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¿Cómo sería el fútbol en una Cataluña independiente?

El 11 de septiembre, en el tricentésimo aniversario de la Guerra de Sucesión Española, se llevará a cabo una multitudinaria marcha en Cataluña para exigir la independencia de la comunidad autónoma. Un hipotético desmembramiento de la región trastocaría su organización política, económica, social y…. futbolística.

Por Redacción EG ·

08 de septiembre de 2014
Imagen LA SENYERA. La bandera representativa de la Cataluña independiente. Con frecuencia se agita durante los partidos, en el minuto 17 y el segundo 44, en una referencia directa hacia aquel 11 de septiembre de 1714.
LA SENYERA. La bandera representativa de la Cataluña independiente. Con frecuencia se agita durante los partidos, en el minuto 17 y el segundo 44, en una referencia directa hacia aquel 11 de septiembre de 1714.
El 11 de septiembre de 1714 los leales de la Casa de Borbón sitiaron Cataluña y destruyeron el último bastión de la resistencia austracista. Así llegaba a su fin la Guerra de Sucesión Española, una idílica y desgastante lucha por el trono vacante que legó la muerte sin descendencia de Carlos III; y también empezaba la batalla histórica del secesionismo catalán. El 11 de septiembre de 2014, en el tricentésimo aniversario de la celebración de la Diada, el postergado reclamo soberanista se escuchará más fuerte que nunca cuando una nutrida columna de manifestantes exija la independencia de la comunidad autónoma. La movilización está asociada con el referéndum autonomista del próximo 9 de noviembre, el mismo que ya está gestando un programa político tendiente a analizar el impacto económico y social de la zona ante una posible disgregación. Sin embargo, ¿Cómo incidiría en el fútbol esta hipotética independencia?

Como punto de partida, los clubes catalanes que participan en cualquiera de las categorías que dependen de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), perderían sus licencias. El estatuto de la entidad es taxativo al respecto y no deja lugar a la interpretación: “Los equipos deberán estar afiliados a la RFEF e integrados en el territorio que ésta abarca, además del ente regional correspondiente”. Teniendo en cuenta que “el ente regional correspondiente” sería en éste caso la Federación Catalana de Fútbol (FCF), situada fuera del territorio sobre el cual tendría jurisdicción la RFEF, la posibilidad de que Barcelona y el resto de los conjuntos catalanes continuasen disputando la Liga española es inviable.

La primera y más obvia solución, descartando en principio la posibilidad de que se modifiquen los estatutos, sería la organización de una Liga Catalana. En ella podrían juntarse veinte equipos de Cataluña que actualmente militan entre la Liga BBVA y la Tercera División. Barcelona y Espanyol se cruzarían con Girona, Sabadell, Nàstic de Tarragona, L’Hospitalet o Badalona en una competición absolutamente despareja. Otra de las opciones sería la inclusión del Barça en la Liga Francesa (que admite, por ejemplo, a Mónaco, aunque es un caso totalmente distinto) o en la Premier League (donde juegan conjuntos de Gales). Sin embargo en una circunstancia similar ya no sólo intervendrían los deseos de las federaciones locales, sino que la FIFA debería autorizar la participación y los precedentes no son alentadores: a finales de los noventa la entidad madre prohibió la anexión de los escoceses Celtic y Rangers a la Liga Inglesa.

Por otra parte, una vez creada la Liga Catalana, ésta tendría que lograr, a través de la FCF, el reconocimiento de la FIFA, y accesoriamente de la UEFA, para que sus equipos pudiesen participar en competiciones europeas. Los requisitos necesarios para ingresar en la comunidad futbolística internacional son que el Estado en cuestión sea independiente, que goce del reconocimiento de las Naciones Unidas y que tenga una Liga y una Copa doméstica. Los mismos requerimientos se extienden a nivel de selecciones, por lo que, en principio, Cataluña no tendría impedimentos para enviar representantes a los campeonatos continentales o para disputar una Eurocopa o un Mundial. De todas formas es menester agregar que la catalana sería una Liga con un hándicap muy inferior a las principales de Europa, lo que le dejaría un sólo cupo en la Champions League y, muy probablemente, en la segunda ronda previa. Esto significa que el local mejor clasificado –que, salvo catástrofe, sería Barcelona, o en su defecto Espanyol- debería desandar un fangoso camino hasta la fase de grupos.

Respecto a la Selección, los jugadores catalanes podrían elegir entre seguir representando a España o jugar para Cataluña, aunque una vez que hubiesen hecho su elección, ya no tendrían permitido cambiarla. El mismo caso se ha aplicado con éxito a los futbolistas de las diversas federaciones de la Unión Soviética y de Yugoslavia luego de sus respectivas escisiones. Sin embargo todos aquellos jugadores que se decanten por la Selección catalana, perderán su pasaporte comunitario hasta tanto el nuevo Estado independiente sea reconocido como tal por la Unión Europea.

Si bien la situación es una mera hipótesis y la posibilidad de que Cataluña logre su independencia en el corto plazo, a pesar de las numerosas iniciativas, es estrechísima, la realidad indica que en caso de producirse la escisión de la comunidad autónoma, el fútbol perdería en todos sus frentes. La Liga Española se quedaría sin su clásico representativo y las pérdidas de la televisión serían incalculables. Barcelona, por su parte, difícilmente lograría sostener una estructura que incluye al plantel más cotizado del planeta y media Selección española tendría que dirimirse entre su “provincia” o su país. La sola imagen de Messi jugando en un estadio cuya capacidad no sobrepasa las mil localidades es absurda; lo mismo que una formación de España sin jugadores del Barcelona. Sin embargo, la política no se destaca por su racionalidad; y el fútbol tampoco.

Por Matías Rodríguez