La Selección

Encomendarse a Dios

Conclusiones de una noche de tres puntos. En la tabla y en el juego.

Por Martín Mazur ·

23 de marzo de 2017
Argentina empezó el jueves 23 de marzo en el quinto puesto de la clasificación para Rusia 2018 y lo termina tercero, detrás de Brasil y Uruguay. Messi, de penal, marcó el único gol del partido trascendental ante Chile, selección que estaba cuarta y bajó al sexto lugar. Sin entrar aún en el terreno del análisis, esos serían los hechos salientes, con una abstracción bastante brutal.

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Pero el análisis de las sensaciones tras la victoria deja definiciones tan contudentes como negativas. Bauza podrá jactarse de decir que el equipo cumplió a la perfección lo que él pidió en la conferencia del miércoles: ganar como sea, sin importar cómo y a qué se juega. 

Hay victorias que se erigen en más importantes que los contextos, cuyo valor cobra una dimensión tan grande, que pueden ser entendidas como excepciones a la regla. Son esos partidos en los que parece salir todo al revés, pero que se terminan encarrilando sin demasiada lógica, hasta poder archivarse para no ser dignos de revisión. No fue el caso del triunfo de esta noche. Una noche de tres puntos. En el sentido literal de la tabla, y también en el análisis futbolístico.

Hacía más de mil días que Messi-Di María-Agüero-Higuain no jugaban desde el arranque. Y que en el partido del reencuentro, la figura argentina termine siendo Gabriel Mercado es un flashback de aquellas eliminatorias con Maradona en el banco, en las que Clemente Rodríguez era el más aplaudido de la formación.

Si la regla para ganar, o lo que uno intuye que acerca más a las victorias que a las derrotas, normalmente incluye el funcionamiento, las sociedades, la inteligencia y el control del partido, el 1-0 contra Chile tuvo poco de épico y mucho de preocupante. Argentina no tuvo ninguna jugada de elaboración de ataque. Sorprendió a Chile con dos piques de Di María (en uno se la picó a Bravo, brillante en su salida, y el otro fue el penal), tuvo un tiro de Agüero al primer palo y la jugada de pelota parada que Otamendi se perdió abajo del arco. Chile, un bimotor que vino sin sus dos motores (Díaz y Vidal), convirtió un gol, de Fuenzalida, mal invalidado; Alexis pegó un tiro libre en el travesaño; Castillo se perdió un gol increíble. El arco en 0, una de las curiosas definiciones que Bauza regaló esta noche, no deja de ser un intento de buscar virtudes donde en realidad hubo milagro. Perder la pelota en realidad es otra de las falacias: no se puede perder algo que nunca se tuvo. El poseedor principal fue Otamendi. La Selección, que recurrió a un foul cada tres minutos, jamás pudo hacer pie en la cancha, ni siquiera con el sacrificio agregado de Di María o de Messi, quienes articularon más recuperación que genialidades ofensivas. 

Si el partido salió como lo imaginaba Bauza, tal como dijo en la conferencia de prensa, si el equipo jugó bárbaro, como repitió una y otra vez el DT argentino, entonces la Selección ya no tendrá que encomendarse a Messi, sino a Dios.