Las Crónicas de El Gráfico

1970. Boca regaló la cancha, River regaló la red

Por Juvenal. Encuentro de Primera Fase de Copa Libertadores en el estadio Monumental. En lo que se describe como un partido discreto referido al juego, Boca supo sacar ventaja para su triunfo por 3 a 1.

Por Redacción EG ·

06 de noviembre de 2018
Hay victorias que se van elaborando en el trabajo previo del equipo que busca, por la vía rápida y contundente o por el trámite razonado, menos urgente pero más seguro, afirmar una superioridad para concretarla en cifras. Esta primera victoria boquense en la Copa, muy importante por sus cifras y por haber sido alcanzada en campo de River, no tuvo elaboración previa. Boca no la buscó. No la impuso. Simplemente, se limitó a esperar lo que el partido podía ofrecerle. Y cuando el partido le ofreció la posibilidad de aplicar dos golpes netos, decisivos, la aprovechó con mucha certeza a través de un hombre que no estaba en os cálculos previos como protagonista y que ni siquiera estuvo en la cancha durante las tres cuartas partes del encuentro.

La conquista boquense no ad mite discusión. Fue clara y legítima. Pero llegó sin buscarla. Con mucho de sorpresa y bastante de accidente. Tal como Boca planteó su partido, tal como se iba desarrollando la lucha hasta los 75 minutos de juego, el equipo visitante podía irse conforme con el empate. Porque el Campeón no arriesgó casi nunca. Regaló la cancha y la iniciativa, se encajonó a esperar en el fondo, lanzó tímidos contraataques y se (imitó a dejar correr el reloj, especulando con llevarse un punto sin forzar en ningún momento la lucha en campo riverplatense.

Al cumplirse la media hora del segundo tiempo, Daniel Onega era el dueño de la pelota, el propietario casi exclusivo de la manija del partido, River tenía apretado a Boca en sus últimos 35 metros, y sólo le faltaba a la ofensiva riverplatense el último toque, la última llegada a fondo, el último remate, para convertir esa superioridad potencial sobre terreno y pelota en realidad concreta de gol. El ataque y el medio juego de Boca estaban borrados de la cancha, pese al esfuerzo de Savoy por liberar de algún modo el ahogo defensivo y darle salida hacia el ataque. Entre los 20 y los 30 minutos de la etapa final, la ofensiva sin penetración, sin claridad ni potencia para definir que había establecido River, jugando de media cancha hacia el área de Boca, consiguió forzar dos llegadas con muchas posibilidades de gol. Suñé salvó sobre la raya del arco un remate de Gennoni y el mismo Gennoni hizo dar entre el palo izquierdo de Roma y la cara exterior de la red un remate disparado al recoger un pase cruzado por Más desde la izquierda, que Trebucq no alcanzó a conectar con todo el arco a su disposición.

En ese momento del clásico, aunque las brillantes ideas de Daniel Onega chocaban una y otra vez, al llegar al área penal, contra la última línea visitante y contra la falta de ideas de sus compañeros de ataque, el clásico estaba a disposición de River. Era cuestión de forzar el acceso, cambiando el intento de pared frontal o pelotazo al medio por una efectiva apertura de juego, para que el partido se resolviera en favor del equipo que, pese a sus errores de ejecución, estaba mostrando una definida intención de triunfo.

EL HOMBRE PROVIDENCIAL

Pero a los 30 minutos clavados, José María Silvero hizo efectivo el cambio que ya venía insinuando el precalentamiento iniciado por Jorge Coch varios minutos antes. Salió Peña, quien prácticamente no había tocado la pelota en los 75 minutos anteriores, y entró el hombre de refresco como pun-tero derecho.

Boca, como expresión de ataque, había sido muy pobre. Algunos intentos de Savoy, muy liviano aporte de Madurga, nada de Orlando Medina, casi nada de Rojitas, dos llegadas a fondo de Villagra conjuradas por Perico Pérez y el gol que convirtió Villagra aprovechando una pelota perdida por el arquero local. Bastante poco para sostener un resultado en base a capacidad ofensiva y muy poco para aspirar a un triunfo.

Imagen Silvio Marzolini, Jorge Coch y la sonrisa feliz que siguió a la tensión del partido. El mejor jugador de Boca a través de todo el partido y el hombre que concretó una victoria que 15 minutos antes no se vislumbraba.
Silvio Marzolini, Jorge Coch y la sonrisa feliz que siguió a la tensión del partido. El mejor jugador de Boca a través de todo el partido y el hombre que concretó una victoria que 15 minutos antes no se vislumbraba.


Sin embargo, Coch fue el hombre providencial. En los 11 minutos finales definió el clásico con dos entradas y dos remates que recibieron la inesperada ayuda extra de dos regalos de la defensa riverplatense.

El remate que decretó el 2 a 1 nos pareció pelota atajable. Es más: si el arquero de River se hubiera quedado inmóvil en su posición más cercana al primer palo que al segundo, casi podríamos asegurar que esa pelota pegaba en él. Pero Perico Pérez, engañado respecto a la intención de Coch, pensando en el posible centro, volcó el peso de su cuerpo sobre el pie derecho. Y el derechazo, dirigido a su izquierda, le venció la débil oposición de esa mano metiéndose entre su ubicación y el poste.

La pelota del tercer gol boquense le llegó de regalo al hombre de la victoria, porque la entrega larga y alta de Roma desde su área penal, dirigida hacia el lateral izquierdo del ataque visitante, parecía pelota de fácil control para Ferreira, pero el capitán de River la cabeceó inesperadamente hacia el centro del terreno sirviéndosela a Coch a diez metros de la media luna. La definición, si, fue rotunda y exacta. El goleador del clásico avanzó unos metros y - cuando Pérez daba otro paso al frente en su lógico intento por achicar el ángulo de remate, le dio el derechazo seco, potente, a media altura, contra el palo izquierdo y, como lo tomó caminando, lo dejó sin chance. Ahí mismo, con el tiempo mínimo para llevar la pelota al centro del campo y hacer la nueva salida, terminó el clásico. Boca se llevaba de Núñez un resultado de oro. Pero su performance, como expresión de calidad individual y solidez colectiva, fue decididamente pobre.

EL VENCEDOR

En los dos últimos encuentros del torneo de Mar del Plata, el que empató con Independiente y el que perdió con Racing, Boca tuvo más inquietud ofensiva y arriesgó más en procura de la victoria que en su primer partido por la Copa Libertadores. El éxito que consiguió en Núñez asume así una proporción demasiado generosa en relación con los recursos expuestos para alcanzarlo.

Admitido que un partido de Copa en campo visitante debe plantearse con criterio conservador, con cautela, sin dar ventajas, lo de Boca fue más allá en cuanto a precaución, a falta de audacia, a especulación de signo defensivo. Tanto que, en el afán por no dar ventajas, terminó dándolas. Porque exageró demasiado en el regalo de la iniciativa y de la cancha. Su línea extrema quedó demasiado replegada en las puertas del área penal. Sus volantes no pelearon la media cancha y tampoco se juntaron con los del fondo de modo que siempre quedaron 20 metros libres detrás de Madurga-Medina y delante de Meléndez-Rogel para que Daniel Onega armara todos los ataques de River con entera comodidad. Sus delanteros quedaron muy aislados entre sí y respecto a sus volantes y defensores. Y tampoco tuvieron velocidad ni potencia para aprovechar el terreno amplio que les ofrecía el adelantarse de los defensores de River, para hacerse sentir en los contragolpes. Si el panorama no se le complicó más al conjunto boquense, a raíz de las facilidades para arrancar con pelota dominada desde la media cancha que le ofreció a su rival durante 80 de los 90 minutos del partido, la explicación no debe buscarse en una excepcional tarea de su defensa sino en la falta de claridad y potencia que acusó su rival para forzar la penetración.

Algo mejoró en la defensa de Boca respecto de las flaquezas que había mostrado en Mar del Plata. Levantó sensiblemente el nivel del flanco izquierdo (Marzolini-Rogel) en la tarea puramente destructiva, Menéndez no se lució en el anticipo porque jugó muy contenido en la espera, pero en los cruces de última instancia no falló nunca y Suñé, aunque le tocó la tarea más ingrata, tomado siempre 2-1 entre Onega-Más (y hasta 3-1 cuando también se sumaba Ramiro Pérez), no obstante encontró la forma de taparle a Oscar Más la salida por afuera.

De todos modos, en un partido planteado defensivamente, con criterio calculador y mucha gente replegada, Boca le regaló a River la gran libertad de girar sobre un eje llamado Daniel Onega durante tres cuartas partes del encuentro, sin encontrar hasta el final de la lucha la forma de taparle la salida a través de esa vía. Recién cuando Coch marcó el segundo tanto bajó Savoy a encajonarse entre Madurga y Medina (a la manera de Rulli en Racing) y ahí quedó definitivamente atrapado River como posibilidad de ataque y llegada.

LA LECCION NO APRENDIDA

Con el segundo gol de Boca vimos a River bajar los brazos. Hasta ese momento mandaba en la cancha, prevaleciendo de área a área en cada disputa de pelota, en cada cruce, en cada anticipo, mostrando más vigor físico y más temperamento que su rival en la lucha por conseguir y mantener la iniciativa. Cuando Coch derrotó a Pérez, el cuadro local dio señales de impotencia. Recién entonces, obligado a buscar el empate en los 11 minutos que le quedaban por delante, River demostró en su actitud que le faltaban recursos para ir a buscar el gol. Pero ya antes, mientras dominó el partido y creó una imagen de posible ganador a través de las inteligentes concepciones de Daniel Onega, el ataque local no encontró la forma de llegar al gol. Tanto fue así, que salvo esas dos situaciones de Gennoni entre los 20 y los 30 minutos del segundo tiempo, casi no hubo jugadas de real peligrosidad para la valla de Roma. Boca, atacando muchísimo menos en la primera etapa, logró ubicar das veces a Vinagre en posición de gol, exigiendo dos excelentes tapadas de Perico Pérez, para evitar la caída.

Es posible, que el gran dominio ejercido por Marzolini sobre Gennoni haya ido obligando, insensiblemente, a que River olvidara su punta derecha como zona de avance. Lo cierto fue que la cancha terminó cayendo hacia la izquierda al ataque de River. Todo quedó muy circunscripto a Onega-Más. Y cuando ingresó Trebucq para jugar los últimos 45 minutos, pudo creerse que el encuentro Onega-Trebucq iba a crear las condiciones favorables para la filtración por el centro, pero se dio la paradoja de que dos buenos tocadores de pelota no consiguieran unirse en una efectiva fórmula de ataque. Del mismo modo que dos golead-res no siempre se suman (porque para meterla en la red es preciso que antes alguien la ponga en el claro). En este caso a Daniel Onega le hubiera hecho falta un goleador neto, Scotta por ejemplo, en lugar de otro hombre de sus mismas características, como es Trebucq. Porque el juego se lateralizó demasiado, se buscó la pared corta y de frente, muy difícil de meter entre Meléndez, Rogel y los perfectos cierres de Marzolini. Además, River demostró no haber aprendido la lección del último partido de 1969 contra su clásico adversario. En aquella oportunidad, con todo su equipo comprometido en el ataque, cada contragolpe de Boca fue una puñalada para la defensa riverplatense. Y esta vez, aunque Boca no contó con los arranques de Madurga al claro y sus delanteros no se metieron casi nunca en el clima de la lucha, los defensores de River volvieron a regalar posibilidades de gol en forma accidental (dos errores de Perico Pérez y uno de Ferreiro) y también en forma sistemática con un adelanto masivo que no logró ningún provecho en campo adversario y mostró peligrosas debilidades en campo propio. Somos partidarios de que los defensores se sumen a la ofensiva de sus equipos, para ofrecerle respaldo y salida. Pero los defensores de River se limitaron a adelantarse físicamente en el terreno, sin sumar una efectiva presencia futbolística a su ataque. Porque Recio es importante quedándose atrás o llegando a cabecear pelotas entre los zagueros boquenses. En una misma línea con Carlos Rodríguez, Ramiro Pérez, Dominici y Ferreiro, dominando una media cancha que los volantes de Boca no pelean, sino que han abandonado sistemáticamente, Recio es una presencia más pero ninguna solución. Como no fue tampoco solución el despliegue sin claridad de Rodríguez sin acertar una sola entrega en esa zona del campo a la que River llegaba con facilidad pero rebotaba siempre: las puertas del área penal.

LO QUE DEJA EL CLASICO

El saldo del clásico es deficitario, pese a los cuatro goles al gran resultado que consiguió Boca y a la corrección desacostumbrada para partidos de Copa con que se desarrolló la lucha. La primera brusquedad de Marzolini contra Gennoni, y algunos golpes de Rodríguez y Rogel en la segunda etapa, no alteran el panorama general en tal sentido. Se jugó "sucio" con la pelota, pero no con el rival. Se jugó mal al fútbol, pero no porque la primera preocupación haya sido eliminar físicamente al adversario. Se jugó mal porque faltaron jugadores capaces de soltarse en lo que saben y pueden hacer. Los de Boca jugaron muy contenidos dentro de un planteo especulador, sin audacia. Y ese freno se hizo más visible en la zona de volantes, con Madurga y Medina, muy restringidos a una misión de espera, cuando su fuerte es la dinámica para el ida y vuelta constante. En River, su mayor vocación ofensiva, su permanente posesión de la pelota y la iniciativa, se canalizó con exclusividad hacia un solo hombre: Daniel Onega. Y por muy bien que ese hombre haya jugado, creando maniobras para consumo de todos sus compañeros para perforar una defensa que espera atrincherada en el fondo, se necesitan otros elementos y otros recursos que River no tuvo. El clásico fue más limpio de lo que se esperaba, pero mucho menos cálido, mucho menos vibrante. Le faltó clima de Copa, fervor de Boca-River. Y le faltó también, extrañamente, presencia de multitud. La frialdad del público señala un hecho inusitado tratándose de River, Boca y la Copa. Pero la calidad del partido, apenas mediocre, justificó a posteriori la baja concurrencia y el poco ambiente de clásico que se vivió en Núñez...

 

LOS GOLES:

River 0 – Boca 1: VILLAGRA AL REBOTE: BOCA AL FRENTE

Primer gol del clásico. Cambio de Rojitas para la derecha, llegada de Suñé y disparo desde 30 metros al palo izquierdo de Pérez. Parece pelota de fácil contención para el arquero de River, quien va a buscarla con la situación aparentemente dominada, sin problemas. Pero se produce un rebote inesperado y la pelota queda ahí, muerta, a tres pasos del arquero caído. Antes de que pueda reaccionar López ya hizo su aparición el “rebotero" instinto de Villagra y la derecha toca hacia la red. Boca pega primero. River empieza a sufrir... El gran resultado que consiguió Boca en el Monumental y los cuatro goles no alcanzaron para darle vibración al primer partido jugado por los tradicionales rivales en la nueva edición de la Copa Libertadores. Al encuentro le faltó marco de multitud, vibración de River-Boca, protagonistas con prestancia y potencia. Pero acreditó una saludable corrección.

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River 1 – Boca 1: ROMA LA BUSCABA ARRIBA... LE PEGO ABAJO. . . GOL DE GENNONI.

El empate de River. Daniel Ortega maniobró una vez más con su habitual claridad, enfrentó a Rogel y se la levantó por encima, para la entrada de Rodríguez al claro. Hubo un rebote en Rogel. La pelota se elevó y, al mismo tiempo, se frenó. Roma, que salía a cortar, quedó a mitad de camino entre su valla y el hombre que entraba. Rodríguez saltó para cabecear. La intención visible fue elevarla sobre el arquero. Pero le pegó mal, cuando la pelota caía, y el remate salió hacia abajo, en tanto Roma había saltado, buscándola arriba. Hay rebote en la pierna izquierda del arquero. La pelota sale hacia atrás y a la izquierda de Roma. Atropella Gennoni, perseguido por Marzolini. La zurda de Gennoni llega antes que la estirada de Roma. El primer plano del gol en la red, la impotencia de Meléndez, el festejo del Chamaco...

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River 1 – Boca 2: COCH, CON VENENO

El gol del triunfo, que luego se encargaría de confirmar Coch sobre la hora del partido. Excelente contraataque de Boca ayudado por un error inesperado del arquero de River. Marzolini copó una pelota en su lateral, superó a Gennoni, se le fue un poco larga, volvió a lucharla con Carlos Rodríguez, se la llevó con fuerza y seguridad, y entregó a Rojitas, tirado abajo y a la izquierda, apenas pasada la media cancha hacia el arco de River. Desde esa posición, Rojitas cambió hacia la punta derecha, para la entrada de Coch en diagonal. Cuando lo cruzaba Dominichi, sacó el remate. La pelota viene hacia la valla y se ve a Pérez con el peso de su cuerpo volcado sobre el pie derecho, como si hubiera esperado el centro. La mano izquierda del arquero alcanza a tocarla, pero la pelota se mete entre su cuerpo y el primer palo. El grito de Madurga y Villagra la acompañan hasta la red. Empieza a plasmarse el triunfo de Boca. Empieza a gestarse la gran noche de Coch...

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River 1 – Boca 3: COCH, CON DINAMITA

El último gol del clásico. La culminación de los 15 minutos triunfales de Coch. El remate del segundo llevó efecto y sorprendió a Pérez. Este llevó dinamita y fusiló al arquero riverplatense. Una larga entrega de Roma fue imperfectamente rechazada de cabeza por Ferreiro, en pase al centro, por donde llegaba Coch entre Dominicchi y Recio. Carrera, derechazo potente, a media altura, cuando Pérez daba el paso al frente y conquista espectacular. Clásico definido.

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