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Realismo mágico

La definición de Chacarita-Chicago, el cuento que Fontanarrosa no llegó a escribir.

Por Martín Mazur ·

30 de junio de 2012
Imagen EL PENAL. Un ascenso y un descenso, unidos.
EL PENAL. Un ascenso y un descenso, unidos.
El segundo partido de la Promoción entre Chacarita y Nueva Chicago dejó una historia que a partir de hoy, será barnizada por generaciones de hinchas que vivieron lo mejor y lo peor del fútbol condensado en un puñado de minutos.

La mitología de las victorias y derrotas sobre la hora ya tiene un capítulo más, digno de un relato de Fontanarrosa. Quizás algo de eso haya pasado en San Martín. Una cancha suspendida desde hace meses, tras los incidentes con Atlanta. Un partido de alto riesgo que paseó por diversas sedes pero que venía devuelto sin abrir: nadie quería Chacarita-Chicago. El único que le dio una oportunidad fue el fútbol.

Los condimentos siguieron entrando a la olla mágica, hasta hacer entrar en ebullición la pócima. Una victoria que ya parecía consumada. Un arquero que había querido dejar el fútbol. Un empate impensado para prolongar el suspenso. Una última jugada digna de Manchester United - Bayern Munich. Un suspiro. Un penal. Un drama. Un ascenso y un descenso, unidos. El tiempo detenido. El reloj congelado. Es el penal más largo y más corto del mundo. Falta nada y falta todo. La gente ya llora. Los jugadores ya lloran. De alegría o de tristeza, por adelantado, saben que esto es demasiado, que es una cláusula con letra demasiado chica dentro de los libros del sufrimiento futbolístico. Pero pasa. Y aquí estamos. El penal. Una ejecución. Una volada. Un técnico con nombre y fama de Salvador que festeja un gol que no es. Una explosión de llanto e incredulidad por parte de todos, cada uno con su propio drama personal: el que erra el penal, el que lo ataja, el que lo hizo, el que lo vio a lo lejos o desde el alambrado, el que lo vio dentro del arco sin que haya entrado. La fuerza de un cataclismo emotivo.

Se contarán mil historias sobre esta tarde. Cada una tendrá los condimentos propios del sufrimiento personal, retoques ornamentales para darle más espectacularidad (si es que se puede) a lo sucedido. De todas las victorias y derrotas sobre la hora, pocas han tenido esta particularidad de poner en pausa éxtasis y agonía antes de volver a darle play. 

En ese instante con el tiempo detenido, el fútbol vivió como nunca. Y esa energía se exporta, se comparte y se disemina sin importar las camisetas. Ahí está todo. En ese núcleo de energía que está a punto de explotar. El fútbol se alimenta de momentos así. En el potrero. En una Promoción de la B. En la final de la Champions League. Da igual. Esa energía es la misma. 

Una explosión de fútbol.

Play.