El caprichoso guiño que unió a Dios y al Messías
Uno en el prólogo y otro en el epílogo de sus novelezcas carreras, los dos mejores futbolistas de la historia argentina tuvieron una curiosa coincidencia de escenarios.
DIEGO MARADONA Y LIONEL MESSI son los próceres máximos del fútbol argentino y en su categoría de superhéroes guardan muchas coincidencias que los hermanan, que los convierten por momentos en casi una misma persona.
A veces, esas coincidencias no son simultáneas en las cronologías de sus carreras fuera de serie, pero sin embargo están y sirven para justificar que son ramas del mismo árbol que da los más sabrosos frutos futbolísticos.
El 20 de octubre de 1976, el chico de 15 años, 11 meses y 20 días que prometía ser la gran figura de Argentinos Jrs. saltó a la cancha para comenzar a construir su leyenda, esa que arrancó con el famoso caño a Juan Cabrera, de Talleres. Lo hizo en el verde césped y tal vez un poco poceado terreno del por entonces conocido como el Cajoncito de Boyacá, donde no entraban más de 20 mil espectadores.
Con el tiempo y las gambetas mágicas del 10 que atraían a propios y extraños, la cancha del Bicho empezó a quedar chica y Argentinos comenzó a ser local en otros escenarios, sobre todo el estadio de Atlanta, en Villa Crespo.
El 16 de julio de 2023, el hombre de 36 años que cumplió todo lo que prometía en el fútbol con las camisetas de Barcelona y de la Selección Argentina, pisó por primera vez y bajo una lluvia que le dio tintes épicos a una noche histórica, el DRV PNK Stadium, erigido en un ámbito un poco diferente al de La Paternal, pero con casi la misma capacidad que lo convierte en un escenario reservado para que unos pocos aprecien in situ el resplandor de la joya más deseada.
Uno en el inicio y otro en el cierre. Maradona y Messi experimentaron, en algún momento de sus fantásticos caminos con la pelota al pie, el placer de brindar shows íntimos. Como esas megabandas de rock que despliegan su fuerza en recintos multitudinarios pero que también disfrutan de una buena zapada en el calor que les brinda la intimidad. Como ese patio de casa en el que cuando eran niños comenzaron a soñar y a prodigarle a la pelota sus primeras caricias.