Los Vivos de El Gráfico

LUCAS ORBAN, UN JUGADOR DIFERENTE

Aunque el fútbol es su trampolín para la felicidad, su mundo no gira exclusivamente alrededor de la pelota. La lectura, el estudio, la guitarra, el yoga y la asistencia social también se articulan en su realidad. La historia de un chico que arrancó en las “inferiores” en un country y hoy se perfila para la Selección.

Por Redacción EG ·

12 de mayo de 2013

  Nota publicada en la edición de mayo de 2013 de El Gráfico

Imagen A LOS 24 años, a Orban lo movilizan otras cosas más allá del fútbol. La lectura cumple un rol muy placentero en su vida.
A LOS 24 años, a Orban lo movilizan otras cosas más allá del fútbol. La lectura cumple un rol muy placentero en su vida.
“TUVE SUERTE. Gracias a Dios no hubo desplazamiento. Si alguna de las vértebras hubiera tocado la médula, me habría quedado duro”.

Lucas Orban revela con simpleza un hecho complejo que afrontó al promediar 2007, cuando recién comenzaba a desandar su sendero por las inferiores de River: “Sólo había jugado unos pocos partidos en Quinta. La situación fue fea. Se armó una pelea a la salida de un boliche y, sin comerla ni beberla, me golpeé la cabeza y el cuello contra un escalón. Padecí la doble fisura en dos vértebras y el sangrado dentro del cerebro que, por suerte, se reabsorbió. Pasé seis meses bravos hasta que me recuperé: casi dos en la clínica y el resto en mi casa. Había dejado de jugar, de moverme, y hasta de caminar”.

Puede contar a los 24 años su anécdota más trágica. Aquella experiencia lo marcó. Sin embargo, no resulta la única que lo condujo a observar la vida con otra óptica. “Mi clic fue en el aspecto personal. Atravesé vivencias que significaron puntos de inflexión y por eso aprecio la vida de una manera distinta a la que tenía antes. Haber empezado terapia hace seis años y haber superado otros dos golpes en la cabeza, ambos en la cancha: uno en un River-Vélez en Reserva, y otro en un Belgrano-Tigre en Primera, también me ayudaron a realizar ese clic, que luego trasladé a lo profesional”, asegura.

El aplomo con el que se expresa llama la atención. Pese a destacarse hace un año y cinco meses en Tigre, de haber sido considerado por algunos medios como candidato para ser citado a la Selección, el lateral zurdo no conserva las típicas mañas del futbolista. De hecho, Orban no parece futbolista, dicho esto en el sentido inequívoco de que su mundo no sólo gira alrededor de una pelota. Al margen de no descuidar su trabajo, se interesa por la lectura (ver aparte), disfruta de tocar la guitarra, le encanta colaborar en lo social, le otorga valor al estudio y asiste a yoga como parte de su descarga. “Todas estas cuestiones me nutren, me hacen conocerme cada vez más por dentro, y me llevan a encontrarle sentido a la vida”, admite.

La casa de sus viejos, sitio elegido para la producción, todavía es su refugio. Hijo único de padres ingenieros, no se inició en un club –como la mayoría–, sino en Los Cardales, country donde los Orban pasaban en familia los fines de semana. “Ahí estaba la escuelita de fútbol de Claudio Marangoni, que nos enseñaba a pegarle a la pelota los sábados por la mañana. Tenía diez años y ya le empezaba a agarrar el gustito –adelanta–. Después, ganamos la Copa Disney con ese equipo de Los Cardales y viajamos a ese lugar para representar a la Argentina. Nos enfrentamos contra Brasil, Uruguay, Estados Unidos. Era en cancha de 7 y yo jugaba de delantero. Fue hermoso: estuvimos dos semanas, en las que disputamos el torneo y visitamos los parques de diversiones”.

Criado a la europea en las mejores canchas de Zona Norte, le faltaba el empujón para arrancar. No estaba mal visto ser futbolista en la intimidad del hogar, pero… “Mis padres me inculcaron estudiar, porque el deportista tiene una carrera corta. Además, nadie te garantiza que llegarás a Primera, por más que te sacrifiques ocho años en inferiores. Entonces, si estudiaba, tendría un espectro más amplio. Por eso, mantuve el estudio y el fútbol hasta que me encaminé –explica–. De chico, miraba mucho fútbol por mi viejo. Siempre me gustaron Fernando Redondo y Paolo Maldini, dos señores adentro de la cancha”.
Su primer contacto con un club se produjo en Ferro, cuando se probó a los 14 o 15 años. “Iba para acompañar a un amigo y conocer el día a día en el fútbol. Me entrené uno o dos meses, pero seguí con el estudio. Entonces, terminé la secundaria y empecé la carrera de Administración de Empresas en la facultad”, resume.

Los ojos de Norberto Sicilia le dieron aquel empujón que reclamaba. El entrenador lo observó en el Asturiano, club de Vicente López, y lo invitó a realizar una práctica en Don Torcuato para que Carlos Morete lo viera. “Jugaba de cinco o de volante por izquierda en Los Cardales, en el intercountry, pero Sicilia me insistía con que me parara de tres. Me decía que era rápido, de buen dominio de pelota, que tenía buena marca y que cabeceaba bien. Y Morete me miró medio de tres. Ahí él me preguntó a qué clubes quería ir a probarme, y hasta me ofreció algunos del exterior. Pero yo le pedí ir a River, porque era hincha. Entonces, fui dos veces: jugué de seis en una práctica y de stopper por izquierda en un amistoso ante Arsenal. Si bien me dirigió Ricardo Valiño, me fichó Gabriel Rodríguez”, sentencia.

LOS MEDICOS del Millonario jamás lo descuidaron a los 18 años, mientras se recuperaba de aquel golpazo. Luego de seis meses de pelea, regresó al club. “¿Querés trotar? Olvídate. Caminá dos o tres vueltas”, le ordenó el profe Juan Branda. “Las caminé y tenía calambres en todo el cuerpo, sentía cómo me latían las venas”, recuerda.

Ya en 2008, Jorge Gordillo lo subió a Reserva, aunque Lucas bajó rápidamente a Cuarta. “Me costó adaptarme no sólo por lo físico, sino también por el sistema táctico, por el hecho de no conocer la posición. En mis primeras pretemporadas, no estaba tan canchero como los demás, no me sentía de la mejor manera. Cuando me entrenaba en doble o triple turno, me costaba volver a empezar al otro día. Pero somos animales de costumbre y todo se aprende tarde o temprano”, comenta.

-¿Te llevó tiempo pegar buena onda con tus compañeros?
-Sí. Quieras o no, venía un rubio, que iba a la facultad, y capaz algunos pensaban que yo sólo estaba para probar. Pero no: sabía que podía ser futbolista y ese era mi deseo. Me caracterizo por entregar el 110 por ciento en cada desafío que emprendo. Después, si me da o no, lo vemos, pero nunca me tiro a menos. Cuando hago lo que siento, me puedo equivocar aunque nunca arrepentirme.

-¿Cómo era la convivencia con el resto de los chicos de tu categoría?
-Buena, porque siendo buena gente te van a tratar como tal. Si das lo mejor, recibis lo mismo. Los prejuicios de la sociedad siempre existirán, pero abrirse está en uno.

-No es lo mismo jugar en intercountry que en inferiores. ¿Qué fue lo más difícil en lo futbolístico?
-Cómo te pueden ordenar desde lo táctico. Cuando se habla del oficio del jugador, es cierto. Por televisión se ve fácil, aunque es complicado resolver en milésimas de segundos. Encima yo debía aprender los secretos del puesto de marcador de punta por izquierda: dónde ubicarme, las mañas, darle opción de pase a mis compañeros, cómo salir, para dónde cerrar. Incluso, sigo practicando mi derecha porque yo no pateaba con esa pierna al no haber hecho inferiores. Por eso, todo lo que soy en el fútbol es gracias a los entrenadores que tuve.

-“Tenemos a un chico, Orban, que juega muy bien”. ¿Quién lo dijo, te acordás?
-Sí (risas). Fue Pipo (Gorosito, el entrenador que lo puso en Primera y el mismo que lo dirige hoy en Tigre). No caí en ese momento, porque él llegó con Gustavo Zapata al club, el Chapa me subió rápido a Reserva y salté al mes a Primera. Todo fue meteórico, porque jugué dos o tres partidos en Reserva y debuté en Primera ante Independiente (a fines de mayo de 2009), al reemplazar a Cristian Villagra, que debía cumplir tres fechas de suspensión. Igual, Pipo había dicho esa frase dos o tres fechas antes de ese partido, cuando ya practicaba con el plantel profesional.

-¿Qué recordás de aquel estreno?
-Me latía el corazón más fuerte que de costumbre. No tenía cagazo ni miedo, sino ansiedad. Busco controlar mi autoexigencia, porque soy terrible. Cualquier mínimo defecto lo quiero corregir y tal vez me paso para el otro lado. Mi debut, entonces, lo asocio con esa ansiedad.

-Al ser chico necesitabas la contención de un futbolista experimentado en esos primeros pasos en Primera. ¿Quién ocupó ese rol?
-Mauro Rosales me ayudó muchísimo. No sólo porque vivía cerca de mi casa, sino también porque lo marcaba cada vez que subía a entrenarme con Primera, con el Cholo Simeone de técnico. Y pobre Mauro. El atacaba por mi punta y le demolía los tobillos. Lo sufría, porque volaba y yo me hacía un nudo cuando me encaraba. “No me pegues mucho”, me cargaba y nos reíamos. Después, compartimos plantel y me dio una gran mano. Me enseñó desde qué firmar y reclamar en un contrato, pasando por no enloquecerme por una mala práctica, hasta cómo entrar a una cancha. Y después había otros como Marcelo Gallardo, Ariel Ortega, Cristian Fabbiani y Gustavo Cabral que siempre me respaldaron y me aconsejaron. Por suerte, tuve oídos y la cabeza abierta para escucharlos.

Imagen UN TIGRE. Cierra los caminos ante su exclub, River Plate, al que le convirtió uno de los dos goles que anotó en Primera.
UN TIGRE. Cierra los caminos ante su exclub, River Plate, al que le convirtió uno de los dos goles que anotó en Primera.
A ESTA ALTURA del partido, Lucas ya había reunido a sus padres, Alfonso y Analía, para argumentarles por qué congelaría Administración de Empresas a dos años de haber arrancado. El fútbol no era ni es su salvación, pero sí su trabajo, aquella actividad que aún le genera un regocijo particular. “El fútbol me da una satisfacción personal que no lo llena nada, más allá de lo profesional, como el dinero y los títulos que pueda conseguir. Esta satisfacción está por encima del resultado, de haber jugado bien o mal. Si entregué todo, no hay nada que lo pueda pagar. Me considero autocrítico, pero soy consciente de que no somos máquinas, sino seres humanos. Y a veces se puede jugar un poco mejor o peor, aunque siempre ofreciendo mi mejor versión”, reconoce.

-Te fuiste de River a mediados de 2011 porque no tenías lugar y te desarrollaste en Tigre en el medio de las llamas, donde viviste momentos fuertes. ¿Qué imagen te quedó grabada?
-Cuando le ganamos a Vélez 1-0 con gol del Chino Luna a cinco minutos para el final del partido. Gracias a esa victoria, salimos de la zona de descenso directo después de 37 fechas, nos salvamos de perder la categoría de manera directa y teníamos la chance de jugar la Promoción o salir campeón. Al final no fue ni una ni otra, pero cumplimos con el objetivo: dejar a Tigre en la A.

-¿Qué los salvó?
-La unión del grupo. Yo llegué al club en busca de pelear un puesto de igual a igual y no jugué durante los primeros seis meses por decisión del Vasco Arruabarrena (el entrenador) y Diego Markic (el ayudante de campo), que confiaron en mí para integrar el plantel. Entonces, jugaba Chimi Blengio, un histórico que estaba en un gran nivel, y yo sumaba desde afuera. Después, me tocó entrar e intenté aportar lo mío. Pero fue un grupo único, por el compañerismo, por los hombres que había. Se valoraba la persona por encima del jugador.

-¿Fueron héroes?
-No. Creo que hicimos bien nuestro trabajo porque nos contrataron para eso. Y por suerte, salió todo bien.

-¿El equipo juega más suelto hoy? Tigre está más cómodo con el promedio y se clasificó a los octavos de final de la Libertadores, algo impensado hace una década.
-Son situaciones distintas, pero las urgencias existen en el fútbol argentino. La vorágine es la misma y la esencia del ambiente sigue siendo exitista y dinámica. Si no generás un buen colchón de puntos, sufrirás después con el promedio del descenso. Obviamente no es la misma urgencia que antes. Pero si nos relajamos cuatro partido, volveremos a lo anterior. De todas maneras, el equipo juega bien por momentos. Pero sabemos que no nos alcanza con jugar lindo, porque se gana con goles.

-Igual, tu buen presente no es sólo un tema de continuidad.
-Intento pulir mis defectos y potenciar mis virtudes. Este es un deporte en grupo. Si fuera tenista, quizás mi propia autoexigencia me llevaría a frustrarme. En el fútbol, en cambio, tengo a 10 compañeros que me dan impulso. Y como todo es para el bien del equipo, uno trata de acoplarse de la mejor manera. De todas formas, yo quiero ir por más.

-¿Qué es lo que mejor hacés en la cancha?
-No lo sé. Trato de aportar marca, clausurar mi sector, tener salida limpia, entregarles la pelota a los generadores de juego y no arriesgarla de más. Después puedo fallar porque soy humano.

-¿Es el mejor momento de tu carrera?
-Es el momento que tiene que ser. Mi premisa es dar mi máximo esfuerzo. Nunca me permití guardarme nada.

Por Darío Gurevich. Fotos: Emiliano Lasalvia