Opinión

Boca y los accionistas del fracaso

El mazazo de la semifinal de la Copa Libertadores tiene demasiados responsables. Una eliminación que demandará decisiones fuertes en lo inmediato. Por Elías Perugino.

Por Elías Perugino ·

15 de julio de 2016
No hay que pensar demasiado para encontrar una palabra que defina la eliminación de Boca en la Copa Libertadores. Fracaso y punto. Sin chequera, sin figuras rutilantes, sin historia copera, sin un estadio mítico y presumiblemente intimidante, Independiente del Valle le ganó los dos partidos y lo sumergió en una crisis inesperada que, seguramente, obligará a tomar decisiones fuertes. Dicho esto con perdón de Guillermo, a quien el término “obligación” le detona cierta urticaria emocional por estos días.

Fracasó el equipo como tal, fracasaron las principales individualidades y fracasó el cuerpo técnico, que dispuso de 40 días para preparar una serie en la que Boca apenas pudo mostrarse nítidamente superior en los primeros 15 minutos de ambos enfrentamientos. Después se jugó a lo que quiso Independiente del Valle. Al ritmo que propuso Independiente del Valle.

El receso entre los cruces con Nacional y la llave con los ecuatorianos (Boca no ganó ninguno de los cuatro partidos, empató dos y perdió dos) no fue suficiente para que Guillermo fortificara la mitad de la cancha –una zona de tránsito sencillo para los adversarios- y menos aún para que la defensa adquiriera una solvencia que ya había perdido desde los turbulentos meses finales de Arruabarrena.

Cada línea tuvo su cuota de responsabilidad en el fracaso, pero ninguna como la del fondo. En Quito fueron determinantes los errores de los dos laterales, Jara y Fabra. Y en la Bombonera pesó el Triángulo de las Bermudas que formaron Cata Díaz, Insaurralde y Orion. La inconsistencia de los dos centrales merece una revisión profunda, fallaron en la sincronización y en los lances personales. Y Orion, que había sido héroe en la definición por penales frente a Nacional, le puso el último clavo al féretro con un error de principiante, inadmisible para un arquero de su experiencia en semejante instancia.

El rompecabezas del medio sigue siendo eso: un rompecabezas. Como nunca, Boca extrañó a una mente iluminada capaz de digitar los tiempos del juego. Esa inteligencia superior que a Riquelme le fluía con naturalidad en los momentos más calientes. Ese dominio de los tiempos que, con matices, fue capaz de interpretar Gago en sus mejores tardes. No cuentan con ese don ni Zuqui ni Lodeiro, de características más espasmódicas y verticales. No ejerce ese rol Pablo Pérez, lúcido para asociarse o meter un pase-asistencia, pero sin la lectura tan típica de Román, que siempre supo cuándo acelerar, cuándo poner el trámite en el freezer, cuándo indicarle al volante central que se pare diez metros más adelante o cinco más atrás.

Pavón, el único que se salvó del incendio en la Bombonera, se había inmolado a lo bonzo cuarenta días atrás, con su increíble inmadurez para ganarse una tarjeta roja por festejar un gol sacándose la camiseta. Una taradez que le impidió jugar la ida de Quito, acaso donde más podía exprimir sus características.

Desaparecido en acción, Tevez fue un fantasma. No le salió ninguna. Ni allá ni acá. Desaprovechó tres mano a mano a lo largo de la serie, pero su mayor déficit fue temperamental. El hincha esperaba al Tevez que se puso el equipo al hombro para ganar el primer torneo de 30 y la Copa Argentina. Una locomotora capaz de pasar por arriba de todas las dificultades. En cambio, Tevez se pareció a una caricatura de sí mismo. Sin fútbol, sin pimienta, sin fuego. Como si tuviera la cabeza en otra cosa.

Como suele ocurrir cada vez que Boca soporta un cachetazo de este calibre, las olas del mar de fondo crecen hasta transformarse en un tsunami. No es para menos. Este fracaso desvirtuó la grilla para el resto de la temporada y situó sobre arena movediza a la siguiente. El plan deportivo y económico que incluía levantar la séptima Libertadores y volver a Japón se desdibujó por completo. Ahora, la zanahoria más tentadora es ganar la Copa Argentina para meterse en la Libertadores 2017 o conformarse con las batallas del plano local durante meses demasiado largos. Un plan menor para el que dispone de un plantel muy amplio y extremadamente costoso.

Los 35 días que faltan para el inicio del torneo se parecen a una condena. No hay revancha rápida a la vuelta de la esquina. Asoman semanas de martirio y oscuridad. Días para tomar decisiones fuertes. A la medida de semejante fracaso.