Opinión

La hora del como sea

Argentina ya cometió demasiados errores en las Eliminatorias como para encontrar una solución mágica en tres días. Más que para jugarlo, el partido del martes será para sentirlo.

Por Elías Perugino ·

06 de octubre de 2017
Es verdaderamente un milagro que un equipo que ha convertido apenas 16 goles en 17 partidos, que perdió puntos valiosísimos contra adversarios que hace rato están eliminados, que apeló a tres entrenadores diferentes bajo tres conducciones dirigenciales distintas, llegue a la última fecha de las Eliminatorias dependiendo de sí misma para ir al Mundial de Rusia.

Es verdaderamente un milagro que todo lo que Argentina no es capaz de jugar en su propio beneficio, lo jueguen sus competidores perdiendo puntos inverosímiles, para tenderle una chance en alfombra roja en la jornada final de la clasificación, donde volverá a enfrentar a una selección ya eliminada, uno de sus escollos predilectos a la hora de fracasar.

Sampaoli llegó a la Selección en un momento de nerviosismo y confusión, pero hasta aquí no hizo otra cosa que aportar más nerviosismo y más confusión con su permanente saca y pone de jugadores. Como empecinado en corporizar un casting macabro, impuso una dinámica de cambios continuos, que en lugar de evangelizar con una idea convincente le abrió las puertas de par en par a la gigantesca incertidumbre que abruma a jugadores acorralados por el pánico, incapaces de replicar su mejor versión con esa camiseta albiceleste que pesa toneladas y quema como lava.

Convocado a cuatro fechas del final de unas Eliminatorias a puro tropiezo y decepción, el entrenador pareció contagiarse de esa tempestad y, lejos de elegir un grupo y sostenerlo en el desarrollo de esas cuatro batallas, optó por el frenesí de las variantes constantes, inoculando inseguridades tanto en los experimentados como en aquellos a los que les tocó debutar en el escenario más hostil de los últimos cuarenta años.

Ya no hay tiempo ni para lágrimas. Tal como vienen las cosas, Argentina está en zona de ganar como sea, sin el respaldo de argumentos futboleros racionales. ¿Por qué pensar que se abordará el partido contra Ecuador con cabeza fría y corazón caliente, si hasta aquí afrontó los compromisos con cabeza obnubilada y temperamento inestable? ¿Por qué pensar que la entrega de Messi encontrará socios compatibles, si hasta aquí sus compañeros parecieron convivir a contramano?

Más que para jugarlo, el del martes será un partido para sentirlo. Concentración, intensidad, inteligencia espontánea, solidaridad en el esfuerzo, mentalidad positiva, desparpajo inconsciente… Esas serán algunas de las cartas para sacar en Quito. El avión se va a pique, apenas hay tiempo para desempolvar los ingredientes de la épica y de las hazañas. A esta altura, insistir con lo demás tiene poco sentido. Lo que no se construyó hasta ahora no se va a edificar en 72 horas. Claro que el fútbol argentino se debe replanteos profundos y una autocrítica severa. Eso será después del martes. Hasta entonces, habrá que apostar al instinto visceral del jugador argentino, herido como está, confundido como está.

Noventa minutos para borrar tres años de descalabros. Una oferta que solo es concebible en el fútbol. Una oferta que Argentina tal vez no se merece, pero que, milagrosamente, está ahí nomás, tan cerca y tan lejos…