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El contraste

El proyecto de país de Brasil tiene algunas curvas impredecibles, casi tanto como las de sus rutas de dudosa calidad asfáltica.

Por Elías Perugino ·

10 de junio de 2014
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Disculpen que arranque con una historia personal, pero me resulta inevitable: tengo 25 parientes en Belo Horizonte. Acá viven mis tíos (italianos), mis primos (brasileños), sus esposas/os (brasileños), los hijos de las parejas que formaron (muy brasileños)… Nos vemos periódicamente, tenemos una linda relación, sabemos en qué andamos, cómo bailan nuestras vidas, las heridas que cicatrizamos, los objetivos que perseguimos. En fin: la distancia nunca fue un obstáculo, aunque nos hayamos visto pocas veces en medio siglo.

Franco, mi primo, me invitó a un almuerzo de bienvenida en una churrascaría del agradable barrio de Pampulha. Escapó de su trabajo sin dar demasiadas explicaciones (por algo es el jefe) y nos deglutimos una chuleta a la parrilla con arroz, farofa y papas fritas, que luego rematamos con un postre celestial: un batido de papaya adherezado con unas estratégicas gotas de licor.

En medio de ese banquete, me contó que Umberto (sin hache, sin “hagar”, como le dicen acá), su hijo de 21 años, está a punto de partir hacia Inglaterra, donde pasará el próximo año y medio estudiando un post-grado de ingeniería. No va solo. Viaja con 10.000 jóvenes que estudian diferentes ramas de la ingeniería, a los que el gobierno brasileño les pagará todo los gastos en las universidades de Sheffield y zonas aledañas para que se capaciten y se transformen en los puntales del Brasil del futuro. Para ganarse un lugar entre los 10.000 jóvenes, Umberto pasó una exigente prueba de conocimientos, en la que participaron chicos de todos los estados brasileños. Durante los próximos 18 meses, su único objetivo será acumular riqueza conceptual. No debe preocuparse por nada más, salvo aprobar las materias y tener una asistencia del 90% en las clases que le dictarán en doble turno de lunes a viernes, y en turnos simples algunos sábados.

Todavía estaba envuelto por la deliciosa sorpresa de la noticia, cuando se me cruzó una pregunta de esas que son difíciles de responder para cualquiera, más para un padre que está cebado de orgullo contando los avances de un hijo. ¿Cómo es posible –le dije a mi primo, mientras saboreaba una cuchara en la que ya no quedaba papaya-, cómo es posible que un país que es capaz de planificar semejante movida pensando en el futuro tenga una ruta tan desastrosa como la Río-Belo Horizonte?

Ya sé: corté el clima. Cambié de frente, apliqué el frío, no tiene nada que ver con lo que venía relatando. Pero no me pude contener. Hacía apenas unas horas que había terminado de recorrer los 500 kilómetros plagados de curvas y contracurvas que serpentean entre los morros, bordeando precipicios sin guardaraid, aferrándome al volante de la Fiat Doblo con fiereza para mantener la dirección en decenas de kilómetros donde el asfalto está salpicado de pozos, haciendo malabares para detectar a tiempo las “quebra-molas” (nuestros lomos de burro) que aparecían a traición, apenas indicados cuatro centímetros antes de su aparición … Tenía toda esa calentura contenida y me salió decirlo así, como volcán que vomita lava.

Mi primo bajo la cabeza con resignación, casi avergonzado, como pidiendo unas disculpas que no le correspondían, que no hacían falta. Más vale que lo entendí. Brasil, como Argentina, a veces no tiene lógica ni explicación.