Las Crónicas de El Gráfico

1973. ¡Que dúo señor...!

Gerónimo “Cacho” Saccardi y Carlos “Goma” Vidal. Los dos pisando las mismas baldosas desde que iban a la primaria, los dos incondicionales a Ferro en épocas de mishiadura. Por Carlos Thiery.

Por Redacción EG ·

22 de diciembre de 2018
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"El señor Vidal miente", dijo Cacho Saccardi mientras armaba su mueca número siete. "El señor Vidal sabe perfectamente que yo fui abanderado en el colegio y no lo quiere reconocer", agregó abriendo el par de rifles que tiene por brazos.

Muerto de risa, el señor Vidal aceptó su error. "Bueno, está bien... Fue abanderado. Pero por un solo día y porque habían faltado casi todos..." Tres minutos de entrevista y ya había actuado la varita mágica. Porque ese abierto desafío a los méritos culturales de Gerónimo Saccardi basto para transformar el reportaje de pan y manteca en una polémica formidable.

—Si el señor Vidal quiere decir que yo no soy inteligente, está mintiendo otra vez. Puedo pensar tan bien como cualquiera, y pienso en la familia, en el país, en la política, en el barrio, en el dinero...

—El que piensa en el dinero es un "ambicionista"...

—Usted está equivocado con sus términos. Y seguro que ni siquiera sabe lo que quiere decir "control de la natalidad"

—Bueno, eso será que hay que anotar a los chicos que nacen en el Registro Civil ¿no?... Y a que vos no sabés lo que significa "evaluación demográfica"...

— ¿Cómo que no? Lo que pasa es que esas revistas inmorales no deberían existir...

Químicamente puros. No hay otra definición.

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Los dos amurados en Sáenz y Roca, esquina de La Blanqueada, popular pizzería. Los dos nadando en el dudoso petróleo del Riachuelo para juntar las pelotas de fútbol pateadas por el destino a ese eterno "augol" fluvial, para que al Club Crisol de Villa Soldati nunca le faltara una número cinco de cuero.

Los dos de a caballo, montando en pelo y sin preguntar quién era el dueño de los animales, Los dos cruzando las vías del trocha angosta para el lado de las calles sin bombitas eléctricas, aprendiendo realmente lo que es la vida "desde que les preguntamos a unas chicas por qué no trabajaban de otra cosa y se pusieron a llorar".

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"Nosotros éramos de barras diferentes, cada una con su cancha y cada una con su potrero. ¿La verdad? Había una bronca bárbara y no nos podíamos ni ver, aunque viviéramos a una cuadra de distancia. Pero de repente —debe haber sido como a los trece años— empezamos a jugar en el mismo equipo y nos hicimos amigos para toda la vida. Y por qué no, si teníamos la misma edad, la misma pasión por el fútbol, el mismo amor al barrio, porque en el mundo entero no debe haber una cosa más linda que esas manzanas donde se juntan Soldati y Pompeya... En 1964 don José Scalise nos trajo a Ferro Carril Oeste. ¡Don José! Un tipo de lo mejor que hay... De tanto en tanto viene a colgarse un poco del alambrado para gritarnos como si todavía estuviéramos en el potrero. Entonces nos miramos dentro de la cancha y nos parece mentira estar jugando en primera...

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¿Quién se iba a imaginar que jugaríamos juntos en primera? En ese momento hay una sola cosa que nos duele: que en el fútbol nosotros dos éramos tres. Hoy ya se sabe definitivamente que el Pichi Peláez no podrá jugar más y todavía no lo podemos creer. Siempre juntos, siempre igual para todos, siempre repartiéndonos lo poco y lo mucho. Hasta que un maldito día —jugando contra San Lorenzo— el Pichi lo corre a Fischer, se queda solo con la pelota y se dobla el tobillo, una cosa tonta. Ahora nosotros dos estamos muertos de bronca porque él no puede jugar más, pero, por lo menos, lo tenemos enterito en el barrio. Y no es un consuelo idiota. Es una gloria. Porque habla que ver cómo llorábamos el año pasado, a escondidas, cuando los médicos decían que iba a quedar muy mal, que le iban a cortar la pierna, que se podía morir...

Juntos, siempre juntos con el Pichi Peláez. Juntos de pibes, cuando limpiábamos los cajones de casa buscando monedas para comprarle camisetas el cuadrito de barrio. Y juntos de grandes; por ejemplo una vez —de gira por el Ecuador— tuvimos que parar en un hotel idéntico al castillo de Frankenstein: el viento daba alaridos. las martas se abrían y se cerraban, parecía que los fantasmas iban a salir del ro-pero en cualquier momento. Entonces, como si fuéramos chicos, nos metimos los tres en la misma cama y el miedo se nos pasó"...

Imagen 1973. ¡Que dúo señor...!
1973. ¡Que dúo señor...!


Este edificio de músculos es Gerónimo Saccardi. Para los amigos: "Cacho". Un jugadorazo, disimulado apenas por su timidez y por la neblina del fondo de la tabla. Durante muchos años tomaba servicio a las cinco de la mañana en la parada de Gascón y Honduras, repartía unos 400 diarios, y a las nueve en punto, con las manos entintadas por el oficio de canillita ("¿le podemos poner que fui periodista?") abría las puertas del vestuario para inaugurar el entrenamiento. "En esa época casi largué el fútbol. Resulta que si no me operaba de los meniscos no podía pisar más una cancha. Pero la operación costaba veintiocho mil pesos y para mí era mucho más fácil dejar para siempre que tratar de conseguirlos. Entonces apareció como un ángel mi tío Joaquín, pagó él y, gracias a esa mano que me dio sin esperar nada a cambio, pude seguir jugando y pude tener todo lo que tengo: un matrimonio muy lindo, un hijo —Alejandro Rodrigo— que es un fenómeno, y buen lugar para vivir en Villa Luro..., aunque todas las tardes vuelvo a Soldati para estar en el barrio y para visitar a mi mamá"...

Este módico paquetito de nervios sentado frente a Saccardi se llama Carlos Vidal. Le dicen el Goma desde que jugaba de arquero en el baby-fútbol y se estiraba de palo a palo como un chicle. Gambeteador, uno de los máximos gambeteadores del país. Acróbata del freno y la pisada. Goleador. "Si nos parecemos en todo. Tengo 23 años, igual que Cacho. Estoy casado, igual que Cacho, y, si Dios quiere, a fin de año yo también seré papá. Lo único es que mi casamiento fue mejor que el de él. Porque los muchachos se estaban divirtiendo tanto en la iglesia que el cura no tuvo más remedio que largar todo y decirles «O se callan la boca o la ceremonia se termina aquí mismos..." Su escuela secundaria fue, cambiar un trabajo cada día. Y tras tantas noches de volver a casa con un raje a cuestas, el padre lo tomó como empleado. "No hubo más remedio: entonces tuve que laburar en serio. A mi no me importaba ser jugador de primera... La verdad es que los pesos nos hacían falta, así que por la mañana me entrenaba y por la tarde salíamos con el camión a juntar tachos de basura. Y lo digo con orgullo, porque mi viejo es un fenómeno, y si llegué a ser alguien en el fútbol me alegro por mi pero más me alegro por él. Bueno, en mi barrio son todos tipos fenómenos. Mirá: ahora tengo un departamento en Caballito. Todo muy bien, zona bacana y casas modernas. Pero ya no me aguanto más. La semana que viene me vuelvo para siempre a Villa Soldati. ¿Sabes lo que es vivir cerca de la avenida Roca? ¿Sabes lo que es escuchar el ruido del tren que se va para el lado de la quema? ¿Sabes lo que es estar con los muchachos en la esquina de Ramírez y O'Gorman?..."

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Los dos hinchas de Ringo Bonavena. Los dos pisando las mismas baldosas desde que iban a la escuela primaria. Los dos buscándose permanentemente para inventar cada día la mejor travesura del prontuario.

Durante aquella gira a Ecuador aprovecharon bárbaramente el parecido de los buzos verdes de Ferro Carril Oeste con el uniforme de la Policía de Tránsito. Ya era casi de noche y apareció una gorra. Entonces Vidal tocaba el pito desde la vereda y Saccardi ordenaba el cruce de los autos subido a la garita con la marcialidad de un general. La pobre ciudad de Guayaquil todavía recuerda el nudo de transito más fabuloso de su historia.

Durante la pretemporada de este año en El Trapiche —San Luis— se pusieron de acuerdo con el médico de la delegación, eligieron como víctima a Arcamone —el arquero de la tercera— y fraguaron una operación de rodilla. Lo acostaron, le aceitaron la pierna, le dieron una inyección de cualquier cosa y cuando el pibe creyó que ya estaba anestesiado, reprodujeron el corte de bisturí con la punta de un pedacito de hielo. Así y todo el arquero gritó un "¡Ay!" inolvidable, pidió un sedante porque "le tiraban los puntos" y dijo: "lo que más siento es que me hayan tenido que operar sin tener tiempo de avisar a mi mamá".

Imagen 22 de julio 1973. Saccardi (el número 7) de cabeza le convierte a Boca en el triunfo 3 a 2. Con la número 10 mira Vidal, que convirtió los dos primeros goles.
22 de julio 1973. Saccardi (el número 7) de cabeza le convierte a Boca en el triunfo 3 a 2. Con la número 10 mira Vidal, que convirtió los dos primeros goles.




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"Lo único que queremos conseguir este año es que Ferro no se vaya al descenso. Quizá tengamos suerte o quizá si-gamos siendo un desastre; porque si nosotros no fuéramos un desastre no andaríamos revoleando la cola... El club tiene una hinchada incapaz de esperarnos a la salida del vestuario. El club nos puso a dos técnicos fuera de serie como Mareque y Bertulessi, que no se merecen el disgusto de ir últimos. El club es un fenómeno en el aspecto social y eso quiere decir que tiene dirigentes de oro, que para nos-otros —ahora, en la mala, más que nunca— son padres, madres, tíos y tías al mismo tiempo. Entonces, nosotros lo queremos porque sentimos que también es un cachito nuestro. Si, tenemos que conseguirlo: el club no puede irse al descenso. Mirá, como todos los jugadores, nosotros también soñamos a veces con grandes pases, con transferencias que nos puedan dejar plata gorda, con esa mejora económica que pueda asegurarle el futuro a la familia. Pero en este momento nos pones sobre una mesa a los mejores cuadros del mundo, nos pones al Santos de Pele, a Boca, a River, al Real Madrid, al Juventus, y nos vamos a quedar mil veces con Ferro Carril Oeste porque le debemos mucho —cada domingo un poco más— y porque lo queremos como si lo hubiéramos fabricado nosotros..."

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Químicamente puros. No hay otra definición. En el centro de una charla técnica, Vidal comienza a hamacar la cabeza. Entonces el entrenador interrumpe su discurso y le pregunta si algo le quedó por entender.

—No... Yo entendí todo. Lo que pasa es que el señor Saccardi se cree que la palabra "estructura" quiere decir que uno tiene un desgarro y se cura con el tiempo...

— ¿Es cierto, Cacho?

—Bueno, pero peor es el señor Vidal. Hace un rato dijo que la pelota es esférica como la superficie de un vaso.

Aparentemente, la gente así no tendría que irse al descenso jamás.

 

CARLOS MARCELO THIERY. Fotos: ALBERTO RODRIGUEZ (1973)