La Selección

Argentina ganó con algo de fútbol, mucho corazón y una pizca de sufrimiento

Se impuso 1-0 con un gol del Kun Agüero al comienzo del segundo tiempo. Se jugó fuerte ante la pasividad del árbitro brasileño Ricci. Triunfo clave para afirmarse en el torneo

Por Elías Perugino ·

16 de junio de 2015
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LA SERENA, Chile (Enviado especial).- La explosión del final, esa exhalación de los diez mil argentinos desparramados por el estadio, tuvo la música del desahogo y de la esperanza. Un alarido de conformidad y justicia. Un rugido de ilusión como solo se desprende de la garganta cuando la victoria es grande y pesada. Cuando se acaba de ganar el clásico con más historia del mundo en una instancia clave de la etapa clasificatoria de una Copa América. Cuando se acaban de ahuyentar las broncas del debut fallido y los nubarrones que podían tornarse en tempestad si ocurría otra cosa que no fuese la victoria.

Ganó bien Argentina. Porque quiso siempre. Porque no se desesperó ni se enredó mortalmente en la telaraña que le proponía Uruguay. Porque en un trámite tan cerrado y tan caliente, se reclamaba la aparición de la jerarquía, de ese plus de las individualidades. Y aparecieron en todos sus formatos: en la solvencia de los centrales, en el equilibrio del medio, en ese titiritero elegante que fue Pastore, en las jugadas de altísimo nivel técnico del extraterrestre al que llaman Messi y en la efectividad del Kun Agüero, el goleador en estado de gracia.

Necesitaba la victoria, Argentina. Necesitaba ese oxígeno en formato de tres puntos. Ese temple para ganar un partido que había que ganar, pero sin apartarse de ese estilo que el técnico pretende imponer y que va asomando de a ráfagas cada vez más constantes. Por eso el rugido, el alarido final. Esa sinfonía que nació de las vísceras para decirle a todos que esta Selección está viva y va en busca del sueño…

“La tendencia siempre va a ser el riesgo”, sentenció Martino en la conferencia previa. Luego del empate/derrota con Paraguay y sus controvertidos cambios cuando el triunfo parecía en el bolso, el entrenador, lejos de bajar las banderas, reafirmó sus convicciones con más fuerza que nunca. “Me da pena no arriesgar con estos jugadores”, redobló entre sonrisas, convencido de que aquello del debut había sido uno de esos espejismos ingratos a los que siempre nos expone el fútbol.

A pesar de aquellos “50 minuto muy buenos” y del “mejor primer tiempo que se vio en la Copa”, el Tata maquilló el equipo con dos variantes que figuraban en el mapa inicial, sencillamente porque se trata de dos futbolistas base del subcampeón del mundo. Zabaleta y Biglia –justo es remarcarlo- no simbolizan un viraje de timón por un ocasional mal rendimiento colectivo. Si no arrancaron el torneo fue porque venían de superar sendas lesiones. Biglia, incluso, contaba con escasísimo rodaje en su club por esa rodilla que casi lo margina de la Copa. Entonces la inserción de ambos, más que un correctivo, implicaba una ratificación. Con ese plus del entendimiento con sus compañeros desde el ciclo de Sabella. Con todo lo que le suma a Mascherano en particular, y a la consistencia del mediocampo en general, el protagonismo de ese socio de todos que es Biglia, rueda de auxilio ideal para pelearle la zona “donde se desentrañan los partidos” (Tata dixit) al siempre combativo Uruguay.

Por si hiciera falta algún condimento extra para el clásico rioplatense, en el disco rígido de varios jugadores argentinos todavía latía el cruce eliminatorio por la Copa América 2011, cuando los penales sentenciaron la suerte de Argentina y todo el equipo, pero especialmente Leo Messi, se fue silbado de la cancha de Colón. Una situación inédita para el capitán argentino, y que jamás se repitió.

Con su tradición guerrera como estandarte, y con el combustible adicional de la bronca generada por afrontar el torneo sin Luis Suárez por la sanción que le aplicó la FIFA tras la mordida a Chiellini en el Mundial, el Maestro Tabárez apeló al dibujo inicial que mejor le cabe a Uruguay: espera en campo propio, intensidad y suela filosa en el medio, las líneas bien juntas para solidificar el bloque y el dedo presto en el gatillo del contraataque. Para buscar la capacidad de definición de Cavani, pero también la explosión del chico Rolan y las diagonales envenenadas del Cebolla Rodríguez.

El ingreso de Biglia, con más contención y equilibrio pero menos progresión y primer pase que Banega, suponía depositar unos boletos a la impermeabilidad del mediocampo. Pero para eso también era necesario el aporte en retroceso de los fantásticos de arriba, asignatura pendiente en el debut. Un aporte mínimo, “hacer sombra”, pero que a los efectos de cuajar el bloque siempre suma.

De movida se confirmaron todas las presunciones. Uruguay desplegó un galvanizado 4-1-4-1 con feroz intensidad, que por brevísimos pasajes mutó a un 4-1-3-2. Y Argentina necesitó mover la pelota de lado a lado para descubrir grietas en un bloque generalmente monolítico. En esa tarea, Messi optó por tirarse más al centro en el arranque, mientras Di María incursionaba por la derecha y el Flaco Pastore –participativo como se le reclamaba- flotaba por la zona para enlazar los avances. Pero, obviamente, no era sencillo perforar la muralla blanca. Leo lo advirtió rápidamente y luego de navegar por el medio encontró algunos espacios en el carril de puntero derecho, desde donde generó la situación más clara: un centro que el Kun remachó de cabeza y Muslera conjuró a duras penas, con la ayuda de un zaguero en el rebote.

Sin ruborizarse por la mezquindad de su propuesta, Uruguay supo tener dos llegadas importantes por “la cancha de arriba”. Un frentazo de Godin que se fue cerquita, tras un córner de Lodeiro, y otro de Rolan, por desborde de Maximiliano Pereira. Fueron los únicos sofocones de una defensa argentina bien plantada, con Garay y Otamendi anticipando a Cavani en las escasas incursiones uruguayas.

¿Por qué Argentina no tradujo en más llegadas su dominio abrumador? Porque le faltó una pizca de ingenio para sortear una marca bien escalonada y de máxima concentración. No encontró el partido el Kun, también le costó a Leo y a Fideo Di María. Fue Pastore el eje más claro de circulación, aún con algún error en el último pase. Y los laterales tampoco ofrecieron soluciones: ni explotando espacios por afuera ni sorprendiendo con diagonales hacia el centro.

A mitad de la etapa, el flojísimo Sandro Ricci expulsó del campo a Martino por una nimiedad. Una insignificancia si la comparamos con los desconceptos que aplicó para no sancionar disciplinariamente las faltas tácticas de Uruguay, arma muy efectiva para mantener el desarrollo en los parámetros más convenientes para idea.

Cuando el brasileño pitó el final de la etapa, la cosa se había puesto calentita por un par de suelas de más por ambos lados. Quedó flotando la sensación de superioridad de Argentina, pero también que Uruguay se las había ingeniado para licuarle el poder de fuego. No hubo magia contínua de Messi, ni electricidad en Di María, ni jugadas picantes del Kun. Estaba claro que se necesitaba un plus para torcer el rumbo en el complemento. Pero sin caer en la desesperación que desnuda espacios en retaguardia. Porque eso, precisamente, es lo que esperaba Uruguay para asestar su estocada.

Y el plus emergió en todo su esplendor cuando bordaron la jugada del gol. Una delicia de Pastore para habilitar a Zabaleta, el centro preciso y un anticipo espectacular de Agüero para clavar la bola lejos del alcance de Muslera. Con ese 1-0, Uruguay debió salir y se descubrieron espacios para que Leo regalara joyitas individuales de alto nivel, esos destellos celestiales que solamente llevan su firma. Y con esos espacios surgieron réplicas electrizantes, como el tiqui-tiqui de Messi con Tevez que terminó en un tiro de Leo desviado por Muslera.

Uruguay fue y encontró sus situaciones, la mayoría desactivadas por Romero, salvo ese rebote que Abel Hernández mandó a las nubes en posición inmejorabel. Y cuando el partido pedía equilibrar para asegurar el resultado, entró Banega por Pastore para garantizar ese balance pero también el rol de enlace encubierto.

Con ese mix de oficio para neutralizar y excelencia latente para rematar la faena, se derritió el tiempo reglamentario y se consumó la victoria esencial. Vitaminizante. El viento imprescindible para inflar las velas y marchar hacia el objetivo: pulverizar 22 años sin vueltas olímpicas.

Próxima parada de la nave: Viña del Mar. El centro veraniego chileno por excelencia. La sede del más trascendente festival de la canción de Sudamérica. Ojalá que allí veamos un festival de fútbol. Que se sostenga el crecimiento global y el aporte individual. Será necesario como el oxígeno que respiramos, si queremos mantener la ilusión y creer que el sueño, al fin, es posible.

LA SINSTESIS

ARGENTINA (1): Romero; Zabaleta, Garay, Otamendi, Rojo; Biglia, Mascherano, Pastore (78' Banega); Messi, Agüero (81' Tevez), Di María (88' Roberto Pereyra). DT: Gerardo Martino.
URUGUAY (0): Muslera; Maxi Pereira, José María Giménez, Godín, Alvaro Pereira; Alvaro González, Arévalo Ríos; Rolan, Lodeiro (69' Abel Hernández), Cristian Rodríguez (63' Carlos Sánchez); Cavani. DT: Oscar Washington Tabárez.
GOL: 56' Agüero (A).
DETALLE: 32’ expulsado Martino (A)
ARBITRO: Sandro Ricci (Brasil).
ESTADIO: La Portada (La Serena).
Grupo B, fecha 2. Jugado el 16 de junio.

Fotos: Alejandro Del Bosco