Las Crónicas de El Gráfico

2002. Lo gozó hasta el delirio

Superclásico de verano para el recuerdo, el Boca del ¨Maestro¨ Tabarez le ganó 4 a 0 a River. Los goles fueron de Carreño (2), Pérez y Marcelo Delgado. El partido se suspendió por incidentes a los 15 del segundo tiempo.

Por Redacción EG ·

09 de febrero de 2019
En la medianoche mendocina del pasado jueves, Ramón Díaz, demasiado dulce porque River había volteado a Boca en definición por penales, largó una bocanada de fuego: "Ya está, el tema era quebrar la racha. Ahora les ganamos todo". El Pelado, al igual que el plantel, se subieron al podio de los triunfadores, cuando en realidad el equipo corrió detrás de la inmensa sabiduría de Riquelme y compañía. Porque aquella noche, Boca resultó superior a River por 2 goles de ventaja. Goles que no se concretaron porque Comizzo fue la figura, pero que se desnudaron claramente durante el desarrollo.

A tres días de la imagen gozosa del Pelado Díaz y sus jugadores -se advierte que la desesperación por tener una alegría frente a Boca los desacomoda, los desequilibra y los empuja a la desmesura-, se perfiló la revancha en Mar del Plata para confirmar algunas lecturas o para acercar otras.

Imagen Hecho una furia, Clemente Rodríguez pasa y se va por el lateral, Ledesma sólo puede mirarlo, Coudet queda desparramado. Todo un símbolo de la impotencia de River en el segundo clásico de verano.
Hecho una furia, Clemente Rodríguez pasa y se va por el lateral, Ledesma sólo puede mirarlo, Coudet queda desparramado. Todo un símbolo de la impotencia de River en el segundo clásico de verano.


EL ENCANTO DE LA REVANCHA. "¿Y estos tipos que festejan?" Estas fueron las palabras que brotaron en la concentración boquense, después del 5-6 en Mendoza. La pregunta la incorporaron off the record el cuerpo técnico liderado por Oscar Tabárez y los jugadores. No entendían semejante despliegue de euforia por un penal más o un penal menos en un amistoso de verano. "Si nos ganan un partido en serio, quisiera saber qué carajo van a hacer estos muchachos", dijo un referente obligado del plantel.

El clima de revancha se palpaba en el aire. Y la conclusión que nacía del microclima era obvia: River se tiene que comer una apretada infernal. Una de ésas que no se olvidan. Se venía el baile.

LA INCREIBLE BATUCADA. Aquel Holanda 4 - Argentina 0 que se jugó en el Mundial 74, marcó a fuego para la memoria futbolera de los hinchas argentinos la idea conceptual del fútbol total. Nos mataron en movilidad, pressing, determinación, coraje, funcionalidad, variantes y goles. Nacía un nuevo orden y un demoledor mecanismo de inspiración colectiva. Además, quedó una bandera: mejor no se podía jugar.

Los coletazos del último Boca 4-River O nos llevaron a aquel recuerdo de hace 27 años. Boca, con una formación de emergencia -sólo Crosa y Delgado pueden considerarse titulares-, arrojó a este River glamoroso en nombres propios a las puertas del papelón mayúsculo. En este marco de ausencia total de equivalencias, hasta la goleada fue lo de menos. Quedaron en primerísimo plano diferencias insospechadas. Y volvieron a instalarse dos opciones: el jet y la carreta. Porque Boca fue un jet inalcanzable que conjugó velocidad con precisión y River una carreta insoportable, sin alma, corazón ni recursos. Juan Esnaider lo resumió: "Sí, nos bailaron".

LAS COSAS POR SU NOMBRE. Desde el arranque de la década del 90, Boca le viene ganando a River con una frecuencia que convoca al asombro. Pasan los técnicos, pasan los jugadores y las intensidades se profundizan. Boca ya no parece ser el karma de River. Es otra cosa.

Algo superior. Quizás intangible. Quizá científico, para las almas prácticas. Pero hay algo fuerte, pesado, que por supuesto el plantel de River no va a asumir. Esto no es casualidad. No pueden darse tantas casualidades juntas. Y existe un diagnóstico inapelable: Boca, frente a su rival histórico, se agranda hasta tocar la cumbre; River se empequeñece como un gnomo frágil e incompetente. Unos juegan el partido de su vida -¿no es cierto Carreño?, autor de dos golazos y varios piques electrizantes-, otros, en cambio, juegan para ver si pueden zafar. Y la verdad es que no zafan casi nunca.

Porque perder se puede perder, pero como lo hizo River, es demasiado duro. Por eso hoy hablar de la paternidad de Boca, es muy leve. En esta dinámica de la situación, la pregunta es anunciada, pero lógica: ¿Se asusta River frente a Boca? Y la respuesta es contundente: sí, se asusta, aunque por supuesto sus integrantes lo nieguen en la búsqueda inútil de fundamentos que no aparecen.

LA FUERZA DEL EQUIPO. La desvinculación de Carlos Bianchi generó dudas sobre la respuesta posterior del equipo. Tabárez había dejado un buen recuerdo en Boca. Pero el recuerdo atraviesa los 10 años. Ahora, con las cartas sobre la mesa, el uruguayo parece que nunca se hubiera ido. Lo incorporó el plantel como a un profesional que conocen desde hace varias temporadas. Esto se nota, se advierte, se adivina. Y se transmite en la cancha a favor de una convicción futbolera sin tibiezas.

Imagen Los hinchas de Boca gozaron la victoria a full: cuatro dedos para todo el mundo…
Los hinchas de Boca gozaron la victoria a full: cuatro dedos para todo el mundo…


El viejo dilema de definir a qué juega un equipo -punto de partida para calibrar nada menos que el funcionamiento-, encuentra en Boca una razón muy poderosa: toma la iniciativa, propone, establece los ritmos, va por lo suyo y es valiente en el plano de las actitudes. Tabárez no se quedó a la sombra de Bianchi: hasta se insinúa un Boca más agresivo en ataque y más comprometido con los movimientos ofensivos.

LA PAREJA DESPAREJA. En el primer superclásico, el Pelado puso a Esnaider y en el segundo tiempo entró Fonseca. En la revancha que se consumió por los incidentes en apenas 59 minutos, los dos tuvieron la chance de jugar desde el arranque. E hicieron poco y nada. Ramón Díaz se mostró muy entusiasmado con las incorporaciones: "Tienen experiencia europea y nivel internacional. Estoy seguro de que van a andar muy bien". ¿Será así? Con los dos juntos, River podría ganar en capacidad de maniobra, pero pierde explosión, llegada, gol. Ni Esnaider ni Fonseca son hombres de área. Tocan, salen -por ahora lo hacen en un nivel discreto por falta de ritmo de competencia—, pero no les gusta ir a la guerra. Hasta queda una impresión: con ellos dos de punta, River va a tener serios problemas para conquistar goles.

Mientras tanto, Cardetti sigue colgado. Un verdadero despropósito. Cardetti no es un fenómeno, pero la emboca. Y su presencia, más allá de la antipatía que le profesa el Pelado y del conflicto económico por su contrato, se torna indispensable.

EL DIVINO Y EL CABEZON. En Mendoza, jugaron los dos. En Mar del Plata, Riquelme se quedó afuera por una lesión en los gemelos y D'Alessandro entró en el segundo tiempo cuando ya todo estaba cocinado. Román es una gran realidad. Cada vez juega más, inventa más, participa más. Como aquel Bochini maravilloso de Independiente, Riquelme se convirtió en un duende inagotable de talento. "No hay que decirle nada, es un crack", sentenció Tabárez en Tandil. Y es cierto. Conoce como pocos en el mundo -muy pocos y uno de ellos es Verón, otro es Zidane- los grandes secretos de la entrega. Y organiza, conduce, ejerce el liderazgo del partido, como lo hacen los que andan flirteando con la genialidad. Con 23 años no se puede decir que ya aprobó todas las materias de la madurez, pero anda cerca, muy cerca. Le falta mayor roce internacional. Pero acá la responsabilidad recae sobre Marcelo Bielsa. Lo llamó poco, casi en cuentagotas. Y suena injusto, arbitrario. Porque Román es un crack sin vueltas, que alumbra -con una intensidad impactante- el presente de Boca.

Imagen Perez se reivindicó. En Mendoza le soplaron un penal, en Mar del Plata clavó el segundo.
Perez se reivindicó. En Mendoza le soplaron un penal, en Mar del Plata clavó el segundo.


Lo de D'Alessandro hay que situarlo en otra dimensión. Puede jugar de diez, pero no es diez. Puede meter una gran pelota de gol, pero no es un enganche clásico. Por técnica, está en condiciones de armar un circuito ofensivo. Pero es circunstancial. No forma parte de su característica esencial. No es armador, al estilo de Riquelme. Todavía está en la búsqueda de la función que mejor le cierra a su juego. Entonces es errático. Una muy buena, una discreta. Una gran aparición, una gran desaparición. Aún le faltan varios escalones para madurar. Y es lógico. Tiene recién 20 años. Y menos de una temporada en Primera. Riquelme también le lleva esa ventaja: se estabilizó con Bianchi en el Apertura del 98. Y no paró de crecer.

EL PIBE DEL ARCO. A pesar de la monumental producción de Boca, Caballero tuvo la chance de mostrarse. No sólo por la gran atajada en el penal que le detuvo a Fonseca yendo arriba y hacia su izquierda, sino por la seguridad que denunció en un par de intervenciones. No le pesó en absoluto el superclásico. Y lo jugó sin dar ninguna ventaja. En estos partidos precisamente se miden los kilates de un jugador, que va desde su respuesta técnica hasta su personalidad y temperamento. El aprobado de Caballero fue enorme. Y generó un interrogante: ¿no será que el pibe de 21 años se va a quedar con el arco de Boca?

PEOR, IMPOSIBLE. El Flaco Comizzo tenía razón: quería ordenar al equipo defensivamente y lo pasaron por arriba. Nadie le dio la hora. Boca lo masacró con una velocidad de descargas que lo puso al arquero de River a merced del fusilamiento.

La línea de fondo del equipo formó con Sarabia, Ayala, Lequi y Rojas. El rendimiento fue desastroso. Es cierto que si un rival llega mucho también es consecuencia de que los volantes no paran a nadie. Pero también es cierto que hay responsabilidades que no pueden ni deben transferirse.

Esa defensa que puso en la cancha el Pelado -exceptuando a Celso Ayala- no parece ser digna de la historia de River. El primitivismo para marcar de Sarabia, Lequi y Rojas fue un contrapeso fulminante. No tenían la menor idea de lo que había que hacer. Ni zona ni hombre ni libero ni stopper. El método fue un homenaje a la mediocridad: nada de nada. Porque hacer zona no significa dejar recibir, dejar pasar la pelota, dejar que el adversario piense y dejar una serie de cosas más, forzadas por el ímpetu irresistible de Boca. La mano de un técnico no sólo deber verse en la intención de juntar de mitad de campo en adelante a individualidades dotadas. También tiene que influir en el funcionamiento defensivo. ¿Quién sale? ¿Quién se queda? ¿Achicamos o retrocedemos? Preguntas elementales. Pero preguntas que para este River fueron inabordables.

Imagen Un festejo para el recuerdo. Ariel Carreño se abraza al juez de línea para celebrar.
Un festejo para el recuerdo. Ariel Carreño se abraza al juez de línea para celebrar.


LOS BOMBAZOS DEL CHELO. "Puede jugar de 9", opinó Tabárez. Y lo puso de 9. Con la obligación implícita que siempre tiene un delantero que va por el medio. El Chelo no es un hombre de área. Nunca lo ha sido. Pero ras necesidades de Boca lo empujaron para ese lado. Tabárez quería al Pampa Sosa. Pero el pase quedó ahí. La apuesta era simple: uno por afuera -el Melli Guillermo o Delgado- y uno por adentro para capturar los desbordes y los centros. Sosa cumpliría la función en la que había brillado Palermo.

Insistió el entrenador y de hecho lo sigue haciendo, pero Delgado no se borró. Todavía con las cicatrices a cuestas por la expulsión que recibió frente al Bayern, en Tokio, en Mendoza se lo vio sin seguridad ni fe goleadora. En Mar del Plata, sin embargo, regresó con su credo. Y se destapó con un bombazo desde 30 metros que se clavó en el primer palo de Comizzo. Pero además, estuvo veloz y picante para ir a todas y ganar cuatro de cada cinco pelotas. "Puedo ser el 9 de Boca", aseguró el Chelo hace unos días. Y aunque le falte oficio para facturar por el centro, volvió a resolver, postergando el folclórico tres dedos que últimamente había mecanizado hasta la exasperación.

EN EL SUBE Y BAJA. ¿Qué le pasa a Cambiasso? ¿Tanto juega Carreño? El Cuchu, ya con una experiencia importante. Carreño y sus primeros pasos. Y dos señales. Cambiasso sigue en River sin encontrar la posición. Cuando partió de Independiente se dijo que lo hizo porque Jorge Valdano -director deportivo del Real Madrid- le sugirió que River era mejor vidriera que el club de Avellaneda, para luego dar el deseado salto a Europa. Pero a pesar de que el Cuchu entró en River con el pie derecho por los goles que convirtió, no alcanzó a jugar bien ni a ser un jugador influyente como lo fue en Independiente. En definitiva, perdió nivel. En Mar del Plata, el Pelado lo reemplazó al término del primer tiempo. Y la movida fue inobjetable: estuvo absolutamente perdido en la cancha. Ni recuperaba ni armaba. Hasta el momento el cambio de camiseta no lo favoreció. Y un detalle que no es menor: él es 5 y no un carrilero por izquierda o un enganche. Es 5. Como lo es su admirado Fernando Redondo.

Enfrente, Carreño y la versión del muchacho que entra y la rompe, por encima de los dos goles que lo mostraron como un delantero que resuelve de primera. "Me sentí muy bancado por todos", dijo después del 4-0. Pero al respaldo de sus compañeros -de los que jugaron y de los que no estuvieron, como ese gran volante que es Chicho Serna- le sumó una picardía, un atrevimiento y una capacidad para acomodar el cuerpo y rematar que no pueden pasarse por alto. Es una alternativa más. Una alternativa muy interesante.

LA CUENTA REGRESIVA DEL PELADO. "El equipo me está gustando", confesó Ramón en la fiesta desatada del primer superclásico ante Boca. A la luz de las circunstancias, una temeridad. Ese River -aún de pretemporada al igual que Boca- jugó sin línea ni estilo. A la que venga. A la que salga. Y le salen muy pocas. En el último Apertura que se llevó Racing, River trastabilló en momentos clave, como si le pesaran las responsabilidades. El técnico debería hacerse cargo.

Comizzo suele sostener que en el fútbol "no hay presiones, porque presionado se sienten los que están sin laburo o los que tienen que levantarse a las 5 de la mañana para ir a cargar bolsas al puerto". Es muy atendible lo del arquero. Pero, ¿es cierto? ¿No se sentirán demasiado presionados los jugadores de River? Y si están presionados, ¿de dónde provienen esos efluvios? ¿Del cuerpo técnico? ¿De la dirigencia? ¿0 de las propias incapacidades de los jugadores?

Imagen Abrazo multitudinario para festejar de cara a sus hinchas que enloquecieron en la noche marplatense.
Abrazo multitudinario para festejar de cara a sus hinchas que enloquecieron en la noche marplatense.


EL CONCEPTO Y EL JUEGO. "Acá nadie toma estos partidos como si fueran amistosos", aseveró Serna, estableciendo los límites de la competencia. Porque además de la chapa del resultado, los Boca - River sirven para dirimir espacios de poder en el fútbol argentino. Y hace 12 años que Boca le está pasando el trapo a River, desnudándolo como un equipo tibio, muy tibio. Es la cruda realidad. Boca es más que River. Aquel que no lo crea, que se remita a las estadísticas, al concepto y al juego.

Por lo menos, desde los 90 para acá. El último capítulo en Mar del Plata dibujó las diferencias. E instaló una certeza: no fue el sueño de una noche de verano.

 

POR EDUARDO VERONA