la certeza de plantar bien el pie de apoyo. Con un buen perfil, se aguanta mejor la carga del contrario y uno puede ganar en el cuerpo a cuerpo. Con un buen perfil, se domina mejor el panorama, y cuando uno va a rematar no necesita levantar la cabeza una vez más porque ya tiene decidido lo que va a hacer. Mi preocupación, jugando casi siempre dentro del área penal, era vivir buscando perfiles favorables para sacarle dos ventajas, al contrario que pretendía anularme: tiempo y visión directa del arco. Cuando la jugada me sorprendía de espaldas al gol, la solución era muy simple: tocar atrás o a los costados y buscar el mejor perfil.

 

El pie de apoyo y la cara interna

    

He metido muchos goles con el pie izquierdo sin ser zurdo porque la clave de un buen o un mal remate está en el pie de apoyo. Si está muy atrás respecto de la pelota, uno levanta el tiro. Si no está bien afirmado, puede mandarla a cualquier parte. En cambio, si uno está bien pisado en el momento del remate, aunque no le pegue con tanta precisión, puede conseguir un tiro seguro. Otro detalle importante es el de entrarle a la pelota con la cara interna del pie, porque hay más superficie de contacto y aunque uno no la empalme de lleno, puede estar cierto de que la va a empujar hacia el lugar que quiere. Lo más indicado para remates de volea o sobrepique es pegarle con el empeine. Para darle bien con la cara externa del pis hay que ser un especialista como eran Ermindo Onega o Bobby Charlton o como son hoy Maradona o Beto Alonso. Generalmente marqué mis goles de zurda a la salida de una media vuelta, con un rival que me estaba apretando. Y el secreto era mi pierna derecha. Me servía para poner una barrera entre el contrario y mi giro. Para eso debía pegar la media vuelta con fuerza. Entonces, el pie derecho salía pisando con tanta firmeza que le trasmitía potencia al pie que remataba, el izquierdo. Pienso que esto es tan fácil de comprender como de ejecutar, bastará con intentarlo en los entrenamientos hasta que el movimiento se automatice, convirtiéndose en una más de las condiciones que hacen a un jugador vivo y útil para su equipo.

Imagen Este gol que le hice a Racing en el último partido de 1967 lo presento para ratificar la importancia del pie de apoyo en el momento del remate. Recibí el pase sobre la línea del área grande. Oscar Martín estaba a mis espaldas. Lo eludí con una media vuelta y adelanté la pelota. Por perfil no tenía otra alternativa que el zurdazo, además Cejas venía saliendo. En la primera foto estoy llegando al disparo. Vean la pierna derecha, la voy a "plantar" muy cerca de la pelota, para no levantar el tiro. En la segunda foto ya definí con zurda y con cara interna para asegurar la dirección.
Este gol que le hice a Racing en el último partido de 1967 lo presento para ratificar la importancia del pie de apoyo en el momento del remate. Recibí el pase sobre la línea del área grande. Oscar Martín estaba a mis espaldas. Lo eludí con una media vuelta y adelanté la pelota. Por perfil no tenía otra alternativa que el zurdazo, además Cejas venía saliendo. En la primera foto estoy llegando al disparo. Vean la pierna derecha, la voy a "plantar" muy cerca de la pelota, para no levantar el tiro. En la segunda foto ya definí con zurda y con cara interna para asegurar la dirección.
 

Buscar el segundo palo

  

EI hecho de jugar normalmente dentro de un sector tan reducido de la cancha como es el área penal no significaba de ninguna manera que yo fuera un jugador estático. Todo lo contrario. Vivía en permanente movimiento, sólo que no recorría las distancias que normalmente cubren otros jugadores como los mediocampistas. La diferencia en recorrido quedaba compensada por los mayores obstáculos que yo encontraba en un terreno tan escaso. Mis movimientos eran caminar por el área y, de pronto, hacer pequeños piques. Esto último, casi siempre en esos instantes en que el o los defensores me quitaban la mirada de encima para seguir la pelota o para salirle a un compañero que había desequilibrado gambeteando. Entonces, yo buscaba siempre el segundo palo respecto de la jugada. Por ejemplo: si Bernao (en Independiente) o Ermindo Onega (en River) o el Indio Solari (en la Selección) arrancaban jugando por la derecha y sobre, ese lado iban las miradas y el desplazamiento de los defensores, incluyendo al arquero, yo buscaba colocación sobre el otro vértice del área chica. De ese modo, cuando la cruzaban a la izquierda, yo daba un par de pasos y prácticamente me llevaba la pelota por delante, bien perfilado hacia la red. Así fueron dos de los goles que más recuerdo de mi carrera, jugando para Argentina contra España en Birmingham. Uno con el empeine derecho (pase atrás de Solari) y otro de zurda después de haberla arrastrado con la derecha (pase de Ermindo). Así le metí un gol de zurda a Errea (crucé de Ermindo) una tarde que River le hizo 3 goles a Boca en 4 minutos y ganó un partido que Boca ganaba 1 a 0 con amplio dominio. También le marqué otro por cruce de Ermindo desde la derecha a Luis Carrizo, de Racing en un partido que perdíamos 2 a 0 y en los últimos 20 minutos convertimos en 4 a 2 con tres goles míos. Casi todos los que recuerdo fueron marcados dentro del área chica, casi sobre la raya del arco y con el arquero viniendo desesperado del otro palo. Porque es inevitable que el arquero como los otros defensores, siga a la pelota y vaya a tapar sobre la zona desde donde viene el peligro. El hombre que ataca por la espalda tiene entonces todas las posibilidades en su favor para llegar limpio al remate. Es un recurso elemental e imprescindible.

Imagen Otro partido memorable. El 29 de mayo de 1963 Racing nos estaba ganando 2-0 con baile. Descontó Ermindo Onega a los 25' del segundo tiempo. Despues, en ocho minutos (35', 38' y 43') convertí tres goles y terminamos 4-2. Este fue el tercero de River.
Otro partido memorable. El 29 de mayo de 1963 Racing nos estaba ganando 2-0 con baile. Descontó Ermindo Onega a los 25' del segundo tiempo. Despues, en ocho minutos (35', 38' y 43') convertí tres goles y terminamos 4-2. Este fue el tercero de River.

 

El cabezazo

Mi técnica para cabecear no era muy depurada, pero así y todo hice muchos goles. Seguramente mi idolatría por Rubén Bravo y mi admiración posterior por Rubén Sosa dejaron su sedimento en mi formación como jugador. No me comparo con ellos, porque las distancias son siderales, pero creo que preocupé bastante a las defensas. El cabezazo tiene un secreto: ir a buscarlo con los ojos bien abiertos. Ahí está la posibilidad del éxito. Y por supuesto, el olfato del goleador, saber dónde colocarse para ganar el anticipo.

Imagen Hice muchos goles de cabeza sin ser un exquisito, ni para saltar ni para cabecear con la ortodoxia necesaria. Ese déficit creo que lo pude salvar, el parte, buscando la pelota en el aire con los ojos bien abiertos ganándole a los defensores en el anticipo. Este gol lo anote jugando para Nacional de Montevideo frente a Palmeiras.
Hice muchos goles de cabeza sin ser un exquisito, ni para saltar ni para cabecear con la ortodoxia necesaria. Ese déficit creo que lo pude salvar, el parte, buscando la pelota en el aire con los ojos bien abiertos ganándole a los defensores en el anticipo. Este gol lo anote jugando para Nacional de Montevideo frente a Palmeiras.

 

Lo que no hizo Artime

Nunca nadie me enseñó nada. Artime llegó hasta donde llegó por obra y gracia de su intuición. Lo aclaro por la intención didáctica que EL GRAFICO le otorga a esta nota. Si algo de lo dicho puede servir a los jóvenes que sueñan con llegar a una primera división, me sentiré muy feliz. Pero deseo agregar que Luis Artime —hoy— está arrepentido por no haber valorado en su momento técnicas de entrenamiento que hubieran enriquecido sus condiciones para el fútbol. Me refiero especialmente a las prácticas de remate con ambas piernas y con cabeza. Que los jóvenes tomen debida nota. Lo que no hizo Artime, también es un mensaje.

LUIS ARTIME (1980)

Producción: JUVENAL y NATALIO GORIN