Básquet

Walter Herrmann: “No pude elaborar el retiro definitivo”

Charla íntima con el santafecino que a los 37 años está vigente: las reflexiones sobre su parate y su presente, el valor de que sus hijos más chicos lo vean competir, la anécdota que no se olvidará junto a Jordan, la Generación Dorada, Obras y la Liga Nacional. “No soy la estrella del torneo”, avisa.

Por Darío Gurevich ·

22 de noviembre de 2016
Imagen Fue y es conquistador en la Liga Nacional. Ahora, busca repetir en Obras, que nunca la ganó.
Fue y es conquistador en la Liga Nacional. Ahora, busca repetir en Obras, que nunca la ganó.
Detectar una historia desconocida sobre Walter Herrmann se torna el desafío inicial. El santafecino dominó y se consagró en la Argentina, padeció en carne propia qué es el dolor, ganó el oro olímpico al ser uno de los 12 apóstoles de la Generación Dorada, la rompió en España, anduvo bien en la NBA, se alejó del básquetbol profesional durante tres años, se recicló, disputó su segundo Mundial en el seleccionado, arrasó en Brasil y hasta salió campeón del mundo a nivel clubes en Flamengo, y brilló en San Lorenzo tras conseguir la pasada Liga Nacional y ser elegido el MVP de aquellas finales.

Aquí, a los 37 años, el alero de 2,06 metros mira a cámara en el miniestadio de Obras, su equipo. Después de la producción fotográfica, se le pide no caretearla, no responder lo políticamente correcto a fin de caer bien parado en la sociedad. El santafecino acepta y, en breve, demostrará que es un hombre de palabra.

-Hay una historia que no se contó… Cuando tenía 17 años, empecé a entrenarme con Olimpia; Horacio Seguí era el entrenador. Hubo un momento en el que tuve una molestia en el pie y me dolía. Comencé a ir menos a las prácticas: iba dos veces sí, dos no. Y un día a Jorge Racca le agarró una gastroenterocolitis, y Olimpia debía viajar a Comodoro Rivadavia para jugar por la Liga. Entonces, me empezaron a buscar. Todavía no había debutado, pero era el alero de turno. “Buscamos a Walter Herrmann; el equipo tiene que salir para Comodoro”, dijeron por la radio de Venado Tuerto, mi ciudad y la de Olimpia. “Si preguntan por mí en casa, respondé que no estoy”, le avisé a mi mamá. Dicho y hecho. Era el fin de semana, quería estar con mis amigos y por eso no fui. Quizá podría haber debutado en la Liga.

-¿En qué etapa de tu vida estás?
-En la que hago lo que quiero. Disfruto de este presente, de jugar al básquet. Por ahí, durante muchos años, la inercia me llevó a no frenar. Luego del parate a los 30 años, la cabeza me hizo un clic.

-¿Qué descubriste?
-¡La vida pasa muy rápido! Los tres años en los que me mantuve retirado volaron. Estuve ocupado con actividades fuera del básquet: me divertí con mi familia y con amigos, y viajé. Nunca pensé: “Voy a retirarme tres año y vuelvo”. Al principio, iba a parar unos meses o un año. Necesitaba descansar el cuerpo, la mente, y recuperar cosas cotidianas que me había perdido. Porque el deporte profesional te lleva a eso. Bueno, pasaron tres años y dije: “Me daré el gusto de jugar con ganas y en los equipos que quiero. Ese es el cambio que se dio cuando regresé a Atenas. Volví porque quise, porque me gusta el básquet. Este ya es el cuarto año en el que compito tras la vuelta y, como decía, lo disfruto.

-¿Tuviste dudas sobre cómo rendirías en un principio?
-Solo me dije a ver qué pasa… Tres años sin jugar y tal vez el nivel no es el mismo. Pero la pasé muy bien en Atenas y me gané la convocatoria al Mundial 2014. “Cuando la Copa del Mundo se termine, me retiro definitivamente en la Selección”, imaginé. Pero no: Flamengo apareció, estaba la chance de ser campeón del mundo de clubes, acepté, y lo conseguimos. También, logramos la liga brasilera. Después, justo, San Lorenzo se incorporó a la Liga, Marcelo Tinelli me llamó, y yo que soy hincha del club… Luego, ganamos la Liga y, como las cosas me salían cada vez mejor, me planteé extender mi carrera un año.

-Al margen de los títulos, ¿qué te devolvió la vuelta al básquetbol?
-La posibilidad de que mis hijos más chicos me vieran adentro de la cancha. Mi hijo mayor, Federico, de 17 años, me había visto. Pero los más chiquitos, Bárbara (7) y Leyton (6), no habían podido. Ellos no me tenían registrado como jugador de básquet. Está bueno que noten que uno puede seguir haciendo deporte por más grande que sea.

-¿Esa es la mayor alegría que el Mundial de España 2014 te dio?
-Sí, porque me vieron con la camiseta de la Selección, pasaron tiempo conmigo y junto a mis compañeros en la concentración. Mi mujer es española, y todos estábamos juntos en el Mundial. Igual, nunca se olvidarán cuando dimos la vuelta olímpica con San Lorenzo. Yo los llevaba en mis brazos. Fue impagable.

-¿Qué entendés hoy, a los 37 años, que antes no?
-La clave es vivir el momento. Cuando sos más chico, siempre proyectás. Al final, se te pasa la vida así y no vivís el día tras día. Yo disfruto del hoy, de donde estoy. El hubiera tendría que desaparecer. No sirve para nada.

Imagen "Mi familia no me puede faltar; es lo único realmente importante que tengo", jura el alero.
"Mi familia no me puede faltar; es lo único realmente importante que tengo", jura el alero.
-El básquetbol es tu profesión. Pero, además, ¿es una vía de escape, un estilo de vida u otra cosa?
-Cada uno hace lo que le sale bien. Soy realista y sé que, sin esforzarme tanto, no me cuesta jugar al básquet. Si Venado Tuerto, mi ciudad, tuviera a un equipo en la Liga, jugaría hasta los 50 años. El sacrificio no es jugar, sino irme lejos de mi familia para hacerlo. El básquet es un estilo de vida.

-¿Ya elaboraraste el retiro definitivo?
-No, no pude elaborar el retiro definitivo. Si fuera por mí, no sé si jugaría en Buenos Aires. Tal vez lo haría en mi ciudad, cerca de los míos. Pero, bueno, soy racional y sé que puedo tener un ingreso un poco más elevado al de lo normal como jugador de básquet profesional. Entonces, estoy acá.

-Si ese retiro lo imaginaras, ¿cómo sería?
-¿Te miento? Bueno, digo la verdad: llegaría a mi casa, iría a la compañía de teléfono, cambiaría el chip del celular y no me encontrarían más. Tampoco contestaría los mails. Después de unos meses, todos se empezarían a olvidar.

-¿Qué es lo más loco que viviste junto a Michael Jordan?
-Por la mañana, siempre entrenábamos fundamentos en Charlotte. Un día, mientras hacíamos los ejercicios, llegó Jordan –el dueño mayoritario de la franquicia– con un par de amigos. Michael estaba cerca del equipo, hablaba con nosotros y se nos hacía cotidiano verlo. Ya no era el del póster. Bueno, ese día de entrenamiento no sé qué movimiento hice, y él se quitó la campera, se puso debajo del aro y me dijo: “Atacame a mí”. Entonces, tenía que desarrollar los movimientos con su antebrazo en mi espalda. Eso es imposible de olvidar. Es el día que más me llenó el básquet, por afuera de los títulos ganados. Tenía el antebrazo de mi ídolo en mi espalda, me defendía… Me quedará por siempre.

-¿Qué te dejó la NBA desde el juego y lo personal?
-Me encantó. Si hubiese ido a los 23 años, habría pasado toda mi carrera ahí. La NBA es la única liga del planeta en la que las superestrellas son los jugadores. ¡Intocables! El resto de las cosas van y vienen. Jugar con semejantes monstruos… Mirá, había muchachos que venían a entrenarse y me preguntaba: “¿Cómo no juegan?”. Bueno, había otros, sobraba talento. En lo personal, viví tres años en Estados Unidos y me trataron perfecto. Mi hija, Bárbara, nació en Detroit. Si fuera americano, entendería por qué la gente no se va de Estados Unidos. Es un país que tiene las mejores comodidades del mundo.

-¿Tu anécdota más graciosa vinculada a la NBA se dio al comprarte unas zapatillas en Estados Unidos y cortar tu luna de miel para que te testearan?
-Puede ser (se ríe)… Nos fuimos de luna de miel a Miami y a Orlando, y en Miami, me entero, de casualidad, que mi agente americano me había mandado un mail para que me presentara en un campus de entrenamiento en Orlando porque la gente de Charlotte me quería ver jugar en persona. Yo estaba desesperado. Calzo 52 y medio y me recorrí todo Miami para comprarme unas zapatillas. Al final, encontré en una tiendita unas New Balance que me salvaron. Salí a correr por la playa, porque no me movía hacía 20 días, cuando ganamos la liga española con Unicaja. Bueno, viajamos para Orlando. El primer día visitamos un parque de diversiones de Disney y el segundo fui a jugar. La noche anterior la pasé mal. Había vomitado mucho, por los nervios, y dormido apenas 30 o 20 minutos. Si estoy bien en lo físico, no me pasa nada. Si estoy fuera de forma, vomito. Cuando jugué, hice un partido discreto: 17 o 18 minutos en cancha, 7 puntos, 4 o 5 rebotes. Al final, convencí y estuve tres años en la NBA.

-¿Qué sumaste en la ACB?
-Mucha experiencia, y mejoré detalles de mi juego. En mi primera temporada en España, en Fuenlabrada, jugué igual que en Atenas: como un caballo. Agarraba la pelota y encaraba a todos. Cuando esa temporada se acabó, mi juego era diferente al que terminó siendo. Me quería ir urgente a la NBA. Al final, me quedé para afianzarme en la liga española por las sugerencias de mi agente y de personas del básquet. Pasé al Unicaja y, de a poco, lo conseguí: incorporé frialdad en la mente. Me sirvió haber tenido a grandes entrenadores. En mis tres años en Málaga, Sergio Scariolo me pulió aspectos del juego y me hizo mucho mejor jugador.

-¿Creés en el destino?
-Sí, muchísimo. Siempre comento que, cuando tiro, si tiene que entrar, entra. Por eso, lo que tiene que ser, será.

-¿Ya digeriste el accidente fatídico que tuvo parte de tu familia en 2003 o aquello no se digiere nunca y solo resta aceptarlo?
-Solo hay que aceptarlo. Mis problemas personales los resuelvo rápido, sean por las buenas o por las malas. Me los saco de encima muy rápido. Cuando se trata de una tragedia, no se puede hacer nada. Tanto mi hermana, Jorgelina, como yo, tenemos un carácter parecido y vemos la vida de manera positiva. Más allá de lo mal que la pasamos en la primera etapa, la vida continúa. Después, conocí a Elena, me casé con ella… Ya pasaron 13 años de aquel accidente y te acostumbrás a convivir con eso. De hecho, cuando hay un festejo, pienso que mis familiares me observan desde algún lugar.

Imagen Momento único: corta la red con la medalla dorada en su pecho; es campeón olímpico en Atenas 2004.
Momento único: corta la red con la medalla dorada en su pecho; es campeón olímpico en Atenas 2004.
-¿Jorgelina te convenció para no abandonar?
-Cuando ocurrió el accidente, me iba a retirar. Pero la idea de ella era irnos de Venado Tuerto y cambiar de aire. Nos instalamos en Málaga. Al principio, fue jodido. Pero el tiempo cura todo. Mi hermana estuvo diez puntos, por todo lo que vino después en mi carrera.

-Conversemos sobre la Selección. Cuando la ves, ¿qué te genera?
-Querer estar ahí; es automático. Pero para estar ahí tendría que haber hecho la preparación, 40 días de concentración más entrenamientos exigentes, y a mi edad, a los 37 años, necesitás de un período de descanso. Además, dejás a la familia de lado, que no es un tema menor.

-¿Qué representa haber sido parte de la Generación Dorada?
-Un privilegio que la vida me dio, por haber sido contemporáneo con jugadores de calidad. No es normal que justo se junten 12 jugadores de un nivel parecido. Cada uno era figura en su club y, en la Selección, jamás hubo un problema de egos. Fue un equipo para sacarse el sombrero.

-Considero que esa generación alimentó el hecho de creer en los imposibles. ¿Coincidís?
-Como sigo en actividad, no valoro realmente lo que es esa medalla dorada que ganamos en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Creo que la valora más la gente de afuera que nosotros mismos. Porque el balance final lo hacemos cuando nos retiramos. Coincido con eso de los imposibles. Cuando era chico, mi papá me decía: “Si Jordan tiene dos piernas y dos brazos y juega así, vos podés hacer lo mismo”. En realidad, es verdad. No hay ningún misterio. Si te entrenás, se te va a dar. Todos somos personas, nadie es extraterrestre. Después, habrá gente con más y menos talento. Yo siempre me guié por esa frase. 

-Sos un animal competitivo. Si no, no habrías podido dejar el básquetbol profesional tres años, volver y sostenerte de modo notable hace cuatro temporadas. ¿Esa es tu mayor virtud?
-Sí, es una realidad. Nunca perdí la competitividad. Una vez di una charla para nenes chiquitos y me salió decirles: “El deporte es muy lindo, pero acá hay que ganar”. Muchos padres me miraron. Entiendo que los chicos se deben divertir, pero hay que inculcarles ganar. Porque se les enseña de todo, pero no a ganar. Hay que explicarles que no es lo mismo ganar o perder. “Lo importante es competir”, me parece una frase un poco vacía.

-La Liga Nacional acaba de comenzar. ¿Sos la estrella del torneo?
-No, no… Por mi trayectoria, soy un jugador importante. Me gusta competir, quiero ganar siempre y no juego para ver qué pasa. Vine para Obras porque mi idea es ser campeón, no hacer una buena Liga. Creo que por esto se me valora y se me respeta. Nunca pasé inadvertido por ningún equipo.

-¿Qué evaluación hacés sobre Obras?
-Somos un equipo nuevo; por eso, debemos conocernos con los compañeros. Lo que no podemos negociar es la intensidad de juego. Porque si jugamos sin esa intensidad, no vamos a ganar.

Imagen "El sacrificio no es jugar, sino irme lejos de mi familia para hacerlo", admite.
"El sacrificio no es jugar, sino irme lejos de mi familia para hacerlo", admite.
-¿Qué les transmitirías a los jóvenes talentos que se lucen en la Liga?
-Les diría que se pongan las pilas en la competencia actual, sin pensar en lo que vendrá. Si la cabeza estuviera puesta en el extranjero, se bajaría el nivel y, cuando ese jugador se fuera, ya no sería lo mismo. Lo digo por experiencia: tenía contrato en España, jugaba en la Argentina, y me quería comer a los pibes crudos. De hecho, me fui siendo Herrmann en la Liga. Los pibes deben afianzarse y pensar que son NN. Hoy, con la camiseta y el nombre no ganás nada.

Por Darío Gurevich / Fotos: Emiliano Lasalvia

Nota publicada en la edición de octubre de 2016 de El Gráfico