¡Habla memoria!

El deporte gay

En la Argentina todavía ningún deportista profesional confesó su homosexualidad. En este artículo del 2005 , el testimonio de los que se animaron a saltar la, todavía, elevada valla del prejuicio sexual.

Por Redacción EG ·

07 de mayo de 2019

– ¿Con­vo­ca­ria a un fut­bo­lis­ta ho­mo­se­xual?

–No.

Da­niel Pas­sa­re­lla con­tes­ta­ba la pre­gun­ta nú­me­ro 74 del 100x100 de El Grá­fi­co, en ju­lio del 95, y se ar­ma­ba el bai­le. To­das las agru­pa­cio­nes de gays –con la Co­mu­ni­dad Ho­mo­se­xual Ar­gen­ti­na a la ca­be­za– se le iban al hu­mo al en­ton­ces téc­ni­co de la Se­lec­ción. No só­lo por su amor a la ti­je­ra y al pe­lo cor­to se ha­cía fa­mo­so el Kai­ser, si­no tam­bién por su po­ca sim­pa­tía por ima­gi­nar­se a un gay po­nién­do­se la ce­les­te y blan­ca.

 

La dis­cri­mi­na­ción li­ga­da al de­por­te vie­ne, ob­via­men­te, de mu­chos años atrás. Po­dría de­cir­se que siem­pre exis­tió. A co­mien­zos del si­glo XX, mu­chos creían que el fút­bol, el rugby y otras dis­ci­pli­nas po­dían ayu­dar a pre­ve­nir que los hom­bres nor­tea­me­ri­ca­nos se ablan­da­ran, ya que pen­sa­ban que la so­cie­dad se es­ta­ba fe­mi­ni­zan­do a cau­sa de la Re­vo­lu­ción In­dus­trial. Ir al cho­que, ga­nar a cual­quier pre­cio, ju­gar con vio­len­cia eran al­gu­nas de las obli­ga­cio­nes que te­nían los mu­cha­cho­tes de an­ta­ño pa­ra de­mos­trar que eran bien hom­bres. En esa épo­ca no exis­tían re­glas pa­ra ale­jar a los gays de la pe­lo­ta, a di­fe­ren­cia de lo que sí su­ce­día con los de­por­tis­tas ne­gros. Só­lo bas­ta­ba con la ha­bi­tual con­de­na de la so­cie­dad pa­ra man­te­ner­los le­jos, cual­quie­ra fue­ra su for­ma.

Hoy, en ple­no si­glo XXI, el ar­ma­rio se abrió y la can­ti­dad de de­por­tis­tas gays que per­ma­ne­cían ocul­tos sa­lie­ron a ha­cer rui­do en to­do el pla­ne­ta: mun­dia­les de fút­bol ex­clu­si­vos, te­nis­tas con­fe­san­do su ho­mo­se­xua­li­dad, ju­ga­do­res ho­mo­fó­bi­cos, beis­bo­lis­tas arre­pen­ti­dos des­pués de ha­ber ac­tua­do en pe­lí­cu­las por­no gays…

His­to­rias que me­re­cen ser co­no­ci­das.

ME­JOR HA­BLAR DE CIER­TAS CO­SAS.

Cuan­do Mar­ti­na Nav­ra­ti­lo­va con­fe­só an­te el mun­do su ho­mo­se­xua­li­dad, su vi­da dio un gi­ro de 180 gra­dos. “To­do lo que sé, es que he si­do más fe­liz des­de que de­cla­ré que soy les­bia­na. Aho­ra no ten­go na­da que es­con­der. Eso sí: la dis­cri­mi­na­ción es te­rri­ble. Si yo tu­vie­ra si­da, ¿la gen­te se­ría com­pren­si­va? No, por­que di­rían que me lo bus­qué, por­que soy gay”. La con­fe­sión de Nav­ra­ti­lo­va lle­vó a va­rios de­por­tis­tas a sa­car­se un ele­fan­te de en­ci­ma cual Ga­to Ses­sa y mos­trar­se li­bres an­te la so­cie­dad.

Imagen Amelie Mauresmo siguió los pasos de Navratilova y confesó que era lesbiana para defenderse.
Amelie Mauresmo siguió los pasos de Navratilova y confesó que era lesbiana para defenderse.

Cu­rio­sa­men­te, la te­nis­ta fran­ce­sa Amé­lie Mau­res­mo –ter­ce­ra del mun­do, US$ 7.671.000 en ga­nan­cias– le con­tó al pla­ne­ta que era les­bia­na pa­ra de­fen­der­se de las pa­la­bras de Lind­say Da­ven­port, du­ran­te el Abier­to de Aus­tra­lia. “Per­dí con Mau­res­mo por­que es fuer­te. Tie­ne hom­bros y bra­zos de va­rón”, se bur­ló la es­ta­dou­ni­den­se. “Cla­ro, si soy les­bia­na”, con­tes­tó Amé­lie, an­te la sor­pre­sa de to­dos.

 

Imagen Louganis, uno de los atletas que se confesó después del retiro.
Louganis, uno de los atletas que se confesó después del retiro.
 

Si­guien­do la lí­nea de la con­fe­sión, el na­da­dor Greg Lou­ga­nis –el pri­mer sal­ta­dor olím­pi­co en ga­nar la do­ble me­da­lla do­ra­da en dos prue­bas en Jue­gos Olím­pi­cos con­se­cu­ti­vos– re­cién re­ve­ló en 1994, y des­pués de re­ti­rar­se, que era ho­mo­se­xual, cuan­do de­ci­dió par­ti­ci­par de los Gay Ga­mes de Nue­va York. Un año des­pués, Lou­ga­nis co­men­tó que te­nía si­da y que ya era se­ro­po­si­ti­vo en 1988, cuan­do, en los Jue­gos de Seúl, gol­peó su ca­be­za con­tra el bor­de del tram­po­lín y ti­ñó de ro­jo san­gre el agua de la pi­le­ta. Por su par­te, Ian Thor­pe, tam­bién na­da­dor, múl­ti­ple cam­peón y au­tor de 17 ré­cords mun­dia­les, nun­ca con­fir­mó los in­nu­me­ra­bles ru­mo­res so­bre su se­xua­li­dad, aun­que acla­ró va­rias ve­ces que ca­da vez que los es­cu­cha se sien­te ha­la­ga­do. “Me gus­ta que el pú­bli­co y la pren­sa ten­gan la li­ber­tad de opi­nar so­bre mi per­so­na. Si al­guien quie­re ca­ta­lo­gar­me co­mo par­te de un gru­po mi­no­ri­ta­rio, sig­ni­fi­ca que po­seo un ca­rác­ter fir­me y que creo en lo que soy o en lo que ha­go”, di­jo con in­du­da­ble es­ti­lo.

Imagen Roger, el arquero del São Paulo, fue tapa de una revista gay, aunque su DT lo amenazara.
Roger, el arquero del São Paulo, fue tapa de una revista gay, aunque su DT lo amenazara.

En el mun­do del fút­bol, po­cos fue­ron los que con­fe­sa­ron su ho­mo­se­xua­li­dad . Có­mo no iba a ser así, con el ejem­plo del ar­que­ro bra­si­le­ño Ro­ger. El fut­bo­lis­ta del São Pau­lo –hoy su­plen­te de Ro­ge­rio Ce­ni– po­só des­nu­do pa­ra la re­vis­ta bra­si­le­ña G Ma­ga­zi­ne, a pe­sar de la ame­na­za de su di­rec­tor téc­ni­co, Pau­lo Cé­sar Car­pe­gia­ni: “Si sa­le en una re­vis­ta gay, lo sus­pen­do”. Ro­ger no só­lo par­ti­ci­pó de la pro­duc­ción, si­no que fue ta­pa.

LA AR­GEN­TI­NA GAY

La rea­li­dad mar­ca que, en el ám­bi­to pro­fe­sio­nal, en la Ar­gen­ti­na to­da­vía no sa­lió a la luz el ca­so de un de­por­tis­ta que con­fe­sa­ra su ho­mo­se­xua­li­dad. Sí lo hi­cie­ron ac­to­res y per­so­na­jes de la fa­rán­du­la. Pe­ro de esos que trans­pi­ran la ca­mi­se­ta los fi­nes de se­ma­na, na­da. Por eso, pa­ra co­no­cer la opi­nión de la gen­te que se ani­mó a ol­vi­dar­se de los pre­jui­cios, hay que pres­tar aten­ción a las pa­la­bras de esos de­por­tis­tas des­co­no­ci­dos y ama­teurs.

Clau­dia Cas­tro for­ma par­te, ha­ce seis años, de La Fu­la­na, un cen­tro co­mu­ni­ta­rio pa­ra mu­je­res les­bia­nas. Ella y va­rias ami­gas siem­pre se jun­tan a ju­gar al fút­bol 5, de­ba­jo de la au­to­pis­ta, en la ca­lle Co­cha­bam­ba. Un día de­ci­die­ron cam­biar la bal­do­sa de Bue­nos Ai­res por el cés­ped per­fec­to del Mun­dial de Fút­bol Gay, en Ale­ma­nia.

Imagen Camaradería entre la Selección Argentina y uno de los equipos alemanes. “Hay muy buena onda”, dice Bello.
Camaradería entre la Selección Argentina y uno de los equipos alemanes. “Hay muy buena onda”, dice Bello.

“Fue en el 2000, un cam­peo­na­to Gay-Lés­bi­co. Co­mo no te­nía­mos un man­go, le pe­di­mos fi­nan­cia­mien­to a IGL­FA (In­ter­na­tio­nal Gay and Les­bian Foot­ball As­so­cia­tion) pa­ra po­der via­jar y par­ti­ci­par del Mun­dial. Nos con­si­guie­ron la pla­ta y fui­mos seis chi­cas, en Co­lo­nia se re-por­ta­ron, la gen­te te­nía muy bue­na on­da. Cuan­do lle­ga­mos, nos uni­mos a un equi­po ale­mán y le pu­si­mos sim­ple­men­te Las Fu­la­nas. Ter­mi­na­mos cuar­tas en­tre ca­tor­ce equi­pos y nos di­mos el gus­ta­zo de ga­nar­le a In­gla­te­rra 4 a 1. Ese día sa­li­mos en el dia­rio Cla­rín, no lo po­día­mos creer”, re­cuer­da.

Clau­dia y to­das sus com­pa­ñe­ras les­bia­nas coin­ci­den en lo atra­sa­da que es­tá la so­cie­dad ar­gen­ti­na pa­ra acep­tar­las: “En Ale­ma­nia ha­bía una li­ber­tad to­tal. Ima­gi­na­te, el in­ten­den­te de Co­lo­nia era gay y vi­vía con su pa­re­ja en la in­ten­den­cia. Acá es ca­si im­po­si­ble en­con­trar un po­lí­ti­co gay. Bah, lo im­po­si­ble es que lo con­fie­sen. Por­que ha­ber, se­gu­ro que hay…”

Imagen La Seleccion Argentina, el equipo de Deportistas Argentinos Gays. Fueron quintos en Holanda, terceros en EE.UU. y octavos en Alemania.
La Seleccion Argentina, el equipo de Deportistas Argentinos Gays. Fueron quintos en Holanda, terceros en EE.UU. y octavos en Alemania.

Los chi­cos tam­po­co se que­da­ron atrás. El equi­po de fút­bol de la DAG (De­por­tis­tas Ar­gen­ti­nos Gays) se for­mó en 1997 con la idea de bus­car un lu­gar don­de po­der jun­tar­se y en­tre­nar­se, pa­ra par­ti­ci­par de al­gún tor­neo o, sim­ple­men­te, di­ver­tir­se. Mi­guel Be­llo, que lle­gó a ju­gar en las in­fe­rio­res de Man­di­yú, de Fe­rro y has­ta en la Pri­me­ra de Quil­mes, es el go­lea­dor del equi­po des­de el pri­mer día y, ade­más, es or­ga­ni­za­dor, ayu­dan­te de cam­po y RR. PP. “Te­nía­mos ami­gos que tra­ba­ja­ban en una re­vis­ta gay –re­cuer­da Mi­guel– y pu­si­mos un avi­so. Cuan­do nos qui­si­mos acor­dar, éra­mos 30 los que nos jun­tá­ba­mos dos ve­ces por se­ma­na. Al prin­ci­pio ju­gá­ba­mos en can­chas de 5 y des­pués, al ser más, en pla­zas. Más o me­nos al año co­no­ci­mos a un chi­co es­pa­ñol, y nos con­tó que exis­tían los Gay Ga­mes. Nos pro­pu­si­mos par­ti­ci­par de los si­guien­tes. Y em­pe­za­mos a en­tre­nar­nos más fuer­te”.

Mi­guel re­cuer­da, co­mo po­cos, el día que pi­só la AFA en bus­ca de ayu­da y las puer­tas se le ce­rra­ron en la ca­ra: “Nos mo­vi­mos por to­dos la­dos. Hi­ci­mos fies­tas en los bo­li­ches, ven­di­mos ri­fas y has­ta po­sa­mos des­nu­dos pa­ra un al­ma­na­que. Un día fui­mos a la AFA, pe­ro la idea no era pe­dir pla­ta. Lo úni­co que ne­ce­si­tá­ba­mos era un lu­gar pa­ra el en­tre­na­mien­to, por­que íba­mos a re­pre­sen­tar a nues­tro país en un tor­neo mun­dial. Des­pués de va­rias idas y vuel­tas, pu­di­mos ha­blar con un di­ri­gen­te. Le plan­tea­mos nues­tra ne­ce­si­dad de al­gún pre­dio y, has­ta ahí, to­do bien. Pe­ro cuan­do les con­ta­mos que éra­mos un equi­po gay, nos sa­ca­ron a pa­ta­das. No só­lo eso, si­no que nos qui­sie­ron pro­hi­bir usar la ca­mi­se­ta de Ar­gen­ti­na y el lo­go de la AFA. Al fi­nal pu­di­mos usar la tra­di­cio­nal, pe­ro tu­vi­mos que ta­par el es­cu­di­to. Nos tra­ta­ron muy mal, nos hu­mi­lla­ron. Fue una ver­güen­za. Pa­re­ce que pa­ra ellos ser gay es una ma­la pa­la­bra”.

Igual­men­te, el equi­po ar­gen­ti­no no ba­jó los bra­zos y via­jó a Ho­lan­da. Fue­ron quin­tos y los 60 mil hin­chas que co­pa­ron el Ams­ter­dam Are­na los aplau­die­ron de pie. La ex­ce­len­te ac­tua­ción se re­pi­tió al año si­guien­te, en el Mun­dial de Fort Lau­der­da­le. El equi­po de Mi­guel, al igual que Las Fu­la­nas en Co­lo­nia, ven­ció a In­gla­te­rra, por 6-0 en es­te ca­so. “No lo po­día­mos creer. La ri­va­li­dad era tre­men­da, te­nía­mos lo de Mal­vi­nas en la ca­be­za. Aun­que, ojo, ellos lo vi­vían más fuer­te”. El equi­po de la DAG fi­na­li­zó ter­ce­ro y en 2000, por pro­ble­mas eco­nó­mi­cos, no pu­do pre­pa­rar­se bien y ter­mi­nó en el oc­ta­vo pues­to, en Ale­ma­nia.

“Es una lás­ti­ma que en nues­tro país el re­cha­zo ha­cia los gays sea tan gran­de. Te­ne­mos un país her­mo­so, ma­chis­ta y fut­bo­le­ro, pe­ro her­mo­so. Acá se po­dría or­ga­ni­zar un Jue­go Gay im­pre­sio­nan­te, con mu­chí­si­mos tu­ris­tas apro­ve­chan­do el cam­bio del dó­lar. Pe­ro, la ver­dad, ¿quién se ima­gi­na a tres­cien­tos ti­pos de Ciu­da­de­la vien­do pu­tos ju­gar al fút­bol?”, bro­mea Mi­guel.

 

Imagen En cada marcha gay, el fútbol siempre está presente.
En cada marcha gay, el fútbol siempre está presente.
 

“SOY HO­MO­FO­BI­CO”

En la Ar­gen­ti­na, la so­cie­dad re­cién se es­tá de­sa­yu­nan­do con la nue­va cul­tu­ra del de­por­te gay, pe­ro en el mun­do ya exis­ten dos po­los bien opues­tos con re­la­ción a la acep­ta­ción de la ho­mo­se­xua­li­dad en el de­por­te: Eu­ro­pa y Es­ta­dos Uni­dos. Mien­tras que en el Vie­jo Con­ti­nen­te se ce­le­bra la ma­yo­ría de las com­pe­ti­cio­nes in­ter­na­cio­na­les, en los Es­ta­dos Uni­dos gran par­te de los atle­tas con­de­na y le es­ca­pa a la idea de te­ner un com­pa­ñe­ro ho­mo­se­xual. Es­tas son al­gu­nas de las ideas de los de­por­tis­tas de eli­te –ju­ga­do­res de fút­bol ame­ri­ca­no, beis­bo­lis­tas, es­tre­llas del bás­quet­bol– so­bre la ho­mo­se­xua­li­dad:

El re­cep­tor de los Cin­cin­na­ti Reds, Todd Jo­nes, quien es­cri­be co­lum­nas en re­vis­tas y dia­rios, pu­bli­có ha­ce po­co: “No sé na­da so­bre los gays, por eso me dan mie­do. Es al­go nor­mal te­mer­le a lo des­co­no­ci­do”. Y con­clu­yó: “No po­dría te­ner un com­pa­ñe­ro gay. Soy ho­mo­fó­bi­co”.

Ed­die Pe­rez, ju­ga­dor de Atlan­ta Bra­ves, con­fe­só su es­tra­te­gia pa­ra acep­tar a los gays: “No es que ten­ga mu­chos pro­ble­mas con ellos, pe­ro pre­fe­ri­ría sa­ber si un com­pa­ñe­ro es ho­mo­se­xual. No se­ría di­fí­cil con­vi­vir con él. Só­lo ten­dría que es­con­der­me cuan­do nos cam­bia­mos en el ves­tua­rio y lis­to”, di­jo se­ria­men­te, aun­que pa­rez­ca una bro­ma.

John Roc­ker, qui­zás el más ra­cis­ta de los de­por­tis­tas ac­tua­les, es cons­tan­te­men­te es­cra­cha­do por la co­mu­ni­dad gay. Ha­ce unos años, un hin­cha en­tró en el cam­po de jue­go y, an­te 80 mil per­so­nas, se hi­zo fa­mo­so jus­to cuan­do se ba­jó los pan­ta­lo­nes y le mos­tró su “par­te de atrás” en la ca­ra.

Imagen La burla del hincha hacia John Rocker, el más homofóbico. Partido de Baseball entre Dodgers y Braves.
La burla del hincha hacia John Rocker, el más homofóbico. Partido de Baseball entre Dodgers y Braves.

John Smoltz, com­pa­ñe­ro de Pe­rez, cri­ti­có en un ca­nal de te­le­vi­sión a los que quie­ren le­ga­li­zar, en los Es­ta­dos Uni­dos, el ca­sa­mien­to en­tre ho­mo­se­xua­les: “¿Qué si­gue? ¿Ca­sa­mien­to en­tre ani­ma­les?”

Pe­ro si hay que ci­tar ejem­plos ex­tra­ños en el país del nor­te, hay uno que lla­ma la aten­ción. En ene­ro, el pit­cher de Cle­ve­land In­dians, Ka­zu­hi­to Ta­da­no, con­fe­só que, en su épo­ca ju­ve­nil, fue par­te de un vi­deo por­no gay en el que, ob­via­men­te, te­nía re­la­cio­nes se­xua­les con hom­bres.

 

Imagen Kazuhito y su video fueron récord.
Kazuhito y su video fueron récord.
 

Al co­no­cer­se la no­ti­cia, el ja­po­nés se dis­cul­pó an­te to­da per­so­na que tu­vo en­fren­te y ju­ró que no vol­ve­ría a co­me­ter ese mis­mo error. “Quie­ro de­jar bien cla­ro que no soy gay. Só­lo tu­ve re­la­cio­nes se­xua­les con otros hom­bres en una pe­lí­cu­la”, qui­so acla­rar, y os­cu­re­ció. Lo que le di­gan sus com­pa­ñe­ros ho­mo­fó­bi­cos en el ves­tua­rio, al pa­sar, no le mue­ve ni un pe­lo. “No me im­por­ta. No en­tien­do ni una pa­la­bra de lo que di­cen”, acla­ra el “ac­tor” Ka­zu­hi­to en per­fec­to ja­po­nés.

 

 

 

Machista y Retrograda. Testimonio, Wilson Oliver, confesión y algo más.

El ex ju­ga­dor de Na­cio­nal, de Mon­te­vi­deo, que re­ve­ló su ho­mo­se­xua­li­dad en la re­vis­ta Gay Bar­ce­lo­na, acusa.

Exis­te gran can­ti­dad de gen­te vin­cu­la­da con el mun­do del fút­bol que es gay, co­mo los di­ri­gen­tes, au­xi­lia­res, mé­di­cos y pe­rio­dis­tas… En­ton­ces cla­ro, si van a una dis­co­te­ca y en­cuen­tran a un ju­ga­dor, to­do el mun­do lo va a co­men­tar. Eso me pa­só a mí. Des­pués de ocul­tar­lo du­ran­te mu­cho tiem­po, em­pe­cé a ha­cer mi vi­da gay: acu­día a dis­co­te­cas de am­bien­te y sa­lía con ami­gos que eran co­mo yo. Así em­pe­zó a co­rrer el ru­mor. La reac­ción de Na­cio­nal no fue di­rec­ta, no es que me di­je­ron: “Vos sos gay y no vas a se­guir en el club”, pe­ro… era co­mo “¡te­ne­mos un pro­ble­ma, hay un gay en el plan­tel!”. Pa­ra li­brar­se de mí, me ce­die­ron a otro equi­po, el Tan­que Sis­ley, que era co­mo una su­cur­sal de re­ser­vas del Na­cio­nal y don­de no lla­ma­ría tan­to la aten­ción. Lo im­por­tan­te pa­ra el equi­po a esa al­tu­ra era ven­der­me lo más rá­pi­da­men­te po­si­ble y ob­te­ner una bue­na can­ti­dad de di­ne­ro, pe­ro cla­ro, to­do el mun­do sa­bía ya que era gay. Mi con­di­ción de ho­mo­se­xual les pe­sa­ba mu­cho. En ese mo­men­to op­té por ir­me al ex­te­rior y ju­gar en un equi­po de Se­gun­da Di­vi­sión don­de sa­lí sie­te ve­ces ele­gi­do co­mo me­jor ju­ga­dor. Pe­ro en­ton­ces mi vi­da pri­va­da se re­su­mió a na­da. Só­lo po­día de­di­car­me al fút­bol. Re­gre­sé a mi país, lue­go pa­sé de tem­po­ra­da en tem­po­ra­da a Gua­te­ma­la y El Sal­va­dor. A pe­sar de mi buen ren­di­mien­to, re­gre­sé a mi país al­go can­sa­do y ago­ta­do. Ju­gué otro año, el úl­ti­mo, pe­ro por aquel en­ton­ces ya era vox pó­pu­li que era gay y to­do el mun­do me gri­ta­ba en la can­cha, era ho­rri­ble. De­ci­dí que en po­co tiem­po de­ja­ría el fút­bol, por­que era tan­ta la hos­ti­li­dad por par­te de la gen­te, so­bre to­do de los con­tra­rios o de gen­te que me en­con­tra­ba en la ca­lle. Co­mo úl­ti­mo re­cur­so, me fui a ju­gar a un equi­po del in­te­rior, don­de mi vi­da no fue­ra co­no­ci­da. Sa­lí ele­gi­do me­jor ju­ga­dor del tor­neo y Bo­tín de Oro de la tem­po­ra­da 2002. Pe­ro la rea­li­dad es que a mí los di­rec­ti­vos nun­ca me to­ma­ron co­mo un ta­len­to, si­no co­mo un pro­ble­ma. No me pue­den ubi­car en una con­cen­tra­ción de hom­bres si soy gay, aun­que ésa sea una men­ta­li­dad to­tal­men­te ma­chis­ta y re­tró­gra­da.

Imagen El colorido de la ceremonia inaugural, durante los últimos Gay Games, en Sydney. Participaron 11 mil personas de 80 países distintos.
El colorido de la ceremonia inaugural, durante los últimos Gay Games, en Sydney. Participaron 11 mil personas de 80 países distintos.

Orgullo gay, lo que se dice orgullo gay

La ho­mo­se­xua­li­dad es un te­ma ta­bú en el bo­xeo. Sin em­bar­go, hu­bo un ca­so que ter­mi­nó en tra­ge­dia. El cu­ba­no Benny “Kid” Pa­ret ex­po­nía el tí­tu­lo mun­dial de los wel­ters an­te Emi­le Grif­fith, bo­xea­dor gay que lle­gó a en­fren­tar dos ve­ces a Car­los Mon­zón. La pe­lea se rea­li­zó el 24 de mar­zo de 1962 y, en el pe­sa­je, Pa­ret le di­jo “ma­ri­cón” a su ri­val, lo que ca­si pro­du­ce una pe­lea an­ti­ci­pa­da. A la no­che, Grif­fith no pu­do con­te­ner­se: en el 12° asal­to, el to­da­vía cam­peón que­dó col­ga­do de las so­gas, mien­tras Grif­fith le se­guía pe­gan­do. El re­fe­rí lo fre­nó muy tar­de: Pa­ret, que te­nía 25 años, que­dó en es­ta­do de co­ma du­ran­te diez días y finalmente murió.

 

Por Tomas Ohanian