Historias

Tutti pazzi per Lavezzi

Dos décadas después de la erupción de un volcán llamado Maradona, Nápoles se rinde a los pies de otro crack argentino. Mientras vive refugiado en su casa para evitar el asfixiante amor de los tifosi, sus camisetas se venden como pan caliente. Están todos locos por el Pocho.

Por Redacción EG ·

18 de diciembre de 2008
Nota publicada en la edición Junio de 2008 de la revista El Gráfico.

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I DESTINO: Nápoles
Exageran. Eso es lo primero que quizás a muchos de nosotros se nos ocurrió pensar al leer o escuchar la locura que Ezequiel Lavezzi aparentemente había desatado en el Napoli. Una historia que quizás, quién sabe, hasta podría formar parte del libro “Everything you know is wrong” (“Todo lo que saben es mentira“), cuya versión traducida es éxito de ventas en las librerías italianas.
Es que en la primera temporada del Pocho en la Serie A, cualquier reportaje, declaración o referencia al momento del ex delantero de San Lorenzo pareció estar sostenida por un combo tan inevitable como blindado: Maradona-Argentina-Napoli. El envase, si lo pensamos, es perfecto. Allí, en el corazón de la Campania, de la mano de un delantero explosivo volvían a aparecer los milagros, la mística, la liturgia maradoneana, la argentinidad; todo embotellado en origen, procesado y listo para ser comercializado. ¿Pero y la sustancia? ¿Comparar al Pocho con Diego? ¿Recurrir permanentemente al recuerdo de los años del Diez? “Seguro que no debe ser para tanto. Deben estar exagerando”. Vamos, vamos, ¿quién no lo pensó?
Así como en la Argentina durante las últimas dos décadas florecieron los nuevos Maradonas, muchas veces apenas sostenidos por un pasaporte y un número 10 en la camiseta, creer que, en efecto, el Pocho había llegado a hacer jackpot en el ecualizador de los tifosi napolitanos sonaba cuanto menos a desproporcionado. A juego periodístico.
Seguro que los medios italianos exageran. O que nosotros exageramos. O un poco y un poco. Acaso las noticias lleguen alteradas, infladas desmesuradamente. Como esos químicos que hacen crecer tomates rojísimos de medio kilo, pero que después tienen gusto a papa. Se sabe de la pasión de los napolitanos... ¿pero la locura de Lavezzi será real o terminará siendo un mito? Mientras el tren se aproxima a la ciudad de Nápoles, la impaciencia por comprobarlo se acentúa.

II EL SHOCK
Diez minutos. Es todo lo que hace falta para darse cuenta del verdadero panorama. Luego de diez minutos en Nápoles, cualquier aseveración, intuición o pálpito que uno pudiera tener, se va sencillamente al demonio. Todo eso queda sepultado junto a las 4 mil toneladas de basura que se acumulan en las esquinas de toda la ciudad, sin perspectiva de solución. Porque ya la primera cara que se ve al bajar del tren en la estación de Napoli Centrale es la de Lavezzi. Aparece impresa, sin gran definición, en uno de los modelos de mochilas económicas que se venden para los chicos. El zainetto en cuestión cotiza a ocho euros. Las camisetas transitan la misma franja de precios y vienen en tres tamaños. Para bebé, para chico y para grandes. Hay rojas y celestes, pero el número que se ve es siempre el mismo. El 7.
Una recorrida posterior muestra otras remeras de uso diario, con la imagen recortada del Pocho y una leyenda: “Tutti pazzi per Lavezzi”. Todos locos por Lavezzi. Literalmente. Los puestitos de venta callejera muestran más productos de Lavezzi que del Vesubio, la pizza o Pompeya.
Los puestitos están rodeados por bolsas de basura de todos colores, que forman pequeñas montañas malolientes.
“Esto de la inmundicia empezó a pasar hace cosa de un año. Para que se imagine, más o menos desde que llegó Lavezzi. Ya había habido un problema menor, pero antes de que llegara O' Posho”, explica un aprendiz de pizzero mientras vuelca una bolsa de desechos en la calle, en la puerta del local. El Pocho multifunción hasta tiene funciones de calendario. Antes de Lavezzi. Después de Lavezzi.
III UNA MULTINACIONAL
Cuentan que más allá de que los napolitanos tienen la peligrosa fama de ser los únicos en Italia que andan en moto sin casco, en algunos sectores de la ciudad, como en los pintorescos pero temidos quartieri spagnoli, eso de andar con la cara descubierta es una norma no escrita: “Con casco van solo los killers”, explica Sandro, administrador de un hotel en la zona céntrica, mientras cuenta los problemas con la camorra. “Los que viven ahí andan sin casco para que puedan ser vistos desde los balcones y ninguno los confunda con uno de la banda rival y les dispare desde arriba”.
A la salida de la estación, una de las cientos de motitos que pasan de contramano haciéndole frente al tranvía, tiene a tres chicos sin casco que forman una especie de chinchulín trenzado viviente. Ninguno tiene casco, pero el de atrás lleva puesta la infaltable camiseta de Lavezzi.
Allí cerquita, Fabio, un rubio de pelo largo que regentea uno de los puestos de venta de Via Toledo, se acerca amable aunque presiente que del otro lado no lo espera un cliente, pero tampoco un inspector. Al requerírsele un cálculo del boom Pocho, no duda en sacar cuentas al vuelo. “La proporción de venta es 70 a 30 para Lavezzi. Por cada 7 camisetas del Pocho, se venden tres de alguno de los otros. De esas otras, la que más sale es la de Hamsik; con suerte, más o menos se venden dos de cada diez”.
Del otro lado de la calle, Manuella se ocupa de otro puesto. Está en plena faena, abriendo unas cajas embaladas con cinta marrón. Les clava una hebilla del pelo algo oxidada, que se parece a una faca de cárcel. De los contornos de las cajas, inmediatamente se asoma un arsenal de merchandising del Pocho. “Mire, ahora salió el almohadón y estos corazoncitos para colgar en el espejito del auto”, dice orgullosa.
Manuella orilla los 50 años y pasó más de la mitad de su vida en este negocio de la venta callejera. “La verdad es que nunca se vendieron tantas camisetas. Desde la época de Maradona que no se vende tanto. Hace un tiempo, las que más se vendían eran las de Calaió, porque es napolitano y ayudó al equipo en los ascensos, pero nunca a este nivel. Esto es una locura”, dice. “En una semana normal, este puesto vende unas 10 camisetas por día. Después de los partidos, quizás son 20. La proporción de las que están en exhibición es más o menos la misma que la de venta. Hay muchas más de Lavezzi simplemente porque se venden mucho más”, detalla. Habiendo firmado hace un año, el cálculo mete miedo: solo Manuella vendió unas 4 mil camisetas del Pocho. Ninguna de esas es la que tiene, o al menos la que asegura tener, Salvatore Bianco.
IV SALVATORE
“Es la original de Lavezzi”, cuenta orgulloso Salvatore, taxista hijo de un taxista “que alguna vez llevó a alguien a la casa de Maradona”. Ahora, por ahí cerca, vive El Pocho, detalla. “Eso lo saben todos”. Pero vuelve a la historia camiseta, y repite: “Es original-original. Tanto que me la consiguió un masajista del Napoli. Pero así me costó. La pagué 150 euros”, admite orgulloso, desnudando un negocio oculto del que mejor no hacerse eco. Tres días enteros de trabajo por sentirse más cerca del Pocho. A los partidos, igualmente, no la lleva nunca. Usa una roja de algodón con la N impresa en negro, que es cábala. Se viene el partido del Milan pero Salvatore no teme que los colores se confundan a lo lejos. Asegura saber el resultado: “Perdemos 3 a 2, ellos van a la Champions, pero el año próximo nos dan a Borriello. Ya está todo arreglado”, dispara impune. Difícilmente se lo pueda calificar como taxista. Salvatore es uno que resuelve problemas. Es el Mister Wolf de “Pulp Fiction”. “¿Querés irte mañana a la salida de la cancha, directo a la estación? Pero eso es imposible, no hay taxis, no hay nada, porque están todos en la cancha o viendo al Napoli por la tele. Mañana es fiesta, como el primero de mayo. Pero no se preocupen, me llevo la motito y te venís conmigo”, tranquiliza a un periodista italiano. No hay que preguntarle si tiene un casco adicional.

V 20 AÑOS DESPUES
Hoy es el partido más importante del año. Napoli-Milan, 20 años después de aquellos clásicos épicos de Norte y Sur. Se cumplen justo dos décadas de una derrota todavía recordada: un 3-2 contra el equipo de Arrigo Sacchi, que se abrió camino a un título inesperado.
La llegada al San Paolo parece tener concentrada la pasión y la efervescencia contenida desde fines de los 80, como en un caldito a punto de sumergirse en una olla de agua hirviendo.
Salvatore acumula amigos en el taxi, se mete de contramano por las vías y, mientras se aproxima el tranvía de frente, espera que pase el micro de los jugadores del Milan, con el embriague apretado y el pie en el acelerador. No bien pasa, sale arando en U y queda mágicamente ubicado detrás de la escolta policial, para llegar más rápido. Una mano la tiene siempre en el volante. Con la otra, alterna los cambios y la bocina. Usa mucho más la bocina. Unas diez cuadras después, el micro está rodeado de motitos que se entrecruzan enloquecidas, como abejas después de un ataque al panal. Les gritan de todo, pero no pasa de eso. Una de las motos lleva a uno con muletas. Las transforma en fusiles imaginarios y dispara contra el micro del Milan. El de las muletas lleva puesta una camiseta con el 7. Esta vez no dice Lavezzi, sino El Pocho.
Los puestos del estadio venden mercancía mucho más sofisticada, y a precios bastante módicos. Lavezzi es uno de los pocos, junto a Maradona y Napoli, que tienen bufanda propia. Por cada 10 camisetas del Napoli que se ven en las largas colas de hinchas, siete son de Lavezzi, dos de Maradona y una de Hamsik, Cannavaro o Calaió. Ya en la tribuna, buscar a alguien con la camiseta de Lavezzi es un ejercicio que no lleva más de 2 o 3 segundos.
VI PASSAPAROLA
En Nápoles es mucho más popular que el sudoku pero es bastante más fácil de resolver. Es como un juego, se llama el passaparola y es el famoso “me enteré de que...”.
Antes del partido, al terminar la charla técnica en el hotel del Milan, Carlo Ancelotti entregó un papel con las marcas asignadas y las jugadas de pelota parada. Muchos de los jugadores los miraron y los dejaron tirados en el salón de conferencias. Al darse cuenta, el ayudante de campo Mauro Tassotti volvió a las corridas para salvar los documentos secretos. “Faltan tres horas para el partido y estos dejan los papeles tirados... Imaginate... En 10 minutos ya llegaron al vestuario del Napoli”, le contó a un allegado.
La información de los papeles igualmente no fue de gran utilidad. Lavezzi solo enloqueció a todo el fondo del Milan e hizo vibrar a los 70 mil tifosi que coparon el San Paolo. Es ahora, durante el partido, cuando se termina de entender este amor incondicional que genera O' Posho. “A los napolitanos nos gusta la fantasía y el carácter. Lavezzi tiene las dos cosas”, se emociona Ciro, un hincha de 54 años, durante el entretiempo. Lavezzi es explosivo. Genera dos situaciones de gol que no llega a concretar. Patea al aire de la bronca. Le roba una pelota por atrás a Bonera. Le pica en diagonal a Nesta. Lo desborda a Favalli. Le gana de vivo con la cabeza a Kaladze. Tiene el andar de un distinto. Después, enojado porque sigue 0-0, patea el pasto, los carteles. Así, exagerado como tanto gusta por estas tierras, capaz de ridiculizar a Nesta o de tirarle una latita de Coca a un compañero durante una joda en el almuerzo. En el segundo tiempo, con el Napoli en ventaja, queda en offside y se enoja con su técnico, un histriónico como Cúper. “¿Qué querés que haga, no viste que me dio la pelota cuando no había terminado de volver?”, le dice con gestos claros. Pero nunca se va del partido. Y le vuelve a picar por atrás a Nesta, que lo cruza y le hace penal. Después, recibe un codazo del propio Nesta y, abombado y todo, se levanta y lo tienen que parar entre 4 para que no lo vaya a buscar. La gente brama. El partido ya es goleada histórica, 3-0, cuando aparece el cartelito con el 7. El estadio se pone de pie. “Oé oé oé oé, Posho, Posho”. El Pocho levanta los brazos y aplaude. El técnico le da un empujón como si fuera un boxeador después de hacer un round perfecto. No tengas dudas. Lavezzi es rey. A la salida de la cancha, la merma de camisetas es significativa. Se ofrecen más las de Hamsik, porque también la rompió. Del Pocho solo quedan las negras que dicen “Tutti pazzi per Lavezzi”.
VII El dios naciente
La reserva en el restaurante ya está hecha, pero la indicación que todos tienen es clara. Algunos jugadores no saben dónde será. Aquí en tierras de la camorra, es mejor que cada uno sepa pedacitos de información pero ninguno sepa todo de todo. Uno sabe a qué hora lo pasan a buscar. El otro sabe quién. Y así. El tema es que el hijo del Pocho cumple años y, después de la victoria contra el Milan, lo van a festejar en un restaurante con la banda sudamericana que integran el Pampa Sosa, el arquero Nicolás Navarro, más los uruguayos Bogliacino y Gargano. Suelen juntarse a comer un asado en la casa de alguno, al menos una vez por semana. Esta vez, el tema trasciende. Muchos se dan una vuelta por la costa, el “lungomare“, esperando descubrir dónde están los jugadores, aunque en los días de sol, es infaltable una visita al centro deportivo en Castelvolturno, para tratar de conseguir una foto o un autógrafo. “Firmé más en un año acá que en toda mi carrera”, asegura Lavezzi, que tiene que vivir un poco escondido.
El día que se mandó, kamikaze, a recorrer un negocio, tuvieron que cerrarlo y esperar que llegara la policía para escoltarlo hasta el auto. Ahora ya no cae en esas trampas. Pero se maneja mejor él que el club. Y a pesar de tener un presidente de la industria del cine, como De Laurentis, a la máxima estrella no tienen idea acerca de cómo manejarla. Para cualquier intento de nota ponen mil trabas. Siendo uno de los jugadores más apetecidos en el mercado, cualquier declaración de Lavezzi podría generar locura.
Y como refleja Navarro, que se aseguró el puesto de titular, “Verdaderamente no lo dejan vivir. No puede salir, nada. Es como un Dios. Tenés que venir acá y verlo para entenderlo”.
Luego de un fin de semana en Nápoles, lo terminamos de entender. En el desayuno se habla de Lavezzi. En el almuerzo se habla de Lavezzi. En los bares se habla de Lavezzi mientras se hace el aperitivo. En los puestos de diarios se habla de Lavezzi ¿Será el hecho de ser argentino lo que potencia las charlas sobre el Pocho? Un mozo del restaurante que inventó la pizza margherita hace más de 100 años, se transforma en el último conejillo de indias. Escucha hablar en español y pregunta la procedencia. Recibe una respuesta falsa: “Soy uruguayo”. ¿Hablará de Gargano, de Bogliacino, de Zalayeta? “Ah, uruguayo... mire usted. Y dígame, ¿qué opina de Lavezzi?”.

Por Martín Mazur
Nota publicada en la edición Junio de 2008 de la revista El Gráfico.