Las Crónicas de El Gráfico

1990. La Selección de los milagros

Argentina se bancó un diluvio de malas: lesiones, expulsiones, la hostilidad del público, errores arbitrales, sus propios defectos...Pero puso el alma y llegó a la final, contra todo y contra todos.

Por Redacción EG ·

04 de junio de 2018
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Siempre cuesta arriba. Así fue Italia 90 para nuestra Selección. Un Mundial bombardeado de dificultades, pleno de sensaciones extremas, inundado de lágrimas dulces y saladas, generador de amores y odios. Pero, fundamentalmente, un Mundial que se cobijó en el corazón de los argentinos, sin entrar en la discusión final del nivel futbolístico y prescindiendo del resultado final.


 

A una semana del debut contra Camerún, en la concentración romana de Trigoria no se hablaba de otra cosa que no fuera el dedo gordo del pie derecho de Maradona. El ánimo no daba para bromas, Bilardo pasaba las noches en vela y la tormenta de malos presagios era cada vez más densa. Diego representaba su angustia puntual, pero ya arrastraba una cuota de mal humor desde tiempo atrás. Desde que tuvo que dejar afuera de la lista al Tata Brown, el líbero del 86, y a un referente como Jorge Valdano, que había luchado contra las secuelas de una hepatitis y, dolido por la decisión, dijo una frase memorable: “Crucé el océano y me ahogué en la orilla.” Pero en Trigoria lo preocupaba Diego…

 
Imagen El Doctor Bilardo dando ordenes en el entrenamiento.
El Doctor Bilardo dando ordenes en el entrenamiento.


Los pisotones recibidos en la dura temporada europea, más algunas caricias de los israelíes en el amistoso de cábala previo al torneo, martirizaban al as de espadas. La uña se le clavaba en la carne como un aguijón y el recurso de usar un botín más grande no daba resultado. No podía ni entrenar. Por eso se probó con una férula plástica, que supuestamente lo protegería de pisotones a la hora de la verdad. Como símbolo futbolístico del Nápoli, del sur italiano, Maradona no era bienvenido en el norte, en la casa del Milan al que tantas veces había amargado. Entonces nadie se extrañó por los silbidos y la hostilidad que adornaron la presencia de la Selección en el Giuseppe Meazza. Lo que sorprendió fue la tibia respuesta de un equipo que, sorpresivamente, no contó entre los titulares con Caniggia, de excepcional nivel en ese momento. Vitaminizados por el apoyo del público, los Leones Indomables dieron el gran golpe. Neutralizaron a Maradona a pura patada –terminaron con nueve hombres– y marcaron el 1-0 con un débil cabezazo de Oman Biyik que se escurrió entre los dedos de un sorprendido Nery Pumpido. “El único placer fue descubrir que, gracias a mí, los italianos de Milán dejaron de ser racistas. Al fin toleraron a los africanos”, dijo Diego en la conferencia de prensa.

 

Los cinco días siguientes fueron una tortura. Los jugadores se sentían en el fondo del pozo. Y Bilardo motorizó una reunión grupal absolutamente descarnada. “Fue tremenda. Nunca había escuchado cosas iguales. Pero después entendí que Bilardo eligió ese camino como si fuera la última bala. Si tomaba una postura complaciente, tal vez el grupo no reaccionaba”, contó Sergio Goycochea.

 

“Es inaceptable que hayamos perdido así, entregando el partido, sin cumplir nada de lo que hablamos durante tanto tiempo”, fueron algunas de las pocas frases reproducibles de Bilardo, quien llegó a decir que, si quedaban eliminados, lo mejor era no regresar, “sino estrellarnos con el avión”.


 
Imagen El gol del camerunes Biyik. Fue un golpe durísimo en el debut de la Selección
El gol del camerunes Biyik. Fue un golpe durísimo en el debut de la Selección


El choque con Rusia conllevaba una bendición: sería en Nápoles, la segunda casa de Diego. “Si los napolitanos vienen a alentarme, me verán feliz. Pero quiero decirles que ya me han dado todo, no tengo derecho a exigirles nada de nada”, dijo el capitán argentino al pisar esa tierra tibia. Y el San Paolo fue un templo de cariño, respeto y respaldo. Un tubo de oxígeno ante la asfixia de las presiones.


 

Pero la malaria no se detenía. A los 12 minutos, Shalimov fue a buscar una pelota en profundidad apareado con Olarticoechea, mientras Pumpido achicaba. Hubo un choque inevitable, un grito, una pierna flameando, un dolor tremendo… Afuera Nery, con la tibia y el peroné derechos fracturados. Adentro Goycochea, iluminado por una estrella venturosa que aún ignoraba. Mientras Pumpido viajaba hacia un sana torio en compañía de Brown, que permanecía con el grupo, Troglio marcó el 1-0 de cabeza, Maradona salvó un gol con la mano sin que el árbitro lo advirtiera –“Fue la otra mano de Dios”– y Burruchaga cerró la victoria para un equipo que no lució, pero se mostró sereno y aplomado. Se venía Rumania y, según la combinación de resultados, podía suceder cualquier cosa: terminar primeros, segundos, terceros o… ¡volver a casa!

 

“Esos días –recuerda Goyco– fueron los más complicados para mí, ya que tuve tiempo de pensar que sería titular en un partido a todo o nada. El debut ni lo sentí, porque lo de Nery fue rápido y no me había hecho a la idea de jugar. Tuve que entrar y listo.”

 

Lejos de mejorar, el físico de Diego se desbarrancaba. Además del dedo, se sumó un golpe en la rodilla izquierda durante un entrenamiento. Y en el primer tiempo, que finalizó en cero, le pegaron un patadón en el tobillo izquierdo, que comenzaba a inflamarse. Por eso a alguien pensó que lo mejor sería que no jugara en el complemento. Pero Diego escuchó a la distancia y reaccionó sin dudarlo: “Ni muerto me sacan de la cancha. Yo sigo. ¿Entendieron? Yo sigo.”

 

Maradona siguió y ejecutó el córner para que Monzón pusiera el 1-0 que dejaba a Argentina en primer lugar. Pero Balint igualó de cabeza y sembró más incertidumbre. Al fin, Argentina entró por la ventana: clasificó como uno de los mejores terceros. Y debería cruzarse con Brasil. Nada menos…


“Desde mañana, acá no pasa nadie. Ni familiares, ni amigos, ni nada. Y si viene el Papa, tampoco pasa. Si alguien pregunta por los jugadores, dígales que murieron ayer y resucitan después del partido”, le ordenó Bilardo al portero de Trigoria. Había tocado el peor rival, en el peor momento y un una ciudad hostil: Turin. Entonces los necesitaba concentra dos, afiladitos…


 

Como algunos diarios italianos dudaban de sus lesiones, Maradona se paseó descalzo mientras sus compañeros entrenaban. A esa altura, tenía los dos tobillos averiados, así que sólo utilizó la cabeza y los hombros para hacer jueguito con una naranja. “¿Así vas a jugar contra Brasil?”, le preguntaron.

 
 
Imagen El gol de Burruchaga frente a los soviéticos.
El gol de Burruchaga frente a los soviéticos.


 


“Así o enyesado, pero juego seguro.” Del otro lado estaría Careca, su compañero y amigo del Napoli. Y hablaron por teléfono la noche anterior al clásico. “Mañana me infiltro hasta el alma”, le confesó.

 

¡Qué manera de sufrir! Los primeros 55 minutos fueron un bombardeo interminable de los brasileños. Tres pelotas en los palos, salvadas impresionantes de Goyco, media docena más de sofocones… En fin, un paseo de Brasil, que no convertía por milagro. “Fue una cosa de locos. El primer mano a mano me lo comí a los 11 segundos, un récord”, repasó Goyco.


Pero el genio escapó de la lámpara a los 79. Tomó la pelota en el medio y salió como un relámpago. Ya en tres cuartos de campo, rodeado por toda la defensa de Brasil, Diego alcanzó a ver la cabellera de Caniggia, solo, y metió el estiletazo exacto. Cani optó por la gambeta larga, desparramó a Taffarel y metió uno de los goles más gritados de la historia del fútbol argentino. Los brasileños sintieron el impacto, se quedaron sin reacción y le dijeron adiós al Mundial.

 
Imagen El esfuerzo extraordinario de Maradona en la jugada previa al gol de Cani frente a Brasil.
El esfuerzo extraordinario de Maradona en la jugada previa al gol de Cani frente a Brasil.



 El vestuario –contó Goycochea– era una fiesta, no lo podíamos creer. Fue un desahogo espectacular. Siguió en la concentración, por supuesto. Sólo la cortamos a la salida, porque nuestro micro quedó enfrente del brasileño. El propio Diego sugirió que paráramos. 'Si hubiéramos perdido, no nos gustaría que festejen en nuestra cara', dijo. Y tenía razón.”



 

Al partido con Yugoslavia, por los cuartos de final, llegaron con el ánimo por las nubes. Pero el rendimiento fue pobretón, muy flojito. Argentina no encontró el camino del gol ni en los 90 reglamentarios, ni en el alargue. Y hubo que definir por penales… Cuando Maradona fue a patear el tercero, Argentina ganaba 2-1. Enfrente tenía a Ivkovik, que le había atajado uno con el Sporting de Lisboa, por la Copa UEFA, además de ganarle los 100 dólares que apostaron mientras Diego acomodaba la pelota. Esta vez no hubo apuesta, pero Ivkovik volvió a tapar. Camino al centro de la cancha, destruído, Maradona se saludó con Goyco y escuchó una frase: “Quedate tranquilo, yo atajo dos.” “Se lo dije por decir, porque lo ví muy mal y quería levantarle el ánimo, ni me imaginaba que lo podría hacer de verdad”, se sincera Goyco, que cumplió con la promesa. Primero le tapó a Brnovic. Después frustró a Hadzibegic. Y Argentina ganó 3-2.


 
Imagen El pájaro nacional ya dejó atrás a Taffarel y palpita la conquista.
El pájaro nacional ya dejó atrás a Taffarel y palpita la conquista.



De vuelta a la concentración, a Oscar Ruggeri le extrañó ver a Bilardo de muy buen humor. “Ya está, jugamos la final”, le pronosticó el Narigón. “¿Seguro? Mire que nos toca Italia, que es local.” “Ya está. Si me dan bola a mí, pasamos. Es el partido más fácil que tenemos.”

 

Otra vez Nápoles y su gente bella, aunque con una diferencia sustancial. Ese “Italia-Maradona”, como insinuaba la prensa del norte, involucraba a la azzurra, a su propia selección. “Me disgusta que ahora todos les pidan a los napolitanos que sean italianos y alienten a su selección. Nápoles ha sufrido la marginación del resto de Italia durante años. La han condenado al racismo más injusto”, declaró Diego. Y la barra del Napoli se vio obligada a realizar una declaración: “Haremos fuerza por Italia, pero respetando a los argentinos.” Y así sucedió.

Imagen Maradona abraza al Vasco después de la tanda de penales con Yugoslavia.
Maradona abraza al Vasco después de la tanda de penales con Yugoslavia.
 

¿Por qué desbordaba de confianza Bilardo? “Porque es un partido sencillo tácticamente, clarísimo para nosotros. Ellos, que están muy presionados, se van a complicar con Diego y Cani de punta.” Italia y su esquema eran una referencia obligada para el Narigón. Cada vez que explicaba algún movimiento defensivo, ponía como ejemplo el sistema italiano. Lo conocía a la perfección. Y en la cancha resultó como él lo pensó. Argentina jugó su mejor partido. Absorbió el gol de Schillaci y la expulsión de Giusti. Empató con una peinada de Caniggia –otro gol inmortal del Hijo del Viento– y jugó mejor hasta el fin del alargue.

 

Otra vez los penales. ¿Otra vez Goyco? Sí, otra vez, cábala mediante: “El día de Yugoslavia oriné en la cancha, rodeado por mis compañeros. Tenía  ganas y no podía abandonar el campo  por reglamento. Y contra Italia lo repetí, aunque no tuviera ganas.” Diego se dio el gusto de meter el suyo. Las manos del Vasco  le negaron el gol a Donadoni y Serena. Y Argentina venció 4-3. Contra todos los pronósticos,  dejó afuera al dueño de casa. El destino quiso que se reeditara la final de México 86. Alemania, nuevamente dirigida por Beckenbauer, sería es escollo final en el Olímpico  de Roma. Un partido al que Argentina llegaría  diezmado: sin Giusti por la expulsión, sin Caniggia  por una dudosa segunda amarilla, y con Maradona, Ruggeri  y Burruchaga en  inferioridad física.  Demasiado handicap…

Imagen Tras el centro de Olarticoechea, Cani le gana con la cabeza a Zenga y convierte el empate argentino
Tras el centro de Olarticoechea, Cani le gana con la cabeza a Zenga y convierte el empate argentino


 Al Himno Nacional lo insultaron con saña en la ceremonia previa. Diego no se quiso contener y devolvió la gentileza: “¡Hijos de puta!”, vocalizó un par de veces, asegurándose de que la televisión lo tomara. A la hora de jugar, Alemania ofreció un perfil más compacto, un fútbol utilitario, efectivo, para nada brillante. Y Argentina hizo lo que pudo con su formación alternativa. El impresentable árbitro Edgardo Codesal, que ese día dirigió su último partido, expulsó correctamente a Monzón por una falta a Klinsmann, pero se hizo el distraído cuando lo bajaron a Calderón adentro del área. Un penal claro que el mexicano se negó a cobrar.

 
Imagen Goycochea que habia entrado como reemplazante de Pumpido por lesión salva otra la Selección en una tanda de penales, esta vez frente a Italia
Goycochea que habia entrado como reemplazante de Pumpido por lesión salva otra la Selección en una tanda de penales, esta vez frente a Italia


El despojo se completó a seis minutos del final, cuando Codesal cobró un inexistente penal de Sensini a Völler. Brehme, todo un especialista, lo ejecutó con categoría, abajo y contra el palo, perforando a un Goyco que acertó la punta, pero no llegó… No había tiempo ni fuerza para remontarlo…

 

Con el corazón desgarrado, los jugadores argentinos treparon al podio para recibir la medalla plateada. Una silbatina de resenti miento atronó en el Meazza cuando la pan talla gigante reprodujo la imagen con el llanto de Maradona. Ahí nomás, Bilardo llamó a varios jugadores y pidió que lo rodearan, que lo taparan: “Esta gente no se merece las lágrimas de Maradona.”

Imagen Monzón es expulsado frente a Alemania. Fue la primera roja de la historia en una final del Mundo
Monzón es expulsado frente a Alemania. Fue la primera roja de la historia en una final del Mundo


 

En Argentina se los recibió como campeones. “Héroes igual”, tituló El Gráfico en tapa. No es poca cosa ser subcampeón. Y más cuando se lo logra contra todo y contra todos…