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Rusia y el soft power

Mientras aplica puño de hierro en su política interior y exterior, Vladimir Putin coquetea con la FIFA para que su país sea sede de una Copa del Mundo. Millones, en Rusia sobran. Problemas, también.

Por Martín Mazur ·

24 de agosto de 2010
Luego del ataque militar de Rusia a Georgia, en septiembre de 2008, Dominique Moissi escribió en El País: “Mientras China pretende seducir e impresionar al mundo con el número de medallas olímpicas conseguidas, Rusia quiere impresionarlo con la demostración de su superioridad militar. El poder blando de China frente al poder duro de Rusia: las preferencias de los dos países reflejan el grado de confianza que tienen en sí mismos”.

El término soft power (poder blando) fue acuñado por el politólogo estadounidense Joseph Nye en 1990 y hoy es popularmente usado en los ámbitos diplomáticos de todo el mundo. Remite a la capacidad de influir sobre los demás gracias a métodos e iniciativas que generen atracción subjetiva: la cultura, los valores y la política exterior. Así, concluyó Nye, se logra cumplir objetivos propios y a la vez se puede conseguir que los otros hagan lo que uno quiere, sin ejercer ningún tipo de presión ni ostentación de fuerza. O sea, armas de seducción masiva contra armas de destrucción masiva.

Si bien poco ha cambiado en Moscú en estos dos años, Rusia ahora sí se muestra dispuesto a dar batalla para conseguir una de las armas preferidas del soft power: la organización de una Copa del Mundo.
 
Candidatos 2018 y 2002. El 2 de diciembre, la FIFA dará a conocer qué países albergarán los Mundiales de 2018 y 2022. Estados Unidos, Inglaterra, Rusia, Holanda-Bélgica y España-Portugal son los candidatos para ambas ediciones. A ellos se les suman Australia, Japón, Qatar y Corea del Sur, que se anotaron sólo para la competencia de 2022.

Los que más polémica generan, sin dudas, son los rusos, que aparecen dispuestos a conseguir la sede conscientes de los beneficios que ello implica: ganarse al público, mejorar la imagen de la nación, atraer más oportunidades de alianzas e inversión, mostrar el progreso en diversas áreas o generar mejores negocios.

El primer ministro Vladimir Putin espera que su influencia pueda vencer a las plataformas más sólidas de otros candidatos mejor posicionados, como Holanda-Bélgica o Inglaterra para 2018 o Japón y Australia para 2022.

Muy lejos de ser un Lula, la presencia activa de Putin igual fue clave para que Sochi, la ciudad donde nació Yevgeni Kafelnikov, resultara elegida para albergar los Juegos Olímpicos de Invierno en 2014. Ubicada sobre el Mar Negro, Sochi se encuentra a pocos kilómetros de Abjasia, el territorio en disputa que Rusia reconoció como independiente y que Georgia reclama como propio, donde la tensión es orden del día y que llegó a recrudecer con esa guerra de 2008 en la que Rusia aplastó a los georgianos en cuestión de días, justo cuando Héctor Cúper se había hecho cargo de la selección georgiana.

Lo curioso es que con varios frentes internos en Rusia que aún están en estado crítico , y mientras los incendios por la ola de calor avanzan sin freno sobre toda la región, Putin se haya hecho tiempo para recibir a los emisarios de la FIFA. El primer ministro británico, David Cameron señaló que no iba a poder estar presente durante la visita de los enviados de la FIFA a Londres porque iba a estar de vacaciones.

Diplomacia ante todo. El ex hombre de la KGB ya anticipó que está dispuesto a quitar las visas de entrada al país para facilitar el ingreso de los millones de hinchas que viajarían a ver el Mundial. Sería la primera vez que esto suceda en Rusia a una escala tan masiva. Sólo el fútbol es capaz de lograrlo. De hecho, la única excepción diplomática hasta la fecha fue para los miles de hinchas ingleses que en 2008 viajaron a Moscú para ver la final de la Champions League, entre Chelsea y Manchester United, para quienes la entrada funcionó como visa.

Salvo el Estadio Olímpico Luzhniki, en Moscú, ninguna de las canchas en Rusia cumple con los requisitos para ser estadio FIFA. Construir 15 estadios de fútbol demandaría una inversión cercana a los 4.500 millones de dólares, que según Putin, se obtendrían tanto de fondos federales como de inversores privados. El vocero de la candidatura, Andreas Herren (ex vocero de la FIFA) señaló que sería más barato construir estadios nuevos que refaccionar los ya existentes. “Decidimos construir nuevos estadios, independientemente de la candidatura al Mundial, porque los estadios ayudan al desarrollo deportivo y del fútbol”, manifestó Putin.

Mucha preocupación por los gastos, evidentemente no hay. El Mundial, para los rusos, parece ser algo así como una cuestión de estado. Ya calcularon que la economía podría crecer a un ritmo de 1,5% anual y que el horizonte de una Copa del Mundo (sea en 2018 o 2022) le daría más estabilidad al mercado.

Una liga millonaria... y estatal. Por el boom petrolífero y los nuevos ricos, la liga rusa se transformó en uno de los campeonatos con contratos más altos y pases más caros, con no menos sospechas sobre lavado de dinero detrás de algunos movimientos. Hace unos días, el irlandés Aiden McGeady dejó el Celtic Glasgow y firmó con el Spartak de Moscú por 15 millones de dólares. De más está decir que nunca antes un club escocés había logrado vender a nadie en semejante cifra.

El magnate Roman Abramovich, que se hizo mundialmente conocido cuando compró el Chelsea, apoyó a través de una de sus empresas (Sibneft, la quinta petrolífera del mundo) al CSKA de Moscú, hecho que la UEFA investigó por considerarlo un conflicto de intereses, pero que finalmente no pudo probar. Mientras tanto, con los millones de Sibneft, el CSKA llegó a ganar la Copa UEFA por primera vez en su historia, en 2005. Pero cuando Abramovich vendió sus acciones de Sibneft, el contrato de patrocinio con el CSKA se deshizo en un día.

La nueva dueña de Sibneft fue Gazprom, la mayor empresa de gas natural del mundo, que a su vez patrocinia al FC Zenit, de San Petersburgo. Conducido por Dick Advocaat y con los millones de Gazprom, el Zenit ganó la Copa UEFA en 2008 y la Supercopa Europea en 2009. Hoy Advocaat tomó la posta de su compatriota, Guus Hiddink, y es el técnico de la selección. Hiddink había llegado a dirigir a Rusia por recomendación de Roman Abramovich, que luego se tomó el atrevimiento de pedirlo prestado para sentarlo en el banco del Chelsea como DT interino.

A nivel local, los millones del Zenit no lograron bajar al Rubin. Controlado y manejado por el distrito de Kazan, en Tartaria, y también solventado por empresas de energía tártaras, el ex club del Chori Domínguez cumplió una gran actuación en la edición pasada de la Champions League y también se quedó con una Supercopa europea.

En la liga rusa hay más sorpresas gubernamentales: un 25 por ciento de las acciones del CSKA está en manos del Ministerio de Defensa; el Terek está controlado por el gobierno de la república separatista de Chechenia; los ferrocarriles rusos mantienen el 70% del Lokomotiv de Moscú; al Saturn lo maneja el distrito de lo que podría llamarse el Gran Moscú; las administraciones provinciales o regionales también controlan clubes como el FC Tom, en Siberia, o el Spartak Nalchik.

Demasiados signos de pregunta. Mientras los otros candidatos a organizar los Mundiales 2018 y 2022 moldean sus plataformas por historia futbolística, infraestructura, movilidad, hotelería o transporte, Rusia tiene poco de qué agarrarse en cada una de esas áreas. Nunca organizó un Mundial, pero tampoco lo hicieron Holanda-Bélgica o Portugal, que aparece en sociedad con España. Pero su “situación estratégica” y su posible “puente hacia Asia” dentro de una nación donde proliferaron los magnates y los millones, le abren una posibilidad dentro de la lógica FIFA.

Sin embargo, la lista de contras en el plan ruso es variada. Y el gesto de las visas de Putin apenas significa un detalle dentro de un contexto interno claramente inestable. En la Federación Rusa conviven nada menos que nueve husos horarios diferentes. Podría resultar atractivo tener un Mundial que se juegue en la mañana, tarde y noche de casi todos los países del mundo, pero los rusos cerraron frentes y presentaron un plan de 16 estadios en 13 ciudades, de las cuales sólo una (Yekaterinburg, en los Urales) excede las fronteras de la Rusia europea.

El resto está concentrado en el mismo huso horario donde, un poco más al sur, se ubican Chechenia, Osetia del Norte y Daguestán, regiones separatistas que reclaman su independencia, donde se denuncian violaciones constantes a los Derechos Humanos y donde la idea de recibir un Mundial quizás sea celebrada por personas que poco tienen que ver con el fútbol y mucho tienen que ver con el terrorismo, que recrudece año a año.

En 2002, rebeldes chechenos secuestraron más de 800 personas en un teatro de Moscú, a sólo 4 kilómetros del Kremlin. El asalto de las tropas rusas provocó 170 muertos, de los cuales más de 120 eran rehenes. La mayoría murió por un gas tóxico secreto lanzado por la fuerzas de asalto rusas, que los médicos no supieron cómo tratar y que el gobierno se negó a revelar.

Los atentados terroristas nunca tuvieron pausa: en 2003 hubo 15 muertos en un recital y otros 46 en una explosión en un tren; en 2004, 51 muertos en dos atentados al metro de Moscú, 90 por dos explosiones en vuelos de línea y 334 -la mitad de ellos niños- en la toma de una escuela en Osetia del Norte. Fue el mismo año en que el presidente de Chechenia, Ajmad Kadírov, murió por una bomba en su palco mientras se conmemoraba la victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial. En 2006 murieron 10 personas en un ataque al mercado de Moscú. En 2007 murieron ocho en una explosión en un micro y también descarriló el tren Moscú-San Petersburgo por el estallido de una bomba. El mismo tren sufrió otro atentado similar en 2009, esta vez con un saldo de 28 muertos.

En marzo de este año, el metro de Moscú soportó el segundo peor atentado de su historia cuando dos mujeres de Daguestán se detonaron repletas de explosivos: 39 muertos. El golpe se lo adjudicó una organización terrorista chechena. Hace unos días murieron tres de los supuestos cerebros de ese ataque, en circunstancias confusas, mientras eran buscados por la policía. "Los que muestren resistencia deben ser eliminados, no se puede mostrar piedad", le dijo el presidente ruso, Dmitry Medveded, al jefe del Servicio de Seguridad Federal, Alexander Bortnikov, según reportó la BBC. "Para nuestro pesar, ninguno de ellos se pudo capturar con vida", informó Bortnikov. Vladimir Putin, el mismo que había ordenado la ofensiva contra los georgianos en 2008, les advirtió a todas sus fuerzas de seguridad que el caso debería tomarse como una "cuestión de honor" y que a los terroristas había que “localizarlos y sacarlos desde el fondo de las alcantarillas hasta destruirlos”.

Si Rusia obtiene la sede del Mundial, el soft power y el hard power estarían obligados a coexistir. Y a medir fuerzas.