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Mandela por KO

Un hallazgo entre muchos golpes en el museo del apartheid, un lugar para la memoria, la reflexión y también la esperanza de que algo así nunca se repita.

Por Martín Mazur ·

11 de julio de 2010
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El museo del apartheid golpea bien fuerte desde la entrada misma. Está ubicado no muy lejos del estadio Soccer City y uno puede pasarse allí un día entero, contemplando las fotos, leyendo la historia de Sudáfrica en detalle o mirando videos históricos. La entrada vale sólo 50 Rand (menos de 7 dólares). Una auténtica ganga. Lo que uno recibe a cambio es una tarjetita que dice Blankes (blancos) o Nie-Blanks (no blancos). Y debe hacer la cola en la puerta correspondiente. Un primer jab a la mandíbula, como para poner las cosas en su perspectiva justa.

Bien documentada, uno puede repasar la historia de Sudáfrica, el origen del hombre, el descubrimiento del oro, la peste bubónica, la guerra de los Boers, el gobierno de coalición angloholandés que intentó mantener la supremacía blanca, la aparición de Gandhi, la rebelión granjera, la creación del Partido Nacional Sudafricano que gestó el apartheid como política, la lucha de Mandela y su campaña de desobediencia civil.

El diario que Mandela escribía en Robben Island está allí, abierto en una página que se hace difícil terminar de leer: es una carta para uno de sus hijos. También está su primera entrevista en televisión, en la que habla de su convencimiento de que hay lugar para que todos puedan convivir. Pero por cada sonrisa, un golpe bajo, como los discursos televisivos dignos del Tercer Reich por parte de los arquitectos del apartheid, propagandas que revuelven las tripas (mejor entrar con el estómago vacío) y documentos, fotos y carteles que estrujan la garganta. La única forma de digerirlo es tomándose unos pequeños descansos en los lugares destinados a tal fin, antes de encarar el próximo round. Pero cada round parece ser más duro. Es un lugar donde se impone el silencio. De hecho, los tres enviados de El Gráfico prácticamente no abren la boca hasta regresar a la combi.

Uno de los camiones de asalto que usaban los soldados, apedreado, reposa en otra de las salas, al igual que muchas armas, de las AK47 a los rifles de elaboración casera, que Mandela instó a tirar al mar cuando se elaboró la nueva Constitución. Hay celdas que recrean las de Robben Island y elementos de trabajo que se usaban en las cárceles.

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Se destaca también la permanente válvula de auxilio que significó el deporte. Y en especial, el fútbol, en una muestra de Thomas Mulcaire, un coleccionista de revistas que encontraba, en las páginas de publicidad de esas revistas, un túnel imaginario hacia la ilusión de un país sin divisiones: un fútbol multirracial en un país multirracial, como lo certificaban esas publicidades que le hacían una gambeta a la época y se atrevían a poner a blancos y negros juntos.

Están los famosos documentos de identidad que certificaban a qué raza pertenecía cada persona. Aparecen remeras de los que marchaban pidiendo la libertad de Mandela. Y una gran pared está dedicada a los coloridos carteles de la resistencia de los 80.

Uno se cruza, también, con el Mercedes Benz rojo que le regalaron a Mandela para su liberación, regalo de los operarios de la fábrica. Pero basta girar y dar unos pasos para toparse con un video de los granjeros de extrema derecha marchando por Pretoria con banderas nazis, en 1992, y el discurso amenazante de su líder afrikaaner, Eugene Terreblanche, el mismo que fue asesinado a machetazos en abril de este año.
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Entre tantos sopapos y con la guardia bien baja, precisamente, aparece un par de guantes de boxeo que custodian una foto. Y en ese momento, es imposible no pensar en nuestro Quedado Especial, Carlitos Irusta. ¿De quién serán esos guantes?

"No pictures, please"; dicen los encargados de seguridad al ver que uno abre el estuche dispuesto a sacar cámara. De alguna forma logramos testificar el contenido de la vitrina, esos guantes roídos, esa imagen en papel que se conserva intacta.

El muchachito de la foto es nada menos que Nelson Mandela, que en su juventud fue un apasionado del boxeo, y que de más grande, noqueó a un gigantesco régimen opresivo sin pegar una sola piña, para que hoy el apartheid sea una pieza de museo y no una muestra al aire libre.