¡Habla memoria!

¿Por qué el mundo volvió a hablar de O.J. Simpson?

Una serie popularizada por Netflix puso en el tintero, más de veinte años después, el caso del deportista que fue acusado de asesinar a su ex esposa y un amigo de ella. En los noventa, el juicio contra Simpson acaparó todas las opiniones, dividió las aguas y transformó un doble homicidio en una lucha racial, sociológica y mediática sin precedentes.

Por Redacción EG ·

18 de febrero de 2017
Imagen O.J. durante el juicio, en la célebre prueba de la evidencia.
O.J. durante el juicio, en la célebre prueba de la evidencia.
No hay spoilers posibles para American Crime Story: The People v. O. J. Simpson. La hiperrealista serie que televisa Netflix en Argentina desentraña la conocida historia de la otrora estrella de la NFL Orenthal James Simpson, que en 1995 fue llevado a juicio (y posteriormente declarado no culpable) como presunto autor del doble homicidio de su ex esposa Nicole Brown y un amigo de ella, Ron Goldman.

Sin embargo, la virtud de la serie que explota en Estados Unidos al mismo tiempo que empiezan las deportaciones de extranjeros y vuelven a los primeros planos las diatribas raciales tras la asunción de Donald Trump radica en la capacidad que tiene para exprimir los detalles del caso, los pormenores del proceso penal y para desempolvar ciertos rasgos de la sociedad estadounidense que mira con recelo la reacción que tuvo ante el recordado juicio público que se mediatizó hasta el paroxismo.

Por increíble que parezca, no fue necesario exagerar ninguna de las imágenes que se muestran en la serie. Por ejemplo, la simulada “persecución” que la policía hizo a la Ford Bronco de O.J. mientras este, escondido en el asiento trasero, intentaba escaparse, según se cree, a la frontera con México, fue a sesenta kilómetros por hora y en medio de miles y miles de autos que se detenían al costado de la ruta para abrirle el camino al perseguido y apoyarlo o condenarlo, dependiendo del caso. Durante la hora y media que duró la “huida” de Simpson las imágenes ganaron terreno en los noticieros y desplazaron al partido entre New York Knicks y Houston Rockets por las finales de la NBA de 1994. Noventa y cinco millones de personas siguieron el raid desde sus casas y otros cientos se movilizaron a los puentes que cruzan la autopista para exhibir carteles con un variopinto de consignas mientras la camioneta de O.J. seguía su avance.

Imagen Simpson en Buffalo Bills.
Simpson en Buffalo Bills.
Finalmente, Simpson se entregó un puñado de horas después en medio de un Truman Show consensuado que no incluyó disparos ni esposas, pero si miles de cámaras, periodistas, reporteros y patrulleros cargados de policías que debían dirimirse entre su deber y su idolatría por el deportista. “No pienso dispararle a O.J. a menos que el Presidente Clinton me lo ordene”, llegó a gritar un oficial.

No obstante, la verdadera proyección del caso arrancó con el juicio. Simpson contrató como abogado al excéntrico Robert Shapiro y este armó un verdadero Dream Team de profesionales, en el que sobresalió Johnny Cochran, el afroamericano que desplazó al propio Shapiro como patrocinante principal, y en el que también estaba Robert Kardashian, amigo íntimo de O.J. y padre de la dinastía. Cochran, a sabiendas de la sensibilidad de la causa, batalló para armar un jurado con mayoría de negros (fueron ocho de doce) y convirtió la acusación en una cuestión racial. La fiscalía, encabezada por la soberbia Marcia Clark, hizo el resto: cometió el error de designar como adjunto a un fiscal afroamericano después del inicio de la audiencia de testigos y con eso terminó de mellar la confianza del jurado, a pesar de que tenía una montaña de evidencia para convertir en condena la acusación contra O.J.

El juicio fue televisado en todas sus instancias y alcanzó picos de audiencia propios del Super Bowl. Las repeticiones de los noticieros se daban en horario central y en las calles hasta hubo batallas campales entre defensores y acusadores de Simpson. Durante los ocho meses que duró el proceso, Cochran aprovechó cada circunstancia para seguir exprimiendo la carta racial y transformó a Simpson, de origen afroamericano pero en principio poco identificado con la comunidad, en un exponente famoso de la discriminación que sufren los hombres negros en Estados Unidos.

La causa se le escapó de las manos al juez Lance Ito, que tuvo que luchar con la filtración permanente de información por la inmensa cantidad de testigos y hasta con un libro que, oportunamente, salió pocas horas después del inicio del juicio y que presentaba a Nicole Brown como una cocainómana y a Simpson como un golpeador. Durante el proceso hubo todo tipo de acciones bizarras y una de ellas, cuando O.J. debió probarse un guante encontrado en la escena del crimen que finalmente le quedó grande, le sirvió a Cochran para manifestar su célebre “si no ajusta, hay que absolver”. El jurado debatió largamente y se inclinó por la no culpabilidad de Simpson.

El veredicto final tapó la cuestión de fondo. Ya nadie se acordaba de las víctimas y ni siquiera se juzgaba a Simpson por las pruebas que podía haber en su contra, que no eran pocas (entre ellas sangre de Brown y Goldman en su camioneta), sino que todo se reducía a una guerra sin cuartel entre pros y contras que desnudaba como la idolatría (O.J. era una especie de Michael Jordan del football americano) era capaz de vulgarizar un crimen atroz, y como la cuestión racial, aparentemente superada, estaba más vigente que nunca. Todo ello, a su vez, transmitido en vivo y en continuado durante el auge de los noticieros 24/7 que terminaron gestando lo bueno y lo malo del “efecto CNN”.

Unos años después de la absolución en sede penal, Simpson fue condenado civilmente al pago de 33,5 millones de dólares por un juzgado de California que lo encontró culpable, y en 2007 fue llevado nuevamente a juicio, aunque tuvo peor suerte: fue condenado por secuestro y robo en Las Vegas y recién podría solicitar la libertad condicional en octubre de este año. Para entonces, Simpson ya no era el popular ex corredor de football americano sino un hombre tristemente público por sus acusaciones de homicidio. Su nombre era un lejano recuerdo, hasta ahora que una serie muy bien lograda revive su fantasma y el morbo tiene una segunda vuelta. Pan y circo para todo el pueblo.

Por Matías Rodríguez