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La historia de Progreso de Uruguay

La realidad económica del fútbol golpeó a La Teja. Uno de los barrios más identificados con la pasión que despierta la pelota, se quedó sin los fines de semana que el Club Atlético Progreso regalaba en la Segunda. Las calles se impregnaron de una tristeza de color rojo melancólico y un amarillo bien apagado.

Por Redacción EG ·

25 de enero de 2011
Nota publicada en la edición diciembre 2010 de la revista El Gráfico Uruguay.

Imagen TRISTEZA mezclada con bronca. Los chorizos de Luis, el cantinero de Progreso, perdieron el sabor.
TRISTEZA mezclada con bronca. Los chorizos de Luis, el cantinero de Progreso, perdieron el sabor.
LA VIDA sigue, pero el barrio no deja el luto. Nadie viste de negro, ya que tanto el rojo como el amarillo se roban por destrozo la presencia en columnas, cordones de vereda, carteles de vía pública, pulseritas y hasta camisetas que alguno que otro todavía se enorgullece de vestir. Ni hasta los comercios le escapan a la fuerza emocional que mueve los hilos de La Teja. El electromagnetismo futbolero de la zona apega a un equipo cuyo presente le da la espalda a su nombre, con el que nació por las primeras décadas del siglo XX. El Progreso se estancó. Y el barrio lo siente.

Caminar por la avenida Carlos María Ramírez implica conocer la resistencia de los pocos hinchas que todavía festejan el hazañoso campeonato del 89. O recuerdan con garganta entrecortada las dignas participaciones en la Copa Libertadores. Ninguno de ellos está preparado para hacerle frente a la realidad que muestra a los “Gauchos del Pantanoso” sin pelota en movimiento a causa de las deudas económicas pagadas fuera de fecha. La soga cedió, y el club se ahogó entre penas, recuerdos y autocríticas.

“Está muerto en vida”, una de las tantas confesiones de Lalo, fanático de Progreso desde antes de nacer. Vive en Malvín Norte, pero poco le importa cruzarse casi toda la ciudad para compartir un chorizo al pan en la esquina de Ascasubi, donde todavía late la cantina del club. Más allá de su reveladora apariencia externa, basta conversar unos segundos con él para conmoverse con el amor que se le fue, para emocionarse con el sentimiento inexplicable en palabras, pero sí en estados de ánimo, que implica este momento.

Destrozado. Los ojos de Luis se llenaron de lágrimas ni bien el medio tanque improvisado en la calle, y los pedidos de clientes añejos hambrientos, le dieron tregua. Hace nueve años que trabaja como cantinero, aunque toda una vida como allegado al club. El presente nunca le había golpeado tan fuerte. “No soy consumidor de fútbol, ni a través de la televisión. No voy a otro fútbol, no me interesa. Hasta quizás me digan que soy antipatriota, pero no soy hincha de la selección. Solo soy de Progreso, y sin él esto está muerto. Triste, sin entusiasmo alguno. Igual vamos a resurgir, siempre y cuando apostemos a los jóvenes” confiesa convencido de un mañana del que no cree formar parte. El Progreso que anhela y por el que vive, no es éste.

Las deudas, las mismas que afectan a todos los equipos que se raspan con el límite del profesionalismo, terminaron de hundir a la institución, sin competencia oficial hasta agosto del año que viene en su primera categoría. El golpe también noqueó a la directiva encabezada por Gabriel Franco, uno de los “innombrables” por las calles de La Teja. Su cabeza rodó por voluntad propia; le puso fin anticipado a un mandato que recién en las elecciones de fin de año determinarán si debe cerrarse. Aunque por el aire que se respira, el clamor popular no quiere dejar ningún títere con cabeza que haya formado parte del último ciclo dirigencial. El presidente no es la excepción.

-¿Por qué crees, Gabriel, que el hincha se la agarró exclusivamente contigo?
-El dirigente siempre es responsable de todas las cosas que pasan, no culpable. El hincha es pasional, y solo ve los noventas minutos de fútbol. Todo el esfuerzo que se hace para mantener el club no lo ve o no le toma la real importancia. La gente es exitista, y confirma el dicho: “El dirigente cuando gana es bestial, y cuando pierde es una bestia”.

-¿Pero en qué cosas ha fallado tu directiva y que, de hecho, han llevado a la no participación del club?
-Hasta el final no se quiso tercerizar la parte deportiva, buscar un gerenciamiento que fuera un soporte económico para seguir adelante con el fútbol. Es hora que se le dé un manto de realismo a la situación, ya que mucha gente era reacia a que sucediera esto. Si uno quiere competir y exigir resultados, se debe hacer una gran erogación económica. Y Progreso con su sustento no lo puede hacer; por eso en la última semana faltaron esos 30 mil dólares que imposibilitaron la participación.

La visión pasional de aquellos que colman las tribunas, hoy vacías del Estadio Paladino, no es la misma. Los socios se sintieron excluidos en la toma de decisiones de los últimos años, y hoy buscan respuestas. “Somos todos responsables por ser hinchas de Progreso. Teníamos que haberlo sacado de esta situación, pero…” deja entrever Lalo, con la mirada resignada de alguien que siente la obligación de sacar lo positivo de un sacudón como estos. Aprender la lección es el único camino.

Imagen QUEDO ATRAS. Franco por un lado, Progreso por el otro. El presidente cumplió un ciclo.
QUEDO ATRAS. Franco por un lado, Progreso por el otro. El presidente cumplió un ciclo.
NOSTALGIA DE BARRIO
La sede es un viaje a través del tiempo. Pintoresca por donde se mire, con fotos, momentos, heroicas victorias y agradecimientos por doquier a glorias cuyo paradero es desconocido. Así se empapelan las paredes de un lugar que funciona como cantina, el polvoriento y olvidado santuario de reunión de vecinos, hinchas y allegados al club barrial. Progreso es uno de los pocos, por no decir el único de la zona oeste de Montevideo, que mantiene el puente de unión con años no tan lejos en el tiempo, pero sí en la memoria colectiva de aquellos que extrañan el movimiento social del pasado.

“Esta esquina era carnaval. Acá venía el asociado, el hincha, la gente en sí, y compartía una copa, o incluso solo venía a hablar, a pasar el rato. Se hacían pila de eventos, cumpleaños, y ahora nada. Nos olvidamos de nuestras raíces, y estuvimos renegando el pasado que siempre nos unió. Allá salimos a hacer comidas por el Prado, en otros lugares que nada tenían que ver con el club, teniendo esta hermosa sede. Yo prefiero hacer una olla de arroz y quedarme en mi casa, porque así lo siento. Esta es mi casa”, repite el Luis memorioso, el Luis nostálgico por lo que ya no está. El afecto y el arraigo por la sede se perdieron y, una vez más, el fútbol paga las transformaciones profundas de la sociedad, muy distinta a lo que era cuando los momentos que hoy cuelgan de paredes, se dieron en la cancha.

Para Franco, la falta de recambio es otro de los problemas que viven todas las instituciones menores. “Antes en La Teja había una liga de fútbol amateur, y hoy en día ninguno de estos clubes compite. El romanticismo por el club del barrio ha caducado, y es una realidad que forma parte de cómo se hacen las cosas en la actualidad. Por ejemplo, en la AUF hay clubes tanto de Primera como de Segunda División que tienen delegados que cobran un sueldo. Y eso antes era impensado. Daría lugar para un análisis de si está bien o está mal, pero es así. Es diferente a lo anterior”, enfatiza el presidente.

Entre tantas cosas que cambiaron, “Mcquack” todavía recuerda aquellas noches de desvelo para poner a punto un Paladino que recibía a un grande después de muchos años. Alfredo Varela es canchero retirado desde hace tiempo, y vive en el escenario deportivo que descansa sobre la Ruta 1. Su larga barba esconde anécdotas de las más curiosas, como la que le tocó vivir hace pocos días luego de tantas críticas que recibió su amada cancha. El estado del campo de juego para el duelo entre Huracán del Paso de la Arena y Durazno, correspondiente a la quinta fecha del torneo de Segunda División, era impresentable, con pastos largos y desparejos producto de la incompleta tarea que el tractor roto no pudo culminar. “Nunca me había pasado esto. Intenté cortar con tijera lo que pude, pero del partido me enteré sobre la hora por lo que no pude hacer mucho”, lamenta el canchero, al que todavía le duelen los brazos después de hacer “una gauchada”, y meterle mano a una cortadora de césped a nafta, para que los juveniles pudieran entrenar con normalidad en la cancha. “Si no lo hago yo, que vivo acá, quién lo va a hacer” ruboriza, con un conocimiento detallista de las reglas de juego.

POR DELANTE queda mucho por hacer. Rescatar los valores perdidos es una de las consigas. Solidario, familiar, pasional, varios de los rasgos que se han ido perdiendo por un entremetimiento de la política con el fútbol que detecta Eduardo, un comerciante legendario que no escatima en palabras a la hora de referirse al fracaso presente. “Esto ha sido una muerte anunciada”, confirma.

En una de las tantas ferreterías de la zona, los socios depositan su firma en un viejo cuaderno para armar una lista a la esperanza, que logre pasar en limpio el complicado panorama económico de la institución. Los balances no cierran y viejas deudas se asoman. “Hay que motivar a la muchachada joven para que no nos pase lo que a otras instituciones del barrio le sucedió. Igual corremos con ventaja, ya que Progreso tiene la particularidad de tener una hinchada joven, que puede dar un giro a la cosa”, confía Luis, antes de apagar el fuego del medio tanque que pone el punto final a las achuras del almuerzo.

La ida del cantinero le da espacio a Patricia, una mujer que en su niñez supo conocer al club antes que a una muñeca, y por ende arrastra la misma pasión por los colores del “Gaucho”, que lleva en caravanas, en un anillo y hasta en un pin que brilla en su remera. “Mi madre me llevaba embarazada a ver a Progreso, y seguí la tradición familiar. Uno lo hereda, yo vengo porque lo siento y por eso también trabajo en juveniles. Problemas económicos hubo siempre, no es una excusa, pero acá hay que trabajar para salir adelante. Dirigentes con dinero no hay, pero tenemos la base juvenil que sigue compitiendo y hasta acaba de salir campeón, a pesar de todo lo que se vivió”, dice una hincha más de las tantas que siente el vacío de los fines de semana.

Si bien la culpa es interna, todavía existe la bronca por la falta de apoyo clubista en la Asociación. “Muchos equipos nos dieron la espalda, y ojalá nunca les pase eso. Equipos que también son pobres como nosotros no fueron a respaldarnos. Algunos dicen que por tener problemas con Franco, pero Progreso no es él. Hay una barriada detrás, hay puestos de trabajo y familias que perdieron la posibilidad de competir. No logro entender esta reacción de aquellos clubes que no tiran manteca al techo”, expresa con amargura Lalo, defensor de la idea que los dirigentes pasan, pero la gente queda. Esa que todavía sufre que haya vecinos del barrio que disfrutan del momento actual de Progreso, al que tomaron como una causa personal contra Franco.

Imagen VACIO quedó el Paladino. A puro pulmón, el canchero “Mcquack“ emparejó todo el campo de juego con una cortadora de césped familiar.
VACIO quedó el Paladino. A puro pulmón, el canchero “Mcquack“ emparejó todo el campo de juego con una cortadora de césped familiar.
Por su parte, el presidente no quiere entrar en polémicas internas y externas, aunque señala con el dedo a las distintas bibliotecas jurídicas de la AUF que no permitieron la habilitación del club, tras saldar en forma tardía la deuda en dólares mantenida de temporadas pasadas.

El apoyo político esperado en la Asamblea de Clubes faltó a la cita, y asunto terminado. “Hay una corriente de dirigentes que quieren que hayan menos equipos profesionales. Y otros que pensamos que no, que la ley del embudo no sirve. Decir que el fútbol va a ser mejor de esta manera, es como decir que el periodismo deportivo va a ser mejor con menos programas. El crecimiento de la competencia permite mayores puestos de trabajo dentro y fuera de la cancha. En ese sentido, no entendí la posición de la Mutual, que como gremio que se considera, nunca salió a apoyar esta situación como otras gremiales que sí luchan por los derechos de sus trabajadores. Pero bueno, el ambiente del fútbol tiene sus cosas, y los intereses que se juegan son muchos”, concluye un Gabriel Franco que espera con ansias el surgimiento de una corriente renovadora que pueda sacar a flote al club.

Duerme tranquilo, pero el cansancio lo tapó. Siente que dio todo para salir adelante, pero las cosas no le salieron como pretendía. En su haber le queda la seguridad de haber completado todas las gestiones iniciadas. “Hay veces que hay que luchar como el Quijote contra los molinos de viento. Cuando uno asume una responsabilidad sabe que hay verdes y maduras, como así también hay feas y podridas. En lo personal tuvimos la suerte de haber asumido y a los seis meses estar en la A, como así también traer a un grande al Paladino después de diez años o más. Esas son satisfacciones que uno tiene, y que contrastan a esta realidad difícil sin sabor, tanto institucional como personal. Pero Progreso no va a dejar de existir; es más que un campeonato. Quizás este impasse deportivo sirva para acumular fuerzas y ordenar la casa. A veces no es un paso para atrás para estar arrodillado, sino que para tomar impulso”.

El ciclo de Franco se cerró. Los hinchas respiran tranquilos, y ahora confían en resurgir. El barrio se amansa ante el silencio que se desprende de la ausencia de silbatos, el trotecito de tapones de fútbol, el sin parar de los bombos y el grito de gol que tanto se extraña. La Teja no es la misma sin fútbol. Ni Patricia ni Lalo se imaginan una vida sin el retorno de la institución. Por el momento, se aferran a su pasión. “Vemos el equipo en la cancha y lloramos. Esto es sentimiento puro. Amor eterno. Una parte nuestra está alegre, otra muy triste. Hay veces que no podemos ver el escudo porque la emoción aflora. Es un dolor inexplicable. Pero vamos a salir, vamos a salir”, aseguran los dos casi a coro.

Quizás la respuesta, hoy un tanto perdida, Progreso la tenga en la letra de su propio himno: “Evolucionemos impulsando la verdad, para que el deporte se conjugue en lo mundial. Hay que controlar en las esquinas, donde cada sueño se ilumina” .

Por Rodrigo Rege / Fotos: José Insua