¡Habla memoria!

El destino, la pelota y yo - Capítulo V

Por José Manuel Moreno. Aquí relata los partidos con los cracks de River en gira por el Brasil: Fútbol, también farra y su consagración en Río. Y el regreso siendo profesional.

Por Redacción EG ·

07 de abril de 2020

CAPITULO V - SIGUE LA COSA EN BRASIL

EL "VASCO DA GAMA"

Lo malo fue que esa noche sentí en un muslo un dolor agudo, como una quemadura. José Machín, que acompañó al equipo como masajista, samaritano, amigo y lo que hiciera falta, me revisó la pierna y me dijo:

 — ¡Esto está feo, pibe; es un forúnculo!

— ¡No digas nada! —le respondí, palpitándome la exclusión si la cosa se sabía, en el encuentro con el "Vasco da Gama".

 — ¿Que no diga nada? ¡Pero Rulito!; vos mismo lo debés decir. Si jugás en estas condiciones estás liquidado, te comprometés la carrera... Y sería lástima porque la vas llevando tan linda...

— ¡Callate, Ñato! — le rogué—, cuídame un poco; ¿no te animas a reventarme el grano?

—Y qué sé yo... vamos a ver...

Me tumbé en la cama y él se quedó toda la noche (¡compañero leal!) haciéndome cataplasmas y fomentos. No sé a las cuántas horas —comenzaba a amanecer— dejé de sentir aquella puñalada en la pierna. Con las cataplasmas del Ñato se había reventado el forúnculo. Al levantarme me sentía como nuevo, pero tenía un boquete en el lugar donde había estado el grano.

 

Imagen ¡Miren qué físico! Con esta humanidad que me dieron mis queridos viejos aguantaba todo. Tanto podía ir arriba como abajo, traerla de atrás como terminar la jugada adelante, Saltaba, corría, peleaba la pelota, vivía mi vida y volvía a jugar…
¡Miren qué físico! Con esta humanidad que me dieron mis queridos viejos aguantaba todo. Tanto podía ir arriba como abajo, traerla de atrás como terminar la jugada adelante, Saltaba, corría, peleaba la pelota, vivía mi vida y volvía a jugar…
 

—Insisto en lo que te dije, pibe —me aconsejó él—; no jugués; tuviste fiebre esta noche. Te vas a malograr... ¡Créeme, viejito!

— ¡Ni una palabra, por favor, Machín! No me la quiero perder, ¿me entendés?

 —Bueno, hermanito..., yo te avisé. De aquí en adelante lo que pase es cosa tuya. ¡Lo sentiría por vos, lo sentiría! ¡La vas llevando tan linda!...

— ¡Gracias, Ñato!

Esa tarde formé en el cuadro con Bernabé en el centro, Peucelle de un lado y del otro yo. Los del "Vasco da Gama" tenían una defensa como nunca vi otra: de centrehalf —qué centre, si era una alambrada de púas cruzando la cancha— Fausto, a quien llamaban "La maravilla negra". Y otro negro fantástico en la línea de los backs: Domingos, a quien vi salvar de "chilena” goles considerados inevitables, cuando a duras penas había sido derrotado Rey —el rey de los arqueros—, de quien ya tengo hecho el elogio. Bien, a pesar de esa barrera les ganamos por cuatro goles. Me molestaba la pierna, pero yo pensaba:

 

Imagen El vestuario de River en una de mis primeras incursiones en Primera. Allí están Minella, Rodolfi y Castillo. "Machín" está trabajando en piernas, como lo hizo través de tantos años después. A sus manos les tengo que reconocer gran parte de mis éxitos.
El vestuario de River en una de mis primeras incursiones en Primera. Allí están Minella, Rodolfi y Castillo. "Machín" está trabajando en piernas, como lo hizo través de tantos años después. A sus manos les tengo que reconocer gran parte de mis éxitos.
 

"¡Tengo que marcar un gol; tengo que marcarlo! ¡Si no puedo shotear por esto de la pierna me coloco bien y se lo mando de cabeza!” Y así fue: con la cabeza les emboquillé el cuarto tanto de la jornada, que los dejó completamente sin chance. Era mi primer gol en primera. Sólo Machín, mi pierna y yo supimos a qué precio lo conseguí. Yo estaba dolorido, pero loco de contento. ¿Y no? El porvenir se me habría cada vez mejor. Y luego, a más de los abrazos de los compañeros— los grandes cracks—, el de don Antonio Liberti, sin contar el solemne comentario del maestro Hirschl:

— En esto de hoy, tú te has rehabilitado bien. ¡Yo estoy satisfecho de usted!

 

CON EL CORINTHIANS

Era el último cotejo programado. Se calculaba que ese encuentro proporcionaría cerca de los 90 contos de réis... y produjo mucho más. Todo Río de Janeiro y localidades vecinas estaban en conmoción, porque esperaban la revancha de los recientes descalabros sufridos, y al "Corinthians" se le consideraba el más formidable de los cuadros brasileños... Si la suerte le ayudaba.

Mi desempeño frente al "Vasco" me valió la inclusión en el equipo que habría de enfrentar al "Corinthians"... Ese partido también lo ganamos por 3 a 1. Recuerdo que el primer gol lo marcó Ferreira, el segundo. Peucelle y el tercero yo.

 

Imagen Carnavales en River Plate. Mi mundo comienza a ampliarse. Allí están, de pie, Horacio Suárez y Manzini, compañeros en la cuarta especial. Sentado está "Machín", el gran masajista quien le debo un forúnculo reventado a tiempo…
Carnavales en River Plate. Mi mundo comienza a ampliarse. Allí están, de pie, Horacio Suárez y Manzini, compañeros en la cuarta especial. Sentado está "Machín", el gran masajista quien le debo un forúnculo reventado a tiempo…
 

LA ESTADA EN BRASIL

De aquella época de mi juventud eufórica (18 años), y mi estada en Brasil, podría contar cien anécdotas de todas clases, colores, formas y tamaños, sucedidas pese a la celosa vigilancia de Hirschl..., y a veces con su generosa complicidad... cuando habíamos triunfado en grande. ¿Acaso no era él un hombre de mundo? ¿No sabía que éramos muchachos? ¿No lo había sido él? 

Terminada nuestra actuación en Río nos entregamos al descanso por el día y la diversión por la noche. ¡Y lo que son —mi Dios— las noches de Río de Janeiro! La que sucedió al triunfo sobre el "Corinthians" fue famosa. Gran fiesta en el "Hotel Dos Estranjeiros", donde parábamos. Champagne a chorros, hurras a la Argentina y al Brasil; tangos "coreados", bailongo... Un periodista brasileño le pidió a Bernabé —"La Fiera", como lo llamaban— que hiciera de Gardel. Y el gran cañonero, ni corto ni perezoso, rompió con una marchita que se había hecho famosa en el Carnaval de Río: "Ride palhaco". Todo el mundo la cantaba; pero cuando llegaba el momento del estribillo todos enmudecían. Y entonces Bernabé se mandaba el "solo" con voz bastante "achampañada":“¡Ride palhaco!... “

De pronto pasó por la calle una comparsa que también la cantaba... y allá nos largamos todos detrás de ella — ¡libres por fin! — a compartir esa noche la alegría carioca, tan bien ganada por nosotros, y que nadie, ni siquiera nuestro querido "gringo" Hirschl, se atrevió a contener.

 

Imagen Una mesa que también data de aquellos tiempos. Con Sirni, Rongo, Fatecchi, Martínez y Vasini. Yo llegaría de la calle a juzgar por lo emponchado que estoy. Pero como el pañuelo al cuello quedaría bien, no se lo iba a escamotear a la fotografía...
Una mesa que también data de aquellos tiempos. Con Sirni, Rongo, Fatecchi, Martínez y Vasini. Yo llegaría de la calle a juzgar por lo emponchado que estoy. Pero como el pañuelo al cuello quedaría bien, no se lo iba a escamotear a la fotografía...
 

DE REGRESO

Con mil imágenes luminosas en la mente y una intensa alegría en el corazón por la victoria rotunda que River se llevaba para Buenos Aires nos embarcamos de vuelta. Yo lo hice loco de contento. Los grandes, los próceres del fútbol, eran mis amigos entrañables; me trataba con ellos de tal a tal (conservando las distancias debidas)... ¡Y bueno!: en realidad, yo me había roto el alma con ellos en procura de la victoria, incluso con una pierna averiada... Y había marcado algunos goles espectaculares que definieron o confirmaron la victoria. Todavía me trabajaba un complejo, sin embargo: el de mi juventud al lado de los maestros, pese a que algunos cronistas entusiastas habían dicho ya que yo lo era también. Yo sabía que no, que tenía empuje, cancha, y viveza; empuje sobre todo, velocidad y buena vista para ubicar el arco y emboquillarle la pelota con el pie, la cabeza..., lo que aconsejaban las circunstancias en ese crucial centésimo de segundo en que se ve la oportunidad del gol. Y al meditar, procuraba defenderme de mí mismo pensando. "Bueno, Josecito; pero varios de los goles que nos dieron la victoria y armaron todo este "escombro" deportivo y periodístico... fueron tuyos...”

 

Imagen Esta foto es de la primera nota que me hizo Borocotó para el Gráfico, todavía vivía en mi modesta casita boquense. Estoy junto a mi primo Oscar Amador, cantor, cuya presencia en mi casa era frecuente. Yo quería eclipsarlo a él como artista...
Esta foto es de la primera nota que me hizo Borocotó para el Gráfico, todavía vivía en mi modesta casita boquense. Estoy junto a mi primo Oscar Amador, cantor, cuya presencia en mi casa era frecuente. Yo quería eclipsarlo a él como artista...
 

También recordaba aquel episodio de la boite (cuando Hirschl me sorprendió), y todo se me hacía un "merenge" en la cabeza mientras procuraba dormir, venciendo al mareo provocado por mis pensamientos y el barco que bailaba como loco. Y fue en ese instante, justamente, cuando me avisaron:

—Pibe, don Antonio Liberti quiere hablar con vos en su camarote.

 —No sé dónde queda y ando mareado —repliqué—. ¿Me acompañas?

—Vení.

¿Qué pasaba? ¿Qué había hecho yo para que don Antonio me llamara a tales horas cortándome el descanso que ... ¡Dios mío si lo andaba necesitando después de los partidazos, lo del forúnculo y las farras que les siguieron! Las farras, claro: ahí estaba el asunto: las farras. Me palpité la filípica y entré en su camarote tratando de poner cara de inocente. Pero no era solamente don Antonio. Allí también estaban Hirschl y varios de la comisión directiva del club. Temblé, pero atiné a preguntar:

— ¿Me mandó llamar, señor Liberti?

—Sí, "Morenito" — repuso —; te mandé llamar para comunicarte algo de mucha importancia...

Estaba serio, diría que casi solemne. Hizo una pausa que me pareció larguísima y prosiguió:

—Desde este momento sos jugador de primera división de River Plate, con doscientos pesos de sueldo y los premios que te correspondan, como a todos los demás.

Me quedé abombado. Cuando salí del estupor atiné a decirle:

 —Pero..., ¿es cierto eso, señor Liberti?

—Yo no bromeo con estas cosas, muchacho— replicó en un tono severo que no daba lugar a dudas—. Sin embargo...

Salí del camarote loco de alegría, pero todavía dudando. ¡Doscientos pesos! ¿Sabe el lector de ahora lo que eran doscientos pesos de aquel entonces? Con bastante menos mi padre mantenía a toda la familia con decoro. Y si todavía les agregaba yo el producto de los premios...  que a veces llegaban a los 800 pesos para cada jugador...

 

Imagen Aquí otra foto íntima de gratísima evocación para mí. Allí está nada menos que mi querido padre, el ex vigilante ya orgulloso de su hijo crack, que posa con mi hermana Iris y yo, ¿Repararon en mi pinta? No me negarán que "estaba” …
Aquí otra foto íntima de gratísima evocación para mí. Allí está nada menos que mi querido padre, el ex vigilante ya orgulloso de su hijo crack, que posa con mi hermana Iris y yo, ¿Repararon en mi pinta? No me negarán que "estaba” …
 

 ¡Ahora sí, viejitos lindos! Ahora tendría plata para ayudarlos..., y hasta podría guardar bastante para el sueño de la casita propia. Y a vos, Iris, hermanita mía... ¡qué par de medias de seda te llevaría en pago de aquellas malogradas por la pelotita de trapo! En el corto espacio hasta mi camarote pensé todo eso y mil cosas más. Me sentí algo así como Aladino, y la pelota era para mí la lámpara maravillosa.  

Cuando abrí la puerta de mi camarote, Albérico y Rongo, que lo compartían conmigo, casi me gritaron:

— ¿Qué pasa, José? ¿Qué te dijo?

—Que desde ahora soy jugador de la primera con sueldo y premios como los demás…

—¡Macanudo, Rulito!

—Sí —les dije con un temblor de duda—, macanudo, pero es demasiado grande. ¿Por qué no van a averiguar si no es cachada?

 

¡BUENOS AIRES!

Ya teníamos a la vista la ciudad de Garay, de Mendoza..., navegando por el río de Solís, rumbo al hogar cercano. Regresábamos con la victoria; yo con el triunfo de mis anhelos más ardientes, de mi firme vocación. Allá, a lo lejos, se divisaba la ribera con algunos rascacielos, que habrían de aumentar vertiginosamente poco más tarde. Todos en la borda; cada uno en dirección a sus afectos. Y de pronto nos brotó el sentimiento, de improviso, en la canción preferida por Gardel... y tan cantada en la ausencia:

“¡Buenos Aires, la reina del Plata,

Buenos Aires, mi tierra querida!..."

Ya teníamos a la vista el puerto, pero..., ¿qué sucedía allá, cerca de la costa? Veíamos navegar muchas embarcaciones de todas clases: remolcadores, lanchas, falúas, chalanas... Algunas de ellas empavesadas. Y otras con música a bordo: pequeñas bandas, guitarras, acordeones...

El júbilo de Buenos Aires se sumaba al que nosotros llevábamos a bordo. Y, sobre todo, la gran hinchada de River, frenética de entusiasmo.

Pienso que aquí debo recapacitar un poco, sin pretensiones de filósofo; pienso que en la vida hay cosas mucho más trascendentales que el juego —el fútbol es uno de ellos—, pero pienso, también, que si los hombres no encuentran aliciente en esas cosas más importantes se vuelcan hacia el deporte con toda la pasión de que son capaces. Y de allí que hagan un héroe del crack del momento, del que les despertó el entusiasmo frenético, porque supo defender su club, su ideal, sus colores... He debido decir lo que antecede porque solamente así logré explicarme lo que me sucedió al llegar al puerto de Buenos Aires. La multitud estalló en un coro clamoroso:

— ¡River, River!

Y mucha parte de ese mismo coro voceaba:

— ¡Moreno, Moreno!

Después supe que las revistas y los diarios porteños habían dado noticia de mi actuación en Río, de los resultados —a veces fruto de mi habilidad o mi furia tremenda de ganar a toda costa... Y esos eran los motivos de una popularidad que jamás soñé lograr tan temprano, y que se traducía en aquel clamor que me impresionaba tremendamente, porque todavía me consideraba —y era— un chiquilín:

 — ¡Moreno, Moreno! 

 

PROFESIONAL

Esta es una mala palabra. En deporte..., mejor dicho en fútbol, y para el común de la gente, es así como el..., vamos, como el soldado antiguo que peleaba por quien mejor le pagara.  El sí, ya recuerdo: el mercenario.

A mí, desde la conversación con don Antonio Liberti en su camarote y el anuncio de que tendría sueldo y premios, me iban a considerar eso mismo: un profesional, y no lo era en el fondo de mi corazón. Claro que necesitaba dinero, como todo hijo de vecino. Pero le tenía amor al fútbol y al club que me encumbré, que me dio la oportunidad de mostrar mis condiciones.

Tenía con mis padres una sagrada promesa que cumplir; no era posible ya, a mis años, que siguiera gravitando sobre la magra economía del hogar. No, ahora yo también tenía sueldo, y mayor que el de ml valiente y esforzado viejo. Sin embargo, y a pesar de todo, yo no era profesional en el mal sentido de la palabra. Lo pensé aquella misma noche con un poco de amargura. ¡Y no era eso no! Como los otros, los grandes que jugaban conmigo. Yo era el mismo muchacho lleno de ideales, de empuje, de amor, que se había roto los huesos por el Estrella de Brandsen, por el Lamadrid, en cualquier picado... Y que, sin mayores ambiciones de lucro, pero sí de éxito o de gloria (no sé si al fin y al cabo no es lo mismo), llegó a la cuarta y a la primera del gran club de la banda roja... ¡Lástima que, para la vida, sea tan enormemente necesario el dinero! ¡Lástima; porque sería tan lindo, tan noble, tan grande, sin eso, poder vivir, soñar, ¡defender los ideales! ...

 

JOSÉ MANUEL MORENO (1959)

(Continuará en el próximo número: "Lo primero, no marearse")

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