Boxeo

Brian Castaño, de La Matanza al mundo

Campeón mundial interino superwelter AMB, Brian Castaño cuenta por qué arriba del ring hay que enfrentar no solo a un colega, sino también a la propia mente, que puede ser el arma más letal si no logra manejarla. Y eso que superó un ataque de pánico...

Por Redacción EG ·

18 de septiembre de 2017
Imagen En su lugar y con su cinturón de campeón. Brian Castaño va por más.
En su lugar y con su cinturón de campeón. Brian Castaño va por más.
La sociedad de Fomento de Villa Alida, en La Matanza, tiene actividad continua durante el día. En la cancha de fútbol de la planta baja, un grupo de chicas toma clase de patín artístico. A unos metros, unos pibes aguardan para jugar a la pelota. Hay carteles que invitan a la práctica de actividades: boxeo, fútbol, artes marciales, patinaje. Buena oferta para chicos de un barrio humilde, donde predominan las casas bajas y el asfalto, pero, a unas cuadras, aparecen las calles de barro. La Matanza es uno de los partidos con más carencias de la provincia de Buenos Aires. El aumento de la pobreza es alarmante. Con cientos de familias sin agua potable, gas ni cloacas. Abunda, también, la deserción escolar. Su extensión es de 325 kilómetros cuadrados y, según el censo de 2010, tiene casi 1.800.000 habitantes.
Villa Alida queda puntualmente en la localidad matancera de Isidro Casanova, en un barrio llamado La Chaca, donde se crió Brian Castaño (12/09/1989), quien el 1 de julio se impuso en Francia ante el marfileño Michael Soro. Así defendió su título superwelter AMB, obtenido en noviembre pasado tras noquear en el sexto asalto al boricua Emmanuel De Jesús en el Polideportivo Presidente Perón, en González Catán.
Castaño espera a El Gráfico junto al ring, en el primer piso de esa sociedad de fomento. El y su equipo prepararon el escenario para la sesión de fotos. Incluso, Castaño barrió el ring para dejarlo aún mejor. Otros colgaron bolsas, sacaron guantes y hicieron el mate con las facturas con que recibieron a esta revista. La buena onda es total.
El primero en saludarnos es su padre, Carlos, ex boxeador que al dar la mano se presenta como “papá y técnico del Brian”. Y dice: “La primera vez que el Brian subió a un ring fue acá. Lo subí a upa. Jugaba también al fútbol. Era bueno. Hincha de Almirante Brown. Pero había guantes en casa y empezó a pelear. Al final se quedó con el boxeo. A los 15, 16, entró a la Selección Nacional. Viajó a Milán, Italia. Fue revelación. Siempre lo fui cuidando. Porque el boxeo no es solo pelear, sino cómo te parás, si sos educado. La parte humana es muy importante. A mis boxeadores los cuido. No puedo formar a una persona solo como boxeador. Tengo que enseñar que no deben elegir las drogas, el alcohol. Son deportes duros. Por eso, tienen que cuidarse. El cuerpo rinde más si dormís bien. Estoy contento por los logros del Brian. Este laburo viene de chiquito. Le ganamos a un buen rincón, como el de Soros. El Brian le demostró al mundo que está para pelear con los mejores. No hay que apurarlo. A mi hijo lo formé de a poco. Laburó mucho. Brian es trabajo”.

Imagen En el ring de la Sociedad de Fomento de Villa Alida forjó su perfil de notable campeón.
En el ring de la Sociedad de Fomento de Villa Alida forjó su perfil de notable campeón.
SIEMPRE ES A FUTURO
Buzo naranja, pantalón deportivo negro, pelo corto y prolijo, reloj enorme y sonrisa franca. Así aparece Castaño ante El Gráfico. Luego, en un rincón, no solo hablará de su carrera: contará también cómo se sufren los golpes, cuánto tiene que ver la mentalidad y cómo llega a fin de mes alguien que solo tiene ingresos interesantes cada seis meses. Siempre y cuando gane.
-¿Qué es ser campeón del mundo?
-Años de sacrificio. Algo que se vive con alegría. Ser campeón del mundo es algo soñado. Ahora hay que seguir sumando defensas. Siempre es a futuro.
-¿A qué te referís con sacrificios?
-A muchas cosas. La juventud: querer salir, estar en la esquina, romper las bolas... ni a bailar iba. Me aboqué al deporte. Es lo que hay que hacer para llegar al primer nivel. Siempre seguí los pasos de mi papá.
-¿Forman un gran equipo con tu viejo, no?
-Mi viejo fue todo. Si no fuera por él, no sería el boxeador que soy. También me afirmó como persona. Me rompió las bolas con el tema de las salidas. Nunca me obligó a boxear. Me apoyaba en el fútbol o el boxeo. En lo que quisiera. A los 15 me metí más en el boxeo. Es más sacrificado, el boxeo. A los 6 iba al gimnasio. A los 9 entrenaba más fuerte: tenía más conciencia. A los 11 hice mi primera exhibición y me encantaba. A los 14 saqué licencia de amateur y empecé a pelear hasta hoy, que no paro. A los 23 me hice profesional: 17 peleas. Hago pocas porque los promotores no quieren regalar a sus boxeadores. Cuesta conseguir combates.
-¿Qué son los golpes, teniendo en cuenta que los recibís desde chico?
-Me crié medio indio. Me gustaban las piñas. Siempre soñé con ser campeón mundial. “¿Te imaginás, ser como mi papá?”, me decía. Para llegar, hay que recibir y dar golpes. Estoy acostumbrado.
-Es todo muy lindo cuando se es campeón. ¿Pero qué es lo feo?
-¡Claro! Siempre se ven los triunfos. Pero para llegar se sufre mucho. Uno se va dos o tres meses afuera a prepararse. Me privo de mi familia, de mi gente. Y afuera, más allá de la distancia, te cagás a palos todos los días. Tenés que entrenar como un hijo de puta, al cien por cien, porque el otro te va a recagar a trompadas. Más aún afuera, donde hasta el más malo es bueno de tan excelente nivel que hay. Lo bueno es ver al campeón festejar, pero lo malo es lo que ese campeón sufre para llegar. Porque se sufren los golpes, hay que cuidarse en las comidas, los entrenamientos son duros. Así como te levantan, también te hunden. Imaginá si pierdo: “perdió por estar mal entrenado”, “perdió porque no se cuida”, “perdió porque tiene un mal entrenador”. Como le pasó a Maravilla. Fue de los mejores. Le ganó a grandes. Mató a todos los que se le pusieron delante. Pero la gente lo conoce desde la pelea con Chávez Jr. “Maravilla es un cuento”, dicen. “Es puro marketing”. Es así: hoy te aman y mañana te entierran diez metros abajo.
-¿Le tenés miedo a la derrota?
-No. Porque sé lo que es perder. De amateur también perdí. Con el tiempo uno se acostumbra a que este deporte es así: se gana y se pierde. De la derrota se aprende. Más en el primer nivel, porque son todos de primera línea. Lo importante es no bajar los brazos. Seguir adelante.

Imagen Con su equipo de trabajo, encabezado por papá Carlos, pieza clave en su formación.
Con su equipo de trabajo, encabezado por papá Carlos, pieza clave en su formación.
ESA MALDITA CABEZA
-¿A qué le temés?
-A las preguntas que me hago. La cabeza es terrible: te puede jugar a favor y también en contra. Siempre me hago preguntas. Tengo miedo de defraudar a la gente. El miedo no es a perder, sino a decepcionar a mi gente. “¿Y si pierdo?... No, no voy a perder. Voy a ganar”, me puedo preguntar y contestar durante la pelea. Ahí se te meten muchas cosas en la cabeza. Capaz que ligo una piña y me digo “la puta madre, ¿cómo le meto una yo a él ahora?”. Una vez me caí (con Emmanuel De Jesús) y se me vino el mundo abajo. Supe sobrellevarlo porque tengo experiencia. La gente quedó muda. Miraba para un lado y me gritaban “corré”, miraba al otro: “pegale”, y desde otro: “subí las manos”. Era un desconcierto. No sabía qué hacer. Al momento de pelear se piensa mucho. La gente suma, porque es un incentivo, un aliento que da fuerza para seguir. Pero arriba del ring es estrategia pura: “le pego, lo laburo de contra, lo aprieto, lo aprieto y le tiro, pum pum pum”. Le tiro la primera y no entra y eso me mata. Pero si lo emboco, digo “vamos, vamos de vuelta”. Uno se va armando un plan de pelea.
-¿Cambiás tu forma de pelear o preferís la estrategia planeada?
-Hay estrategias que van saliendo en el momento. Pero eso lo da el gimnasio, la experiencia. Y ni hablar de lo que se aprende entrenando afuera. Uno guantea con un campeón olímpico, con un profesional que tiene 30 peleas, con un tipo de gran futuro. De eso se aprende. “Loco, me maté a piñas con un campeón, así que este no me va a ganar”, trato de convencerme. Entonces, ahí sube la autoestima. No sé bien cómo explicarlo. Un golpe recibido o dado te cambia. Cuando conectás, te sube la adrenalina. Pero no hay que dejarse llevar por la adrenalina porque te pueden meter la contra. Arriba hay que estar seguro. Si empezás a dudar, estás perdido, te anulás. Cuando me pasa, me digo: “loco, ya fue. Ahora pegale, pegale, pegale”. Es muy psicológico el boxeo. A veces pegaste una piña con alma y vida, pum, hacen así y se paran como si nada. “Lo maté y no lo volteé”. Entonces, cambiás la estrategia. Yo siento la mano que recibo, pero trato de no demostrar dolor. Sigo y sigo. Ataco. Demuestro que no me duele. Eso anula al rival. En el primer round salgo y pum pum pum. Empiezo a meter ritmo. Como diciendo “acá estoy yo”. El otro se queda. El aura y la autoestima te cambian mucho.
-¿Cómo te definís en cuanto a estilo?
-Trato de aprender un poquito de los que admiro. Maravilla, Maidana, Matthysse, Leonard son mis referentes. Hagler, Hearns, Pepino Cuevas, Durán, Julio César Chávez son boxeadores que me hacía ver mi papá. Trinidad, De la Hoya, Mayweather también hicieron historia. Les copio un poquito a cada uno para tener mi propio estilo. Si tengo que pelear, peleo; si tengo que boxear, boxeo. Intento ser completo, veloz, explosivo. Obviamente que las peleas no siempre salen como uno quiere. No soy noqueador nato, pero tengo mano pesada. Entonces, hago un trabajo de demolición. Intento demoler de a poquito, física y psicológicamente.

Imagen "Mi plan es retar a las potencias de mi categoría", sostiene Brian, dispuesto a crecer.
"Mi plan es retar a las potencias de mi categoría", sostiene Brian, dispuesto a crecer.
UN MOMENTO DIFICIL
-¿Están superados aquellos ataques de pánico?
-¡Uhhhh! Fue en 2014. Empezó mientras bajaba mucho de peso en poco tiempo para una pelea. Me deshidraté. Fui al hospital de acá. Me agarró miedo. Ese episodio me despertó ansiedad. Me hicieron análisis. Estaba todo bien. A los días me dicen que tenía un problema en el corazón y que no podía seguir boxeando. Miocardiopatía e hipertrofia de ventrículo izquierdo. Pero al final me dijeron que estaba todo bien y podía seguir boxeando. Me empecé a preocupar. Esa ansiedad se transformó en pánico. Subía al coche y me dolían las manos, se me torcía la boca. Mi papá llegó a hacerme respiración boca a boca. Contacté un psicólogo, Marcelo Bivort, quien me sacó adelante. Después de un año parado, volví a entrenar. Aprendí a trabajar la respiración: respiraba, controlaba. Gracias a Dios, el miedo se fue. Carolina, mi pareja, con la que estoy hace cuatro años, fue muy importante. Con ella me relajaba, me sentía cómodo, seguro. Es un pilar, al igual que mi familia. También me dijeron que aprenda a decir que no. Porque si te aguantás muchas cosas, llega un momento que explotás. Para evitar eso, aprendí a decir que no. ¡Qué hija de puta es la mente! De un día para el otro te fusila.
-¿Seguís viviendo en el barrio?
-Sí, a cuatro cuadras de acá. Siempre fui de La Chaca.
-¿Y los amigos?
-Son los mismos de la infancia. Nos vemos poco. La mayoría labura, tiene familia. Igual cada vez hago más amigos. Es lindo conocer gente buena.
-Antes hablamos de los sacrificios. ¿Cómo peleabas a las tentaciones de la noche, la barra de la esquina y esas cosas?
-Era indio, como te dije. Me agarraba a piñas en la calle. Era malo para el estudio. Volvía locas a las maestras de la Escuela 73. Hoy me las cruzo y hablamos. Se ponen contentas de verme campeón del mundo. “Siempre con el boxeo, vos”, me dicen. Me falta un año para terminar el secundario. Quiero tener el título. Como arranqué de chico, el boxeo me salvó de la calle, más allá de mi viejo, que me cuidaba. Si no, estaría en la esquina, rompiendo las bolas. Muchos de mis amigos terminaron así. Vos sabés cómo es el barrio, la esquina… era todo joda, quilombos, piña, boliches. Una zona picante, esta.
-Otra vez mencionaste a tu papá.
-Mi viejo caía a la esquina a las 5 de la mañana y me decía “¿qué hacés acá? Andá a casa. Vamos a casa, loco”. Yo le contestaba: “dejate de romper. ¿Querés pelear? ¿Qué onda con vos?”. Porque no quería volver. Mi viejo sabía que podía escabiar o ir a bailar. El me quería deportista. “La calle no te da nada, loco”, me decía. “La calle está llena de vicio, delincuencia, droga, alcohol, joda. Tenés que ordenarte en tu camino. Hacé boxeo. Practicá deportes”, eso me decía. Y a las 12 de la noche me mandaba a dormir y me levantaba a las 8 para ir a correr. “Es tu trabajo, boxeá”, me decía.
-Menos mal que le hiciste caso.
-Sí, porque hoy vivo del boxeo. No estoy salvado, pero estoy bien. Me pude hacer mi casa, comprarme un coche. En cuatro años de profesionalismo. Igual, llegamos a fin de mes ahí, ¿viste? Porque peleo cada seis, cinco meses. Peleo y tengo que estirarme seis meses más. Es un tema. Ahora también enseño boxeo en un club. Agarro unas moneditas. Me muevo. Si no, no avanzo.
-¿Cuáles son tus planes en el boxeo?
-Retar a las potencias de mi categoría. A los campeones y a los futuros campeones. Tengo que aprovechar mi momento, hacer una buena campaña, meter buenas peleas. Canelo Alvarez es el rival a vencer. Para abajo hay cantidad de boxeadores buenos en ascenso. Es dura la categoría. Tengo que unificar. Hay muchas ganas en eso. Sería completar el campeonato del mundo, porque el interinato es una porción. Estamos ahí. Tengo que hacer un poco más de ruido.

 

Por Alejandro Ducchini

Nota publicada en la edición de Agosto de 2017 de El Gráfico