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Arbitros Vigliano, una familia muy normal

Jorge fue referí en los años 80 y les transmitió esa pasión a sus hijos: Mauro es internacional y Paulo dirige en el Nacional B. Una charla que ayuda a entender mejor a los protagonistas más odiados del fútbol.Jorge fue referí en los años 80 y les transmitió esa pasión a sus hijos: Mauro es internacional y Paulo dirige en el Nacional B. Una charla que ayuda a entender mejor a los protagonistas más odiados del fútbol.

Por Diego Borinsky ·

03 de agosto de 2013
 Nota publicada en la edición de agosto de 2013 de El Gráfico

Imagen PAPA, JORGE, de negro como antes, y la sonrisa orgullosa por sus dos hijos: Mauro (izquierda) y Paulo (derecha).
PAPA, JORGE, de negro como antes, y la sonrisa orgullosa por sus dos hijos: Mauro (izquierda) y Paulo (derecha).
A la pobre y santa Marta, el cielo se le llenó de nubarrones. Las orejas, de picazones. Y la espalda, de insultos.

Cuando se casó con Jorge Vigliano, sabía que su prometido era docente de escuela, profe de educación física y futbolero de ley que –por sus limitaciones– canalizaría esa pasión por la pelota trabajando en una cancha, pero vestido distinto que los demás y con un silbato en la boca.

Lo que jamás imaginó la pobre y santa Marta es que en el cromosoma 23 de su hombre existía un gen dominante llamado “árbitro de fútbol” que pasaría a sus tres hijos varones, como marcan las leyes de Mendel, según aprendimos en la secundaria. Y que hoy sufriría mucho más que cuando su marido entraba a la cancha y que terminaría rezándole a una virgen que está en un rinconcito de la casa más de una vez por fin de semana por culpa de todo esto.

“Para mí, la vieja fue la que le prohibió a Enzo seguir con el arbitraje. ‘Déjenme al menos uno por el que no me puteen’, seguro dijo”, arriesga entre risas Paulo Vigliano (35), hermano del medio, que hace un par de meses debutó en el Nacional B. La referencia es a Enzo (29), el menor de la familia, árbitro recibido que dejó trunca su carrera para estudiar periodismo en la Universidad de La Plata y así, quizás en el futuro, podrá vengarse un poquito de las maldades que habrá sufrido en la infancia como le ocurre a todo hermano menor.

Mauro (38), internacional desde este año, más reflexivo y austero en el reparto de sonrisas, asiente desde el otro costado de una mesa bien servida con mate, bizcochitos y facturas, la mesa que pertenece a la casa paterna ubicada en City Bell. Papá, Jorge, es el que lleva la rienda de la charla, como corresponde a su triple condición de jefe de familia, ex referí y director de la escuela de árbitros, y además porque su espíritu docente se advierte en el entusiasmo que le imprime a cada frase para que el interlocutor comprenda las circunstancias particulares de esta profesión tan peculiar.

Sí. Una familia muy normal. Otra que los Adams.

LOS DOS CAMINOS POSIBLES
¿Cómo se llega al arbitraje? ¿Qué gracia se le puede encontrar a ser el personaje más odiado de una cancha de fútbol? A ser el blanco de jugadores y técnicos de los dos equipos, de hinchas y periodistas también. ¿Por qué árbitro de fútbol? ¿Cómo se puede sobrellevar tener una conducción casi perfecta de un partido, acertando en 195 de las 200 decisiones que habitualmente toma en 90 minutos, errar en una de las últimas y tener que tolerar la diatriba ingrata de quienes lo juzgan? ¿Cómo se les ocurre? ¿Masoquistas profesionales, quizás?

–Hay dos formas de entrar al arbitraje –se adelanta papá, Jorge–: a través del amor a la pelota, o por el apego a la autoridad, al deseo de impartir disciplina. Nosotros tres lo hicimos por una vinculación extremadamente afectiva con el fútbol.

–Es una profesión atípica para cualquiera –sigue Paulo–, pero para nosotros es normal por vivirla desde chicos. Yo empecé el curso por hobby, me terminó gustando y si, hoy, el fin de semana no dirijo, no es fin de semana, me falta algo. La profesión es hermosa, más allá de ciertas aristas no del todo gratas.

–Es apasionante –se suma Mauro– y en un país tan futbolero, te da la posibilidad de ser parte. Con las críticas e insultos, nos pasa algo muy particular: en un partido a puertas cerradas, no escuchar el bullicio o el insulto nos resulta rarísimo, no nos gusta. Y con las críticas hay que aprender a convivir porque son parte de la profesión que elegiste.

–Te voy a dar un ejemplo para graficar por qué es una tremeeeeenda pasión –busca clarificar Jorge, con ínfulas bambinescas–. Yo trabajé 30 años en el grado y mis compañeras maestras, cuando les faltaban 5 años para jubilarse, lo único que esperaban era que se terminara, no aguantaban más. A un bancario le pasa lo mismo. Ahora, nunca escuché a un árbitro que está a punto de jubilarse decir que se quiere ir. Al revés. Grondona siempre nos carga: “Ustedes quieren seguir jugando arrastrando los pies”, y el árbitro no se quiere ir nunca, porque es una pasión. El fútbol es una pasión…

–Si me das a elegir entre jugar y dirigir, elijo jugar; pero entre dirigir y hacer otra cosa, elijo dirigir, sin dudas –se sincera Paulo.

Imagen EN EL JARDIN de la casa paterna en City Bell. El tercer hijo también estudió para árbitro, pero dejó.
EN EL JARDIN de la casa paterna en City Bell. El tercer hijo también estudió para árbitro, pero dejó.
–¿Cómo les puede gustar que los insulten y ser criticados siempre?
–Tenés que mirar la mitad del vaso lleno –anticipa Jorge–, no el vacío. Lo que se lleva en la sangre es el fútbol y uno de los vehículos para entrar es el arbitraje, por eso siempre, a mi criterio, el mejor árbitro es el que se acerca por el afecto a la pelota. Los grandes árbitros son futboleros, y algunos jugaron bien.

–Es fundamental haber jugado para entender las jugadas –asiente Mauro–. Tenés que entender el juego, anticipar qué puede ocurrir, no subirte encima de la jugada, descubrir la intención. Todo eso te lo da haber jugado.

–Jorge, ¿cuánto influyó usted para que sus hijos fueran árbitros?
–Conscientemente, nada.

–Es una influencia involuntaria; algo que para vos es raro, para nosotros es de todos los días, porque lo vivimos desde chicos –acota Mauro.

–¿Les sacaban amarilla o roja en casa si se portaban mal?
–Con la palabra alcanzaba, no hacía falta tarjeta –sonríe Mauro.

–De chico siempre te mandás alguna macanita, pero nada importante –devuelve Paulo.

–¿Qué es lo mejor que tiene cada uno y qué deben mejorar, Jorge?
–Ojoooo con lo que decís –advierte Paulo.

–Son distintos. Mauro tiene una postura equidistante entre el franeleo y la distancia, encontró el equilibrio en la relación con el jugador. Eso es muy importante. Lo que le falta se lo dará el tiempo. El juez debe estar siempre concentrado, pero hay sectores del campo donde la concentración tiene que ser extrema. En el área, por ejemplo. Y eso se trabaja. Hay que encontrar el movimiento y el lugar ideal.

–¿Cómo debe moverse un árbitro?
–En líneas generales –continúa Jorge con su espíritu docente– hay que moverse haciendo la diagonal opuesta a los asistentes: tenerlos enfrentados y siempre tratar de dejar la pelota entre el asistente y vos. Después, siguiendo con la pregunta anterior, Paulo tiene más que ver con el arbitraje histórico nuestro, que se sale un poco de la horma. Es menos ortodoxo, más de torneo de barrio.

–¿El arbitraje de los 80 y 90 era mejor que el actual o es la tecnología la que expone más los errores?
–Mirá –opina Jorge–, cuando llegó nuestra generación, la de Loustau, Lamolina y Bava, nos mataban. Decían que éramos mucho peores que la anterior, la de los monstruos sagrados: Pestarino, Coerezza y Dellacasa. Con el tiempo dijeron que fue una buena generación y lo mismo les pasó a los que vinieron detrás: Elizondo, Sánchez y Ruscio. Los mataban y después se los extrañó. Es así. La actual camada está mejor formada que antes. La comunicación es otra. La condición física es el día y la noche. El nivel de exigencia con nosotros era muy laxo, hoy son cuatro pruebas físicas tremendas por año. Y si no las pasás, no jugás. Por un problema generacional, este último torneo, que fue tremendo por lo que se jugaba, se lo pusieron al hombro árbitros de 50 partidos en Primera y no salió tan mal.

–La tecnología te expone más –sigue Mauro–, tenés un montón de cámaras desde distintos ángulos con las que nosotros no contamos al tomar una decisión y con las que se nos juzga. Pero reconozco también que la tecnología sirve para aprender, corregir y mejorar.

–Hoy es mucho más difícil ser árbitro –continúa Jorge–, se televisa todo y el que analiza el juego te quiere hacer creer que un fuera de juego de 10 centímetros es una error mayúsculo y evidente. No. Ese nunca estuvo parado detrás de un línea. Pensá que el asistente tiene que escuchar el golpe a la pelota, porque la visión periférica no le da para mirar dos lugares a la vez, escuchar y embocar ese momento con la última línea y, además, siempre hay uno que entra y otro que sale. O varios. ¡Y te hacen creer que eso es un error mayúsculo! Noooo. Y a través de una cámara que, además, la maneja un ser humano. Hace 20 años que yo trabajo con la cámara en la escuela, y le das medio cuadrito más o menos y te cambia todo.

–Esa exacerbación del análisis ha mejorado muchísimo a los asistentes. Y cuando fallan, es por muy poquito –se suma Mauro.

–Son excelentes –retoma Jorge–. Otra que no me gusta que hagan es pasar las manos en cámara lenta, porque son tiempos absolutamente distintos al movimiento instintivo que hace la mano. La mano separada del cuerpo también marca equilibrio y si vas a cabecear, te tenés que elevar con los brazos. Y si te vas a tirar a marcar, nunca caés como un soldado con los dos brazos pegados al cuerpo. Si pasás esas en cámara lenta, parecen todas penales. Y no lo son.

–¿Les molesta que los juzguen ex árbitros?
–En general es beneficioso –contesta Jorge–, porque es la óptica de un tipo que conoce el paño. Más por quienes están: Sánchez, Elizondo, gente con historia, que sabe.

–Sirve, siempre y cuando no se olviden de que fueron árbitros –acota Mauro.

–Es que en periodismo tenés que decir “sí” o “no” –sigue Jorge–, y en fútbol hay muchas acciones en zona gris, porque son de absoluta interpretación. Por ejemplo, si una mano es casual o no. La ley dice “a juicio del árbitro” y vos escuchás que alguno dice “omitió la mano”. No, ¡¿cómo omitió?! No, interpretó que la mano era casual.

–¿Cómo conviven con el error? Por ejemplo, saber que se equivocaron en el primer tiempo y no deben compensar en el segundo.
–Compensar es lo peor que te puede pasar –arranca Jorge– y hay que trabajar contra eso. Te das cuenta enseguida de que cometiste el error y eso te puede desacomodar, desvencijar lo que viene.

–No debería ser así, pero inconscientemente te puede pasar –agrega Paulo.

–Compensar es un doble error –se suma Mauro–. En el entretiempo, no hay que mirar los mensajes del celular, pero igual te enterás porque lo dice el periodista de campo de juego y los del equipo perjudicado juegan con eso para meterte presión. “¡Mirá que el que no me diste fue penal, eh!”, te dice el técnico o un jugador.

–El tema de la compensación es un laburo tremendo –aporta Jorge–, porque es un gesto humano, ¡pero casi delictivo en el juego! Digo humano, porque por ahí retás mal a tu hijo, después viene tu mujer y te dice que te equivocaste, entonces vas y le comprás algo para compensar. Y te sale naturalmente. En el fútbol, vos tenés un enano adentro, el enano buen tipo, que te dice: “Hijo de puta, te equivocaste, ahora compensá y ayudá al otro”, y tenés que seguir dirigiendo mientras intentás taparle la boca a ese enano para que no te joda más. ¡Es muy difícil, eh!

–Yo hago un paralelismo con el jugador de tenis –arriesga Paulo–. Si el tenista erra una vez y se queda pensando en la que erró, va a errar cinco. Se tiene que olvidar.

–¿Sabés qué trabajo debe haber hecho el árbitro que se comió el gol con la mano de Maradona en el Mundial 86? –sigue Jorge–. Te aseguro que a los tres segundos el tipo se dio cuenta, seguro, cuando entró a mirar para todos lados ya sabía que se había equivocado.

–Podía anularlo antes de reiniciar el juego, como en el último Newell’s-River.
–No podés anular un gol por intuición. En el River-Newell’s, el árbitro no vio la mano de Luna, pero sí la vio el asistente, por eso anuló el gol, pero en el de Diego, ni el asistente la vio.

–El primero que se da cuenta de que se equivocó es uno mismo –agrega Paulo–. Y al instante. No tenés que verlo por la tele. Por cómo te protestan y por un montón de cosas te das cuenta enseguida. Lo que te da bronca es que existe la fantasía en la gente de que te vas contento si perjudicaste a tal equipo. Por ahí dicen: “Estos ahora se van a comer una pizza y se matan de risa”. Y no: te vas envenenado.

–¿No existe el hinchismo en el árbitro?
–Los tres somos del mismo equipo –se adelanta Jorge– pero el árbitro, al mes de estar en la escuela, pierde el hinchismo y pasa a tener simpatía. ¿Qué significa? Que si mirás de afuera, querés que gane tu equipo. El que te dice lo contrario, miente. Como el periodista. Pero cuando dirigís, no. Incluso, estás más cerca de pitarle en contra a tu equipo, no es consciente eso. Y si le dan un penal a favor mal cobrado a mi equipo, me duele más por el árbitro, que la alegría que me genera por ser mi equipo.

Imagen MAURO VIGLIANO debutó en 2000 en Reserva. Es internacional desde enero de 2013.
MAURO VIGLIANO debutó en 2000 en Reserva. Es internacional desde enero de 2013.
RECIBIRSE DE VERDAD
La carrera del árbitro, como la del futbolista, tiene sus divisiones inferiores. Después de hacer el curso se empieza a pitar en infantiles, luego juveniles, más tarde toca ser asistente de Primera B, árbitro de fútbol sala, de Reserva, de la D, la C, la B, Nacional B y luego la A, una progresión que puede llevar más de 10 años. “A nosotros se nos hizo larga, nos costó ir ascendiendo, y está perfecto que así sea, porque vas ganando experiencia de a poco”, destaca Paulo, derribando cualquier sospecha de acomodo por el apellido. Por ser de La Plata, ni Mauro ni Paulo pueden dirigir a Estudiantes ni a Gimnasia ni a Villa San Carlos. En su momento, Jorge no estaba inhibido. Eran otros tiempos, no tan contaminados por las suspicacias.

–¿Qué es lo que más le molesta al árbitro?
–Las protestas –arranca Paulo, reclamándole un mate al cebador, Mauro–. Si tenés buen trato con el jugador y te exponen levantando los brazos cuando en la corta podés hablarlo, te jode. Si te trato bien, ¿por qué me levantás los brazos?

–¿Y el engaño?
–Fingir es parte del juego –acepta Mauro–. El fútbol es un juego de engaño, pero si el tipo simuló, vos lo descubrís y encima te protesta… noooo, eso te da mucha bronca.

–¿Están a favor del uso de la tecnología?
–Lo de gol-no gol se necesita ya –enfatiza Jorge–. Hasta ahí, perfecto; después, que no se meta más la tecnología porque cuanto más matemático, más se aleja de su esencia. Parar un partido 20 veces como en el rugby, no va.

–Además –agrega Mauro–, imaginate acá si hay un off side o un penal dudoso y vas al monitor a la media cancha, con los jugadores que se te tiran encima en el camino. ¡Imposible! Fijate cómo se te juntan hoy cuando te llama el asistente. No sé si llamarlo tecnología, pero los intercomunicadores fueron un gran acierto. Nos ayudan un montón, desde detalles hasta jugadas importantes. “Ojo que tenés al 10 y al 5 agarrándose”, o “mano casual”...

–El gol, aparte –completa Paulo–, es una jugada trascendental y no tiene interpretación: es o no es. Como en el tenis: adentro o afuera. En otras situaciones, uno puede decir blanco; otro, negro y otro, gris.

–¿No sienten que es ingrato el arbitraje? Vos, Mauro, tuviste un muy buen Boca-Newell’s por la Copa, pero le erraste al expulsar a Burdisso al final y quedó la sensación de que tuviste un mal partido.
–Hoy la lectura del periodismo es si acertaste o erraste en acciones fundamentales –salta Jorge–, pocos se fijan la autoridad del árbitro, la condición física, lo posicional, la relación con el jugador, la conducción. No. Se dice: “Dirige González de nuevo a este equipo con el que hace tres meses se comió un penal”. Así se juzga ahora. Antes, yo me equivocaba y me agarraba Iturralde y me explicaba que había entrado mal en tal jugada y a mí me servía para crecer. Hoy, el error es lapidario.

–No me gusta hablar de partidos puntuales –se excusa Mauro–, sí pienso que hay que lidiar con esto porque no lo vas a cambiar. Pero sí, cuando la crítica es desmedida, te da bronca.

–A veces escuchás críticas de los periodistas y el árbitro en realidad está acertando –se suma Paulo–. Entra un tipo al área y cae. “Si no es penal, hay que amonestarlo”, dicen. Y no. Por ahí el tipo se cayó y no es penal ni tampoco da para amonestarlo.

–Un árbitro se recibe de árbitro cuando le resbala lo que dice el kiosquero, el jugador, el amigo, el periodista. En el buen sentido lo digo, sin soberbia. Se recibió de árbitro cuando está seguro y es inmune a las críticas– cierra, claro que sí, papá, Jorge, con conocimiento de causa, viendo venir de reojo la piedra que le tiraron hace 25 años en cancha de Independiente (foto), y cambiando el final, para resumir en esa imagen cuándo un árbitro se recibe de árbitro: gira un poquito, la para con el pecho y la duerme en el empeine. Ooooole.

Por Diego Borinsky. Fotos: Gonzalo Mainoldi y Archivo El Gráfico