La Selección

El trampolín de la recuperación o el percutor de la crisis

El partido contra Colombia puede marcar un quiebre para la Selección y para su entrenador. La evaluación de la campaña en las Eliminatorias. La identidad perdida. Las ausencias indisimulables.

Por Elías Perugino ·

14 de noviembre de 2015
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Dos en uno es un buen slogan para sintetizar la acción de algunos productos indicados para la higiene del cabello. La descripción es sintética e impecable: dos componentes que se activan en una misma secuencia y provocan el efecto deseado.

Dos en uno, en cambio, no parece ser un slogan potable para definir los días tumultuosos de la Selección. Dos sensaciones conviven hoy por debajo de esa misma piel a bastones celestes y blancos. Por un lado, la mueca de satisfacción que arrojó la producción frente a Brasil, un partido en el que acumuló sobrados merecimientos para ganar y debió conformarse con masticar un empate indigesto. Por el otro, ese mazazo que provocan los números: 2 puntos de 9 posibles en el arranque de las Eliminatorias, noveno lugar en la tabla, apenas 1 gol a favor, la chance potencial –si el martes se consigue una victoria en el horno húmedo de Barranquilla- de cerrar el 2015 con 5 unidades sobre 12 como mejor expresión.

Del desconcertante debut ante Ecuador al empate con Brasil, que abarcó la estación intermedia en Asunción, el equipo recuperó terreno en asignaturas sustanciales como la intensidad, el ímpetu y la solidaridad grupal para colaborar en la recuperación. Todo aquello que suele englobarse en una palabrita: actitud. Con Messi como ausencia medular e insoslayable, la Selección todavía no pudo poner en cancha a su alineación presumiblemente titular. La racha de lesiones marginó, alternativamente, a Zabaleta, Garay, Rojo, Biglia, Banega, Pastore, Tevez, Leo, el Kun… Demasiado hándicap. Por eso se valora el repunte en términos temperamentales y se relativizan otros diagnósticos.

Pero la silueta futbolística del equipo mantiene perfiles difusos. Como si el cachetazo de la final de la Copa América hubiera aniquilado la creencia en los postulados del entrenador. Desde entonces, a Argentina le ha costado una enormidad elaborar juego con fluidez. Salvo destellos esporádicos frente a Brasil, la gestación ha sido un tormento. Le faltaron frescura y sentido a sus ataques. Exageró con la posesión en zonas inocuas (sobre todo frente a Ecuador), careció de profundidad por las bandas (ante Paraguay) y no generó situaciones en relación a los índices de tenencia (tanto en Asunción como frente a Brasil).

Hasta el Tata Martino, que en Chile creyó haber sentado las bases de un estilo, manifestó públicamente que durante el segundo semestre del año advirtió claros retrocesos. Que debía intensificar su trabajo para solidificar conceptos que creía instalados. A esta altura, cuando la tabla de las Eliminatorias empieza a amenazar, cabe preguntarse si los jugadores se mantienen fieles a los lineamientos del técnico o, como señalan rumores cada vez más insistentes, existen ciertos cuestionamientos internos, tanto a la idea madre como a la reticencia de implementar esquemas alternativos. “A Martino hay que apoyarlo, pero no sirve que piense ‘muero con la mía’ y nada más, porque atrás de él morimos todos”, sentenció durante la semana un histórico como Oscar Ruggeri. Palabras que acaso podrían suscribir varios jugadores del plantel.

En las Eliminatorias pasadas, la visita a Colombia significó la refundación de la Selección de Sabella, que luego llegaría hasta la final de la Copa del Mundo. A ese recuerdo mágico nos aferramos en este breve tránsito hasta el partido de Barranquilla. Un cruce que puede ser el trampolín para la recuperación o el percutor de una crisis que podría derivar en la salida del entrenador.