¡Habla memoria!

Los cabeceadores: Erico

Cuando subía a cabecear, era como si trepara sobre "el trampolín Invisible" decía Frascarita de Arsenio Erico. Los testigos de su época evocan a, tal vez, el mejor cabeceador de todos los tiempos .

Por Redacción EG ·

27 de agosto de 2018
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EI fútbol argentino tuvo a un jugador alado. Si no lo fue, lo pareció. Se llamó Arsenio Pastor Erico. En 1939 estaba de visita en Buenos Aires el escritor trances Paul Morand. Lo Ilevaron a la cancha para que viera en acción a Maril, De Ia Mata, Erico, Sastre y Zorrilla, aquellos diablos de Independiente. Cuando terminó el partido dijo refiriéndose a Erico: "C'est Nijinski", poniéndolo a la altura del mejor bailarín de aquellos tiempos. A Erico le cantaron otros poetas y escritores más cercanos a lo nuestro. Catulo Castillo, por ejemplo, quien le dedicó un soneto para decir, entre otras cosas:

“¡Ángel alado! Pasará un milenio

sin que nadie repita tu proeza

del pase de taquito o de cabeza!

tras una multitud gritando iArsenio...!"

 Carlos De la Púa, el Malevo Muñoz, el poeta lunfa de "La crencha engrasada" escribió a su vez, en las páginas de "Crítica", una nota que tituló "¡Vamos a ver jugar a Erico!".  Allí explicaba que "ni el club, ni los colores, ni la hinchada, ni la tradición interesan nada. El espectáculo es íntegramente suyo. ¡Vamos a ver jugar a Erico!" Y agregaba: "Como este no hubo ni habrá nadie, porque después de hacerlo rompieron el molde..!  Verlo correr con la pelota entre las gambas y escupirla en el momento oportuno vale más de doscientas Traviatas y Rigoletos cantados en el Colon, porque el paraguayo lanzado a la carrera en el medio de la cancha y pasando como a postes a los jugadores rivales proporciona una emoción artística muy superior a los tagliatellis filarmónicos que se mandan todas las compañías tanas en nuestro primer coilseo.  El gran espectáculo es su juego, sus gambetas maravillosas, sus verdaderos shots de cabeza, su sentido del arco y su verdadero olfato del gol”.

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 Erico es, aún hoy, el jugador que más goles convirtió 293. Pero no fue solo un goleador fue un artista. "Lo suyo era distinto'', admite Adolfo Pedernera Le atribuye virtudes de prestidigitador, de equilibrista, de gran saltarín. Y cuenta esta anécdota: "En 1939 se formaron dos combinados entre jugadores de Independiente y River. La idea era ir a jugar a Europa, pero la guerra lo impidió. Mientras un combinado fue a Chile, otro enfrentó en Buenos Aires a un combinado de jugadores brasileños del Vasco da Gama y Flamengo. Jugué contra ellos. La delantera era Maril, De la Mata, Erico. Moreno y yo. Iba como media hora del partido y la pelota la tenía siempre Maril De la Mata. Maril se la daba a Vicente y Vicente a Maril. Los demás no existíamos. Pero el paraguayo igual picaba y picaba. Siempre. Me daba lástima tanto desgaste. Al final me cansé y le dije a José: “Me voy. Estos dos juegan para ellos. Si no bajas a buscar la pelota, me voy”. Moreno bajó y entonces empezamos a jugar los dos; el me la daba a mí y yo a él, él a mí y yo a él. Y Erico seguía picando. Por ahí fue una pelota larga a la punta derecha, Maril la alcanzó casi sobre la línea de fondo. Le salió un centro muy abierto que llegó casi a la altura del área penal. Erico, que venía a la carrera, se pasó para el cabezazo y entonces frena, apoya las manos en el suelo como haciendo la vertical, se irguió y metió un tacazo que rebotó en el travesaño. ¡No lo podía creer!"

 No habrá ninguno igual, decía Carlos De Ia púa. Y así parece. Por las cosas que cuentan. Alfredo Di Stefano, por ejemplo, sostuvo y sostiene que fue su primer ídolo. Un jugador fenomenal. Un malabarista. Un goleador de lujo. Y aclara "No corría, se deslizaba. Avanzaba moviendo el cuerpo y seguía derecho, por sitios que un segundo antes ocupaba un contrario Venia la pelota de aire, a dos metros de altura, y no sabías si la cabeceaba, la enganchaba de taco o la tiraba de chilena. Era un felino. Saltaba, se paraba en el aire y seguía subiendo. Yo era hincha de River, pero cuando jugábamos contra Independiente hinchaba por Erico. Y mi viejo me quena matar. Después, en el patio de mi casa o en el potrero, trataba de imitarlo. ¡Si me habré dado golpazos contra el suelo! Y de tanto imitarlo creo que algo me quedó. Porque hice goles de chilena, de taconazos, tirándome de tijera  en el aire, zambulléndome, a pesar de que allá arriba, cabeceando, siempre fui flojón.

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Alfredo Di Stefano como hincha de Arsenio Erico recuerda un gol que hizo la tarde que Independiente se consagró campeón en 1938. Fue contra Ferro.  Otro gran, cabeceador, Bernardo Gandulla, había puesto en ventaja a Ferro. Di Stefano dice que Villarino —el wing derecho— tiró un centro al pecho de Erico. Todos esperaban que el paraguayo la bajara, pero se zambulló hacia adelante y la metió con los tacos para la entrada Zorrilla por la izquierda. Cuando Zorrilla llegó a la raya del fondo, se imponía el centro atrás y ahí se asombra Di Stefano “Yo lo vi, a Erico gatear, después del tacazo, para incorporarse y picar en puntas de pie. Cuando llego el centro, el Paragua se levantó en medio del área, le metió un frentazo impresionante hacia abajo y la clavó en la red. ¡La gente se desmayaba en las tribunas!", dice admirado Di Stéfano. Y tratándose de él, de alguien como Alfredo que para muchos fue lo mejor del mundo  como jugador, repárese en la trascendencia de su opinión sobre Erico.  No habrá ninguno igual no habrá ninguno. Es probable Arsenio Erico medía 1,75 y pesaba 67 kilos. Fue el mejor cabeceador de todos los tiempos. De eso no quedan dudas.

 

ERDUARDO RAFAEL