Las Entrevistas de El Gráfico

Marcelo Saracchi, la Banda Oriental

Llegó en puntas de pie, como el último de los 7 refuerzos, con menos chapa que ninguno, pero le bastaron unos minutos en campo para despertar el entusiasmo del hincha. Historia de un botija desfachatado y audaz.

Por Diego Borinsky ·

06 de diciembre de 2017
Imagen Cambió la banda negra de Danubio por la roja de River. Aquí, con el nuevo modelo de la camiseta.
Cambió la banda negra de Danubio por la roja de River. Aquí, con el nuevo modelo de la camiseta.
A Marcelo Josemir Saracchi Pintos lo ponés a hablar con un balde en la cabeza, sin saber de quién se trata, y en menos de cinco minutos no te queda ninguna duda: es más uruguayo que el dulce de leche Conaprole, la yerba Canarias y el termo bajo el brazo.
Es el tono, pero también el vocabulario, las palabras que utiliza, el modo en que se expresa. Y, además, lo hace con un desenfado que no es habitual para un chiquilín de 19 años que acaba de llegar a un gigante de Sudamérica.
El Chelo Saracchi se suelta. En la cancha y fuera de ella. Es la primera impresión. Y la primera impresión suele ser la que cuenta. No en vano, el hincha de River ha tenido, al verlo en sus primeros partidos, avalanchas de “dejá vú” de Piri Vangioni.
Ya empezamos a conocer su historia.
Nació el 23 de abril de 1998, en Paysandú, una de las ciudades más importantes de Uruguay, ubicada 368 kilómetros al norte de Montevideo, enfrente de Colón, Entre Ríos. Aunque asegura no tener genes brasileños (en la cancha se observa lo contrario), la abuela Norma sentía cierta predilección por la tierra del samba y logró imponer su voluntad en 2 de sus 4 nietos: Josemir de segundo nombre para el único varón y Janela (ventana, en portugués) para una de las tres niñas. “Medio raros, pero bueno, se ve que tenía influencia la abuela y mi papá se la bancó”, acepta, resignado, y desmiente que Piri sea uno de sus apodos, como se lee en Wikipedia. Jose (se pronuncia Yose), por Josimar, Chelo y Marce, así lo llamaron siempre.
Con un padre carpintero y apicultor, y una madre empleada en una panadería, su infancia no fue un territorio de abundancias. “El plato de comida siempre estuvo, pero nunca nos dimos un lujo”, recuerda, y responde exactamente con las mismas dos palabras cuando se le pregunta si salían de vacaciones y si tenían auto: “Para nada”.

-¿Botines?
-Noooo, los zapatos de fútbol llegaron después, cuando empecé a rendir, antes no había, jugaba en championes y como pudiera -sonríe el sanducero, tal como se conocen a los nacidos en Paysandú.

Con dos hermanas mayores (una fisioterapeuta y otra estudiando para ser asistente social) y una de 6 años, Chelo nunca tuvo problemas en atacar las delicias que preparaba su madre en su trabajo: “Yo como y como, pero no engordo, así que siempre le entré sin problemas a los bizcochos”, explica, con terminología uruguaya (bizcocho = factura). “En Paysandú le dicen ‘bollo’, entonces cuando me fui a vivir a Montevideo y pedía ‘bollos’, me decían ‘¿qué es eso?’, lo mismo cuando llegué a Argentina y fui a pedir bizcochos a la panadería, ahora ya la tengo clara”, especifica.

Saracchi zafó de trabajar, porque con 13 años se instaló en Montevideo. Primero se probó un par de semanas en Peñarol, luego se interesó Danubio, el club donde se formaron, además de Camilo Mayada, Edinson Cavani, el Polillita Da Silva, Rubén Sosa y Alvaro Recoba, entre otros. Alta estrategia: intuyó que en un club así tendría más chances de ser promovido que en el gigante que sale a llenar seguido el changuito con refuerzos. El que le consiguió la prueba después de haberlo visto en un campeonato de baby, y luego lo bancó desde los 13 años con casa, transporte y comida, fue Recoba, hoy su representante. Se ve que de zurdos algo entiende el Chino. “Por eso siempre le estaré agradecido”, destaca.

Desde pequeño pasó por las diferentes selecciones juveniles, de Sub 15 en adelante, y hasta disputó dos Mundiales Sub 20, uno de ellos en 2015 (Nueva Zelandia), dando tres años de ventaja. Debutó en Danubio con 17 años, todas señales de un niño precoz. “Al principio me costó un poco arrancar en las inferiores, yo era un desastre en “baby fubol” –se sincera, riéndose de sí mismo–, cuando arranqué le pegaba con las dos piernas, no, no, no, era un desastre de verdad, mis padres se agarraban mil disgustos, no jugaba a nada”. Bueno, Chelo, pará un poco. “Y después arranqué, viste, siempre con esfuerzo, siempre de abajo. Mi padre me daba consejos. Me acuerdo clarito: una vez que perdimos un partido, mi padre agarró una hojita y una lapicera, y empezó a decirme cómo tenía que hacerlo. Yo estaba con una calentura… que le mandé: ‘¿Terminaste?’. Pah, ahí nomás me pegó una cachetada. Le había faltado el respeto. De ahí me empezó a interesar, y fui para arriba”. Su padre, Marcelo, le marcaba cosas de pibe. Ahora, más grandecito, lo tiene a otro Marcelo encima.

“Las selecciones juveniles te brindan mucho, te dan roce internacional, y jugar cada 3 días en una competencia se asemeja a lo que es un equipo grande, donde tenés partidos entre semana”, razona. Con las juveniles de la Celeste y de La Franja (tal el apodo de Danubio por la banda negra en diagonal de la camiseta) cruzó el charco (chico) para disputar amistosos. “Vine un par de veces al predio de AFA a jugar contra Argentina, eran picantes esos amistosos, eh, pierna fuerte, hasta nos gritábamos los goles”, detalla, y recuerda haber tenido que marcar a un morochito tucumano que gambeteaba por su sector y andaba muy bien. De Exequiel Palacios hoy es compañero. Con Danubio llegó a enfrentar a River y a Boca. “Vine a este predio, fue en el invierno de 2015, el plantel estaba en México para jugar la final de la Libertadores, así que Marcelo no pudo verme, acá estaban Pisculichi y Solari, anduve bien, me impresionaron las instalaciones, perdimos 1-0”, resalta. Con Boca jugaron un amistoso en La Bombonera, ante la mirada de Guillermo Barros Schelotto.
“Mirá que este te quiere traer, ¿vos estás preparado para jugar en Boca?”, lo pinchó Leo Ramos, el ex defensor de Estudiantes que tuvo un breve paso por River y en entonces era su DT en Danubio. Quedó ahí, el club aspiraba a tenerlo un tiempo más.

-Cuando jugaste acá, ¿llegaste a pensar que algún día vendrías a River?
-No era soñado para nada, la verdad que nunca lo soñé, porque estas cosas a veces en el fútbol salen de la nada.

-¿Qué esperabas de tu futuro?
-Que en algún momento iba a poder salir a algún club chico de Europa, más para ir preparándome, pero salió River y acá es diferente la presión y todo. Aunque no me lo esperaba, sabía que por mi estilo de juego encajaba perfecto en el perfil del River de Gallardo.

-¿De qué jugaste en aquel amistoso acá de 2015?
-De volante. Si bien me inicié como defensor, desde que llegué a Primera jugué de volante. Siempre fui rápido, de llegar al fondo, era un lateral de ir al ataque y en el fútbol uruguayo los defensores tienen que ser más de marca, más de defender que de atacar. Hoy, igual, ya me siento más cómodo de lateral, porque tengo la cancha de frente.

Imagen Contra Atlanta, por la Copa Argentina, mostrando que los rivales se tienen que preocupar por él a pesar de ser defensor. Metió su primer gol.
Contra Atlanta, por la Copa Argentina, mostrando que los rivales se tienen que preocupar por él a pesar de ser defensor. Metió su primer gol.
-¿Por dónde pasa la clave de tirar esos buenos centros que tirás?
-En Danubio me aconsejó mucho Pablo Lima, el Bola, un lateral que acá jugó en Vélez. Al principio, los centros se me iban por detrás del arco. Es que hacía todo a la misma velocidad, y el Bola me dijo que me tome un segundo al llegar al fondo y que le pase todo el pie a la pelota, porque le pegaba con la punta, no llegaba a darle bien la rosca. Y después, que no mire al área. “Vos metela entre el zaguero y el arquero, si después el nueve no llega, es problema de él, que lo puteen al nueve, no a vos”, me decía, ja, ja, y tenía razón. Y con esas correcciones fui mejorando.

-También tenés que darle importancia a la marca, sos defensor.
-Claro, pasa algo similar con Cami (Mayada): lo que a nosotros nos falta de agresividad en la marca, lo suplimos un poco con la velocidad.

-¿Lo conocías a Mayada?
-No, pero me escribía por Instagram para preguntarme cómo estaba. Yo estuve en la tribuna en la final contra Wanderers de 2014, cuando Cami metió el gol de chilena que nos llevó a los penales y después a ganar el campeonato. Cami, además, es un crack como persona, y vivimos cerca, en Palermo.

De su etapa en Danubio, Saracchi no olvida a Leo Ramos, un DT que lo marcó. “Me ayudó muchísimo, potencia a los chiquilines, siempre está motivándote, siempre para adelante, y cuando te tiene que cinchar la oreja, lo hace”, lo describe.
Saracchi ya sabía que el DT de River lo tenía en la mira desde hacía un tiempo. De todos modos, se sorprendió cuando hace dos meses salió del cine con su novia, prendió el celular y el whatsapp le explotaba de mensajes.

-¿Le preguntaste a Recoba cómo era Gallardo? Lo tuvo en Nacional.
-Claro, me contó que era un técnico muy exigente, que le encantaba que los jugadores se entrenaran fuerte, que los apretaba en ese sentido. Me dio las mejores referencias de Marcelo como técnico y como persona.

-Te habrá contado también que lo llevaba seguido al banco de suplentes…
-Sí, y que cuando estaba enojado porque no iba de titular, se quedaban pateando tiros libres y jugaban por cosas, y le ganaba de lo caliente que estaba (risas), aunque Marcelo también le pega como los dioses.

-¿Te llamó Gallardo antes de hacerse el pase?
-No, hablamos acá. Me dijo que su idea era reforzar la banda izquierda, que iba a tomarme un tiempo adaptarme, me preguntó cómo me sentía, cómo estaba compuesta mi familia, algo más humano que futbolístico.

-¿Cómo te dijo que ibas a debutar?
-No me dijo nada, se dio de manera natural. El sábado anterior al partido con Banfield hicimos el táctico en el estadio, ahí me puso a mí, y pensé: “Me parece que mañana voy a jugar”. Y así fue.

-Te tocó debutar en un campo difícil por el agua, pero enseguida empezaste a pedirla.
-La cancha no ayudaba, pero tenía la motivación arriba. Me decían que era poca gente la que había, y para mí era increíble (risas), si en Danubio van 4000 personas. Yo miraba para arriba y no lo podía creer, para mí estaba repleto…

Imagen Vestuario de Ezeiza, donde había estado en 2015. Tiene un aire a Pezzella.
Vestuario de Ezeiza, donde había estado en 2015. Tiene un aire a Pezzella.
-Evidentemente tenés personalidad.
-Es un poco mi forma de jugar. Si me quedara atrás marcando, no rendiría, porque mi fuerte no es la marca. Mi confianza va en agarrar la pelota y tirar un centro, en desbordar y meter velocidad, o en hacer un cierre. Esa tarde, enseguida le robé una a Mouche, que se iba para el arco y ahí nomás escuché los aplausos de todo el estadio, pah, me quería morir.

-Supongo que Marcelo te pide que, cuando subís, termines la jugada.
-Le gusta que los laterales, por lo menos, lleguen a tres cuartos, aunque la jugada esté por otro lado. No le gusta que te quedes atrás, por más mal que la estés pasando en la marca. Siempre te pide que ataques, que se preocupe el otro, que no te quedes atrás.

“Era la plata que tenía Danubio en el banco”, sintetiza su valor, Pablo Aguirre, argentino radicado en Uruguay desde hace más de 30 años. “Es un muchacho de proyección, de gran personalidad, quizás le faltaba oficio y atención para la marca, pero en estos dos años eso lo fue puliendo, es un futbolista muy muy interesante”, completa el colega Eduardo Rivas, de Monte Carlo televisión. Sin dudas, los uruguayos son una debilidad para Gallardo; Saracchi se sumó así a la lista de sus compatriotas traídos por el Muñeco: Mora y Carlos Sánchez (recuperados del exilio al que los había mandado Ramón Díaz), Mayada, Viudez, Iván Alonso y Nico De la Cruz.

Admirador de Dani Alves y Marcelo (¿homenaje al Josimar que lleva en el documento?), con un rostro muy similar al de Germán Pezzella, Saracchi venía siguiendo a River de cerca en los últimos años: “En el apartamento donde vivíamos con otros chicos, había un juvenil, Maximiliano Rodríguez, fanático de River, y nos hacía mirar, y así arranqué también a prestarle más atención. Me encantaba el estilo de juego, cómo imponían las condiciones, por momentos tenían juego y cuando no, hacha y tiza, y no tenían problema, y eso también fue lo que me gustó, la intensidad que le metían al juego. Y se notaba que Marcelo los motivaba mucho. Por todo eso, y porque estoy frente a una semifinal de Libertadores con 19 años, esto es soñado para mí”.

-Suerte que tus compañeros dieron vuelta el 0-3 con Wilstermann.
-Sí, terrible. Cuando llegué al club, por adentro pensaba que iba a estar en la semifinal, suponía que River iba a pasar al Wilstermann, pero después del 0-3 me angustié, dije: “La puta madre, me quedo sin semifinal y me muero”. Lo vimos en la pista de atletismo con los compañeros, festejamos con los chicos un par de goles en el segundo tiempo, hasta que nos sacaron de ahí. Nunca había entrado a un estadio tan repleto, ni en un clásico de Peñarol-Nacional.

-¿Qué es lo que más te sorprendió de River en estos meses?
-La gente, se vienen hasta acá a recibir una firma a la salida, y todos los días, con lluvia, viento, o lo que sea. En Formosa la otra vez fue una locura: estaba firmando y me caían las camisetas arriba de la cabeza (risas), las firmaba como venían y las tiraba de vuelta del otro lado de la valla, increíble.

El 18 de octubre, en su sexto partido en River, tuvo su estreno en la red, ante Atlanta, por la Copa Argentina. “Con lo goleador que es, pensaba que Nacho (Scocco) le iba a prender al arco, pero me la pasó justo. En el vestuario me enteré de que no me había visto, pero sí escuchó mi grito”, confesaría luego el Chelo, corroborando que personalidad, en este caso para pegarle un grito a un delantero hecho y derecho como Scocco, no le falta.

Por Diego Borinsky / Fotos: Emiliano Lasalvia.

Nota publicada en la edición de Noviembre de 2017 de El Gráfico