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500 Millas de Indianápolis, todo un símbolo

La emblemática carrera Nº 100 en el óvalo más famoso del mundo reunió la inimitable cifra de 350.000 fans, quienes vibraron ante el singular espectáculo que solo las 500 Millas de Indianápolis acostumbran a brindar. El Super Bowl del deporte motor encierra miles de rituales.

Por Redacción EG ·

29 de agosto de 2016
Imagen Impactante la convocatoria en Indianápolis, en una carrera que por sí sola compite con los mayores eventos deportivos del año.
Impactante la convocatoria en Indianápolis, en una carrera que por sí sola compite con los mayores eventos deportivos del año.
Sin ánimo de caer en la grandilocuencia de esas veladas boxísticas que se promocionan desde el marketing extremo como la Pelea del Siglo, nadie puede tener temor a equivocarse por considerar a estas 500 Millas de Indianápolis edición 2016 como la Carrera del Siglo, porque justamente cumplió sus primeros 100 años de existencia y reunió en un mismo día la escalofriante suma de 350.000 espectadores (275.000 de ellos con butacas numeradas), quienes fueron testigos, en el óvalo del legendario Indianápolis Motor Speedway, de cómo se desenvolvía una competencia propia de un libreto escrito por el mejor guionista de Hollywood.

Al habitual vértigo se le agregaron emociones, el infaltable aporte de lo imprevisible, un desenlace enigmático y una recompensa millonaria. Todo, absolutamente todo, lo que se le puede pedir a una buena película de superacción, en la que los latidos se hacen oír a cada instante y la adrenalina se esmera en transformar el día en inolvidable.

Llamativamente no todo empezó aquí con instinto de competición, sino con ansias de prueba de flamantes modelos que surgían de la incipiente y expansionista industria automotriz de la región que siempre se veía relegada ante el avance firme de los europeos. Así, el 5 de junio de 1909, con una carrera de globos aerostáticos ante 43.000 asistentes, el complejo abrió sus puertas. A renglón siguiente se armó una carrera de autos que al desintegrarse literalmente la pista fue un auténtico fracaso, por la suma de accidentes y heridos. Entonces para contrarrestar la decepción se colocaron 3.200.000 ladrillos para construir un circuito indestructible, que después con el paso de los años la pavimentación lo fue cubriendo, salvo en la línea de meta, la mítica Brickyard, en la que permanecen aún visibles ladrillos originales y, en un clásico ritual, los ganadores de las 500 Millas van a arrodillarse para besarlos.

En fin, aquí nació primero el circuito y después el pueblo donde está emplazado. Y se llama Speedway y fue fundado en 1926, es decir 16 años más tarde que aquella primera carrera que sirvió de punto de partida a esta increíble aventura. El último censo de 2013 releva que cuenta con 12.000 habitantes, cuyas vidas giran alrededor del centro deportivo motor más grande del mundo. El predio tiene 2.262.273 metros cuadrados, un mega escenario en el que podrían convivir tranquilamente El Vaticano, el Coliseo Romano, Wimbledon, Roland Garros, el Camp Nou, el Santiago Bernabéu y aún queda espacio para tres o cuatro autódromos que acostumbran a recibir a la Fórmula 1.

Imagen Historia pura en bólidos que dejaron su huella.
Historia pura en bólidos que dejaron su huella.
Dentro del óvalo hay varios hoyos de golf y sitios ideales para campamento. Y como para resguardar la historia, el circuito tiene su museo con los autos más representativos de su centenaria trayectoria. En Speedway se repiten los carteles de bienvenida al corazón del mundo de la velocidad, hay banderas de cuadros por doquier, autos de carrera en miniatura y queda la sensación de que hasta el aire que se respira está relacionado con el espíritu de las carreras.

En la Indy Car Series se observa una cierta paridad en los autos, puesto que los equipos están en plano de igualdad en cuanto a chasis, suspensiones y frenos, que deja únicamente en el kit de diferencias la parte aerodinámica y los motores, que pueden ser abastecidos en estos tiempos solo por Honda o por Chevrolet y los amortiguadores quedan a cargo de cada escudería en particular. Aunque parezca extraño, los neumáticos del lado izquierdo son más pequeños que los del derecho, por la simple razón de facilitar los giros y no están preparados para correr bajo lluvia, lo que significa que si hay precipitaciones, irremediablemente se interrumpe la actividad.

Las cuatro curvas del óvalo tienen una inclinación de 9 grados y 12 minutos, y en la recta principal sobresale la torre de control de 10 pisos con la fisonomía propia de la arquitectura japonesa. La sala de prensa cuenta con 1000 puestos de trabajo.

Las 500 Millas tienen una interminable lista de héroes, a la que se sumó en la última carrera el canadiense James Hinchecliffe, quien justamente un año atrás protagonizó en esta misma competencia un terrible accidente en el que corrió peligro su vida. Afortunadamente, su recuperación fue un éxito, volvió a la actividad y se quedó con la pole position de la emblemática prueba Nº 100.

Imagen El gran Emerson Fittipaldi, una auténtica leyenda, ganador aquí en 1989 y 1993.
El gran Emerson Fittipaldi, una auténtica leyenda, ganador aquí en 1989 y 1993.
Si bien queda claro lo difícil que es ganar esta carrera, se advierte que se trata de una competencia única, diferente a todas y en la que sorprendentemente un novato puede dar el gran golpe. Así, de los 70 vencedores que inscribieron su nombre en la Copa Borg-Warner (fabricado en plata, de 49,8 kilos, el premio de mayor tamaño en el deporte estadounidense), nueve de ellos se abrazaron al éxito en su debut. Y justamente se dio en esta centenaria edición, con el californiano Alexander Rossi, de 24 años, con el Honda Nº 98 del Andretti Autosport, que ganó casi pidiendo permiso porque llegó con el último aliento en su tanque de combustible y postergó una vez más las ilusiones de consagración del colombiano Carlos Muñoz, que perdió la punta a tan solo 4 vueltas del final.

Este triunfo de Rossi, inclusive, sirve para alimentar su sed de desquite deportivo, porque después de competir en cinco de los siete grandes premios que disputó Manor Marussia en la F1 en el 2015, él debió resignarse a ceder su butaca para esta temporada a Rio Haryanto, el primer piloto de Indonesia en la máxima. “No pude hacer nada, porque luchaba con el presupuesto contra todo un país. El dobló mi oferta y me quedé afuera, por eso volví a Estados Unidos y el equipo Andretti me abrió sus puertas”, dijo el inédito ganador, que no obstante continúa contemplado como piloto de pruebas de Marussia, lo que le permite aún soñar con el regreso a la F1. Y si bien el dinero fue el desencadenante que lo hicieran a un lado, su victoria en Indianápolis además de la tradicional Baby Borg (réplica más pequeña del trofeo) le reportó también una recompensa de 2.548.743 de dólares, de los 13 millones que había en total, un premio impensado que, seguramente, le hará estudiar sus próximos pasos de otra manera.

Quien también había alcanzado la gloria de Indianápolis como novato fue el colombiano Juan Pablo Montoya, que increíblemente triunfó en dos de sus cuatro participaciones aquí. Se impuso en el 2000 y en el 2015, con la salvedad de una ausencia prolongada mientras compitió en la Fórmula 1 y en Nascar. El ostenta la consideración de ser el único piloto de habla hispana que venció en las 500 Millas.

Para los argentinos, por ejemplo, siempre fue un desafío al que les resultó prácticamente imposible de acceder. Los antecedentes se remontan a 1923 cuando Raúl Riganti y Martín De Alzaga Unzué al volante de sendos Bugatti corrieron sin demasiada suerte, aunque el primero volvió a intentarlo en 1933 (concluyó 19º) y en 1940 (no terminó).

Imagen El Honda N° 98 de Alexander Rossi del equipo Andretti se adueñó de las 4 últimas vueltas (197-200) para concretar su máxima proeza deportiva.
El Honda N° 98 de Alexander Rossi del equipo Andretti se adueñó de las 4 últimas vueltas (197-200) para concretar su máxima proeza deportiva.
Como las 500 Millas durante 11 años en la década del 50 integraron el calendario de la Fórmula 1, en 1958 el quíntuple campeón Juan Manuel Fangio estuvo muy cerca de ser protagonista de la carrera, pero al no quedar conforme con el rendimiento del auto en las pruebas desistió de participar. Y Carlos Pairetti en 1970 también alcanzó a probar, pero no pudo ser uno de los 33 en la grilla.

Asimismo, las mujeres debieron armarse de paciencia para poder competir, ya que recién en 1977 Janet Guthrie se convirtió en la primera en quebrar la restricción no escrita que había. En total, ya nueve damas formaron parte de las 500 Millas. Sarah Fischer es la que más veces participó, con nueve, mientras que Danica Patrick logró la mejor ubicación final con aquel recordado tercer puesto de 2009. En las últimas 500 Millas corrió la británica Pippa Mann con el Honda Nº 63 pintado de rosa. La presencia femenina en pista obligó a cambiar la famosa frase de apertura, aunque costó convencer a las autoridades de que modificaran la tradición. Así, ahora resulta comprensivo que enfaticen: “Ladies and gentleman, start your engines”, que es simplemente “Damas y caballeros enciendan sus motores”.

Y otro detalle llamativo se produjo en la final de la Freedom 100 de la Indy Lights, como aperitivo de las 500 Millas, en el Indianapolis Motor Speedway, Dean Stoneman del Andretti Autosport y Ed Jones del Carlin, terminaron tan a la par que la diferencia fue de apenas 002/1000, resultó el desenlace más cerrado en la historia de la categoría. Lo increíble es que el ganador era debutante en óvalos y venció nada menos que a quien lidera el campeonato.

El récord de quien alcanzó la mayor velocidad en el óvalo por el momento le pertenece al holandés Arie Luyendyk, ganador de esta carrera en 1990 y 1997, aunque su extraordinario registro fue en la clasificación de 1996 cuando aceleró a 384,969 kilómetros por hora. Y en carrera aparece en las estadísticas el estadounidense ex F1 Eddie Cheever que precisamente también en 1996 circuló a 379,976 km/h.

Imagen Novato ganador, Alexander Rossi (californiano, 24 años) quedó afuera del Manor Marussia en la F1 y se abrazó a la gloria en estas 500 Millas.
Novato ganador, Alexander Rossi (californiano, 24 años) quedó afuera del Manor Marussia en la F1 y se abrazó a la gloria en estas 500 Millas.
Las 500 Millas de Indianápolis completan la Triple Corona junto con el Gran Premio de Mónaco en F1 y las 24 Horas de Le Mans. Solo Graham Hill fue capaz de conseguir semejante hazaña. En 1963, 1964, 1965, 1968 y 1969 hilvanó una serie brillante en Monte-Carlo, en 1966 imitó la proeza que había logrado su compatriota Jim Clark el año anterior y en 1972 venció en la gran cita francesa.

Y también dejaron su sello en el rico y centenario historial de las 500 Millas el brasileño Emerson Fittipaldi, que se impuso en las temporadas 1989 y 1993 al comando de un Chevrolet de la escudería Penske, haciendo pesar, sin dudas, su dilatada experiencia. El bicampeón de la F1 en su primer triunfo partió desde la tercera posición, mientras que en el segundo lo hizo desde la novena. Y el canadiense Jacques Villeneuve en 1995 sorprendió a los 24 años con una resonante victoria en un Reynard Ford Cosworth XB, que le permitió dar el ansiado salto a la F1. Los mencionados Clark, Hill, Fittipaldi, Villeneuve y el italo-americano Mario Andretti tienen en común el haber sido campeones de la F1 y haber ganado las 500 Millas de Indianápolis.

El brindis tan particular
La tradicion comenzó en 1933 cuando el ganador Louis Meyer pidió un vaso de leche para refrescarse. Y tres años después, al repetir el éxito, le acercaron directamente una botella de leche y la foto de la celebración en el podio lo mostró levantando tres dedos en alusión a su tercera consagración y en la otra mano elevaba la botella. Tanto impactó aquella imagen que se selló así la tradición, que quien intente cambiarla pagará caro por ello, como le sucedió al brasileño Fittipaldi que en 1993 quiso brindar con jugo de naranja por su condición de productor cítrico y la reacción del público fue tan adversa que debió recurrir a la leche para apaciguar los ánimos. Es el día de hoy que cada vez que el gran Emerson visita Indianápolis los aficionados no se lo perdonan y se multiplican los abucheos.

Por Walter Napoli / Fotos: AFP

Nota publicada en la edición de julio de 2016 de El Gráfico