Las Entrevistas de El Gráfico

2000. La doble vida de Trezeguet

Si bien hacía dos años había alcanzado la gloria máxima, siendo Campeón del Mundo con la selección de Francia, David Trezeguet no se olvida de Argentina ni de sus amigos.

Por Redacción EG ·

15 de octubre de 2022
Imagen Un gorro argentino para festejar junto a Fabien Barthez la Copa del Mundo 1998.
Un gorro argentino para festejar junto a Fabien Barthez la Copa del Mundo 1998.

 


Mónaco. Julio de 1999. Reunión de gala en la ciudad de Montecarlo. Allí están los organizadores del abierto de tenis de esa ciudad, el príncipe Alberto Rainiero, el representante Antonio Caliendo, las estrellas internacionales Fabien Barthez, Thierry Henry, George Weah y el delantero del Mónaco, David Trezeguet.

Villa Martelli. Diciembre de 1999. Cumpleaños de Mariano Mendoza. Al 4000 de la calle Las Heras se reúnen Federico Silvestri, Hernán Ameijeida, Christian Amodeo, otros amigos y... David Trezeguet.

Una misma persona que une dos ciudades, dos mundos diferentes. De sangre azul pero corazón celeste y blanco.

Pero esta no es la historia de un jugador de fútbol, sino de cinco amigos de Villa Martelli: Christian, el fletero; Mariano, el vendedor; Federico y Hernán, los bordadores; y David, el futbolista. “Ellos (además de Juan José Oddo, quien faltó en la foto) son mis amigos de toda la vida. Los que fueron a despedirme a Ezeiza hace cuatro años. Y no los cambio por nada del mundo”, repite David. La amistad comenzó en las aulas del Instituto Manuel Dorrego de Villa Martelli y fue creciendo. Ni la fama ni la distancia le pusieron fin.

David viajó a Francia (donde nació, aunque se crió en la Argentina) en 1995. Atrás dejaba años de esfuerzo en Platense y aquel debut en Primera contra Gimnasia, el partido que quedó en la historia por el dóping a los 22 jugadores.

El horizonte prometía el progreso francés. Y el avión aterrizó primero en París. Fue apenas una escala antes del destino final. “Había arreglado todo con el París Saint Germain. Pero quería que el club le diera trabajo a mi papá. No hubo acuerdo y surgió la posibilidad de Mónaco. Arreglé lo económico y papá se puso a trabajar en el club. En esa temporada, la 95/96, jugué cuatro partidos en Primera, pero me sirvió para que Jean Tigana me convocara para la Selección Sub 20 que ganó el Torneo Esperanzas de Toulon. Y fui el goleador.”

Ese año, 1996, sería el del penúltimo viaje de regreso a Villa Martelli. Su ascendente carrera en el Mónaco y en la Selección de Francia –Copa del Mundo incluida– le impedirían volver a la Argentina hasta diciembre de 1999. Tres años de ausencia. Pero, a pesar de la distancia, sus amigos seguían cerca... “¿Sabés cuál fue el primer gran gusto que me di en el fútbol? Ni una casa ni un auto. Les pagué a los chicos un viaje a Francia para que me visitaran. Fue a mitad de 1996. Ese año estuvieron todos y la pasamos bárbaro. Estar todos juntos en Francia, fue inolvidable”, asegura David.

Federico Silvestri tiene 21 años y es su amigo del alma y su jefe de prensa en la Argentina. “Fui a Mónaco, desde el ’96 hasta ahora, todos los años. Fueron tres viajes en total. Viví sus primeras épocas en el Mónaco y la transformación a la locura actual.”

–Yo fui en el ’96 y volví recién el año pasado –cuenta Christian Amodeo–. El cambio entre los dos viajes fue algo tremendo.

Imagen La banda de Martelli. David al frente y detrás, Mariano, Christian (arriba), Federico y Hernán (abajo).
La banda de Martelli. David al frente y detrás, Mariano, Christian (arriba), Federico y Hernán (abajo).


–La primera vez caminábamos por todos lados como si nada. Y del viaje del año pasado te puedo contar algunas anécdotas que no vas a poder creer –agrega Hernán.

De a poco, los amigos anónimos le van quitando protagonismo al amigo famoso. Desde el cuarto grado de la primaria están juntos y se conocen de memoria. Todos coinciden en que David ya era el mejor en los picados que armaban en la calle. “En la secundaria –aporta Federico–, él definía los seleccionados del colegio con la directora”. Para David, el mundo francés es algo de todos los días y, tal vez por eso, le resta importancia al millón de anécdotas. Se ríe cuando alguien lo recuerda tocando el bongó en una banda que habían armado con Christian y otros amigos para presentarse en cumpleaños y en centros de jubilados del barrio. Pero los muchachos de Martelli todavía no salen del asombro por lo que ven cada vez que van a Francia. Y eso que pasaron seis meses del último viaje.

–Un día estábamos caminando por las calles de París –cuenta Federico–. Nos paró un japonés que estaba desesperado. Un poco con palabras y otro poco por señas nos pidió que lo esperáramos. Estábamos en medio de la calle. Nos quedamos y apareció, con una cámara de fotos. Se sacó la foto con David, le pidió un autógrafo y se fue. ¡El tipo había ido a comprar una cámara de fotos!

–Otra vuelta queríamos ir a Saint Tropez –interrumpe Mariano–. Hay diez mil playas privadas y una pública. David quería ir a la pública. A los cinco minutos tuvimos que salir corriendo, saltar una valla y meternos en una de las privadas. El malón de gente era incontenible. Le pedían fotos, autógrafos, algunos solamente un beso. Los dueños de la privada nos ofrecieron quedarnos y así pudimos pasar un día tranquilo.

Así es la vida del futbolista. Adaptado a la monarquía monegasca, pero sin olvidar sus orígenes. Eso sí, para viajar a la Argentina, tiene que haber una condición esencial.

–Sólo vengo cuando sé que mis amigos están de vacaciones. No quiero molestarlos. Para venir cuatro días y no ver a nadie, me quedo en Francia. Después del Mundial tuve una semana de vacaciones, pero estaban todos en pleno trabajo. Entonces me fui a la Polinesia. No la pasé mal, pero me hubiera gustado estar con mis amigos.

Imagen Un paseo con su novia Beatriz por Saint Tropez. Desde el Mundial ’98, pocas veces puede caminar tranquilo.
Un paseo con su novia Beatriz por Saint Tropez. Desde el Mundial ’98, pocas veces puede caminar tranquilo.


–David, ¿qué hacés con tus amigos? ¿Cómo se relacionan?

–Como cualquier grupo de nuestra edad. Hablamos mucho de las cosas que nos pasan, contamos chistes, vemos televisión, estamos en silencio...

–Y ustedes, ¿cómo hacen para separar al famoso del amigo?

–Para nosotros es el David de toda la vida. Lo de famoso es una circunstancia. Un día del año pasado, en Mónaco, nos dijo que nos vistiéramos elegantes que íbamos a un cumpleaños importante. Era el del príncipe Alberto. David presentó con orgullo a sus amigos de Villa Martelli. Y ese día éramos todos iguales, los de Mónaco y los de Martelli.

–David, ¿tus amigos de allá tienen la misma onda que los de acá?

–Nooo. ¿Sabés qué? Ahora que soy famoso tengo diez millones de amigos. Pero sé bien a quién tengo que escuchar cuando necesito un consejo.

–¿Marcelo Gallardo es un amigo más?

–Sí. Es un placer jugar al lado de Gallardo. Además, este año llegaron el chileno Contreras y el mexicano Rafael Márquez. Se armó un buen grupo latino.

–¿Te vas a Italia?

–Tengo contrato con el Mónaco hasta el 2004. Si se concreta algo, me encantaría. Si no, estoy muy cómodo en Montecarlo.

Así piensa el famoso, el futbolista. El que vive en otro mundo. El de sangre azul y corazón celeste y blanco. El de Monaco y Martelli. Allí donde lo estarán esperando Fede, Christian, Mariano, Hernán y José. Los del barrio.

 


JUAN CRUZ DÍAZ


Fotos: MAXI DIDARI