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Manuel Seoane, goles de novela

Por Redacción EG · 25 de noviembre de 2015

La Chancha es el máximo anotador del amateurismo y un ídolo histórico de Independiente. En 1925 participó de la Gira europea de Boca y fue campeón de América con la Selección. Icono de su época, fue incluido por Ernesto Sabato en una de sus obras cumbres.


En la Selección ganó tres Sudamericanos como jugador y uno como entrenador.

Manuel Seoane no quería ser delantero ni meter goles, sino parecerse a Charles Chaplin. No lo desvivían las disputas de potrero, pero sí el cine mudo y las películas del Negro Ferreyra. Con esos antecedentes no fue raro que se iniciara en el fútbol ya bien entrada la adolescencia ni que tuviese que superar prejuzgamientos más o menos coherentes durante el ritual del pan y queso: es que con catorce años ya llevaba a cuestas de su metro setenta los 82 kilos que lo convirtieron en la Chancha, y era habitual que lo eligiesen entre los últimos y lo mandaran al arco. Pero cuando llegaba la rotación y le tocaba pararse de centrefoward, la Chancha, que para todos en el barrio era el Negro, se convertía en un demonio indomable.

Nacido en Piñeyro, partido de Avellaneda, en 1902, Seoane empezó a gastar alpargatas en Sudamérica y más tarde pasó a Progresista de barrio La Mosca. En 1920, mientras jugaba en el equipo de la fábrica de lanas en la que trabajaba, un delegado de Independiente llamado Santiago García lo descubrió y lo invitó a unirse a la Intermedia. La primera vez que se puso la camiseta del club, la Chancha marcó tres goles en un triunfo 5-1 contra Estudiantes. Esa buena actuación, y su físico portentoso, apuraron su debut en Primera y, tras una serie de amistosos frente a River y San Lorenzo, se estrenó oficialmente el 3 de abril de 1921 ante Racing. Ese día sólo se jugó el primer tiempo, porque las intensas lluvias obligaron a suspender la reanudación. Una semana más tarde, la víctima fue Lanús, en aquella oportunidad sí se pudo completar el encuentro y Seoane anotó el primero de sus goles en Independiente.

“Este mote con que se designa a la delantera de Independiente –publicó en 1934 La Nación–, ‘Los Diablos Rojos’, debió ser inventado para Seoane. Para el uso exclusivo e intransferible de Seoane. Gambeta de tipo socarrón, que luego de hacer la burla se quedaba con la pelota para saborear la repetición. La gambeta de Seoane no era la gambeta de nadie; él incorporó al clásico dribbling inglés un sabor muy criollo. La suya era una gambeta menos escurridiza, menos fina quizá, pero cuando mediante su uso pasaba a un hombre, era muy difícil que éste recuperara el camino de la pelota”.

La Chancha no se destacaba por su velocidad, pero tenía un gran poder de anticipación. Estaba un paso adelante y adivinaba la jugada, y así contrarrestaba su falta de agilidad. También cabeceaba muy bien y tenía un potente remate con ambos pies. Su puesto natural era el de insider izquierdo, pero con el correr de los años y el incremento de los kilos, se fue adelantando hasta ocupar la posición de centrodelantero. Gambeteaba con movimientos lentos pero inevitables, y cubría la pelota con el peso de su cuerpo. Sobre el final de su carrera, cuando el oficio le fue ganando al físico, se hizo muy amigo de las mañas. Hablaba mucho con los defensores, a veces en broma y a veces en serio, lograba sacarlos de quicio y cada tanto volaban codazos y algunas trompadas. Esa era la otra cara del fútbol de esa época que se destacaba por el virtuosismo, la que nacía al calor de la ausencia de la televisión y de las coberturas multitudinarias y se adiestraba al resguardo de esos caballeros que consideraban estar poniendo el honor en juego en cada partido.

La Chancha, crack de su generación, es llevado en andas y escudado por los más chicos.
En 1921 finalizó el torneo con 18 goles, y al cierre de esa temporada fue llamado a la Selección para una serie de amistosos en una gira por Paraguay. No obstante, no fue convocado al Sudamericano de Buenos Aires que la albiceleste ganó de punta a punta.

Un año después, Independiente obtuvo su primer título en Primera División y el aporte de Seoane fue descollante: hizo 55 goles en 1922, y el Rojo salió campeón con amplio margen sobre River y San Lorenzo, sus más inmediatos perseguidores.

En 1923 protagonizó dos hechos curiosos. El primero se dio en un amistoso de la Selección ante el Third Lanark escocés, un equipo de Glasgow que exigió que todos los jugadores usasen números en la camiseta para respetar el profesionalismo de su país. La Chancha, entonces, llevó el 10 y se convirtió así en el primer argentino en vestir ese icónico dorsal. Eso sí, los números no estaban ubicados en la espalda de la camiseta, sino en el pecho. La Selección ganó 1-0.

La segunda curiosidad tuvo lugar el 11 de noviembre de 1923, en un partido entre Independiente y River que terminó con una trifulca en la que el árbitro fue el principal perjudicado, ya que lo persiguieron los jugadores de los dos equipos. Hubo varios expulsados, pero Seoane y Guillermo Ronzoni cargaron con las culpas y fueron suspendidos por un año. Como la inhabilitación pesaba en la Asociación Amateur pero no en la Asociación Argentina, abandonó Independiente y se fue a jugar a El Porvenir, que disputaba la liga paralela. Allí permaneció dos años y no hay datos formales de sus conquistas, aunque habría convertido más de 60 goles.

Con boca disputó la histórica gira europea de 1925 que puso a Argentina en el mapa futbolístico.
En 1924 Seoane volvió a participar de un hecho histórico cuando formando delantera con Cesáreo Onzari, figura de Huracán, fue testigo directo del primer gol olímpico del que se tiene registro. La historia fue contada de mil maneras diferentes, pero todas las versiones coinciden en que lo medular fue más o menos así: Argentina recibió en el estadio de Sportivo Barracas –potencia del amateurismo– al Uruguay campeón de los Juegos Olímpicos de París para celebrar su medalla de oro, pero el público se desbandó e invadió el terreno y el partido debió suspenderse. La reanudación fue una semana más tarde y, para evitar un problema similar, se instaló un alambrado alrededor de las tribunas que, dadas las circunstancias, adoptó el nombre de alambrado olímpico. En ese partido reanudado, Onzari remató un córner desde la izquierda y la pelota ingresó directamente al arco rival. Siguiendo con la temática, ese gol se convirtió en el gol olímpico, y el delantero de Huracán en el primer jugador en marcar un tanto de esas características. Argentina ganó 2-1 y Uruguay se retiró antes de tiempo en disconformidad con los fallos del árbitro.

En 1925 la Chancha aceptó la invitación de Boca y participó de la histórica gira por Europa. No sólo se trataba del primer equipo argentino que se embarcaba hacia el Viejo Continente, sino también de una proeza que fue seguida de cerca por los medios de comunicación. El diario Crítica fue pionero al enviar como corresponsal a Hugo Marini, jefe de la sección de deportes del matutino de Natalio Botana, y El Gráfico le dedicó al equipo un auspicioso título en su edición 290: “La primera embajada de football a Europa”. La troupe xeneize, financiada por el socio Félix Isasmendi, viajó 22 días en barco durante los cuales efectuó los entrenamientos de rutina en la proa de la nave y llegó al puerto de Vigo para debutar con un triunfo 3-1 contra el Celta el 5 de marzo. La delegación estaba compuesta por doce jugadores del club y cinco cedidos por otros equipos, entre los cuales, además de Seoane, estaba Onzari. La Chancha se entendió a la perfección con sus compañeros temporarios y fue el goleador de la gira con doce tantos en 16 partidos. Boca se presentó en España y Alemania y derrotó al Real Madrid, al Atlético de Madrid y al Espanyol, y empató con el Bayern Munich. En total disputó 19 partidos, de los cuales ganó 15, igualó uno y perdió tres.

La incursión de Boca tomó tintes de epopeya y le dio nacimiento a la leyenda del Jugador Nº 12, que fue encarnado por Victorio Caffarena, un simpatizante que acompañó al equipo durante la gira y fue masajista, utilero, entrenador y ayudante. Seoane, además de destacarse, se trajo anécdotas pintorescas, como la de la vez que en Madrid, por sus kilos de más, uno de los organizadores del amistoso contra el Atlético se pensó que era el cocinero de la delegación y le pidió ayuda en la cocina. A su regreso al puerto de Buenos Aires, Boca fue premiado por la Asociación Argentina con la Copa de Honor. El nombre del país, y el del club, claro está, había quedado grabado en letras doradas en Europa.

Luego de la gira, la Chancha se sumó a la Selección para disputar el Sudamericano de Buenos Aires, que Argentina ganó con Seoane como goleador con seis tantos.

Una imagen de la intimidad, típica de las producciones de El Gráfico de la época.
En 1926, una vez cumplida la sanción, retornó a Independiente y ese mismo año ganó el campeonato en forma invicta. La mítica delantera del Rojo estaba compuesta, además de Seoane, por el uruguayo Zoilo Canaveri, Alberto Lalín, Luis Ravaschino y el Mumo Raimundo Orsi, un extremo rapidísimo que en 1934 ganó el Mundial jugando para Italia. La Chancha fue el goleador del torneo con 29 tantos y esa temporada también obtuvo la Copa Competencia.

En 1927, con la Selección, ganó nuevamente el Sudamericano en Perú y repitió el título en 1929, otra vez en Buenos Aires. No participó de los Juegos Olímpicos de Amsterdam 1928 ni del Mundial inaugural de 1930 porque la AFA se negó a mantener a su familia durante su ausencia. En ambos torneos Argentina perdió la final contra Uruguay.

En 1931 una revuelta de jugadores logró que se instaurara el profesionalismo y así empezó a cerrarse la aventura de aficionados. Seoane se inmortalizó como el máximo goleador del amateurismo, señalando 207 tantos en 217 partidos, todo ello sin que se tengan registros de sus números en El Porvenir. Además, jugó tres temporadas como profesional y, siempre en Independiente, convirtió 34 goles en 56 encuentros. Se despidió el 22 de agosto de 1934, en un partido homenaje en el que se le entregó el dinero de una colecta de agradecimiento que le sirvió para comprarse una casa en Quilmes. “No me retiro porque estoy viejo ni mucho menos –dijo escuetamente-, sino porque el exceso de carnes me decreta una jubilación obligatoria”. Como técnico dirigió a la Selección y fue campeón del Sudamericano de 1937.

En sus últimos años trabajó en una cristalería y como clasificador de lanas, y también tuvo a su cargo el camping de Independiente en Quilmes. Falleció el 21 de agosto de 1975, a los 73 años.

Mario Rodríguez, Sastre, Seoane, Bochini y Grillo, glorias de Independiente frente al estadio.
Al final, la Chancha no pudo ser humorista como Charles Chaplin ni director como el Negro Ferreyra, pero al menos, gracias a sus goles, su nombre figuró en el tango Patadura de Enrique Carrera Sotelo, y Ernesto Sabato lo incluyó en su famosa novela Sobre héroes y tumbas. Allí el inefable Tito D’Arcangelo mascullaba nostalgias en un simpático cocoliche: “Y ahí tené, sin ir más lejo, al negro Seoane, la célebre Chancha Seoane, que fue el puntal de lo Diablo Rojo por varia temporada. Te voy a ser sincero, pibe: el negro Seoane personificaba la clásica picardía criolla puesta al servicio del noble deporte. Era un 'cra' inteligente y aguerrido, la pesadilla de lo arquero de su tiempo. ¿Sabe cómo lo caracterizó Américo Tesorieri? El rey del área enemiga. Y con eso se ha dicho todo”.

Por Matías Rodríguez / Fotos: Archivo El Gráfico

Nota publicada en la edición de octubre de 2015 de El Gráfico


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