¡Habla memoria!

Aquel amigo… por Borocotó

Una pequeña crónica a pura nostalgia. Borocotó refiere y retrotrae al vínculo de una fuerte amistad, en épocas de escuela y barrio, de la primer infancia. Y del paso del tiempo, que lo transforma todo.

Por Redacción EG ·

11 de marzo de 2019

Imagen Aquel amigo
Aquel amigo

Tomamos juntos la comunión en el altar del potrero del barrio. En la escuela, era el compañero de banco. De grado en grado marchamos juntos. Y cada día más apretados, más seguros de esa unión amarrada por la amistad candorosa. Eran los días en que teníamos el alma de color de los guardapolvos. Con aquel amigo formamos en la infancia un ala que alegremente gambeteó en el tiempo y que en el campito del barrio dribleó más que las corbatas que aleteaban sobre nuestros guardapolvos. Es aquel amigo que ahora, olvidados del tiempo, solemos buscar distraídamente en alguna sorpresiva gorjeante caravana infantil que sale de la escuela.

Hacíamos juntos "los deberes"; nos susurrábamos la contestación precisa cuando uno vacilaba ante la pregunta, nos trasmitíamos los resultados de aquellos problemas que jamás se nos presentaron en la vida; nos comunicábamos mucho de lo mucho inútil que nos obligaron a estudiar. Éramos hinchas del mismo cuadro, afinidad que intensificaba el sentimiento común, el sentimiento en cuya durabilidad confiábamos firmemente. ¿Cómo pudo destruirlo el tiempo?

Un día cualquiera, muy lejos de los guardapolvos, nos encontramos con una cara que nos es conocida. "Usted no iba a la escuela de..." "...Vos no sos..." "...El mismo..." "¡...Qué cambiado estás!..." "... No sé cómo te reconocí...". Lejos, tristemente alejados, hacemos esfuerzo por reconstruir, por ligar ese rostro a aquel otro fresco como una gota de rocío. Sabemos que es el amigo, aquel amigo, pero no queremos que sea, no admitimos que sea…

Es como si la fresca gota de rocío se convirtiera en tibia lágrima y comenzara a andar a tropezones por esa cara marchitada de tiempo. Charlamos con visible esfuerzo. Estamos torpes, tartamudeantes, como atados.

Ni hay espontaneidad en el gesto, ni en la palabra, ni en la dura sonrisa que queremos mantener.

—Sí...; tengo .un pebete que ya va a la escuela...

—Y yo dos...

Ellos también, a través de los años, quizás algún día busquen a aquel amigo que dejamos junto con el guardapolvo como el alma que tuvimos.

Por Borocotó

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