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EL SECRETO DE MONZON

Mucho se habla del estilo de Carlos. Y cuando surge el tema de sus 14 defensas y sus grandes peleas, pocos quizás conocen una de sus principales claves de triunfo.

Por Carlos Irusta ·

29 de febrero de 2008

Carlos Monzón, por estos tiempos, está en las charlas de café. Es que como Omar Narváez ya suma 12 defensas exitosas, se supone que no sólo podría alcanzar sino también superar al santafecino. “Claro que Carlitos tuvo rivales mucho más difíciles”, dicen los nostalgiosos. “Pero Narváez no tiene la culpa de eso, él pelea con quién le pongan por delante”, argumentan otros.
 
No faltó incluso el mensaje de un lector diciendo que Carlos, en la época de Hagler, Leonard & compañía, no hubiera podido ganarle a ninguno de ellos. Claro que, se entiende, Carlos fue campeón en su propio tiempo y si bien las comparaciones son irresistibles, a veces es difícil hacerlas.
 
Se dice – y con razón – que Carlos era muy lento y que, en estos tiempos, no hubiera podido competir. El boxeo de hoy es más físico que otra cosa y se imponen los que lanzan muchos golpes por asalto: ya no hay espacio para los pasitos al costado o los barridos de golpes y otras sutilezas.
 
Pero algo es real y que Monzón siempre impuso su cadencia algo lenta a sus rivales. Que su jab de izquierda era una tortura –fue una tortura- para todos ellos y que, siempre, aún siendo tan alto, quedaba en posición de combate. Que con sólo echar el torso hacia atrás esquivaba casi todos los golpes y que, en posición de ataque, era temible. Como decía uno de sus grandes rivales, Jean Claude Bouttier: “Dónde te pegaba, te dolía. Te iba destruyendo... Hasta que te aniquilaba. Era un demoledor”.
 
Lo que pocos saben es que Carlos Monzón perfeccionó su caminar en el ring ensayando horas y horas después del gimnasio. Con Brusa y con Manuel Hermida –un experto en el tema- logró el equilibrio justo, para poder lanzar sus manos siempre con una gran sustentación. Caminaba hacia atrás y lo hacía pegando: cuando avanzaba era temible. Sus 76 kilos –el peso con el que subía al ring y a veces más- iban compactados en sus nudillos gracias a la correcta posición de pies. Caminar fue una de sus principales armas. ¿No lucía? Es cierto, no era un bailarín como Leonard. ¿No hacía delirar a la gente? Aceptado, no era un showman como Locche.
 
Pero, puesto en posición de ataque, era temible. En esas dos piernas finitas, largas y aparentemente frágiles, descansaba gran parte de su estilo. Créame, hágame caso, vale la pena: cuando pasen un video de Monzón, fíjese en sus piernas y sabrá porque en ellas estuvo gran parte del secreto de su éxito...