Las Crónicas de El Gráfico

Calor de horno de barro y aroma de pan casero

En 1972, tras un partido en Mendoza con Huracán, Osvaldo Ardizzone acompaña al inolvidable Roque Avallay a su casa natal, allá en Maipú, donde están sus viejos afectos. Una nota que parece un poema.

Por Redacción EG ·

23 de mayo de 2019
Imagen Con sus costumbres tan provincianas…Doña Dolores, la madre, en el rito que le viene de lejos…Todo eso que el hijo se llevó a la ciudad…
Con sus costumbres tan provincianas…Doña Dolores, la madre, en el rito que le viene de lejos…Todo eso que el hijo se llevó a la ciudad…

Uno tiene su casa. Tiene su pueblo. Su barrio. Su calle. Su gente. Y va pasando el tiempo. Transcurre la infancia, después la adolescencia. Y es como si uno se dejara deslizar por esa cómoda y simple rutina de los hábitos, de las costumbres, de los mismos afectos. Tal vez ni siquiera acierta a preguntarse si existirá algo distinto más allá de todo eso. Después van apuntando los primeros escozores de la juventud. Las ambiciones de pájaro . . El muchacho de provincia que un día parte con el sumario equipaje de sus temores, sus incertidumbres y sus esperanzas. .. ¿Qué habrá después de esa casa, después de ese pueblo, de ese barrio, de su calle, de su gente, de sus hábitos, de sus afectos... Roque se va para Buenos Aires. .. Sí, Roque, el hijo de los Avallay, de don Manuel y de doña Colores, la sanjuanina... Los de la casa de Patricias Argentinas mil treinta y dos... Dicen que se va ganando mucho dinero y que allá será famoso... Sí, seguramente así habrá sido el comentario de entonces, en aquellos primeros días de aquel enero del sesenta y cinco. Cuando Roque, el hijo de doña Dolores, la sanjuanina, le dejaba un entrecortado adiós a la casa paterna de Malpú...

Imagen Un año después de esta nota, toda la potencia de Roque Avallay en el ’73 frente a River. Acompaña Housemann, lo sufren Wolff y Merlo. Ese año Huracán salió campeón Metropolitano con un equipo inolvidable.
Un año después de esta nota, toda la potencia de Roque Avallay en el ’73 frente a River. Acompaña Housemann, lo sufren Wolff y Merlo. Ese año Huracán salió campeón Metropolitano con un equipo inolvidable.


 Y aquí estoy, en la misma casa y con Roque. .. Aquí están la misma gente, la misma calle, el mismo barrio, las mismas costumbres... Mediodía del domingo. Hora tradicional del aperitivo. Con la familia en la mesa de la sala, con los amigos que se agregan. El aroma que llega de la cocina, con las ollas humeando. Esa es doña Dolores que quiere agasajar a los visitantes, a los amigos del Roque, que se despoja del delantal con preocupada y simpática coquetería... Estaba amasando.. , Sí, ravioles, porque siempre los domingos el menú es distinto... Rasgos de criolla, lo mismo que su fina y discreta hospitalidad... Así como lo es la casa de doña Dolores. Casa construida con el esfuerzo de todos los días. Porque antes era de adobe.., con panes de adobe. Como todas las del barrio... Así, como el cielo raso, construido con cañas, que todavía falta revocar... Y don Manolo me ilustra con todos los pormenores de la edificación. Porque allí trabajaron los dos, los tres, porque doña Dolores también se agregaba al esfuerzo... "¿Quiere ver la horma para armar los panes de adobe?, ¿ve? Esto lo hacia el Roque cuando apenas tenía doce o trece años... Si, ya jugaba al fútbol como toda la familia... Allá en San Juan hay dos hermanos de doña Dolores que llagaron a primera y fueron más o menos famosos en la provincia...” Y él, don Manolo, había sido por muchos años jugador del Maipú,el mismo club que después fue del Roque. ¿Quería ver las fotos? Doña Dolores rebusca en un mueble y regresa con el álbum familiar "¿Ve?, este es mi marido cuando jugaba... Dejó a los treinta y dos años. Y éste es el Roque con la camiseta del Maipú. Aquí está el gol que marco una vez contra Gutiérrez, que es el club con quien hay más rivalidad." 
Imagen El mejor lenguaje de Roque. La expresión que mejor traduce su intimidad…La esquina del barrio allá en Maipú..El testimonio del adobe…el silencio…Las arboledas que parecen construir una bóveda sobre las calles…
El mejor lenguaje de Roque. La expresión que mejor traduce su intimidad…La esquina del barrio allá en Maipú..El testimonio del adobe…el silencio…Las arboledas que parecen construir una bóveda sobre las calles…


Y alli está Roque. Con el mismo silencio. Siempre tieso, apenas si pronunciando de vez en cuando un monosílabo o el comentario casi inexpresivo de una sonrisa... Con esa sensación de embarazo como si experimentara la incomodidad de sentirse protagonista ¡Que personaje es este Roque! Nunca hablará de sí mismo. Nunca se resquebrajará su circunspecta austeridad de lenguaje y de gestos. Su neutra expresión de preocupada modestia. "¿Mi hijo? Siempre fue así, desde chico –comenta doña Dolores cuando le pregunto-. Apenas si se le oía  en la casa…Nunca trajo una preocupación...”  ¡Nunca trajo una preocupación!  Y en la cocina, mientras hablo a solas con doña Dolores, le digo que  Roque nunca le podrá traer preocupaciones a nadie. Que así lo conocen los compañeros de equipo, los mismos rivales, que así lo conocen en el vestuario, en la cancha, en la vida de todos los días... Que así lo conozco yo desde el año sesenta y cinco, cuando el preludio de la Copa del Mundo llevó a Independiente a trabajar en las sierras de Córdoba por casi veinte días ... "Yo sabía que el muchacho tenía futuro —sigue contando don Manuel— . Ese pique ya lo mostraba desde mocoso... Por eso traté siempre de que se cuidara, de que piense en el fútbol, porque ya era buen jugador cuando lo ponían en la media cancha del Maipú... Yo jugué mucho tiempo, así que conozco bastante... Le aseguro que si no creía en el muchacho no lo hubiese mandado a Buenos Aires cuando me lo pidió Giúdice, para Independiente... Fíjese que yo siempre le decía a él… Vos estás jugando equivocado hijo... Pero Roque siempre fue callado así... Nunca se queja ni protesta..."
Imagen Todos los afectos de Roque... Con su mujer, Mónica. Los Blanco, los suegros, que lo siguen a todas partes donde juegue. Y los dueños de casa. Doña Dolores, semioculta, María Esther, la hermanita, y don Manolo, el padre.
Todos los afectos de Roque... Con su mujer, Mónica. Los Blanco, los suegros, que lo siguen a todas partes donde juegue. Y los dueños de casa. Doña Dolores, semioculta, María Esther, la hermanita, y don Manolo, el padre.


Ya vuelve doña Dolores de la cocina. Otra vez viste el delantal. Trae aceitunas que ella misma prepara. Trae pan casero que ella misma amasa y cocina... “¿Quiere ver el horno  de barro? Si, está allá afuera... Tenemos un poco de fondo. ¡Qué lástima que yo no hubiese ido el sábado! Llego el Roque con sus compañeros... ¿cómo se llaman viejo? Brindisi y Cabral… Hice empanadas, asado, pollos... También estuvieron los suegros de Roque y Mónica, la mujer”. ¡Linda casa la de doña Dolores, la sanjuanina! Venga, venga a ver el horno de barro... Y sabe manejar la pala con las manos hábiles y fuertes... Uno tiene su casa, tiene su pueblo, su gente, sus costumbres, sus afectos... Y aquí se crió Roque… Aquí se fue construyendo su silencio y su tímida modestia . Ni se le oía en la casa, me dijo doña Dolores. Tampoco se le oye ahora, quiero decirle. ¿Sabe, señora, que Roque ni sabe contar los goles que marca?. . Si, se sonríe  y confiesa que apenas si se acuerda… Que le parece que le pegó con la derecha o en una de ésas con la zurda… Que cree que tuvo suerte porque la pelota le vino justa para pegarle. No sé si me entenderá, doña Dolores... Mejor es hacerle el homenaje a las aceitunas que ella misma prepara y saborear el pan casero que ella misma amasa, allá, en la mesa de la sala…Con toda la familia, con todos los amigos...

“¿Así que está el Roque? Vengo para darle un abrazo...” ¿Quién es el visitante? Un amigo de antes, uno de la gente de Roque, de la de antes, de esa calle, de ese pueblo... Y ese otro también. Y ese chiquilín es el hijo del vecino, que vio jugar al Roque desde muy mocoso. Y hay domingo en la casa.. Domingo distinto… Vino el Roque con unos señores de la Capital... Son del periodismo. Sacan fotos ... Escriben... Están los suegros del hijo y Mónica, la mujer, que lo siguen a todas partes. , ¿se van a quedar a comer...? Porque miren que no es molestia ninguna... Si, doña Dolores, ya sentimos ganas de quedarnos, de sentarnos a la mesa... Que uno tiene su casa, tiene su pueblo, su calle… Su horno de barro, su pan casero, aroma de aceitunas, vino... ¿Quién se puede ir de aquí...?
Imagen Con don Lorenzo, el vecino “…Al muchacho lo conozco desde muy chico…”
Con don Lorenzo, el vecino “…Al muchacho lo conozco desde muy chico…”


Por la medianera del fondo, entre el follaje de las plantas, asoma la cabeza de don Lorenzo. . Una cara asoleada con expresión de dignidad. Casi ochenta años, seguramente. Eh... Está el Roque... ¿Come está muchacho? ¿Te acuerdas? Acento italiano. Del norte... Si, aclara que es del Piamonte... Estuvo en la guerra del catorce, en Caporeto. ¿Cuántos años ahí...? Y, muchos... Como que conoce al Roque desde muy chiquito. Si yo estaba dispuesto él podría contar un recuerdo que tiene de Roque... ¿Qué tendría entonces el muchacho? Unos diez años, quizá… Y don Lorenzo, desde la ventana de la cocina, lo sorprendió tratando de sacar unas uvas. Pero estaban tan altas que no alcanzaba el chico. ¿Cómo iba a llegar hasta alto? Entonces él lo llamó para ayudarlo. Que se comiese todas las uvas, que había tantas “¿Te acuerdas, Roque...? ¿Y sabe qué hizo el muchacho? Creyó que iba a reprenderlo o a pegarle... Y salió corriendo... Eh ya no paso más por aquí ni se hacía ver per mi... Eh... Cosas de chicos... ¡Si yo le iba a reprender por unas uvas...! Y ahora lo veo en los diarios, en las revistas... Mire, aquí tengo una que estoy leyendo... Está muy bien, muchacho, muy bien. Que siga así. ¡Mire si yo le iba pegar por unas uvas..! Ma' él se asustó... Era un chico así… claro que me acuerdo bien..." —concluye don Lorenzo—. Roque siguió el relato con la sonrisa de siempre, sin agregar ningún comentario. Con esa cortesía respetuosa para con el viejo vecino de los años de antes. ¡Buen hombre...! Apenas si me dijo... Bueno, don Lorenzo. nos vamos con Roque, tiene que irse otra vez para Buenos Aires... Porque ahora cambió todo.  Hasta siempre doña Dolores. Volveré alguna vez por aquí. Y que sea un domingo como éste... Con el calor del horno de barro. Con el aroma del pan casero.  Con el sabor de sus aceitunas. Así, a mediodía a la hora del aperitivo.  A hablar del adobe, del cielo raso,  de cañas prensadas, de esas que no permiten que pase la lluvia en tantos años, de la calle de barro, de los vecinos, de todas esas costumbres que encontré  en su casa… Con don Manuel, que también jugó al futbol. Con su hija María Esther, que apenas si se atrevió a sentarse a la mesa… 

¿Sabe doña Dolores? Creo que ahora conozco mejor a su hijo. Al menos ahora me estoy explicando por qué es así. Que uno tiene su casa. Su calle. Su gente. Su horno de barro y su pan casero...

 

Por OSVALDO ARDIZZONE (1972)

Fotos : J.J. FERNANDEZ