(sin categoría)

Una grande de Musso

Buscábamos un lugar italiano. Pero comenzamos a dudar cuando vimos el menú.

Por Martín Mazur ·

29 de junio de 2010
[medio no encontrado]
PRETORIA, Sudáfrica (Enviado especial).-Carne, pollo, cerdo, carne, pollo, cerdo. El menú gastronómico de Pretoria, gustoso y de buena calidad, se estaba haciendo un poquito tedioso sin sumarle el siempre necesario componente italiano. Quien escribe, al menos, necesitaba urgente un plato de pasta o una buena pizza para ampliar la variedad. "Acabo de encontrar un restaurante italiano. Se llama Cappello. Parece bien puesto", di aviso al equipo de la habitación 330. Del Bosco y Perugino enseguida pararon la oreja.

[medio no encontrado]
Mientras nos dirigíamos a Cappello, nos imaginábamos algún tano que nos recibiera de brazos abiertos, de ésos que mandan y mandan comida para probar, sin siquiera dejar que uno toque el menú. Pero en Cappello, descubrimos mientras nos acomodábamos, no había ningún italiano a la vista. Adentro no había un alma. "Quizás es muy tarde, acá comen muy temprano", intentamos pensar en voz alta, aún confiados.

"¿Adónde nos quiere mandar? Yo no puedo comer ahí", mandó Del Bosco al ver que nos querían ubicar en un box con mesas bajas que, en lugar de sillas, tenía sillones y almohadones para despatarrarse. La decoración daba como para una cita romántica, por las llamas (sí, llamas) que custodiaban cada una de las mesas. El fueguito venía de unas estufas peligrosamente ubicadas sobre las cabezas de los comensales. Más de alguno debe haberse ido de ahí con el pelo chamuscado.

[medio no encontrado]
Al final optamos por una mesa más tradicional y conseguimos sillas con respaldo. Tres personas trasladaron un gigantesco calentador para sacarnos el frío, hasta al punto de hacernos sentir tres pollos al spiedo.

Terminamos de confirmar que el lugar no era muy italiano cuando vimos las opciones de pizzas. La primera de la lista era la... ¡Mussolini! Más que un toque de italianidad, lo que recibimos fue un tremendo schiaffo. Lleva mozzarella, salsa de tomate, orégano y fascismo a gusto. La segunda, al menos, se llamaba Mandela, pero traía pollo, hongos, cebolla y palta. Mamma mia.

A esa altura, los fideos ya estaban encargados y el chasco era ineludible. La focaccia de entrada quedó como un centro de mesa. Pese al hambre, ninguno terminó su plato. Y ninguno volvió a aceptar mi recomendación sobre un restaurante italiano que parece bien puesto.

[medio no encontrado]