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¿Quién dijo que no se puede ganar en Brasil?

Se están por cumplir 50 años de la proeza más importante del fútbol argentino hasta la conquista del Mundial 78. La Selección viajó de última, ganó sus tres partidos, no recibió goles, vapuleó a Brasil y le dio la vuelta olímpica en su casa. Para repasar y soñar...

Por Diego Borinsky ·

07 de junio de 2014
   Nota publicada en la edición de mayo de 2014 de El Gráfico

Imagen POSTALES de la gloria: el gol de Ermindo, el salto de Rattín, los festejos, la abdicación de Pelé ante Amadeo.
POSTALES de la gloria: el gol de Ermindo, el salto de Rattín, los festejos, la abdicación de Pelé ante Amadeo.
“Una puerta cerrada. Un montón de policías custodiando lo imposible. Una avalancha de argentinos. Una avalancha de cables y de aparatos de transmisión forcejean desesperadamente. No se puede entrar. Y entramos. Entre empujones. Gritos. Protestas. Pero entramos”.
Continúa el relato...


“Nadie va a la ducha. Hay que permanecer en esa gritería infernal, hay que seguir llorando, tirándose al suelo, revolcarse como enajenados. Ramos Delgado está en el piso como un epiléptico. Ríe y llora sin sentido. Más allá lo imita Rojas. Y todos caen encima de ellos. Revolcándose sin poder contenerse”.

La crónica de la revista El Gráfico, escrita por Osvaldo Ardizzone bajo el influjo de emoción violenta (“Los hombres pueden tener lágrimas”, es el título), corresponde al histórico 3-0 conseguido por Argentina frente a Brasil, en el propio patio de su casa, el 3 de junio de 1964. Aquella victoria fue la segunda de una serie de tres que les permitirían a los nuestros conquistar la Copa de las Naciones, el trofeo continental más importante que Argentina pudo ostentar hasta la obtención del Mundial 78. El sonido de las palabras, en la prosa genial de Ardizzone, nos invita, 50 años después, muy pronto a celebrarse las bodas de oro de aquella epopeya, a volar un poquito e imaginarnos un final así de bello y heroico, en la cita futbolera máxima que está a punto de desarrollarse en el país vecino. ¿Quién dijo que no se puede ganar en Brasil? Aquí repasaremos que sí se puede.

Imagen EL EQUIPO del partido ante Inglaterra. Desde la izquierda, parados: Rattín, Ramos, Delgado, Amadeo, Vieytez, Vidal, Simeone. Abajo: Ermindo Onega, Rendo, Prospitti, el Tanque Rojas y Telch.
EL EQUIPO del partido ante Inglaterra. Desde la izquierda, parados: Rattín, Ramos, Delgado, Amadeo, Vieytez, Vidal, Simeone. Abajo: Ermindo Onega, Rendo, Prospitti, el Tanque Rojas y Telch.
INVITADOS DE ULTIMA
Brasil andaba con ganas de festejar. La Confederación Brasileña de Deportes cumplía 50 años; su Selección de fútbol llevaba apenas 2 del bicampeonato mundial conseguido en Chile. Entonces armó un cuadrangular de jerarquía. Fueron invitados Inglaterra, Portugal e Italia. Los dos primeros serían protagonistas en la Copa del Mundo siguiente: uno campeón y el otro, tercero. Pelé, Bobby Charlton y Eusebio, tres de los mejores futbolistas del momento, darían el presente. Italia declinó la invitación sobre la hora, y los organizadores se preguntaron: ¿a quién le decimos, ahora? La respuesta estaba cantada: al vecino del sur. Total, está cerca, no se va a negar, le metemos un poco de picante al asunto con la rivalidad y además viene de capa caída: eliminado en primera ronda en los últimos dos Mundiales.

“La participación la decidió el Consejo Directivo de la AFA –recordó Valentín Suárez, el presidente de la delegación, en 1984, en el reencuentro propiciado por El Gráfico a 20 años del triunfo-. Yo era delegado de Banfield, y fui uno de los que más se opuso a que la Selección jugara esa Copa porque entendía que los brasileños la habían organizado para ganarla ellos. Pero había un compromiso político de por medio y hubo que ir. Brasil prometió el voto a favor de la Argentina en el Congreso de la FIFA que debía decidir la sede del Mundial de 1970. Por eso se fue como se pudo”.

Como ya sabemos, el Mundial del 70 se hizo en México. Y como observaremos, el “se fue como se pudo” no tenía ni una pisca de exageración. El entrenador era José María Minella, no viajó ningún preparador físico y Valentín Suárez encabezó la delegación y también asesoró al técnico en la convocatoria de jugadores y en la táctica de ciertos partidos.

A la hora de discutir los premios, los futbolistas sólo querían una cifra por participar. No les interesaba otra cosa. “Ni discutimos los premios –recuerda Antonio Rattín, referente de ese equipo-, para nosotros era nada más que un pago por viajar, porque la mayoría se veía en el cuarto puesto. Y en eso tengo que valorar lo que fue Valentín Suárez como dirigente y como persona. El nos aseguró: ‘nada de cuarto puesto, ustedes van a ganar el campeonato, se los aseguro yo”. Nadie le creyó.

“Se habían juntado apenas unos días antes, casi desahuciados por la crítica, y así partieron, con un par de picados encima, con la casi total indiferencia de la gente que, además, les adjudicaba un final poco menos que cercano a la catástrofe”, evocó Ardizzone a 20 años de la conquista, con el 1-6 ante Checoslovaquia del Mundial 58 aún fresco. De hecho, se disputó una fecha de campeonato unos días antes de la partida y se lesionaron Federico Sacchi y Silvio Marzolini, y no pudieron viajar. Se citó de urgencia a José Varacka, que se sumó al avión sin haber entrenado nunca con sus compañeros. El resto, tampoco se conocía de memoria: apenas acumulaban tres prácticas juntos.

“El primer entrenamiento –revive Rattín- lo hicimos en cancha de Botafogo. Minella nos reunió en medio del campo y nos dijo: ‘muchachos, hagan como en su club, muévanse como saben’. Unos corrían, otros saltaban, algunos hacían ejercicios sobre el piso... Parecíamos chicos jugando en una plaza”. Las redes sociales se hubieran prendido fuego con esas fotos. Minella se sinceró luego: “Hice un plan de trabajo para cumplir decorosamente como lo hace todo equipo que se cree inferior”.

El cronograma de partidos para la Selección indicaba: 31 de mayo en el Maracaná frente a Portugal; tres días después ante Brasil en San Pablo y tres más tarde el cierre con Inglaterra, en el Maracaná. Brasil arrancó con todo frente a Inglaterra (5-1), como para avisarle al resto que organizaba la Copa con el único objetivo de ganarla. En el cierre también pasaría por encima a Portugal (4-1). En el medio, le quedaba apenas un trámite por cumplir. Pero no nos apresuremos.

El debut fue ante Portugal, cuya base era el Benfica bicampeón de la Copa de Campeones de Europa 1961 y 62, con Eusebio como figura rutilante. Argentina se refugió cerca de Amadeo Carrizo. El 2-0, con goles del Tanque Rojas y Rendo, no alcanzó para acallar las críticas. “Argentina enfrentó a su propio temor”, tituló El Gráfico. “Portugal: 70 minutos con la pelota pero sin ideas”, continuó la bajada. Los primeros párrafos del comentario nos permiten terminar de entender el panorama: “Si el triunfo conseguido frente a Portugal sirve para fortalecer anímicamente al plantel de la AFA, entonces sí, el 2 a 0 tiene valor. Tiene proyección. Ahora, si sólo sirviera para inducirnos a persistir en la línea técnico-táctica-espiritual con que los nuestros plantearon el partido, mucho me temo que el futuro llegue cargado de desengaños y decepciones. Como tantas otras veces...”. Como se observa, la autoestima futbolera andaba por el subsuelo.

Imagen A CUARENTA AÑOS de la gloria: 2004. Desde la izquierda, Rattin, Telch, Ramos Delgado, Varacka, Simeone, Mesiano y Rendo.
A CUARENTA AÑOS de la gloria: 2004. Desde la izquierda, Rattin, Telch, Ramos Delgado, Varacka, Simeone, Mesiano y Rendo.
NOCHE SOÑADA
Después del triunfo inicial, la delegación viajó en micro de Río a San Pablo. En el camino, Minella hizo bajar a los suplentes con la consigna de “correr un poco para desentumecer los músculos”. Trotaron 10 kilómetros. Lo recordó entre risas Daniel Willington, en 1984.

El equipo base lo integraban Amadeo Carrizo; Simeone, Ramos Delgado, Varacka y Vieytez; Rendo, Rattín y Bielli; Onega, Prospitti y Rojas.

“Ese atardecer, cuando partí hacia Pacaembú, no podía expulsar los negros presagios. Pero más que a la derrota, le temía a la goleada, a la vergüenza”, se sinceró Ardizzone años después, sintiéndose parte de la delegación. “La relación de los jugadores con los periodistas de los medios argentinos se había tornado muy hostil. Casi se habían interrumpido las relaciones con muchos de ellos. Todo era cuchicheo, sigilo, conciliábulos, miradas torvas, algunas discusiones”, continuaba con el repaso Ardizzone, y nos sirve para comprender que los roces entre futbolistas y periodistas no empezaron la semana pasada.

Desde el otro rincón, sin embargo, respetaban al rival. Desde el Maracanazo de 1950, Brasil había disputado 35 partidos en su tierra y sólo había perdido ante Argentina. Y en 3 ocasiones.
Para ese duelo ante los dueños de casa, Minella (o Valentín Suárez, según se cuenta) se inclinó por un cambio sensible: sacó a Bielli y puso al Chino José Mesiano para que siguiera a Pelé por todos lados. El estadio desbordaba de público y euforia. “Fue necesario ubicar al periodismo dentro del campo –detalla la crónica de El Gráfico-. Incluso las delegaciones de Portugal e Inglaterra y los visitantes más caracterizados ocuparon butacas dispuestas al costado de la raya blanca. Desde las 5 de la tarde llegó gente a Pacaembú. Y su capacidad de 70.000 personas estaba colmada. Un espectáculo imponente cuando entró Pelé y todas las casacas amarillas. Una silbatina de la misma imponencia cuando apareció Ramos Delgado encabezando la fila argentina. Pero fue notable. Nuestros jugadores consiguieron domesticar la hostilidad”.

Carmelo Simeone, el auténtico Cholo, se sinceró tiempo después: “Entramos con miedo al papelón y nos salió todo bien”. Ermindo Onega convirtió el 1-0 y salió festejando con los brazos abiertos, en una postal que forma parte de la apertura fotográfica de esta nota y quedó para siempre como símbolo de aquella hazaña. Unos minutos más tarde, Pelé –harto de la marca pegajosa de Mesiano- le pegó un cabezazo a su stopper y lo tumbó. El juez no lo vio.

Imagen MESIANO, vendado como la momia, tras el cabezazo de Pelé, es atendido en el vestuario, entre otros, por Osvaldo Ardizzone, periodista de El Gráfico (a la derecha).
MESIANO, vendado como la momia, tras el cabezazo de Pelé, es atendido en el vestuario, entre otros, por Osvaldo Ardizzone, periodista de El Gráfico (a la derecha).
Mesiano se desmayó cuando lo retiraban del campo y más tarde, en la locura festiva del vestuario, sólo podía observar desde la camilla sin moverse, vendado como una momia.

El partido debía continuar. Rattín se acercó al bancO y le pidió al entrenador, sin taparse la boca con las manos para evitar que se le leyeran los labios: “Ponga al pibe Telch, que del Negro me encargo yo”. El Negro era Pelé; el pibe Telch tenía 20 años, estaba haciendo el servicio militar y debutaba INternacionalmente. El Pibe Telch era joven, tenía hambre.

“Yo ni pensaba entrar –aceptaría 40 años después la Oveja Telch- tanto que estaba en medias, con los botines a un costado y aparte me estaba comiendo un pancho. De pronto veo que Minella me llama y me apura para ingresar. Me puse los botines rajando y bueno, después hice lo que me dijeron: que jugara libre, pero bien arriba”. ¿De dónde habrá sacado el pancho Telch?, es la gran pregunta. ¿Lo venderían adentro del campo de juego?

Lo cierto es que Telch entró a jugar muy suelto y convirtió dos goles esa noche, los únicos dos que registra en su historial con la Selección. Mientras tanto, Rattín se le acercó a Pelé, a quien ya había enfrentado más de una vez. “Con pelota sí, pero sin pelota no, ¿estamos?”, le advirtió Pelé, todavía molesto por la persecución de Mesiano. “No te preocupes: sin pelota, nada, pero con pelota te reviento”, le retrucó el Rata, que no era de asustarse en la bravas. Pelé desapareció del partido. Incluso no quiso patear el penal inventado que le dieron a su equipo sobre el final. Estaba mal por lo que le había hecho a Mesiano. Al final lo ejecutó Gerson y lo desvió Amadeo.

“Entre botellas y piedras y más botellas llegó el silbato final. La barra argentina con todos los buzos azules salió velozmente hacia el túnel. Pacaembú tenía silbidos. Silbidos a las casacas amarillas. Las otras, las albicelestes, se abrazaban en el medio del campo”, se lee en el comentario de El Gráfico. Luego, la euforia desbocada se trasladó al vestuario.

Más pinceladas de Ardizzone para regodearnos aún hoy a la distancia… Tiempo Argentino, 1984: “Al cabo, desafiando los bastones policiales, pude llegar. El miedo, la pobreza, la postergación, alcanza esos picos casi demenciales cuando llega la reivindicación. Así eran las escenas. Todos los hombres echados en el piso, revolcándose como desequilibrados, danzando, gritando contra algún periodismo, blasfemando contra todo, en ese trance de quien regresa de la muerte, de quien vuelve a creer después de haber dudado… Salimos del vestuario custodiados. Pero puedo asegurar que el miedo había sido expulsado. Era como la vuelta a la vida, después de estar al borde de perderla”.

Para el título faltaba un esfuerzo más. Con el empate ante Inglaterra alcanzaba, pero los nuestros vencieron por 1-0 con gol de Rojas. Argentina campeón invicto y sin goles en contra. Fue un mazazo durísimo de absorber para los campeones del mundo. Los relojes de oro destinados a los ganadores terminaron en las muñecas de los futbolistas brasileños: ya tenían los apellidos grabados con anterioridad. “A nosotros nos dieron unas biromes de porquería con la inscripción ‘Taça das Naciones’, una vergüenza”, cierra el recuerdo Rattín.

Falta tan poquito para el Mundial… ¿Quién dijo que no se puede ganar en Brasil?

Otras proezas
El derechazo potente del Piojo López, su festejo de brazos abiertos (foto) y luego el rezo arrodillado en la línea de fondo es la última postal de un triunfo argentino en Brasil. Ocurrió el 29 de abril de 1998, en el Maracaná, a cinco minutos del final, para sellar un 1-0 histórico frente al campeón mundial vigente, que unos meses más tarde alcanzaría nuevamente la final de una Copa del Mundo, aunque caería derrotado en la misma (0-3 con Francia). Fue la novena victoria de la Selección en Brasil. La primera está fechada el 15/1/1939, por la Copa Roca: Argentina se impuso 5-1 en Río de Janeiro. Al año siguiente (25/2/1940), por la misma competición, ganó 3-0 en San Pablo; en 1945, otra vez por la Copa Roca, se impuso 4-3. El 5/12/1956 Argentina triunfó 2-1 en Río de Janeiro, en 1957 lo hizo en la misma ciudad y por idéntico resultado y en marzo de 1963 venció 3-2 en San Pablo. En 1964, la recordada epopeya de la Copa de las Naciones y el 4 de marzo de 1970 venció 2-0 con goles de Mas y Conigliaro en el estadio Beira Río de Porto Alegre al conjunto que unos meses después deslumbraría al planeta en el Mundial de Méxicoo. Argentina llegaba humillada por su eliminación mundialista a manos de Perú y esa victoria conmovió a la opinión pública y hasta los propios hinchas brasileños despidieron a los nuestros con aplausos. En ese momento, se destacó que Brasil había disputado 38 partidos en su territorio tras conseguir el título mundial en 1958, con apenas 4 derrotas: 3 de ellas se las propinó Argentina. Nada mal.

Por: Diego Borinsky / Fotos: Archivo El Gráfico.