Las Entrevistas de El Gráfico

Gonzalo Montiel, el bombero

Así definió Gallardo a este defensor multifunción que se ganó un lugar en el equipo mostrando un temple impropio de un chico de 20 años. La historia de Cachete, que llegó a River con 10 años y sorprende por su modo de entrenarse y su espíritu competitivo.

Por Diego Borinsky ·

08 de enero de 2018
Imagen Una breve sonrisa, toda una rareza en Montiel, en Rivercap.
Una breve sonrisa, toda una rareza en Montiel, en Rivercap.
Un alemán. Aunque en el plantel de River le digan Cachete, a pesar de que no le veamos los ojos celestes ni la cabellera rubia y Marcelo Gallardo lo haya caracterizado como Bombero en una conferencia de prensa (te apaga cualquier incendio, es decir: te juega en cualquier posición y siempre bien dispuesto), en el cuerpo técnico del propio Muñeco no tienen dudas a la hora de condensar con una definición bien futbolera el modo en que se entrena y encara su profesión Gonzalo Ariel Montiel.
“Es un alemán, un alemán entrenando y jugando, un pibe simple, de pocas palabras, enseguida te das cuenta de que vive para el fútbol, ya el Luigi (Villalba) lo había tenido en inferiores y nos había contado que, terminados los partidos, recibía la visita de sus padres en la pensión, los saludaba y los despachaba rápido, porque Cachete se quedaba pensando en el partido, es una cabeza rara para los tiempos que corren. Muy competitivo, no quiere perder a nada, juega como entrena, esa es la ventaja que tiene, o sea: no es un jugador que se tenga que predisponer mentalmente para jugar, porque así como entrena, juega, es como Maidana o Ponzio, con esa mentalidad, pasa que este lo hace con 20 años, y eso no es común”.
La definición de uno de los integrantes de la mesa chica del cuerpo técnico de River aporta la mirada privada que corrobora lo que se observa en público: un futbolista de gesto adusto, dientes apretados y concentración extrema.
Gonzalo Montiel, que podría haberse llamado Gonzalo Ariel Ortega Montiel si hubiera terminado imponiéndose la voluntad del abuelo Jerónimo (¿de qué equipo sería hincha?), se acerca a la entrevista en jean, remera y con un par de botines en la mano. Es que en un rato, en vez de rumbear hacia el departamento que le alquila su representante en Núñez, Gonzalo irá de Rivercamp a la casa familiar, en Virrey del Pino, que le queda cerca de Ezeiza, para hacer un segundo turno de entrenamiento en una cancha del barrio. Lo hará hoy, como lo hace casi todos los días. Sin que nadie se lo exija, claro. Un alemán.
Antes de arrancar con la charla vienen las fotos. El pedido a Gonzalo es que mire hacia el cielo con los dedos índices en alto, el modo en que homenajea a su abuelo Jerónimo, que ya no está, según hemos leído en alguna de las escasísimas declaraciones del defensor. Igual que Messi, que le dedica todos sus goles a la abuela Celia. Y como les ocurre a tantos otros futbolistas, en ese vínculo tan especial y tan fuerte que se genera con los abuelos. Cachete, que es tímido y de pocas palabras (ya estamos precavidos), no solo acepta gustoso la idea de posar mirando el cielo, sino que ahí nomás, en ese primer intercambio de palabras, agrega: “Es por mi abuelo y también por mi amigo Lucas. Y porque soy muy creyente. Soy de rezar antes de empezar los partidos, para que nos ayude a mí y a mis compañeros”.

-Pero si vos pedís que te ayuden y del otro equipo también piden lo mismo…
-No, no, pido, sobre todo, que no nos pase nada y también agradezco, eso más que nada, doy las gracias por estar en el lugar que estoy.

Apenas termina la producción de fotos, y nos instalamos en el viejo vestuario de la Reserva, la primera pregunta no puede ser otra que por Lucas.
-Tenía 23 años, éramos muy amigos desde chicos, del barrio –repasa Gonzalo–. Fanático de River, aparte, me seguía a todos lados. Le salió un problema en la panza, tenía piedras, creo que en la vesícula, y lo operaron en el hospital de mi barrio, pero se agarró un virus ahí mismo, tuvieron que internarlo de nuevo, y no pudieron hacer nada, se murió.

-¿Cuándo pasó?
-En enero, estábamos de pretemporada en Estados Unidos, y cuando mis amigos me avisaron, no lo podía creer. Miraba el celular una y otra vez y no caía. Así, de la nada, se te va un amigo. Me costó mucho en la pretemporada.

-¿Lo hablaste con Gallardo o con sus colaboradores?
-No, no dije nada.

-¿Por qué?
-Porque lo de mi vida privada prefiero masticarlo solito, algunos compañeros notaron mi cara y me preguntaban y se terminaron enterando unos días después, porque yo no quería hablar mucho de ese tema, quería guardármelo para mí.

-¿Cómo canalizaste la angustia?
-Lloraba, me encerraba en el baño y lloraba, los primeros días en la pretemporada lloraba todas las tardes.

-¿Pudiste entrenarte bien?
-Sí, eh... digamos, yo sé apartar, pero me dolía, la verdad que sí. Lo conocía de chico y ahora hace poco fallecieron dos más, les pegaron tiros a los dos en el barrio.

Imagen Cubre el balón ante Fabra, en el último superclásico, en el Monumental.
Cubre el balón ante Fabra, en el último superclásico, en el Monumental.
Bien, a partir de esta vivencia particular, continuamos conociendo el carácter de nuestro personaje por sus propias palabras, que corroboran de algún modo las del cuerpo técnico de River. Nacido el 1° de enero de 1997 en Virrey del Pino, cerca de González Catán, en el conurbano profundo bonaerense, ya tiene claro que todos los 31 de diciembre a la medianoche vienen dos brindis consecutivos, aunque no necesariamente dos regalos. “Pobre, mi mamá dice que no la acompañó nadie esa noche previa a mi nacimiento, ni mi papá”, admite, con cierta culpa. No era el primero: cuatro años antes había nacido Jacqueline, su única hermana.
“El abuelo quería ponerme Ariel Ortega de nombre, mi mamá le dijo que no, que estaba loco, pero accedió a ponerme Ariel como segundo”, repasa Cachete, y agrega: “Mis padres no vivían juntos, lo hacían en la casa de sus padres, hasta que pudieron comprarse su propio hogar, y parece que el abuelo mandaba bastante y por eso mi mamá le cumplió el deseo”. No completo, pero le cumplió.
Mamá Marisa es futbolera, jugaba de defensora en Laferrere, y era hincha de Boca. “Era”, claro, desde que su hijo defiende la camiseta con la banda roja se cruzó de vereda. “Mi papá y mi abuelo siempre fueron muy hinchas de River, nunca venían a la cancha porque no tenían plata, pero miraban los partidos”, destaca, antes de dejarse atrapar por la melancolía que le genera recordar a su abuelo Jerónimo: “Le decían Chivo, murió cuando yo tenía 7 años. Me daba todos los gustos, de eso me acuerdo bien. A mí me gustaba mucho la Coca Cola, por ejemplo, y le pedía a mi mamá, y me decía que no tenía plata para comprarme, y entonces el abuelo iba, pedía fiado y me traía la Coca, después no sé cómo la pagaba, pero me mimaba siempre. También me acuerdo que tenía un carro a caballo y vendía frutas por la zona, sandías en especial, y me llevaba a vender con él, en el barrio La Esperanza. Le gustaban los caballos, era loco de los animales. Y lo terminaron matando por defender a un animal: tenía muchos perros en la casa y una vez apareció una señora de la zona pidiendo que callaran a un perro, tuvieron una discusión, la señora se fue, agarró un arma, y al rato apareció y le pegó tres tiros. Lo llevaron al hospital y se murió. Esa mujer había salido de la cárcel hacía poco tiempo, y después de los tiros se fue del barrio y no la vieron más”.
Barrio La Esperanza, kilómetro 39, Virrey del Pino, La Matanza, el partido más poblado de la provincia de Buenos Aires. Un padre albañil (Juan Antonio) y una madre empleada en empresa de limpieza y temperamental defensora central (Marisa), que siguen con sus trabajos, como corresponde, a pesar de que el hijo ya firmó contrato profesional con River. “Hambre no pasé, mis viejos hicieron todo para darnos la comida. Por ahí me dejaban una viandita para que comiera en el colectivo, me tenía que ir solo a entrenar, ellos trabajaban. A veces mi mamá me esperaba en Liniers, a la vuelta del entrenamiento, y ahí comíamos juntos alguna porción de pizza, a la tardecita, y me salteaba el almuerzo. Nunca tuve que trabajar, pero cuando tenía un día libre, acompañaba a mi viejo y lo ayudaba, no hacía gran cosa, pasarle ladrillos, ayudarlo con los pozos, ese tipo de cosas”, repasa con orgullo.
De chico empezó jugando al baby en El Tala, en González Catán, localidad vecina, hasta que el padre de un compañero les consiguió a varios una prueba en Huracán. Tenía 10 años: “Fuimos dos chicos categoría 97 y dos 98, estuvimos un par de meses, pero no nos daban mucha bola, tampoco era muy competitivo, perdíamos 4-0 y no pasaba nada, entonces de ahí conseguimos una prueba en Boca, nos aceptaron y fue más o menos lo mismo, no nos miraban, por ahí hacían fútbol y a mí me dejaban apartado. Mis viejos gastaban mucha plata para el colectivo y no tenía sentido”.

-Ahí se te hubiera complicado si decías que te llamabas Ariel Ortega Montiel...
Gonzalo escucha y por primera y única vez en la charla dibuja lo más parecido a una sonrisa completa, hecha y derecha.

Imagen Con la camiseta de la Selección Argentina.
Con la camiseta de la Selección Argentina.
“Así que en Boca habré estado un mes y me volví a jugar al Tala todos los sábados, hasta que me consiguieron una prueba en River. La hicimos en Villa Martelli, fuimos cuatro chicos: a los otros tres les dijeron que volvieran más adelante y a mí me pidieron que siguiera yendo. La prueba la tomaron Luis Pereyra y un muchacho Gustavo, no me acuerdo el apellido”, revive Gonzalo, a quien le quedó grabada una imagen, cuando a los pocos días, esa categoría 97 del fútbol infantil de River debía viajar a disputar un torneo a Rafaela: “Los titulares se quedaban para jugar el campeonato y los suplentes viajaban a Rafaela, y este señor Gustavo dio la lista de los 18 que iban. Yo no estaba, porque todavía me tenían a prueba, y no lo olvido más, Luis Pereyra miró la lista y le dijo: “¿Estos son los 18? Bueno, van a ir 19: incluí a Gonzalo Montiel’. Viajé y aunque no jugué mucho, para mí fue algo único, era la primera vez que me tenían en cuenta en un club. Y a la vuelta ya arranqué a jugar en liga, mayormente de cinco”.
Esto ocurrió en 2008, Cachete tenía 11 años. Feliz por estar cumpliendo su deseo de iniciar una carrera de futbolista, el sacrificio era demasiado grande y cansador, como ocurre en tantísimos casos. Dos horas y media de ida, otro tanto de vuelta, la plata de los padres que no alcanzaba para costear los viajes. Y entonces, después de un par de años, Montiel se plantó con la misma determinación y personalidad que mostraría cuando Gallardo lo mandó a la cancha en la Primera de River: le comunicó a Carlos Anta, su entrenador, que así no podía seguir. Y se ve que en el fútbol amateur de River le veían condiciones, porque le hicieron lugar en la pensión, un sitio destinado a los chicos del interior del país. Cachete valía la excepción. “Hice eso de ir y volver todos los días durante 2 o 3 años, hasta que no aguanté más y le planteé a mi entrenador si me podían hacer un lugar en la pensión. Por suerte me dijeron que sí, y aunque era chico y solo veía a mis padres los fines de semana, no me costó para nada, me acostumbré bien a la pensión, aparte si no estás bien ahí, que te dan todo… estaba mejor que en mi casa”.
Gonzalo estudió en el Instituto River Plate, aunque no terminó la secundaria. En la cancha fue capitán en casi todas las categorías, un anticipo de su fuerte carácter y del modo de encarar la profesión. Fue campeón con la Octava (2012) y con la Sexta (2014), y subcampeón con la Séptima (2013) y Reserva (2015).

-Al principio era volante, el que me mandó atrás fue el Tano Nanía, en Prenovena. Yo no quería saber nada, pero en un momento me dijo que si jugaba atrás, me daba la cinta de capitán, y así me fui al fondo, a mí me gustaba más jugar de volante, porque era de soltarme mucho y llegar al área rival, pero al final me convenció y terminé como defensor y como capitán.

Imagen En la Reserva de River, capitán, como en todas las inferiores.
En la Reserva de River, capitán, como en todas las inferiores.
-¿Por qué creés que después seguiste siendo capitán?
-No sé, será porque siempre grité mucho en la cancha, les hablaba a mis compañeros, los ordenaba, no sé si será algo que vino conmigo o que agarré en la pensión, estando solo, aprendiendo a arreglármela sin mi familia. Me fui haciendo duro.

-“Mi hijo se transforma en la cancha como yo”, contó tu mamá en una nota, ¿es así?
-No la vi nunca jugando, ella dice eso.

-¿Quién es más futbolero, tu mamá o tu papá?
-Mi mamá, aunque en casa no hablamos mucho de fútbol, no me gusta, y ellos ya lo saben. Mi mamá era la que iba siempre para todos lados, me llevaba y me traía, para mi papá era más complicado por su trabajo.

-Siempre se te ve muy serio en el campo de juego, ¿afuera también sos así?
-Es en la cancha nomás, afuera soy otro. Adentro es por la concentración.

-¿Vos sentís que te transformás cuando entrás en la cancha?
-Sí, la verdad que sí, no sé cómo te lo puedo explicar, es como que al entrar a jugar me encierro en mi objetivo y sale el temperamento.

-Puede ser que no te guste perder a nada…
-Soy muy calentón. Cuando era chico y perdía, llegaba a casa y me encerraba, mis viejos sabían que no me tenían que hablar por un tiempo, quería ganar a todo.

-Ahora te lo bancás un poco más…
-Y… ahora soy igual, no me encierro, pero me duele mucho.

Marcelo Carracedo, aquel habilidoso mediocampista iniciado en Atlanta y que se destacó en el fútbol alemán y en Rosario Central entre otros equipos, nos acerca su mirada de ex futbolista y de representante, para conocer mejor a uno de los muchachos de su escudería: “A Gonzalo lo tengo hace unos 5 años, y es un pibe muy serio, de pocas palabras, de esos que nacieron para ser jugador de fútbol. El chico ama lo que hace, y se nota. Es superprofesional, es un soldado, tal cual lo dijo Gallardo, y muy competitivo. Y justamente por tener estas características, aprende y progresa día a día y lo va a seguir haciendo”. Cuando se le pide un ejemplo que muestre su espíritu competitivo, no duda: “Uno o dos días antes de cada partido, apaga el celular y no lo enganchás. Le mandás un mensaje y no te contesta hasta el día después del partido, con suerte. Gonzalo es callado afuera de la cancha y adentro se transforma, es otra persona, no para de hablar, de dar indicaciones, lo vive metidísimo, concentrado. Nació para ser jugador de fútbol”.
Desde el cuerpo técnico de River recuerdan su primera aparición en el plantel, a fines de 2014. Una tarde hacían un reducido en el Monumental y les faltaba un jugador para completarlo. Mandaron a buscar a un chico a la pensión y entonces apareció Cachete, que por entonces era bastante más mofletudo que ahora. “Tenía dos cañitas de pescar ahí abajo, era flaquito flaquito. Lo pusimos de 3 y aunque no se destacó en lo futbolístico, por algún motivo nos quedó el recuerdo, seguramente ha pasado con muchos otros chicos, pero la predisposición nos llamó la atención, por más que le faltara en lo físico. Y el día que debutó, ya en 2016, entró en el entretiempo para jugar en una línea de tres y metió un cabezazo en el palo y un pase a lo Ronaldinho, mirando para el otro lado, que luego comentamos: este es un caradura bárbaro”.
El recuerdo de los colaboradores más cercanos de Gallardo se refiere al 0-0 frente a Vélez del 30 de abril de 2016. El debut más destacado, esa tarde en el Monumental, fue el de Tomás Andrade, por su gambeta similar a la de D'Alessandro y por las lágrimas en la nota con la televisión, pero ese mismo día, sin hacer ruido, en puntas de pie, también debutó Montiel, ingresando en la segunda parte por Pablo Carreras. Unos meses más tarde, haría su estreno como titular, en un 2-1 agónico ante Estudiantes de San Luis por la Copa Argentina, formando dupla central con Maidana. Ese 2016 lo completó con algunos partidos más (incluída una expulsión injusta ante Arsenal, en Sarandí, en un increíble 2-2 que se le escapó a River tras ir ganando 2-0), en el primer semestre de 2017 no tuvo chances y reapareció con todo en esta segunda parte del año. Hubo un partido que lo catapultó (en el ánimo propio y en la consideración periodística y del hincha): el 8-0 a Wilstermann, en el que apareció de titular sorpresivamente en lugar del paraguayo Moreira. Era su debut en la Libertadores y la rompió: participó activamente en 3 goles, casi mete uno de taco tras un córner (Scocco recogió el rebote y metió el 7-0) y fue impasable en la marca. A partir de allí se consolidó con actuaciones sobrias, recorriendo un camino muy similar al transitado por el Chino Martínez Quarta unos meses antes, como si llevara años en la Primera de River.

-Después de aquellos partidos en 2016, un poco desapareciste, ¿qué pasó?
-Siempre seguí entrenándome con la Primera, pero la cuestión es que había muchos jugadores en el puesto, también en el medio estuvo el Mundial Sub 20 y yo me entrenaba mucho con la Selección, entonces eso también te quita posibilidades. Y encima estuvo ese partido en que me expulsaron con Arsenal, y en River, si no aprovechás las oportunidades, te cuesta.

-¿Te bajoneaste cuando llegaron Lollo y Mina?
-No, no, son muy buenos jugadores, de gran jerarquía, uno debe seguir entrenándose y dando lo máximo.

-¿Cómo te dijo Gallardo que serías titular contra Wilstermann?
-En la charla misma, ahí me enteré.

-Participaste en un montón de goles y casi metés uno de taco…
-Una noche soñada, si entraba ese gol de taco, no me iba, todavía estaba en el Monumental.

¿Te felicitó Gallardo?
-Siempre nos saluda cuando terminan los partidos a uno por uno, pero sin decirnos nada en especial, es un saludo.

-Contra Lanús metiste el 2-0, tu primer gol oficial, pero después hiciste el penal del 2-4, y lo que era una noche soñada terminó en pesadilla.
-Mucha bronca, sí, pero bueno, son cosas de fútbol. Tenía una gran ilusión de jugar una final de Copa.

-¿Qué explicación le encontrás a lo que pasó?
-Después del partido te quedás con mucha bronca, pero son cosas que pasan y la verdad que si te quedás en el lamento, te va a jugar en contra y vas a estar negativo en los entrenamientos, así que uno trata de olvidar. Nos complicó que nos empataran apenas empezó el segundo tiempo.

-¿Fue penal el que hiciste?
-Sí, vi que se metía solo y lo agarré.

-¿Te sorprendió que Gallardo dijera en conferencia que eras su bombero?
-Te da mucha alegría que tu técnico diga esas cosas de uno, la verdad que estoy muy agradecido a él.

-¿Por qué creés que lo dijo?
-Supongo que porque puedo jugar en varias posiciones, no sé.

-¿No le preguntaste?
-Noooo, no, ni en pedo, mucho respeto (se suelta un poco).

-También dijo en esa misma conferencia que eras un jugador al que quería mucho, ¿de dónde viene el afecto?
-El se identifica mucho con los chicos de inferiores, creo que es por eso, pero la verdad es que un técnico diga eso te entusiasma y te genera mucho orgullo.

-No hay casi notas tuyas en este año y medio desde tu debut.
-No soy de hablar mucho, no me gusta.

-¿Te cuesta expresarte?
-No es eso, tampoco me pongo nervioso en las notas, es porque soy tranquilo, digamos, prefiero jugar antes que hablar. Lo que sí, yo había hecho una promesa después de que se murió mi abuelo y es que no haría ninguna nota hasta debutar en Primera. Y cumplí.

-Las últimas, Gonzalo, ¿te hubiera gustado llamarte Ariel Ortega?
-Y… no sé, es raro.

-¿Lo conocés personalmente?
-Sí, incluso lo tuve en la Reserva, como ayudante del Luigi, es una gran persona, pero nunca le dije nada de mi nombre, charlamos un rato, pero nunca salió el tema, no me animé.

Afuera, no se anima. Adentro, alcanza con unos pocos ejemplos, se le anima a todo. Es Gonzalo Ariel Montiel, der Feuerwehrmann. El Bombero. En alemán, claro.

Por Diego Borinsky / Fotos: Emiliano Lasalvia.

Nota publicada en la edición de Diciembre de 2017 de El Gráfico