(sin categoría)

Mauro Icardi, la nueva esperanza del Barcelona

Es rosarino e hincha de Newell's igual que Lio Messi, pero en las inferiores del Barcelona juega en el puesto del camerunés. Vive en La Masía, lleva gritados más de 400 goles y es la esperanza de los catalanes. Aunque España lo tentó, ya se puso la celeste y blanca con el Sub 17.

Por Redacción EG ·

10 de agosto de 2009
Nota publicada en la edición julio 2009 de la revista El Gráfico

No cualquiera llega a ser tapa de El Gráfico. Menos, a los siete años. En este punto, los historiadores están de acuerdo: el caso de Mauro Icardi es único, excepcional. ¿Quién? ¿Cuándo? Cuenta la leyenda que, a principios del siglo XXI, un chiquito muy chiquito e hincha de Newell’s llamaba la atención de todo Sarratea, un humilde club de baby fútbol del norte de Rosario. También, la de un hábil fotógrafo con aires de visionario; una tarde, el hombre apuntó con su cámara e hizo click sobre la estampa del nene y voló a su estudio. Allí, ventajas del photoshop mediante, convirtió la foto en una portada ficticia de la revista. Hoy, nueve años más tarde, ese nene tiene 16 años y mete goles en las inferiores del Barcelona, el equipo más nombrado del planeta por estos días. Se repasa: rosarino, surgido de un club de barrio, fanático de Newell’s y jugador de la promocionada cantera del Barça… Cualquier similitud con un caso mundialmente conocido puede ser un guiño del destino. Y que la tapa de mentira se convierta en una de verdad, cuestión de tiempo.
Imagen Cuando integró el seleccionado sub-17.
Cuando integró el seleccionado sub-17.


“A él le hacía ilusión ir al club con su papá, pero no a jugar”, cuenta Analía, la mamá del protagonista. Mauro andaba por los cinco años y Juan Carlos, futbolero de ley, convencía a su hijo con la vieja táctica del sándwich y la Coca. Entonces sí, Maurito se metía en la poceada cancha de tierra de Fútbol 7 de Sarratea. Y cuando tomó más coraje ya no lo pudieron sacar: jugaba de arquero para los más grandes, y después era atacante en la categoría 93, la suya. Dos partidos seguidos por día, con la tarea de sacarse los guantes y afinar la mira de goleador entre uno y otro.

Así iba la infancia, calcada a las de tantos chicos: escuela y fútbol. Hasta que la familia tomó la decisión de emigrar; la crisis de 2001 había pegado fuerte en la casa y Juan Carlos, carnicero desocupado, le sacó lustre a su pasaporte italiano para instalarse en las Islas Canarias. En junio de ese año, tres meses después de la partida del jefe, lo siguió el resto: Analía, Mauro y sus hermanos menores: Ivana y Guido. A esa altura, no había manera de desconectar del fútbol al admirador de Batistuta. Entonces, ya en su nuevo ambiente, Mauro dejó definitivamente el arco para ser delantero en las divisiones juveniles de la Unión Deportiva Vecindario, un club más chico que el famoso Tenerife, capo de la isla. Pero bastante más grande que su añorado Sarratea. El petiso empezó a crecer, hasta que le llegó el tiempo de saltar a la cancha grande. “Jugaba arriba solito, usábamos un esquema 4-2-3-1, y me movía por todo el ataque”, recuerda ahora el pibe –aunque en España insistan en llamarlo chaval–. Obsesivo, se encargó de anotar cada gol suyo en un cuaderno que aún conserva en la casa familiar. La lista ya había superado los 400 –dato que destacan los diarios del lugar–, su nombre ya había volado lejos. Sixto Alfonso, ojeador del Real Madrid, trató de ser cauto, pero no le salió: “Estamos ante un futbolista que puede marcar una época si mantiene su progresión”, se mandó. Cuando Mauro tenía 12 años, el representante de Raúl había hecho el primer intento por llevárselo a la Casa Blanca. “Es chico, tiene que estudiar”, replicó la familia. Pero las leyes del fútbol europeo lo obligaron a deshojar la margarita de pretendientes en 2008, ya que hasta los 16 años se puede elegir libremente dónde jugar. Los clubes se amontonaban: Real Madrid, Sevilla, Deportivo La Coruña, Valencia, Atlético Madrid, Espanyol y Barcelona querían mudarlo dentro de España; Liverpool, Arsenal y Manchester City, llevarlo a unas islas desconocidas para él. Los millonarios del City ofrecieron hasta saldar la hipoteca familiar y darles alojamiento a los cinco Icardi y trabajo al papá. Pero, no.
Imagen Desde pequeño utilizaba ese look particular.
Desde pequeño utilizaba ese look particular.


Los cazatalentos del Barça lo habían detectado en la final de un torneo en Las Palmas, la isla vecina a Canarias; esa tarde, Mauro no se inmutó ante las miradas escrutadoras y le clavó dos goles al Porto: Vecindario 2 - Porto 1, y a otra cosa. El contacto con los padres fue inmediato, aunque no hubo necesidad de apelar a miles de argumentos: en el fondo, Mauro ya había elegido que su nuevo lugar sería Catalunya. Advertidos de que tenían la carta brava en su manga, los del Barça llevaron al chico y a sus padres a conocer La Masía, la fábrica de cracks del club. Y tuvieron la picardía de hacerle llegar a Canarias banderines y postales firmados por Lionel Messi. El combo fue suficiente: en el verano europeo de 2008, Mauro Emanuel Icardi Rivero firmó un contrato no laboral –debido a su edad– por seis años con el club y otro por la misma extensión con Adidas, que le cumple a Mauro el sueño de muchos adolescentes: llevarse toda la ropa que le gusta cuando pasea por las tiendas de la marca en El Corte Inglés. Al poner sus pies en La Masía, el argentino ya era el segundo mejor pago entre los juveniles del club, dato que le ha reportado alguna patada de más en los primeros entrenamientos.

La geografía cambió de repente. En septiembre pasado, justo cuando el Barça iniciaba la temporada más brillante de su historia, Mauro aterrizó en su nueva casa. Y, por primera vez en su vida, estaría solo. “Se hizo hombre en un año”, saca pecho Juan Carlos. Lo más complicado fue al principio: como llegó antes del inicio de la pretemporada de los juveniles, tuvo que comerse un mes sin compañía, hasta que La Masía empezó a llenarse de voces por todos lados. Encima, una noviecita lo reclamaba a la distancia, desde Canarias, y tres lesiones le hicieron todavía más difícil la adaptación. “La primera vuelta fue difícil, jugué muy poco. Recién en enero pude estar a la par de mis compañeros”, evalúa ahora, cuando los magullones (y la noviecita) quedaron atrás. Igual, eso de estar a la par del resto es relativo: Mauro da hasta dos años de ventaja en el plantel del Juvenil B –equivalente a la Cuarta de los torneos de AFA–. Los parecidos con Messi se recortan dentro de la cancha: Mauro mide 1,79 metros, diez centímetros más que Leo, juega de centrodelantero y es derecho, aunque con la zurda se las arregla bastante bien. Su fama de goleador la ratificó con 18 tantos –sólo no marcó en tres partidos–, que ayudaron al equipo a ser campeón de la liga catalana. La mayoría los consiguió de cabeza, su arma letal. La típica foto del antes y el después muestra a un flaquito jugando para el Vecindario y a un muchacho bastante más corpulento con la 9 del Barça. Un año, y un riguroso trabajo físico, lo hicieron más groso.
Imagen Nuestro rosarino junto a Xavi Hernández.
Nuestro rosarino junto a Xavi Hernández.

En La Masía, el chico al que miran todos lleva una rutina inamovible. Se levanta muy temprano para desayunar y tomarse el bus del club que lo deja en el colegio. En eso no hay privilegios: “Si no estudia, le merman la participación en las prácticas y los partidos”, apunta su padre. Antes de entrar a clase compra los diarios deportivos, en los que bucea todo lo que se publica del Barça. En el aula no desentona: acaba de terminar el secundario y le quedan dos años de bachillerato, antes de entrar a la universidad. “No soy fanático, pero me ha ido bien hasta ahora”, sonríe. Algo en sus palabras llama la atención: su manera de hablar no guarda rastros de Rosario. Después del almuerzo viene la siesta, y a la tarde el entrenamiento. Allí trata de amoldarse al estilo Barcelona, que se repite sin matices desde la Primera hasta los Alevines, como llaman a las categorías más pequeñas. “Juego de Eto’o”, se compara. Cuenta que más de una vez saludó al camerunés, al que trata de copiarle movimientos. Vivir en el campo deportivo y dormir en las entrañas del Camp Nou, le dan privilegios. Su solarium preferido en la ciudad, por ejemplo, son las tribunas del estadio. Allí se recuesta algunas tardes en las que no juega el Barça. Además, para ver un partido no tiene más que caminar unos metros y meterse en la tribuna. “A veces me quedo en mi habitación y lo miro por tele”, sorprende. Como la semifinal contra el Chelsea por la Champions League, que siguió desde su cama, a una pared de distancia de más de cien mil hinchas culés. No pasó lo mismo en la gran fiesta por la Triple Corona, cuando la ciudad se convirtió en centro del mundo por un instante; “Fuimos al estadio a festejar con una bandera que le preparamos a Muniesa, que vive con nosotros y ya debutó en Primera”, revive. La celebración había arrancado 24 horas antes: un rato después de que Messi le hiciera el gol de cabeza al Manchester United en la final de Roma, Mauro y sus amigos bailaban en las fuentes de agua de Barcelona, como otros tantos miles.

Claro que su relación con el crack argentino tiene más capítulos. Una mañana, se paró en el estacionamiento y esperó que pasara Leo: “Le toqué el vidrio y le dije: ‘Soy el argentino que juega aquí’”. Al día siguiente, a la misma hora y en el mismo lugar, se subió a la camioneta de Messi para ir a almorzar juntos. “Desde ese día hicimos una buena relación. Una vez, incluso, me llevó a almorzar con todos sus compañeros. Ultimamente no pude verlo, es que él ha estado liado (NdR: complicado, en argentino básico) con tantos partidos y definiciones”, narra.

Ahora, su futuro inmediato le marca vacaciones. Mientras amase en secreto la esperanza de dar un nuevo salto de categoría para acercarse un poco más al grupo de Pep Guardiola, Mauro aprovechará para ir a pescar y meterse en el mar, en Canarias. Para juntarse con sus dos amigos. Para escuchar música “a todo lo que da”, según define su madre. Y para mirar esa inédita tapa de El Gráfico que viajó desde Rosario hace nueve años, y que ahora cuelga en su habitación; en ella, un chiquito muy chiquito con su misma cara se planta como si fuese un goleador, justo al lado de una imagen de Batistuta. De su modelo de jugador ya consiguió una camiseta de la Selección. Lo demás lo tiene por delante.

Por Ezequiel Bergonzi / Foto: Diario As