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Lanzini: bien de River

Le tocó la peor época para crear en medio de la desolación, pero, con caracter y talento, demuestra ser fiel a la escuela histórica del semillero. Rechazó una prueba en Boca, luego decidió dejar las infantiles de Vélez y ahora le dijo que no a una propuesta millonaria de los árabes, todo por su amor a los colores.

Por Diego Borinsky ·

07 de septiembre de 2013
   Nota publicada en la edición de septiembre de 2013 de El Gráfico

Imagen ATARDECER en la Costanera de Vicente López, a tres cuadras de su casa. No es Rio de Janeiro, pero algo es algo.
ATARDECER en la Costanera de Vicente López, a tres cuadras de su casa. No es Rio de Janeiro, pero algo es algo.
“¡Buena, Valderrama, buena!”.

Manu Lanzini juega de 10 desde que tiene memoria. Y a principios de los años 90, cuando era un chiquilín que gambeteaba lo que tuviera enfrente en el baby del 77 Fútbol Club de Morón, y que también metía la puñalada justa para habilitar a sus compañeros en los picados de barrio, los padres de sus amigos lo vitoreaban con el apellido del Pibe de Pescaíto, Santa Marta.

Lo curioso del caso es que no lo ensalzaban con semejante apellido por jugar como el crack colombiano al que todos recordamos porque una tarde de 1993 nos vino a pintar la cara en el Monumental. O no sólo por eso, en realidad. Lo insólito del caso es que a Manu Lanzini le gritaban “¡Buena, Valderrama, buena!” porque era morocho, de pelo rubio y enrulado. Como El Pibe de Pescaíto, Santa Marta.

-¿Y qué pasó en estos años?
-Nada, me agarró el invierno.

Manu se ríe y la sonrisa le abarca casi toda la cara. Su cara es chica en realidad (o sus ojos demasiado grandes); su altura, baja; su físico, angosto. Así, a corta distancia, sin la perspectiva de la platea, irradia una sensación de fragilidad que invita a preguntarse: ¿cómo hace este chico para sobrevivir en la jungla del mediocampo con rivales hacha-tobillos que lo doblan en peso y altura? La historia nos advierte que el talento, al menos en el fútbol, suele venir en envase pequeño. Manuel Lanzini confirma la teoría.

Abre la puerta de su departamento en Vicente López y enseguida se puede registrar una señal de identidad en su rostro: un moretón debajo de su ojo derecho, producto de un codazo en la cancha de Gimnasia. A un buen 10 de River suelen tratarlo así de mal.

En el luminoso living con vista majestuosa al Río de la Plata, el pequeño Benjamín, de un año, intenta concentrarse en el yogur que le da mamá Victoria, pero la pelota de plástico le resulta más interesante. Está sentado en la sillita y pide, con los brazos extendidos, que se la tiren. Y la devuelve con fuerza. La comida puede esperar.

-Al día siguiente de nacer, fuimos con mi viejo al club y lo hicimos socio –se entusiasma–. Como no tenía documento ni foto, hicieron el carnet con una foto de los Looney Tunes, buenísimo.

-Le tirás la pelota como a Benjamín Agüero Maradona para que arranque tempranito.
-Estamos en eso y tratando de que sea zurdo también, lo que pasa es que el vago todavía no camina.

Ser padre a los 19 años es un desafío que la vida te presenta sin manual de instrucciones. Sólo se afronta con carácter y se atraviesa con madurez. Salvando las distancias, casi como ser el 10 de River en tiempos de descenso, ruina y reconstrucción. Pavada de responsabilidad. Manu supo convivir con las dos. Y no le tembló el pulso.

Imagen FUE ALCANZAPELOTAS, función en la que vivió buenas y malas con su querido River.
FUE ALCANZAPELOTAS, función en la que vivió buenas y malas con su querido River.
RIVER METIDO EN LA CABEZA
El gen futbolero, y también el de enganche, vienen por herencia. Papá Héctor, Machi, intentaba manejar los hilos de su equipo en Deportivo Morón, Alem, Midland, Argentino de Merlo, Douglas Haig y Sporting Cristal de Perú. Tomás, el hermano dos años mayor, lo hizo en Platense y ahora en Ñublense de Chile, con el que ascendió a Primera el año pasado, convirtiendo 13 goles en 36 partidos, una cifra alta para un 10, casi el mismo promedio alcanzado por Manu en el último torneo doméstico: 5 goles en 15 partidos, 1 cada 3. Fue el campeonato de su consolidación.

Pero no nos adelantemos. Antes veremos al pequeño Valderrama en el baby del club 4 de mayo de San Antonio de Padua, su ciudad de origen, luego en 77 FC de Morón, más tarde en las infantiles de Vélez y por último de River, donde algún compañero lo bautizó Ojón. Ya los rulos iban perdiendo forma; el tamaño de sus ojos, no.

Una tarde, cuando tenía 8 años, ocurrió lo previsible. La estaba pisando como de costumbre en 77 FC, justo en un partido contra Social Parque, cuna de cracks. Y encima en Parque. A Ramón Maddoni, el viejo sabio descubridor de talentos, no se le iba a pasar por alto. Entonces se acercó a la canchita, preguntó quién era el padre del petisito ese que la movía, y luego le comentó a Machi que le gustaría invitar a su hijo a probarse en Boca. En la casa de los Lanzini todos eran de River (lo siguen siendo), pero Machi creyó que no iba a haber problemas. Cuando terminó el partido, Machi y Maddoni fueron al buffet, donde se cocinan las decisiones del baby, y entre los dos le acercaron la feliz propuesta.

-No, a Boca no voy, yo soy hincha de River y quiero jugar en River –soltó, instintivamente, el pichón. No sería la primera vez que desecharía una propuesta en favor del club de sus amores.

-¿Qué te contestó Maddoni?
-¡¿Qué me va a decir, si yo era un pibe?! No recuerdo bien sus palabras, pero sí que puso cara de sorprendido.

En esa época ya había arrancado en cancha de once en Vélez, porque la Villa Olímpica estaba cerca de su casa. Jugó allí dos años, pero cuando llegó el momento de ficharlo, ¡otra vez este pibe empezó con lo mismo!: quería jugar en River. A través del abuelo de un compañerito del 77 FC, que era dirigente del fútbol infantil de River, un señor de apellido Marchetti, le consiguieron una prueba. Fue a Villa Martelli y bastó un solo día para que le subieron el pulgar. Manu tenía 9 años.

-Yo era hincha de River y quería ir a jugar a River. Tenía esa idea fija en la cabeza. Mis viejos me decían: “Bueno, mirá que Vélez es un buen club y nos queda cerca, no hay que viajar”. Pero yo les insistí hasta que lo conseguí. En Vélez se calentaron un poco cuando me fui, pero como no estaba fichado, no hubo grandes problemas.

No duda cuando se le pregunta quién fue el técnico que más lo marcó en inferiores: Fernando Kuyumchoglu, aquel mediocampista de apellido difícil que integró la Selección Sub 16 junto al Turquito Marardona y Fernando Redondo.

-Fernando me enseñó mucho. A jugar a la espalda de los cinco contrarios, a cómo moverme dentro de la cancha. Armó un equipazo en Octava con el que fuimos campeones. Aparte en lo personal estaba reatento, no sólo conmigo, sino con todo el grupo.

Mientras jugaba y estudiaba en el club, tampoco se perdía los partidos de la Primera. Los cuatro Lanzini iban a la popu del Monumental, porque la plata no sobraba. Se deleitaba con Pablito Aimar, no casualmente de características muy similares al Manu de hoy (enganche rapidito y liviano) y con Ortega. No se olvida de que aún antes de ser fichado, con 6 años, fue a ver el partido despedida de Francescoli.

-Que Ortega te invitara a su partido te debe haber traído algunos recuerdos…
-Ahhhh… aparte entré al vestuario y estaba lleno de ídolos. Los veía y me emocionaba, aunque tenía cierta timidez. Hablé con el Enzo, con Saviolita, con Chacho, con Ariel. Fue un sueño.

Hoy papá Machi sigue yendo a la cancha, mamá Miriam no “porque se pone nerviosa”.

El debut le llegó a Manu con 17 años y 5 meses, en la primera fecha de la temporada más dramática que afrontaba River en sus 110 años de historia, la que iba a determinar si continuaba en Primera o se iba a la B. El equipo de Cappa arrancó bien, con un 1-0 agónico sobre Tigre. Manu cumplió y en la tercera fecha deslumbró contra Independiente. Pero era demasiado cruel el escenario para un chico que recién arrancaba, demasiada la tensión. Manu se desgarró dos veces en su temporada bautismal, la segunda de ellas en la antepenúltima fecha, por lo que no pudo estar en la Promoción ante Belgrano.

-Se me mezclaban muchas cosas: alegría por cumplir una ilusión de tantos años y tristeza por todo lo que se vivía. Igual, jamás pensé que nos íbamos a ir a la B. Desde ese día aprendí que en el fútbol todo puede pasar.

-Te tocó un mal momento para ser el 10 de River…
-Las cosas pasan por algo, te llegan y hay que afrontarlas, ponerle el pecho y nunca caerse. Cuando te toca la Primera tenés que estar bien firme de la cabeza, porque lo que vivís ahí es difícil y podés salir para cualquier lado. Por suerte siempre tuve a mis viejos y a mi hermano detrás (y ahora también los tiene encima a los tres, tatuados en el brazo izquierdo).

-¿Qué recordás del 26 de junio del 2011?
-No podía jugar porque estaba desgarrado, así que fui al vestuario a estar con mis compañeros y después vi el partido desde atrás del arco. Terminó y nos quedamos en la concentración porque no podíamos salir. Nadie hablaba, una gran tristeza. Mis viejos habían ido a la cancha así que los llamé para saber si estaban bien, y después no quise hablar con nadie más. No lo podía creer. Llegué a mi casa y estaban todos hechos mierda, como yo. Por eso en parte decidí irme a Brasil.

Imagen FESTEJO DE GOL en La Bombonera, en el último cruce. Lo metió Lanzini a los 43 segundos y pasó a ser récord en la historia del superclásico.
FESTEJO DE GOL en La Bombonera, en el último cruce. Lo metió Lanzini a los 43 segundos y pasó a ser récord en la historia del superclásico.
EL VALOR DE LA 10
A Manu se le abrió la puerta para ir a jugar a Fluminense, el club en el que había descollado otro enganche argentino con etiqueta XS, Diego Conca. Entonces encaró a Matías Almeyda, el flamante DT.

-Estaba triste, vivir el descenso a mi edad fue muy fuerte, y pensé en irme para despejar la cabeza. Cuando llegó la propuesta de Brasil fui a hablar con Almeyda. Quería saber si me iba a tener en cuenta, además me interesaba que me aconsejara por su experiencia. Sabía que iban a venir grandes jugadores, y él me contó que su prioridad era poner al Chori y Cavenaghi, que su idea era jugar sin enganche, entonces me pareció que lo mejor era irme un año a Brasil.

La ciudad no era de las más feas del mundo. En Río de Janeiro sufría mirando todos los partidos de River por internet, pero por las tardes, después del entrenamiento, sólo debía cruzar la avenida para ir a tomarse unos mates a la playa y darse unos chapuzones.

-Siempre hacía calor, es increíble. Nos poníamos a jugar al futvóley en la playa. Allá tienen escuelas de futvóley, están todo el día con la pelotita en la arena. Una vez estaba con mi cuñado y había unos tipos de 50 años que nos invitaron a jugar. Por adentro dije: a estos nos los comemos crudos. Para qué… Nos mataron, me fui con una vergüenza tremenda. La experiencia en lo personal y en lo futbolístico en Brasil fue hermosa, aprendí mucho. Al terminar el préstamo buscaron que me quedara otro año más pero yo ya quería volver a River.

Volvió con su equipo en Primera. Y nuevamente, fiel a su costumbre de encarar rivales, otra vez se paró frente a Almeyda:

“-Mirá, Matías, yo me siento capacitado para usar la 10, me gustaría usarla.

-Quédate tranquilo, la vas a usar. Sólo te pido que respetes la historia de esa camiseta”.

Manu se puso la 10 al hombro, pero pocas veces pudo jugar de 10. El técnico lo utilizaba como volante por izquierda. En un campeonato con altibajos en todas las líneas, no logró afirmarse.

-¿Te cambia mucho si te tiran a jugar sobre la izquierda?
-Me limita un poco, pero si lo tengo que hacer, lo hago. Ahí no me puedo desordenar, tengo que mantener la línea.

-¿Usar la 10 significa algo especial para vos?
-Seeeeeeeee (no duda, abre los brazos como diciendo “obvio, papá, ¿qué preguntás?”), por lo que es la camiseta, la historia que lleva, los grandes jugadores que la usaron, todos ídolos. Aparte la usé siempre en inferiores.

-Que Ramón pidiera tanto a Fabbro ¿no te llevó a pensar que ibas a jugar poco?
-A River siempre van a venir jugadores, eso lo tengo claro. Y sé que la tendré que luchar, pero también sé que el que viene la va a tener difícil porque yo nunca me rindo, eh. Esto lo tengo asimilado desde chico.

-¿Qué creés que hacés bien y qué te falta?
-Creo que tengo buen cambio de ritmo, arrancar en un segundo y cambiar la marcha. Por mejorar hay muchísimo: la pegada, el cabezazo…

Y vamos a agregar que otra cosa que hace bien son los goles. Lanzini tiene afinidad por el gol, le salen naturalmente: no se pone nervioso, elige bien, no patea al bulto. Le hace pases a la red. En Novena y Octava fue el goleador del equipo, sin ser delantero.

-Tengo el arco en la cabeza y sé que en el área uno debe estar frío –simplifica, como si fuera tan fácil.

Hace unos meses, en pleno mercado de pases, Manu sorprendió con una decisión que va contra la corriente moderna de marcharse tras el primer billete fuerte que aparece volando. El Baniyas FC de los Emiratos Arabes le daba 4 millones de dólares por tres años y 6,5 a River. Lo pensó y contestó que no. Los jeques, poco habituados a que les digan que no, subieron la apuesta unos días más tarde: 5,4 millones a Lanzini y uno más a River (¡a ver si lo convencían!). Sumando porcentajes de ficha y transferencia, a Manu le quedaban 8 millones de dólares. Pero otra vez dijo que no, a pesar de que los dirigentes de River no sabían cómo hacerle entender que el club necesitaba el dinero y que lo mejor era que se marchara.

-Pensás en muchas cosas, fue una decisión difícil que tomé después de hablar mucho con mis viejos y mi mujer, pero prioricé lo futbolístico y la familia.

-¿Y cuando volvieron a la carga con más plata?
-Uffff... se hacía cada vez más difícil, era más presión, y no sólo ofrecían más plata, sino también otras cosas, como llevar a mi hermano para que jugara conmigo, por ejemplo.

-¿Tu hermano no te decía “Dale, agarrá, así nos vamos y jugamos juntos”?
-No, no, para nada. Igual, si están con tantas ganas de llevarme, supongo que en algún otro momento se podrá dar. Mi familia está muy cerca y me ayuda a tener los pies sobre la tierra y a decidir lo mejor para mi futuro.

-¿Cómo tomaste las palabras de Ramón, de que eras un pibe inteligente y no te ibas a ir a un destino así?
-Yo fui a hablar con Emiliano y con Ramón y les pregunté qué les parecía a ellos. Me dijeron que era importante para el equipo, que lo había sido en el torneo pasado, que tenían confianza en mí. La verdad es que quiero disfrutar más a River, sobre todo ahora que juega por cosas importantes. Estuve 9 años en las inferiores ¿y ahora que puedo jugar seguido me voy a ir? Además, me gustaría ganar un campeonato porque es un sueño que tengo de chico.

-No es muy común que un jugador deseche ese dinero…
-(Piensa) Y… capaz que no seré común (risas).

La confirmación llega al instante, cuando cuenta que en la concentración prefiere el ping-pong a la PlayStation.

-Juego a la Play, pero poco, no le doy mucha bola.
Sí, Manu, no sos común, quedate tranqui.


DE CABEZA A LOS LIBROS
Papa Machi le había prometido que si metía un gol en el superclásico del Inicial 2012, le regalaba un auto. No contaba con que Almeyda lo dejaría afuera del equipo (o sí contaba, quizás, y por eso se hizo el desprendido). En la temporada anterior no hubo superclásico porque River estaba en la B y en la anterior, la previa al descenso, Manu no estuvo en el Apertura 10 (River ganó 1-0 con gol de Maidana) y entró por Acevedo en el Clausura 11, en la Bombonera, para jugar 26 minutos (2-0 para Boca). Su debut como titular en el clásico se produjo en el Final 2013 y parece que no lo afectó el miedo escénico: a los 43 segundos abrió el marcador de cabeza. Es el gol más rápido en la historia del superclásico, superando por 6 segundos al que metió Pablo Ledesma en 2007. “No lo podía creer, estaba sorprendido, con cara de qué hago ahora, cómo festejo (foto), pero fue hermoso. Hasta que alguien me supere, entré en la historia”, sonríe Manu, quien recuerda con cariño los dos goles que le metió a los primos en Octava y que sirvieron para que su equipo diera la vuelta olímpica.

Por Diego Borinsky. Fotos: Hernán Pepe