¡Habla memoria!
Pierino González, bohemio, egoísta y genial
Puntero ambidiestro, fue una gloria de Boca en los cincuenta y bañó de fútbol la Bombonera en tiempos de vacas flacas. La contracara de su portentosa técnica era su excesivo individualismo, y su calvario fueron las lesiones, pero la hinchada Xeneize siempre lo idolatró.
Pierino hacía delirar a toda la hinchada de Boca con su habilidad fuera de lo común.
Nacido en 1929 en Berabevú, un pueblo santafecino cercano a Rosario, Pierino se mudó de chico junto a su familia a Mar del Plata. Allí empezó a jugar al fútbol, pero no fue hasta los 15 años que inició su peregrinaje profesional, cuando Kimberley lo sumó a su plantel de la Primera local, en el que comenzó a descollar. Por aquellos años, además, la selección marplatense era muy fuerte a nivel nacional, y solía organizar amistosos contra equipos de Buenos Aires. En uno de esos encuentros, ante Racing, González la rompió y un emisario de Boca, que justo estaba en la cancha, apuró los trámites para sumarlo al Xeneize, a sabiendas de que los entrenadores de la Academia también lo tenían en sus planes.
La estampa de Pierino, en tiempos de camisetas de piqué.
El certamen de 1949 sería el preludio de años bravos para Boca, que veía cómo Racing enhebraba el primer tricampeonato profesional de un equipo argentino, y River seguía sacándoles lustre a sus Inferiores de lujo. Pierino, en ese periodo de descontento de la hinchada con sus jugadores, era la excepción a la regla, y se iba convirtiendo, partido tras partido, en un ídolo irrenunciable. Con sus gambetas, sus malabares, sus bicicletas y toda una batería de recursos que explotaba gracias a su dominio de ambas piernas, hacía delirar a los fanáticos que colmaban la Bombonera, en más de una oportunidad, solo para verlo a él.
Ensayando una "marianela" en una producción especial para El Gráfico, en la Bombonera.
La fama de Pierino no paraba de crecer, y con ella también sus detractores. Boca era, muchas veces, un equipo sin alma, y a los hinchas no se les ocurría criticar al único jugador que les brindaba espectáculo, pero los entrenadores y jugadores de otros equipos e incluso sus compañeros se quejaban de su individualismo. Lo tildaban de egoísta y la disputa terminaba en patadas y lesiones. “Unos cuantos rivales me trataban mal –recordó el puntero en una nota con el diario La Capital de Mar del Plata–, me querían sacar de la cancha. Lo que pasa es que a veces se me iba la mano, porque yo los gambeteaba para un lado, y después los volvía a buscar. Ahí era cuando se enojaban”. Esa declaración de principios de González era, al mismo tiempo, lo que hacía vibrar a la Bombonera: “A la hinchada le gustaba que tirara caños y firuletes. Yo los hacía para ellos”.
Desbordando frente a Pedro Dellacha, en un Boca-Racing de mediados de 1956
En 1953 Boca tuvo algunas victorias resonantes, pero también sufrió derrotas alarmantes contra equipos de menor nivel y finalizó séptimo, a tono con el clima de época que lo asolaba. No obstante, lo más destacable de esa campaña fue la gira que el equipo hizo por Europa, presentándose en Francia, Alemania, Bélgica, Austria, Portugal y España. Pierino fue la gran figura del plantel, convirtió goles importantes y en el último amistoso jugado en Madrid, ante el Atlético, deslumbró a un enviado del Barcelona que estaba en la tribuna. El presidente de Boca, Juan Gil, que acompañaba a la delegación, ya tenía cerrado su pase al club catalán, pero después de pensarlo un par de días, González se negó a alejarse de su familia.
Pinta de Crack. No tenía solo pinta, lo era.
Sin embargo, la negativa al Barcelona vino acompañada de desgracias, porque al regreso de la gira, y con el Campeonato de 1954 ya iniciado, Pierino sufrió una serie de lesiones que lo marcarían para siempre. El maltrato de los rivales y un físico de cristal que le empezaba a pasar factura lo mantuvieron a maltraer durante esa temporada que marcaría la resurrección de Boca.
Ese mismo año regresó al club, como entrenador, Ernesto Lazzatti, el Pibe de Oro que había sido campeón como jugador en 1944, en el último título que había conquistado el Xeneize. Lazzatti, desde el comienzo, ideó un equipo pragmático y resultadista, que a pesar de jugar con cinco delanteros fue tildado de defensivo y especulador. En la misma línea, fue claro con Pierino: “Mire –le dijo–, usted es el más habilidoso de todos, pero la tiene que largar, si no, habrá dos pelotas, una para el partido y otra para usted”.
Quedaba claro que Pierino, con su bohemia, no entraba en las prioridades de Lazzatti, ni tampoco lo consideraba el mejor de los soldados para una causa que estimaba urgente, y que era sacar campeón a Boca después de una década de sequía. Sin embargo, el conflicto en puerta que hubiese enfrentado a dos ídolos históricos del club con la hinchada como jurado se desenredó fácilmente cuando una grave lesión sacó a González del Campeonato. Durante 1954 solamente pudo jugar tres encuentros.
También lo disfrutó el fútbol en sus tiempos de veterano; aquí lo vemos en el centro de la fila, abajo.
Jaqueado por las lesiones, González jugó el Campeonato de 1955 a préstamo en Ferro, pero solo disputó nueve partidos en los que anotó tres goles. En 1956 volvió a Boca y se quedó allí hasta 1959. En total disputó 207 partidos con la camiseta Xeneize y registró 39 goles con una característica llamativa: en todos los encuentros que jugó lo hizo como titular y nunca fue reemplazado, solo fue expulsado en una oportunidad, en 1959 contra Lanús.
Un año antes, en 1958, una gran actuación suya contra el Milan de Italia en un amistoso lo puso en la mira de Panzeri, que lo catapultó a la Selección. Pronto todos siguieron la pista del periodista y la presión fue tanta que, sin haber disputado nunca un encuentro con la camiseta de Argentina, Pierino se vio preseleccionado por Stábile para el Mundial de Suecia, no obstante, otra vez una lesión lo marginó de la lista definitiva, pero lo salvó del desastre, porque aquella participación nacional acabó en un sonado fracaso histórico.
Los últimos cartuchos de Pierino fueron en el fútbol de Mar del Plata.
Bohemio, egoísta y genial, iluminó la época más oscura de la historia de Boca, y lo hizo siempre con una sonrisa en el rostro. “El fútbol es muy lindo como para que te amargue la vida –decía–. Por eso preferí ser jugador. Al nivel que sea, pero yo siempre quería jugar”.
Por Matías Rodriguez (2017)