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Guido Pitto: en la misma huella

Como en su momento hizo Maravilla Martínez, Guido Pitto se radicó en Madrid y hasta tiene a un ex entrenador de Sergio. Ya logró el título Intercontinental Superwelter de la AMB y va por más. Conocelo.

Por Redacción EG ·

09 de julio de 2013
 Nota publicada en la edición de julio de 2013 de El Gráfico

Imagen OTRA ILUSION del boxeo argentino. Guido Pitto defenderá su título en agosto.
OTRA ILUSION del boxeo argentino. Guido Pitto defenderá su título en agosto.
La tarde del último 27 de abril, llovía en la ciudad de Buenos Aires. Era sábado y todos los argentinos hablaban de la pelea de la noche. Si se suspendía, si se posponía, si había o no había un techo que cubriera el ring. Los ojos del boxeo argentino, y del mundo, estaban puestos en la velada de la noche. Se calculaba la presencia de más de 40 mil fanáticos en el estadio de Vélez Sarsfield: Sergio Maravilla Martínez se enfrentaba al inglés Martin Murray.

Ese mismo día, a esa misma hora, a miles y miles de kilómetros, otro argentino subía a un ring. Estaba 6 a 1 abajo en las apuestas. Era por un título internacional. De visitante; en Hamburgo, frente a un alemán. Era un boxeador del barrio de Caballito, radicado en Madrid, como Maravilla. Pero los únicos ojos argentinos que lo acompañaban eran los de papá y mamá. O menos que eso. Porque mamá estaba, pero en el vestuario. Ni en la pelea más importante de la vida de su hijo pudo soportar ver cómo lo golpeaban.

En Buenos Aires, ese día, a esa hora, todos decían saber de boxeo. Pero nadie sabía de la pelea de Guido.

Guido es Guido Pitto, 26 años, porteño, 1, 80 metros, 69,4 kilos en su última pelea, pupilo de Ricardo Sánchez Atocha, como Maravilla en su momento, y luego de esa velada en Hamburgo, dueño del título Intercontinental Superwelter AMB.

Y Guido Pitto es ese de pantalones del Real Madrid, camiseta manga larga negra y guantes negros, que se entrena durante sus vacaciones en la Argentina, en el gimnasio que lo vio crecer como boxeador. Se llama “La casa del boxeador”, y queda en Congreso, sobre la calle Bartolomé Mitre. En el equipo de música suena cumbia. Pero cumbia romántica: Daniel Agostini, Leo Mattioli, Dalila. En una esquina hay cuadros de boxeadores y frases religiosas. Dardo Giménez es uruguayo. Está detrás del mostrador, tomando mate, de conjunto deportivo. Lleva 17 años trabajando en el gimnasio. Pasa 12 horas todos los días.

Dardo es el mismo que hace casi siete años llegó a la Federación de Boxeo con los hermanos Guido y Patricio Pitto. Tenían que sacar la licencia para convertirlos en boxeadores amateurs. Los dos comenzaron tarde en el boxeo; pero no en el deporte; antes, practicaban Vale Todo.

–Yo le tenía más fe a Patricio –casi tres años mayor que Guido–, pero me acuerdo de que en la Federación me dijeron que había que poner los ojos en Guido. Que él iba a llegar –dice Dardo, el primer entrenador de boxeo de Guido.

Imagen DURA derecha para Jack Cuicay. Le ganó el título intercontinental de la AMB en Hamburgo.
DURA derecha para Jack Cuicay. Le ganó el título intercontinental de la AMB en Hamburgo.
–¿Y cuáles eran sus características?
–Venir y someterse al entrenamiento. Te decía que sí a todo. Guido no fumaba, no tomaba, no andaba en la joda. Era constante; vivía para esto. ¿Sabés cuántos cracks con talento no llegaron por no tener la conducta de Guido? Él me dijo una vez que se tenía mucha fe. Es un ejemplo de que cuando uno sabe a dónde quiere llegar, no hay nadie que lo detenga.

Dardo deja de hablar para dar indicaciones. “Izquierda, derecha, gancho, gancho”, le dice a los que hacen bolsa. También habla en voz alta, y cita a Alí de memoria. “Imposible es sólo una palabra que usan los hombres débiles para vivir fácilmente en el mundo que se les dio, sin atreverse a explorar el poder que tienen para cambiarlo. Imposible no es un hecho, es una opinión. Imposible no es una declaración, es un reto. Imposible es potencial. Imposible es temporal. Imposible es nada”.

Sergio Chiarito es periodista especializado en boxeo. Trabaja en TN y es comentarista de las peleas de Boxeo de Primera, por TyC Sports. Ha visto muchas de las peleas de Guido. Por mail, opina sobre sus características: “Comenzó siendo un boxeador de buena línea, pero con escasa estructura física. A medida que avanzaba su carrera profesional, potenció su variedad de golpes con un crecimiento corporal y ambos le permitieron jerarquizarse como boxeador. A los 26 años, puede combatir en cualquier tipo de escenarios, ya que, además, sumó resultados y una oposición óptima para darle voltaje a su campaña. No en vano conquistó una victoria trascendente, ante Jack Culcay. Una figura con pretensiones del mercado alemán”.

La carrera de Guido comenzó aquí, en este gimnasio de Congreso, en el que ahora hace soga y esquiva un elástico a la altura de su cabeza. Pero iba a consagrarse en otro gimnasio, en otro país. Porque la historia de Guido, a pesar de que él diga que las cosas se dieron así por algo, es una historia de decisiones.

La primera decisión fue en el patio de su casa de Caballito. Después de ver a su hermano entrenando con amigos todas las tardes, quiso empezar Vale Todo. Y 5 años después, cuando tenía 19, vino la segunda.

–Como que me vi estancado. Me pareció que no tenía sentido entrenar Vale Todo. Había hecho tres exhibiciones en cinco años. Aparte no terminaba de hacer nada bien. No es como el boxeo que estás siempre bien parado. Y a mí no me gustaba tirar patadas. Yo hacía Vale Todo, pero mi fuerte eran los puños.

Antes, había jugado al básquet. Se crió en el club Italiano de Caballito. Pero dice que cuando comenzó boxeo, sintió que encontró “su” deporte.

Guido cuenta su carrera en el bar de sus padres, en diagonal a “La casa del boxeador”. Aquí aprendió a trabajar de mozo, de cajero, a hacer algo de pastelería, a atender a los proveedores, a encargarse de las compras. Porque el boxeo, hasta la última decisión, en esta historia de decisiones, era imposible que diera de comer.

Hoy no es cualquier día en el bar. Está Guido, en su primer regreso desde su partida a Madrid, hace seis meses. Y está Patricio. El Servicio Penitenciario Federal le ha dado una salida transitoria. Se encuentra cumpliendo una condena en el penal de Devoto. Pero cuando esta publicación salga a la calle habrá recuperado su libertad completamente.

En 2008, después de 30 peleas (25 triunfos, 2 empates y 3 derrotas) como amateur, Guido decidió cambiar de gimnasio. Para progresar. “La casa del boxeador” le había quedado chico para sus sueños. Guido Pitto, junto a su hermano, se presentó en el club Atlanta. El entrenador era el ex campeón Marcelo Domínguez.

–Mirá que dos o tres peleas más de amateurs y nos hacemos profesionales –le dijo la primera vez que lo vio.

Guido ya era un profesional. Por más que no tuviera esa licencia. Se levantaba a las 6, caminaba hasta la estación de Caballito y subía al tren Sarmiento. Hasta Ituzaingó. Allí hacía la parte física. A la tarde, en Atlanta, lo técnico. Y después a estudiar. Había abandonado Balística para comenzar el Profesorado de Educación Física.

–Yo me siento seguro gracias al entrenamiento. Si estoy bien entrenado, me siento muy seguro. Y si peleo, es porque estoy bien entrenado. Es como estar en paz conmigo mismo. Es algo muy personal.
Como profesional fueron quince triunfos y una derrota, en su última presentación en el país. Durante su carrera, un amigo de la familia, Hugo Testino, había puesto sus ojos en él. Estaba radicado en España y se dedicaba al manejo de boxeadores. La propuesta estaba, pero Guido prefería esperar. Quería intentar consagrarse en la Argentina. Aunque era difícil. La bolsa de cada pelea representaba dos sueldos básicos. Y peleaba cada dos meses. Era imposible dejar de trabajar en el bar de la familia.

El último año, el 2012, todo se fue dando para que tomara su última decisión, la decisión que le daría lo que tanto buscaba. Más allá de una mononucleosis y algunas dolencias físicas, no podía subir al ring. Y Guido quería pelear.

–En el último año en la Argentina estuve meses sin pelear. Y es lo peor que le puede pasar a un boxeador. Me suspendían las peleas a último momento o me cambiaban los rivales. Me avisaban que iba a pelear dos semanas antes. Eso es lo que me molestaba. No podía desarrollar un plan de trabajo acorde a las competencias.

Un viernes de octubre salió del gimnasio de Ituzaingó. Eran las diez de la mañana. El Sarmiento no funcionaba; nadie sabía por qué. Y los colectivos de la Línea 57, que lo llevaban a Once, no frenaban de lo repletos que estaban. Los pasajeros del tren habían optado por el colectivo. Guido se pasó tres horas esperando uno que frenara. En una de esas se le dio por mandar mensajes. A su papá y a Marcelo Domínguez. Había más malas noticias. La pelea del fin de semana siguiente se había vuelto a suspender. Fue esa mañana de viernes de octubre, pensando cómo regresar a su casa, que Guido terminó de tomar su última decisión hasta el momento.

–Papá, llamá a tu amigo y decile que me decidí. Quiero ir a España –le dijo por teléfono.

Guido se fue en silencio, con bronca. Pero iba a hacer ruido.

A la semana, Guido ya tenía el pasaje. Y tenía, para diciembre, pelea y rival: Reda Zam Zam, un danés muy popular en su país, y favorito, claro. La velada fue el 8 de diciembre en Dinamarca. Televisó Space. Guido llegó la noche anterior a la pelea. Una tormenta de nieve afectaba a Europa y demoró su llegada al país del combate. En el octavo round, Guido llevó a su rival contra un rincón. Y lo llenó de combinaciones. Apuntó abajo, al cuerpo. A los 20 segundos, el árbitro cortó la pelea. Guido, en su debut en Europa, ganó por KO.


Imagen DE VISITA por Buenos Aires, Pitto se entrenó en el gimnasio de "La Casa del Boxeador".
DE VISITA por Buenos Aires, Pitto se entrenó en el gimnasio de "La Casa del Boxeador".
-¿Qué es lo que más te sorprendió de España?
   –La profesionalidad. Noté que por primera vez me hicieron sentir un boxeador profesional, que era lo que buscaba. Llegué y una camioneta me fue a buscar al aeropuerto. En el gimnasio tengo mi propio equipo de trabajo. Me pagan la casa. Además, los gimnasios están muy equipados. Me llevan a los pesajes, a todos lados. Cuando concentro, me mandan a hoteles de primer nivel, y en habitaciones personales. No estaba acostumbrado a este trato.

La segunda presentación fue en marzo. En Madrid, a seis round, derrotó al rumano Vasile Surcica por puntos. En fallo unánime.

La tarde del último 27 de abril, llovía en la ciudad de Buenos Aires. Era sábado y todos los argentinos hablaban de la pelea de la noche. Si se suspendía, si se posponía, si había o no había un techo que cubriera el ring. Los ojos del boxeo argentino, y del mundo, estaban puestos en la velada de la noche. Pero Guido no pensaba nada de eso. En el vestuario, mientras lo vendaban, a minutos de la pelea más importante de su vida, ya se hacía la película. Su película.

–Es como que escribí mi historia antes de pelear. Yo ya tenía el cinturón en mi mente. Me proyectaba todo, me imaginaba todo. Los festejos, los abrazos, con el cinturón puesto.

El triunfo fue por puntos, en 12 rounds, frente al alemán Jack Culcay. Dos de los tres jueces lo dieron como ganador por 116-112 y 115-113. Los primeros días de junio regresó a Madrid. De cara a su primera defensa del título. Sería en agosto, aunque aún no está confirmado. Ahí, en una de esas, Pitto llegué a su objetivo: que es conocer su techo; saber hasta cuánto puede llegar a dar. Esa, puede ser su próxima decisión.

Por Nahuel Gallotta. Fotos: Emiliano Lasalvia