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En la cresta de la ola

La nota de Coria en El Gráfico de junio de 2004, en su mejor momento y a punto de hacer historia en la final de Roland Garros.

Por Redacción EG ·

29 de abril de 2009
Nota publicada en la edición de junio de 2004.

Imagen Llegó a ser número tres del mundo. (Foto: Archivo EG)
Llegó a ser número tres del mundo. (Foto: Archivo EG)

“Muchas veces cuando pienso un poquito en lo que estoy viviendo se me pone la piel de gallina y me da una alegría muy grande porque estoy cumpliendo sueños que tuve de chico.” Guillermo Coria se siente en las nubes, sabe que está ahí de tocar con su raqueta el cielo y el número uno del ranking mundial, pero eso no le impide mantener los pies sobre la tierra. Probablemente esa virtud no sea innata –como sí lo es su talento–, y más bien sea producto de años de entrenamiento y frontón, de viajes largos y sin compañía, de anonimato y familia a la distancia. Hoy el Mago disfruta de la fama y del éxito, pero sabe más que ninguno que este presente no surgió por arte de magia. Se lo ganó, se lo fue ganando con los años, lo fue construyendo casi desde la cuna. En ese lugar, cercado por barrotes de madera e inundado de pelotitas amarillas, comenzó a escribirse la historia del fenómeno Coria.

Llego al mundo el 13 de enero de 1982 y ya en su nombre cargaba con un pedazo de la historia del tenis. Su papá siempre admiró a Vilas y si alguno pensó que la coincidencia en el nombre con el máximo ídolo del tenis argentino era casualidad, se equivocó. “Mi papá me puso Guillermo porque admira a Vilas más que a nadie. Vilas es un grande, gracias a él existe el tenis en la Argentina. Es un ejemplo, un ídolo”, explica el Mago, que en sus primeros días de vida sintió todo el fanatismo de su padre. Cacho, profesor de tenis y apasionado del deporte, cambió el clásico peluche o el móvil con música de arrorró por la paleta de pingpong como regalo para el bebé. Pero según él mismo confiesa, no pretendía que su hijo fuera un súper profesional: “Yo había pensado en un futuro para él, pero nunca me imaginé que iba a jugar tan bien. Sólo quería que ganara algún torneo provincial”.

A pesar de la influencia paterna, para Guillermo el tenis no era el deporte número uno. “Mi papá me contagió la pasión por el tenis. No tenía más de dos años y me tiraba pelotitas para que yo les pegara. Al principio me gustaba jugar y nada más. Si tenía que elegir entre el fútbol y el tenis, ni lo dudaba: siempre fútbol. En casa las discusiones eran para ver cuál de los dos deportes mirábamos por la tele. Si no fuera por mi papá, yo me habría dedicado al fútbol, que siempre me tiró mucho. Como nueve, era muy bueno”, confiesa el tenista número tres del mundo.

Unos años más tarde, exactamente el 3 de junio de 2003, Coria indirectamente agradecía la insistencia de su padre. Tras ganarle a Andre Agassi por 4-6, 6-3, 6-2 y 6-3 y clasificarse para las semifinales de Roland Garros, declaró: “Menos mal que jugué al tenis, ¿no? Pensar que hasta los once años no sabía si dedicarme al tenis o al fútbol. Mirá lo que me hubiera perdido”. Esa tarde, en París, Guillermo vivió un día que le quedó tatuado en la memoria, porque más allá de haberse transformado en el quinto tenista argentino que se metía en esa instancia del Abierto de Francia, le había ganado a su máximo ídolo. “Ese triunfo lo voy a llevar siempre en el corazón –decía por ese entonces y hoy mantiene Coria–. Ganarle fue cumplir un sueño. De chico, los únicos partidos que miraba eran los de Agassi; me levantaba sólo para verlo a él.”
 
Siguiendo con el pequeño Coria, hay que remarcar que desde los cuatro hasta los doce años fue entrenado por su padre en el Club Centenario de Venado Tuerto. A esa altura ya se notaba que le sobraba pasta y que podía llegar alto. Incluso fue convocado por la Asociación Argentina de Tenis para sumarse a un grupo selecto de “promesas” que practicaron con Guillermo Vilas como coach. Eso le permitió al santafesino conocer al hombre responsable de su nombre, que también influyó en su crecimiento como jugador. “El me ayudó mucho, me dio varios consejos y me anticipó muchas de las cosas que vinieron después”, explica Guillermo II.

En ese 1994, y luego de esos entrenamientos, llegó una gira por los Estados Unidos, y pocos meses después, con sólo trece años, se separó de su familia y cambió Venado Tuerto por Miami. En la academia del chileno Patricio Apey –uno de los entrenadores que tuvo Gabriela Sabatini en su carrera– aprendió de tenis, pero no tanto como de la vida. “Lo más difícil fue estar lejos de mi familia. Yo era muy chico y eso se me hacía difícil de superar, pero también me ayudó para hacerme más fuerte, para madurar”.

Un año después volvió a la Argentina, pero no al hogar. “Cuando fui más grande, como me entrenaba en Buenos Aires, tuve que alquilar un departamento, pero antes iba y venía de Venado. Me pasaba horas arriba del colectivo y hasta tenía que hacer los deberes del cole mientras viajaba”, relata Coria, ganador en 1999 de Roland Garros Junior, y de dobles en US Open, donde formó dupla con Nalbandian. Ya era hora de pasar al profesionalismo.

–¿Cómo fue el debut en un torneo ATP?

–Fue en Mallorca y ganando (al belga Christophe Rochus), pero después tuve la mala suerte de que me tocara Moya, que era el primer preclasificado. Encima era en su ciudad, así que todos alentaban por él. Cuando entré, un poco asustado, el estadio estalló en gritos y aplausos. Era porque Moya venía atrás de mí. Me sentí un espectador y creo que perdí por eso. Estaba como en una película.

La película recién estaba empezando a rodar y pasaría poco tiempo para que se sucedieran muchos finales felices: Viña del Mar, Basilea, Hamburgo, Kitzbühel, Sopot, Stuttgart, Buenos Aires y Montecarlo.

COSECHARAS TU SIEMBRA

Aunque todavía tenía edad de junior, en su primer año como profesional arrancó en el puesto 736 y terminó en el 88. Fue campeón en los Futures de Chile y Argentina, clasificó para Roland Garros y ganó cuatro torneos challenger de la Copa Ericsson consecutivos (Lima, San Pablo, Montevideo y Buenos Aires). El mundo del tenis empezaba a hablar de ese argentino, al que ya comparaban con los mejores del circuito. “Mini Moya”, “Agassi latinoamericano” y “el futuro Marcelo Ríos” eran algunos de los elogios que se leían y escuchaban en los medios de prensa internacionales.

El tiempo les dio la razón. Hoy, en el ranking, Agassi, Moya y el Chino Ríos si miran para arriba lo único que le ven a Coria son las suelas de sus Adidas Barricade 3.

–¿Qué cambió del Coria de hace un par de años a éste, que pierde poco y mira a casi a todos desde arriba?

–El cambio fue la mentalidad y la experiencia. Estoy muy fuerte de la cabeza y así es todo más fácil. Me mantengo concentrado todo el partido por más que vaya ganando o perdiendo, me siento sólido en mi juego y fueron muy positivos los resultados de este año para la confianza.
 
–Al consolidarte entre los top five, ¿tenés otro trato en el circuito?

–Sí, en los torneos te dan un poquito más de atención y siempre nos dan habitaciones muy buenas en los hoteles. Pero al estar entre los cinco primeros tenés más responsabilidad, y hay que entrenarse más que nunca para poder quedar por mucho tiempo entre los de arriba.

–¿Y los jugadores tienen otra actitud a la hora de enfrentarte?

–Un poquito sí, todos quieren ganarle a los que están entre los diez primeros. Pero eso fue siempre así, a mí también me pasaba. Jugar contra uno que está arriba tuyo en el ranking es una motivación extra. Igual, me siento con más experiencia y mucho más fuerte mentalmente. En polvo me siento muy confiado y va a ser difícil que me ganen. Y no lo digo para agrandarme, nada que ver, sino porque realmente me siento muy confiado. La racha ganadora en polvo de ladrillo (31 partidos consecutivos) hizo que me respetaran más.

–¿Recibiste elogios de figuras que te hayan sorprendido?

–Sí, de Agassi, Muster, Moya, Guga Kuerten. Cuando los escucho no puedo creer que bestias del tenis hablen de mí.

–¿Cuál fue el momento que más disfrutaste este año?

–En Montecarlo, después de ganarle la final a Schuettler. Fue espectacular, porque me pude tomar revancha del año anterior, cuando había perdido con Juan Carlos Ferrero. En Montecarlo todo es perfecto. La gente, la ciudad, el clima, la superficie, hasta las pelotitas. Me siento igual que en Roland Garros, muy cómodo. En el 2001 hice semis, el año pasado llegué a la final y por suerte este año se me dio y lo gané. Un recuerdo espectacular.

–¿Ves los videos de los partidos que perdés para corregir errores?

–No, no los veo, pero sí me acuerdo de los puntos clave que perdí o el golpe que no sentí. Eso sí, después de perder un partido me quedo con una calentura...

–¿El partido más difícil de la temporada?

–Contra Federer en la final de Hamburgo (perdió 4-6, 6-4, 6-2 y 6-3). Arranqué jugando en un nivel muy bueno y gané el primer set, pero el quiebre del partido se dio en el segundo. En el 4-5 me ganó un primer punto que era muy importante y eso influyó mucho en su confianza. Se agrandó y, a pesar de que el polvo de ladrillo no es su fuerte, demostró por qué es el número uno.

–¿Es el jugador del circuito al que preferirías no enfrentar?

–Sí, a él y a Roddick. Por algo son el uno y el dos del mundo. Para ganarles tenés que estar súper iluminado. Federer es un jugador muy completo y candidato a hacer historia en el tenis, y Roddick es una bestia, saca muy fuerte y gana muchos puntos con su saque.

–¿Sentís que estás ahí del número uno?

–Está a dos puestos, pero muy lejos en puntos y todavía tengo mucho que mejorar para alcanzar ese puesto. Estoy más cerca que el año pasado y voy a hacer todo lo posible para llegar, pero hay que trabajar. Lo bueno es que ahora estoy con más confianza, sé lo que tengo que hacer y estoy bien en la parte física. Hice un cambio grande y mejoré, pero tengo claro que hay que estar diez puntos para ser número uno.

FUERA DEL COURT

De un año a esta parte no sólo cambió su mentalidad, sino también su estado civil. A fines del 2003, con megafiesta, famosos y hasta camisa blanca con franja roja debajo del frac, Coria se casó con su gran amor, Carla Francovigh, una rosarina de 20 años que estudia ciencias económicas y que conoció también gracias al tenis. “La vi por primera vez en una Copa Davis en el 98 y desde ese momento quedé impactado. Ella estaba entre el público, y me gustó. Al año siguiente fui a jugar un torneo a Rosario y ahí empezamos a salir”.

–¿En qué cambió tu vida desde que te casaste?

–Las responsabilidades son distintas. Para mí fue importante casarme. Ahora Carla me acompaña a los torneos, salvo que justo tenga que rendir, y para mí es muy importante que esté conmigo. Me siento acompañado todo el tiempo y no me cuesta hacer giras largas. Además, por ejemplo, en Roland Garros, en vez de ir a un hotel, alquilé un departamento. Entonces Carla, y también mi vieja, que vino a París con el resto de mi familia, me cocinan.

–¿Y qué les pedís que te hagan?

–Yo soy fanático del asado y de un matambre que me hace mi vieja, que es impresionante. Pero eso lo como sólo cuando voy a Venado. Mientras juego, como otro tipo de comida, más sana. Además ahora estoy haciendo una dieta que me hizo Cotorro, un médico español. Está basada en un 70 ‰ ‰por ciento en pastas y el resto en carne, pollo y pescado. Es que después de lo del doping decidí nunca más tomar vitaminas. Entonces esta dieta es para aumentar la masa muscular.

–¿Y durante los torneos, cuando tenés algo de tiempo libre, qué hacés? ¿Te metés en Internet?

–Puedo estar mucho tiempo delante de la computadora. Un día me quedé como 20 horas conectado a Internet. Siempre chateo con mis amigos y leo los diarios para enterarme de todo lo que pasa en la Argentina. También visito páginas de tenis, la de River y contesto los mails que llegan a la mía (www.gcoria.com).

–También te está dedicando un poco al estudio, ¿no?

–Sí, estoy estudiando inglés. Entiendo casi todo, pero me cuesta hablar. Estoy aprendiendo, pero mientras prefiero hablar en castellano, porque me molesta que no me traduzcan exactamente lo que yo digo.

Por esa razón es que decidió dar las notas y hablar en las conferencias de prensa siempre en español, que por otra parte es el segundo idioma más hablado del mundo. Además es una manera de tener siempre presente a la Argentina y a sus compatriotas, otra de sus fuentes de motivación: “Me pone contento que la gente vea mis partidos y también por eso quiero ganar, para darles una sonrisa a muchas familias que así pueden olvidarse, aunque sea por un rato, de sus problemas. Para mí es un orgullo ser argentino y me pone muy contento que me apoyen en mi país. Es una de las mayores alegrías”.

–¿Y cómo sigue tu año, cuáles son tus próximos objetivos?

–Uno era la Copa Davis y no pudo ser. Ahora voy por una medalla en los Juegos Olímpicos. Sueño con la de oro y con alcanzar el número uno del mundo. También quiero que me vaya bien en Wimbledon, así que voy a participar en un par de torneos de pasto para prepararme. Y en el Masters de fin de año van a ver a otro jugador, con más experiencia y más completo.

–¿Y un sueño fuera del deporte?

–Ser un ejemplo para la juventud, y formar una familia grande y sana.