Maradona y El Gráfico

1978: el día que Diego se quedó sin Mundial

Se cumplen 45 años del viernes en el que Menotti recortó a tres jugadores de la lista: Bravo, Bottaniz y Maradona. Una decisión polémica que quedó en la historia.

Por Redacción EG ·

19 de mayo de 2023

La mitología futbolera está equivocada. La primera vez que le cortaron las piernas a Maradona no fue en USA 94. Se las cortó el Flaco Menotti un 19 de mayo de 1978 y se transformó en un dolor inmenso que jamás sanó.

ANATOMIA DE ...DIEGO SIN MUNDIAL

Un chico de 17 años llora debajo de un árbol, a la intemperie de una noche de invierno en el conurbano bonaerense, y se desespera por cosas de su edad:

“¿Y ahora cómo se lo digo a mi papá?”.


Imagen MARADONA el día de su debut con la Selección. Fue el 27 de febrero de 1977, contra Hungría, en la Bombonera, con tan solo 16 años.
MARADONA el día de su debut con la Selección. Fue el 27 de febrero de 1977, contra Hungría, en la Bombonera, con tan solo 16 años.


Podría ser la angustia de un pibe cualquiera en una noche cualquiera y por un motivo cualquiera, pero es la reacción de un joven prodigio ante una causa fuera de lo normal. Fue el ahogo con el que Diego Armando Maradona terminó el 19 de mayo de 1978, el viernes en que el técnico de la Selección, César Luis Menotti, le dijo que no jugaría el Mundial 78. Faltaban 12 días para el torneo.

De esa imagen, de esas lágrimas de Maradona a escondidas, no hay registros fílmicos ni fotográficos, pero sí testigos. La cuenta, por ejemplo, Carlos Ares, ex periodista de El Gráfico, en el libro Vivir en los medios, de Leandro Zanoni.

“Aquel día me quedé a cenar (en la concentración de la Argentina) y cuando salgo del predio, solo, estaba oscuro, hacía mucho frío y escuché que alguien lloraba. Tuve la imagen más fuerte que recuerde: era Maradona, sentado al lado de un árbol llorando desconsoladamente. Le dije lo obvio. ‘¿Sabés los Mundiales que vas a jugar vos?’, y ese tipo de cosas que uno dice para consolar a un chico. Pero él me contestaba, llorando: ‘¿Cómo se le digo a mi papá?’. Decía que nunca lo iba a perdonar a Menotti”, contó Ares.

Es un Maradona justo a mitad de camino entre dos imágenes icónicas, de esas que vimos decenas de veces, y que están separadas por 16 años. Si Diego en 1970 era un niño que decía que su sueño era jugar el Mundial, y el de 1986 fue el héroe de la patria de los pantalones cortos, aquel de 1978 es el eslabón perdido.

Ocho años atrás anunciaba sus deseos en un potrero. Ocho años adelante los culminaba en el Azteca. Y en el medio de ese Nirvana maradoniano, sin que lo hayamos visto, hubo un Diego en el desamparo. Lo reivindicatorio de ese dolor es que, según contó Maradona en su biografía, Yo Soy el Diego de la Gente, aquel 19 de mayo de 1978 fue el día que disparó uno de los secretos de su carrera:
“Ahí, cuando quedé afuera de la lista de los 22, ‘porque era muy joven’, empecé a darme cuenta de que la bronca era un combustible para mí”.

Diego tenía 17 años. En Argentinos Juniors había debutado hacía 19 meses, en octubre de 1976, y ya sumaba 60 partidos y 23 goles en Primera División. Su promedio de efectividad avanzaba con la velocidad de un Fórmula 1: de 0,18 en el Nacional 1976 pasó a 0,35 en el Metropolitano 1977, a 0,50 en el Nacional 1977 y a 0,71 en el Metropolitano 1978, el torneo que se interrumpió durante el Mundial. Una fiera. Y en el futuro inmediato, con su pie izquierdo como pincel y la bronca como combustible, lo esperaba la mayor efectividad de su carrera: un gol por partido en el Nacional 1978 y Metropolitano y Nacional 1979.

Hoy es imposible hasta de imaginarlo, pero los futbolistas que se preparaban para el Mundial no estuvieron disponibles para sus clubes durante el primer semestre de 1978: debían entrenarse y dormir con el seleccionado. En medio de esa restricción, Maradona apenas jugó un par de partidos con Argentinos en la previa de la Copa del Mundo, pero una escapada le alcanzó para que en una tarde de marzo le convirtiera tres goles a Atlanta. O sea, su fábrica mayorista de fútbol ya estaba abierta. También la goleadora. Pero había dos Maradona antes del Mundial 78. El de Argentinos, que anunciaba la irrupción de un fenómeno. Y el de la Selección, que para Menotti era una pieza de recambio.

El dato lo explica mejor: antes del Mundial, Maradona sólo había jugado cuatro veces en la Selección, siempre en amistosos, y una sola como titular. O sea, no era un indiscutido ni formaba parte de la estructura central de Menotti. Tres de esos partidos habían sido en 1977, cuando Diego tenía 16 años: el debut contra Hungría, en febrero en la Bombonera, en los últimos 25 minutos, más otros dos amistosos ante Paraguay por la Copa Félix Bogado, ambos en agosto, primero en la cancha de Boca –jugó los 20 minutos finales– y la revancha en Asunción –el único desde el arranque–.

La otra presentación fue en 1978, el 19 de abril, justo un mes antes del corte final. Diego ya tenía 17 años e ingresó contra Irlanda, pero otra vez sobre el final. Aunque los hinchas habían coreado su nombre desde el comienzo del segundo tiempo, Menotti lo hizo jugar tan poco que Clarín analizó: “Entró cuando empezó a caer el telón. No dio para juzgarlo con demasiada severidad”. Encima el técnico se enojó cuando le preguntaron sobre el tema: “Maradona entrará cuando me parezca que es el momento oportuno y no cuando lo pida la tribuna”. Ya en esos días, el entrenador daba a entender que Diego podría quedar afuera: “Es la interpretación cabal y genuina de nuestro país. Tiene un gran futuro, pero su consolidación depende de lo que él haga y de los consejos que reciba de quienes lo rodean. Ser figura a los 17 años significa un riesgo si no se está preparado para afrontarlo”.

Un mes después llegó el día de la decisión: el 19 de mayo llovía en José Clemente Paz, en la quinta de Natalio Salvatori, otra de las rarezas de la época. A falta de un complejo deportivo y habitacional propio, la AFA alquilaba una propiedad que disponía, encima, de una única cancha. De todas maneras, para las pretensiones de la época era suficiente, y si por algún motivo no podía usarse, los futbolistas se subían a un colectivo y viajaban para entrenarse en otra canchita ubicada a pocos minutos. Aquel día, Menotti tenía que restar a tres jugadores de los 25 con los que contaba: más atrás había quedado una preselección de 40, de los cuales 15 fueron desafectados en un primer corte, entre ellos otro número 10, Ricardo Bochini.

La última incorporación contrarreloj para esa lista había sido la de Norberto Alonso, el 10 de aquel River multicampeón. Testimonios de la época señalan que hubo presiones cruzadas para su convocatoria. Al Beto lo reclamaba el periodismo –que también exigía por Ubaldo Matildo Fillol, hasta entonces fuera del radar de Menotti: el Pato no había atajado ningún partido en la Selección de 1975 a 1977– pero también lo sugería el militar a cargo de la organización del Mundial, el contraalmirante Carlos Alberto Lacoste, o al menos eso es lo sostiene Ares en Vivir en los medios:


“La presión fue real. Pero se manejó como todas las presiones, sin ser directa (…) Conversaciones del estilo ‘A usted le conviene poner a Alonso para que la gente no proteste y se evita un conflicto’. Así son esas cosas. Ahí Maradona perdió el puesto”.

Imagen LA NOTA de El Gráfico sobre la desafectación de Diego, Bravo y Bottaniz tuvo un título elocuente.
LA NOTA de El Gráfico sobre la desafectación de Diego, Bravo y Bottaniz tuvo un título elocuente.
Con la llegada de Alonso, Menotti pasó a contar con cuatro alternativas para el mismo puesto. Además de Maradona estaban Ricardo Julio Villa y José Daniel Valencia, el 10 de Talleres de Córdoba que parecía contar con ventaja porque, entre otros motivos, Menotti lo sentía como propio: lo había descubierto cuando era un chango que despuntaba en Gimnasia de Jujuy. Si Diego apenas formaba parte del decorado (aquellos cuatro partidos), Alonso también: en el ciclo Menotti había jugado una vez en 1975, otra en 1976 y recién volvió para un amistoso en mayo de 1978, a un mes del Mundial, contra Uruguay. En cambio Villa y Valencia eran la debilidad del técnico: Valencia sumó 17 encuentros en la Selección de Menotti antes del Mundial y el jugador de Atlético Tucumán y Racing, una cifra similar: 15.

Maradona conocía el escenario que lo rodeaba: el técnico lo admiraba pero no se desvivía por retenerlo y los hinchas, si bien lo pedían, no ejercían un clamor popular. A Diego tampoco lo defendían presiones mediáticas ni por debajo de la mesa. En realidad, la duda de Menotti no era mantener o no a Maradona, sino a Humberto Bravo, el 9 de Talleres de Córdoba. La noche anterior, el descubridor de Diego, Francis Cornejo, fue a la concentración para visitar al chico que empezaba a percibir lo que le esperaba. Lo encontró en su habitación: Maradona estaba llorando. Al día siguiente, por la mañana, Menotti les anticipó los nombres a sus periodistas de confianza. Y por la tarde juntó al plantel en el círculo central de la cancha y anunció: “Los que salen son Bravo, Maradona y Bottaniz”.

Es curioso pero, en los meses previos al Mundial 2014, o sea 36 años después de aquel 19 de mayo de 1978, Bravo y Víctor Bottaniz lo recuerdan de maneras diferentes. Mientras el ex 9 de Talleres –hoy comerciante en Córdoba, y todavía vinculado al fútbol en el asesoramiento de la compra y venta de jugadores– cree que Menotti primero mencionó a los 22 futbolistas que jugarían el Mundial y después detalló los tres que habían quedado al margen, Bottaniz asegura que fue al revés. El ex defensor de Unión, y actual entrenador de la reserva de Atlético de Rafaela, recuerda que el técnico anunció directamente el nombre de los relegados.

La noticia impactó tanto en los tres marginados que Menotti suspendió el entrenamiento que tenía pautado. Maradona contó en su biografía que solamente Leopoldo Jacinto Luque y Américo Rubén Gallego se acercaron para solidarizarse.

“Y ninguno más. En ese momento (los otros jugadores) eran demasiado grandes como para gastar palabras en un chico”.

Bottaniz decidió quedarse con el plantel durante el Mundial y siguió entrenándose como si estuviese dentro de los 22 –y hasta vio los partidos en el banco de suplentes–. Bravo durmió esa noche en la concentración –o intentó dormir, porque no pudo de la tristeza– y al día siguiente se fue a la casa de su hermana, en Tortuguitas, y en pocas horas volvió a Córdoba. Antes tuvo tiempo de decirle a Diego:
“Vos tenés 17 años y vas a jugar muchos Mundiales. Yo tengo 27 años y no sé si llego al próximo”, le confesó Bravo.

Imagen CAMINA entre Oviedo, Bertoni, Bravo y La Volpe, cuando fue al banco ante Irlanda, en abril del 78.
CAMINA entre Oviedo, Bertoni, Bravo y La Volpe, cuando fue al banco ante Irlanda, en abril del 78.
Lo curioso es que Bottaniz –25 años– y Bravo nunca más jugarían en la Selección. Ni siquiera un amistoso. En cambio a Diego lo esperaban 87 de sus 91 partidos, más cuatro Mundiales: España 82, México 86, Italia 90 y Estados Unidos 94. Pero nada de eso contaba en la acrimonia de aquel momento: Diego llamó a su representante, Jorge Cyterszpiler, para que lo llevara a su casa. En esa espera fue que a Diego lo vieron llorando bajo un árbol. Lo peor, contó Maradona, sucedería después, al llegar a su casa: encontrarse con el dolor de su familia y en especial de su padre, Don Diego, que cargaba contra Menotti, justamente el motivo de aquella angustia previa de un chico de 17 años.

Dos días después del anuncio de Menotti, el domingo 21 de mayo, Maradona se puso la camiseta de Argentinos contra Chacarita. Fue por la 15ª fecha del Metropolitano, en La Paternal, y era el último partido antes del receso en el que entraría el torneo durante el Mundial. El Diez quería una revancha y la tuvo: Argentinos ganó 5 a 0, Diego convirtió dos goles y le hicieron un penal que convirtió Jorge López. Otros medios también le adjudicaron un tercer gol, pero la web especializada www.estadisticasfutbolargentino.com se lo da a Rubén Favret –o insólito del caso es que El Gráfico, La Prensa, Clarín y La Razón se lo dieron a Favret, mientras Goles y La Nación se lo adjudican a Diego, y Crónica tiene una ambigüedad aún mayor: en la síntesis se lo da a Maradona y en el comentario a Favret–. Como sea, fue en ese partido que un defensor de Chacarita, Hugo Pena, le dijo a Diego algo similar a Bravo y a Ares: “Si no fuera porque tengo otra camiseta, festejaría los goles que nos estás haciendo. Quedate tranquilo que vas a tener muchos Mundiales más”.

En los vestuarios, después de su extraordinaria actuación –con la bronca como combustible–, Maradona dijo: “Lo de hoy no es una revancha para mí. De ninguna manera. El señor Menotti creyó que yo era el cuarto 10 y me tuve que ir. Yo respeto su posición porque él es el técnico, pero eso no quiere decir que la comparta. Cuando me comunicaron que quedaba desafectado me dolió muchísimo. ¿Explicaciones? No, no me las dieron de ningún tipo. Tampoco las precisaba. Valencia es el mejor 10 y debe jugar, sin desmerecer a Alonso ni a Villa. Pero es el que tiene más visión de conjunto”.

A su lado, el presidente de Argentinos, Próspero Cónsoli, se quejaba por lo que suponía un perjuicio económico para el club: “¿Ustedes vieron los golazos que hizo Maradona y cómo jugó? ¿Puede quedar un jugador como él afuera del Mundial? Esto nos afectó a todos. A él, porque imagínense cómo quedó. Y al club, porque había gente de afuera que lo estaba observando. Ahora será cuestión de armar otra gira internacional para ponerlo en vidriera”.

Menotti –que fue el técnico que más años dirigió a Maradona, si se suman los dos que después coincidirían en el Barcelona– no dio explicaciones en el momento. “No se las di a los jugadores y tampoco las haré públicas. Les había adelantado que iba a proceder así. De nada hubieran valido los discursos. ¿Qué ganaban si yo les decía que eran unos fenómenos pero los tenía que sacar?”, dijo aquellos días. Más adelante, sin embargo, el técnico explicaría que para su puesto contaba con gente de más experiencia y en igualdad de condiciones físicas y anímicas: Alonso, Villa, Valencia y Omar Larrosa. Al margen de las cuestiones futbolísticas, también es posible que se haya tratado de una cuestión de egos, aunque no deja de ser una interpretación: que Maradona, una individualidad brillante, desenfocaba en el concepto colectivo que pretendía Menotti.

Diego estuvo en las tribunas del Monumental durante dos partidos del Mundial, contra Italia y en la final ante Holanda. También envió al plantel un telegrama de felicitaciones y, para festejar el título, se subió a la camioneta del suegro para festejar por Buenos Aires.

El chico ya no lloraba. Y preparaba su revancha.

Por: Andres Burgo (2014)